sábado, 30 de abril de 2011

El precio de la libertad



Me canso de sonreír con mi sonrisa muerta
con los ojos hinchados y bermejos ciegos
con las manos delirantes y sometidas,
atadas huecas
que deshilvanadas tejen rugidos a mi espalda.

Me canso de la invasión penosa de sentimientos ahogados,
de pisotear enferma creencias falsas y latidos que aúllan al respirar,
de revolver incierta mi pequeño cajón desastre y sólo encontrar cristales rotos
que devoran mi pútrido intelecto para hacerlo desertar.
Me canso de escucharme sin descanso maldiciendo cárceles de papel
que tiranizan la realidad de mis sueños inducidos,
sueños apócrifos de un cadáver
que inconsciente aún grita:
¡todo es mentira! Mientras riega con bilis de sus entrañas
el rostro que un día amó
y araña con sus huesudos dedos
un cuerpo que ya ni reconoce.

Me canso,
cegada por un dolor palpitante la razón enferma,
de buscar respuestas que no existen a preguntas desquiciadas.

Me canso de fabricar sueños etéreos y dulzones
como reflejos inanimados de lúgubres danzas huecas.
Se tambalea la fe ciega que se pudre y descompone como un óbito viscoso.

Todo lo aprendido es erróneo.

Esta era la primera entrada de Patricia Heras en su blog Poeta muerta. Una bitácora con un nombre puesto al azar pero, quizá, premonitorio.
Patricia Heras, una chica normal como tantas otras, se suicidó este pasado martes. Su historia no es como la de cualquiera; su historia se escribe con amargura, rabia y dolor. No creo que sea yo quien deba contarla puesto que, como siempre en estos casos, al no vivirlo podría omitir cosas o exagerarlas y puesto que la protagonista dejó constancia de los hechos mejor que lo leáis de su puño y tecla en esta entrada de su blog.
Vivimos en un sociedad farisaica donde predomina el “me da igual lo que digan de mí”, cuando, creo, que no es cierto. A todo el mundo le importa lo que puedan decir de uno y, en ocasiones, o cambias o eres un marginado. Ciertas estéticas no son socialmente aceptadas, prejuzgando a quien es así. Unos pantalones rotos, una cresta, unas rastas… son para gente no demasiado recomendable, sin embargo, un traje, una corbata y un buen perfume hacen a uno un señor.
Recuerdo mis primeros años de la universidad. Me dejé el pelo largo, me pintaba las uñas de negro y me puse un pendiente en la oreja izquierda. Cuando volvía a casa cada cierto tiempo tenía que asear mi aspecto; el pendiente y las uñas tenían solución pero lo del pelo lo atribuía a la falta de tiempo. Alguna vez me dijeron “¿así cómo puedes estudiar? ¿Así qué carrera te vas a sacar?” Supongo que pensarían una cosa tenía que ver con la otra. Hoy en día, conozco verdaderos zotes que visten trajse que apenas saben llevar… la vida tiene esas paradojas.
Pues bien, Patricia fue víctima de un sistema clasista. Quien fue capaz de escribir los versos con los he empezado esta entrada fue juzgada por ello, sin atender a razones. Decir que llegó a ser torturada y vejada puede sonar demasiado fuerte pero si algo es cierto no tiene porqué ocultarse. Su caso fue denunciado por Amnistía Internacional pero, como siempre, en algunos casos, ¿a nadie le importa? A veces me pregunto si todo esto vale la pena.
Ahora… Patricia… si que eres realmente libre. Has tenido que pagar demasiado para ello.

P.D. Después de un tiempo retirado del blog, ya que el tiempo no me lo permite (siempre queda mejor que decir por pereza o falta de inspiración) creo que este era un motivo suficientemente importante como para hacerlo.