martes, 28 de abril de 2020

Problemas



Las acepciones que tiene la RAE para la palabra problema son las siguientes:

1. m. Cuestión que se trata de aclarar.
2. m. Proposición o dificultad de solución dudosa.
3. m. Conjunto de hechos o circunstancias que dificultan la consecución de algún fin.
4. m. Disgusto, preocupación.
5. m. Planteamiento de una situación cuya respuesta desconocida debe obtenerse a través de métodos científicos.

Siempre he creído que los problemas son contratiempos que ocurren en el transcurso natural de las cosas.
Cuando era un niño mis problemas eran hacer los deberes, arreglar el pinchazo de la bicicleta o que el matón de la clase no la tomase conmigo.
En el instituto variaron; seguía con el tema de los estudios agudizado con que las materias se complicaban, no las entendía y debía buscarme la vida para tratar de entenderlas; uno bastante recurrente era tratar de convencer a mis padres que me dejasen llegar más tarde a casa.
En la universidad, a pesar de que para mí fue la mejor época, era aprobar las asignaturas, por lo civil o por lo criminal y, en el segundo caso, que el profesor no te pillase. Sí, básicamente ese era mi mayor problema, que no era poco.
Luego, cuando acabé de estudiar y me incorporé a la vida laboral entré en la vorágine de la vida… es entonces cuando entendí algunas conversaciones de mis padres que escuchaba de pequeño y conceptos como contribución, impuestos, bancos, préstamos, facturas y seguros pasaron a formar parte de mi vocabulario habitual.
La vida va avanzando y hay que hacerlo con ella si no quieres quedarte estancado; yo no quería pasarme toda la vida en el mismo sitio hasta que me jubilase apretando el mismo tornillo (metáfora) como hacían algunos de mis compañeros de estudios que quedaron en el camino y se pusieron a trabajar en fábricas.
Y poco a poco te vas metiendo en una vorágine de la que ya no puedes salir… y las cosas van medianamente bien y te da para permitirte algunos caprichos que de otra forma no se podría. Pero entonces surgen los problemas en forma de crisis económica, como la de 2008, y debes parar. Y si has hecho las cosas con cierta coherencia no te afectan demasiado, pero, de una u otra forma, tu vida se estanca. Cuando todo pasa vuelves a empezar, no de cero, pero sí con cierto retraso de lo que podría haber sido el curso vital de la vida… pero consigues llegar al punto en el que lo habías dejado y vuelves a subirte al tren del que no deberías haberte bajado. Cuando ya estás en marcha vuelven otra vez los contratiempos. A los trenes no se le pinchan las ruedas, pero se les estropea la maquinaria, y, de nuevo, los planes se trastocan y toca parar un poco.
Es un poco la situación actual que estamos viviendo en todo el mundo. Pero el problema se agudiza porque ya no eres tú sólo… dependen de ti más personas, trabajadores cuya única fuente de ingresos que entra en sus familias es el trabajo que realizan y que ahora no pueden hacerlo… a eso se une el vocabulario que he citado anteriormente que aprendí en el momento en el que cobré mi primera nómina (contribución, impuestos, bancos, préstamos, facturas, seguros…). Sí, a cosas de estas son las que yo llamo problemas y que podrían encajar en alguna o algunas de las cinco definiciones de la RAE.
Pero todo depende del cristal con el que se mire. Imagino que el Marino del colegio, del instituto o de la universidad también podrían sentirse, salvando las distancias, como el Marino actual. La palabra problema es un común denominador en la vida de todo ser humano... Y, sí, cada uno tendrá los suyos y cada cual le parecerán un mundo lo que para otros puede ser una tontería; creo que no hay grandes o pequeños problemas, aunque a veces se ponga el adjetivo delante para enfatizar o minimizar la cuestión, simplemente hay problemas.
Pero todo esto me lleva a otro punto… ¿y la satisfacción que da cuando se sale victorioso? No queda otra que seguir caminando en busca del triunfo.


sábado, 25 de abril de 2020

Saliendo del castillo



Engañado he vivido hasta aquí, que en verdad que pensé que era castillo, y no malo […]

Esto dice don Quijote en el capítulo XVII de la primera parte, cuando salía de la venta en la que había estado alojado y el ventero le pide que pague el hospedaje. En cierta forma me siento identificado con esta frase, sí, engañado he vivido hasta aquí.
Siempre he sido un apasionado de la política, me había creído la frase de que si tú no haces política otros la harán por ti y a lo largo de mi vida esas inquietudes me han llevado a militar en un partido político -Izquierda Republicana-, a asistir a mítines, incluso a ir a Madrid desde Zaragoza por asistir a una reunión de media hora o estar un domingo en la Puerta del Sol con una mesa y una bandera republicana mi espalda pidiendo firmas contra la monarquía. No, no me arrepiento de ello, ya que ello forma parte de un sentimiento y una manera de vivir que yo tenía.
Miguel de Unamuno, el gran filósofo, apoyó al principio el alzamiento contra la República porque creía que era la posibilidad de encauzar la deriva del país. Luego, a la vista de la represión de las tropas alzadas, principalmente en Salamanca, su inicial entusiasmo se torna en decepción, entre “los hunos y los hotros” llegará a escribir ante los horrores de una guerra civil.
Ese halo de decepción y tragedia es el que me embarga en estos momentos y me encuentro en una tierra de nadie, ideológicamente hablando. No sabría si definirme como liberal o como anarquista, es por ello que confieso que tengo una crisis política de la que espero algún día poder encontrar la salida.
Siempre me he considerado de izquierdas (y lo sigo siendo). De la derecha no quiero decir nada, los que me conocen, ya sea personal o virtualmente, ya saben cuáles son mis opiniones hacia ellos; por eso las derechas nunca me defraudarán, porque no creo en ellas, por así decirlo, ya me espero sus sinvergonzonerías.
En este país no hay izquierdas. El PSOE no se puede considerar de izquierdas. Varias veces he hablado sobre ellos y he contado su historia… el partido más traidor y oportunista que ha existido y continúa existiendo (no entiendo cómo) en la historia de este país. Y esto no es porque yo lo diga, simplemente hay que tener ganas de leer un poco sobre su historia. Yo les he votado y confieso mi arrepentimiento.
Confiando en Podemos he vuelto a sentirme engañado, entre otros motivos que no me apetece contar, porque sería continuar con un cierto compromiso político del que quiero evadirme, ya conté aquí mi desencanto y asqueamiento por la política.
En este país la izquierda vive anclada en el siglo XIX o principios del XX. Actualmente la lucha de clases no existe, eso es un bulo que nos han seguido contando y que no les ha ido del todo mal. La izquierda española cree que para que al obrero le vaya bien deben atacar al patrón, para que el trabajador tenga una vida digna deben ir contra el empresario… y no es así; al que le debe ir bien es al empresario, para que al trabajador le vaya igualmente bien.
Este país lo sostienen principalmente autónomos y pymes. Fiscalmente yo soy un empresario; tengo mi número de REA, NIF y tengo 8 trabajadores contratados por los que cotizo a la SS y pago un salario según convenio todos los meses. La cosa está clara, si a mí me van bien las cosas yo podré seguir dando trabajo a mis empleados, cumpliendo con mis obligaciones fiscales y pagarles el sueldo; si me va mal no será así y tendré que despedir a gente. Porque la SS no me dirá algo parecido a: “mire usted, está pasando una mala racha y por ello, para que no tenga que despedir a nadie le vamos a rebajar la SS, de esa forma usted se recupera y puede mantener a sus trabajadores sin necesidad de enviarlos al paro”. No, eso no lo dice. Lo que hace es que, si te pasas un día, sólo un día de pagar (como me pasó una vez) te cargan un 10% y si no lo has pagado en ese mes, al mes siguiente te cargan un 20%. Ese es el Gobierno que tenemos y se pone la etiqueta de izquierdas. Pero claro, esto los funcionarios y asalariados no lo saben; ellos creen que todos los meses la nómina se ingresa por arte de magia y sólo buscan derechos y más derechos, sin saber que, a veces, esos derechos van en contra de ellos mismos.
La carga fiscal es enorme y con esta crisis sanitaria muchos autónomos y pymes se verán abocados al cierre por no protegerlos, por no proteger a aquellos que crean empleo.
Estoy convencido que esos mismos trabajadores que quieren derechos también tienen derecho a que se le hagan los test del coronavirus, pero muchos no han podido hacérselos porque no hay suficientes, sin embargo, no los veo decir nada porque a Irene Montero, la mujer de Pablo Iglesias, se los hayan hecho tres veces.
Dicho lo anterior, en un sistema como el que vivimos, lo que realmente interesa es que la economía funcione y si la economía funciona todo lo demás lo hará y todos podremos contribuir más. Por ejemplo, en lugar de pagar 600 € de SS por un trabajador, si tuviera que pagar 300, probablemente, podría dar trabajo a otra persona, lo que implica mayor movimiento y más creación de riqueza, no olvidemos que el que gana dinero puede consumir y el consumo crea riqueza.
Pero no… te salen con que tiene que ser así para los derechos de los trabajadores y que hay que pagar educación y ¡sanidad! Ya lo estamos viendo y viviendo, probablemente la mejor sanidad del mundo y algo está fallando. ¿Qué falla? Que estamos gobernados por sinvergüenzas ideológicos que no saben lo que cuestan las cosas, que no han creado un puesto de trabajo en su miserable vida, que no han pagado la seguridad social de un trabajador en su vida y que, por supuesto, no han pagado una nómina. En definitiva, que no saben nada. Para que las cosas funcionen deberíamos estar gobernados por gente que sepa lo que significa todo eso y no que esté ahí por una ideología; lo que Ortega y Gasset definió como los ‘aristoi’ (los mejores en su campo), es decir, lo que los griegos llamaban tecnocracia (gobierno de los más preparados).
¿Alguien se imagina el país en manos de gestores como Amancio Ortega (entiéndase el símil) que saben lo que cuesta sacar una empresa adelante y hacerla prosperar? Traslademos eso a dirigir un país.
El canciller Otto Von Bismarck dijo que “España es la nación más fuerte del mundo porque tras siglos tratando de autodestruirse sigue viva”. Es decir, a pesar de los políticos tan nefastos que hemos tenido y tenemos aquí seguimos… ¿cómo sería este país bien gestionado? Mi imaginación no llega para tanto.


PD. Prometo, en lo sucesivo, no hablar ni escribir de política. No quiero que me salga una úlcera, me suba la tensión o tener que ir al confesor.

sábado, 18 de abril de 2020

Sancho Panza sin don Quijote



Siempre me he preguntado cómo sería la vida de don Quijote antes de que “los ratos que estaba ocioso, que eran los más del año, se daba a leer libros de caballerías”. De la misma forma, ¿cómo hubiera sido la vida del resto de personajes de la novela después de la muerte del hidalgo? Sin duda alguna, el más afectado sería Sancho Panza, el segundo personaje de la inmortal novela.
Probablemente no sería como lo que voy a relatar, es más, estoy convencido que no sería así; el Quijote es lo que es y todo lo que no haya salido de la pluma de Cervantes son elucubraciones que nadie puede convertir en cosa fidedigna. Pero… no sé… puestos a imaginar creo que podría ser algo así…
Las derrotas que sufrieron don Quijote y Sancho, éste como gobernador de la ínsula Barataria y aquél como caballero andante, repercutieron de forma distinta en cada uno de ellos, en proporción con el grado de compromiso con el que se adentraron en la común aventura. La apuesta del amo fue incomparablemente superior en todos los sentidos a la del escudero, por lo que el tributo que pagó por su derrota fue también mayor.
Una vez satisfecho su deseo de inmortalidad con la publicación de la crónica de sus andanzas por Cide Hamete Benengeli, carecía de sentido el retorno a la anodina vida familiar y aldeana. Hubiera sido ridículo comparecer ante sus paisanos con el nombre inmortal de Don Quijote de la Mancha, llevando al mismo tiempo una modesta vida de hidalgo viejo, pobre y sin descendencia. Por ello prefirió morir con su nombre de pila, Alonso Quijano, y reconciliado con la realidad racional -con la que quizá sólo sea posible reconciliarse para morir inmediatamente después-, asumiendo la derrota a cambio de su brevedad.
Al igual que don Quijote por lo que respecta a su deseo de inmortalidad literaria, Sancho Panza retorna a la vida campesina para reencontrarse con su mujer Teresa y su hija Sanchica, semejante a un conquistador que hubiera regresado de las Nuevas Indias sin las manos llenas, pero con la satisfacción de haber acariciado con ellas todo el oro del mundo y de haber visto mucho más que si se hubiera quedado en su tierra, destripando terrones y atendiendo a las necesidades primarias de su pobre familia. Seguro que, al menos al principio, echaría de menos la existencia ajetreada que compartió con su amo durante los meses de andanzas por tierras de España.
De ahí la vehemencia con que en el lecho agonizante le ruega a don Quijote que no se muera, que viva muchos años, “porque la mayor locura en esta vida es dejarse morir, sin más ni más, sin que nadie le mate, ni otras manos que le acaben que las de la melancolía”, y que se levante de la cama y reanuden sus correrías, ahora bajo el disfraz de pastores, como habían concertado poco antes de llegar a la aldea. Con estas palabras se completaba el proceso de quijotización del escudero en el momento justo en que don Quijote se desprendía para siempre de su quijotismo.
La desgracia de Sancho Panza fue comprender que su amo había estado jugando al teatro cuando éste dio por concluida la función y la proximidad de la muerte le exigía reconciliarse con su verdadera identidad. Hasta tal punto el escudero se había prendado de su papel que no previó la posibilidad de que la comedia terminase algún día no por culpa suya sino de quien despertó en él la pasión por el juego. Jamás pudo comprender que Alonso Quijano se había transformado en Don Quijote no sólo para satisfacer su sueño de imitar a los caballeros andantes tal como él los conocía por los libros del género, sino también para alejar de sí a la muerte y la idea de su inevitable mortalidad. Al final Sancho se reveló como el verdadero jugador, puesto que se enamoró de su papel por pura diversión y no por la influencia de unos libros ni para esquivar a la muerte.
El regocijo con que recibe la herencia del difunto amo ratifica su materialismo vulgar, que don Quijote tuvo la ocasión de observar durante el desempeño de su oficio escuderil. En cuanto a la actitud, rayana en la frivolidad, que manifiestan la sobrina y el ama ante el testamento del moribundo, el cronista confirma lo que ya se sabía: que nunca comprendieron a Alonso Quijano, ni antes de su transformación en don Quijote ni después. El hidalgo murió como vivió, extraño entre los suyos, incomprendido y vapuleado, esta vez moralmente, por la estrechez mental de la que trató de escapar aquella memorable mañana de julio en que dio en decir que era un caballero andante. Un destino análogo al que hubo de soportar con ejemplar tenacidad en su breve experiencia caballeresca.
Es posible que después de la muerte del amo, el antiguo escudero se hundiera en una melancolía pasajera, mientras le llovían las burlas de sus paisanos y el estigma se propagaba entre su familia. Escudero y gobernador desgobernado de una ínsula fantasmal, como le recordó su paisano Pedro Ricote, aunque, por su condición de morisco desterrado y clandestino, quizá no fuese el más indicado para reprochar a Sancho su extravío.
¿Quién sabe si incluso no se habría granjeado algún apodo burlesco destinado a transmitirse a sus descendientes, como si de un pecado original se tratase? Comparadas con las burlas que le dedicaron los duques y su gente, estas otras serían más despiadadas. Si don Quijote sobrellevó como mejor pudo la ausencia de Sancho durante el tiempo en que se hizo cargo de la gobernación de la ínsula, tras la muerte de su amo, el escudero tendrá que sufrir el resto de su vida la ausencia irreversible de aquél, debiendo además cargar con la desagradable inmortalidad de su historia.
Reconvertido en oscuro campesino por la fatal circunstancia de la muerte de don Quijote, tal vez fuera objeto de una curiosidad malsana no sólo por sus paisanos, sino por extraños, quienes viajarían incluso desde los lugares más remotos a la aldea manchega (al fin se habría hecho público su nombre, del que no quiso acordarse el cronista) para conocer en persona a aquel hombrecillo gracioso, cándido y astuto, ingenioso conversador y amigo leal que esperará plácidamente la muerte en su tierra recordando todos los días a su señor.
Hay que suponer que, para quitarse de encima a los curiosos y eludir las inevitables preguntas –las mismas de siempre-, quizá los despachara con su habitual llaneza, remitiéndolos a la historia escrita que, por su condición de analfabeto, era el único que no podía leer:

No hagáis caso del Sancho Panza que veis. Mirad a aquél del libro. En él me reconoceréis mejor que en este otro que tenéis delante de los ojos. Además, ése es el que perdurará en el tiempo, como mi amo don Quijote. Yo soy carne mortal. Que mi nombre sea el mismo que el del escudero del libro es pura coincidencia. Él es el verdadero Sancho Panza. Yo soy el fingido, que algún día morirá y será enterrado en sepultura de tierra, pasto de los gusanos”.

martes, 14 de abril de 2020

14 de abril



La primera ciudad en la que se izó la bandera tricolor fue Éibar, a las 6:30 de la mañana, del 14 de abril. Esa misma tarde le siguieron las principales capitales españolas como Madrid, Barcelona y Valencia.
El escritor eibarrés Toribio Echeverría recuerda de esta forma, en su libro Viaje por el país de los recuerdos, la proclamación de la Segunda República en Éibar:

...y antes de las seis de la mañana habíase congregado el pueblo en la plaza que se iba a llamar de la República, y los concejales electos del domingo, por su parte, habiéndose presentado en la Casa Consistorial con la intención de hacer valer su investidura desde aquel instante, se constituyeron en sesión solemne, acordando por unanimidad proclamar la República. Acto seguido fue izada la bandera tricolor en el balcón central del ayuntamiento, y Juan de los Toyos dio cuenta desde él al pueblo congregado, que a partir de aquella hora los españoles estábamos viviendo en República.

sábado, 11 de abril de 2020

En tierra de nadie



Creo que uno mismo adquiere unos ideales políticos dependiendo del entorno en el que se críe. Siempre se escucha hablar de política en un ambiente familiar y eso hace que la tendencia sea más propicia a ‘ideas heredadas’ (lo pongo entre comillas) que a ideas propias.
En mi caso me he criado en un ambiente de izquierdas; con decir que mi abuelo, la persona que más me ha influido en mi pensamiento, era afiliado a la CNT creo que no hace falta decir la tendencia política… aunque si quedan dudas, como digo en mi presentación de este blog, soy de izquierdas hasta para escribir.
Este país ha tenido la desgracia de tener la historia que ha tenido en los últimos 50 años y ello ha hecho que sea el PSOE el que coja la bandera del izquierdismo y que le haya dado el suficiente rédito político para establecerse en un alternancia política.
Yo he sido votante del PSOE, sí, lo confieso, todos tenemos una etapa de nuestra vida en la que estamos equivocados. En mi vida siempre ha prevalecido el republicanismo; sí, soy republicano hasta la médula y el PSOE no lo es. Pero esto de la política es algo muy complejo y yo creo que uno no debe enrocarse en unas ideas y pensar que son inamovibles; de la misma forma que en el año 96 estuve en la plaza de toros de Valencia en un mitin de Felipe González, actualmente tengo claro que no iría por nada del mundo… vergüenzas de la juventud, supongo.
Después de algunos años sin tener un referente político claro (aunque soy afiliado de Izquierda Republicana, reconozco que es un partido meramente testimonial y prácticamente insignificante) Pablo Iglesias y Podemos llenaron ese vacío que sentía dentro de mí en el campo políticos… quizá porque lo veía como un partido que decía lo que yo consideraba que debía ser, lo que en aquel momento hacía falta: borrar del mapa (políticamente hablando) al PP y a toda su red de corrupción y si, de paso, arrastraba consigo al PSOE mucho mejor.
Los que sois seguidores de este blog podréis recordar algunos artículos míos al respecto. Sí, yo veía a Podemos como el arma regenerativa que necesitaba este país y a Pablo Iglesias como al hombre que iba a traer todo aquello que, más allá de la república, yo siempre había deseado. Sí, para mí era como el mesías y aplaudía sin cuestionar y justificando todo aquello que hacía él o cualquiera de Podemos…
Pero el tiempo va pasando…
Llegados a este punto tengo una gran pregunta que me hago a mí mismo y que podría ser como aquella cuestión tan famosa de si fue antes el huevo o la gallina, y es la siguiente: ¿cambian las ideas o cambian las personas?
Desde hace tiempo hay cosas que no me han gustado ni de Pablo Iglesias ni de Podemos; sin ir más lejos, la compra del chalet fue un torpedo en la línea de flotación que hizo que mi fe ciega fuera desapareciendo. Después vino lo de la jura del cargo. Escuchar decir a Iglesias eso de “juro por el Rey y la Constitución”, fue algo que acabó de derrumbarme y darme cuenta que las esperanzas que yo pudiera tener en un país republicano parece que se desvanecían; es una forma de hablar, porque mis sentimientos republicanos nunca van a desaparecer y eso, afortunadamente, no depende de nadie. Y no, no me duele decir esto, como he dicho antes, las ideas no son inamovibles y uno debe tragar con todo aquello que haga o diga el partido en el que ha depositado la confianza.
Finalmente, con la pandemia que estamos pasando, aunque entiendo que es una situación difícil, pero no creo que lo estén llevando bien, dando bandazos de un lado a otro y, lo que es peor, dejando desprotegidos a las pymes y autónomos que son, sin lugar a dudas, los que sostienen el país… pero de esto ya habrá tiempo de hablar.
Así que en estos momentos parece ser que vuelvo a encontrarme en tierra de nadie y mi desencanto por la política es más que evidente. Quizá yo haya cambiado, no lo sé, pero considero que mis ideas son las mismas, o viceversa; la cuestión es que, en estos momentos, no me parece que haya ningún partido político con el que identificarme y que en las próximas elecciones creo que no perderé el tiempo; ya lo he perdido bastante y decepcionado igualmente.

martes, 7 de abril de 2020

Las Semanas Santas



Siempre me ha gustado la Semana Santa. Sí, lo digo yo que soy un ateo convencido, aunque ahora no es momento de explicar porqué lo soy.
Me gusta la Semana Santa desde el punto de vista artístico y no como lo que podría representar a cualquier creyente, yo solamente veo arte en las imágenes que salen en procesión y tengo que reconocer que, aunque no asista a procesiones, cuando he tenido la posibilidad de ver esos grupos escultóricos no he perdido la ocasión de hacerlo y es que una cosa no tiene que estar reñida con la otra. Recuerdo la primera vez que fui a Roma, una excusión al acabar la EGB y me negaba a entrar en iglesias por lo que representaban. Volví años más tarde con el instituto y decidí que ir a Roma y no entrar en una iglesia era un verdadero absurdo. Lamenté no haberlo hecho la primera vez por todo lo que me perdí; después he vuelto más veces por mi propia cuenta por el simple hecho de ver iglesias. Para mí una iglesia, cualquiera, más allá de la finalidad para la que se haya construido, tiene un valor artístico y arquitectónico que se debe tener en cuenta y no se debe despreciar. Lo mismo ocurre con la Semana Santa; sus imágenes merecen un respeto, si bien cualquiera puede decidir si desde el punto de vista religioso, indudablemente desde la visión artística.
Yo, independientemente de mis creencias, no puedo dejar de emocionarme ante el Cristo de Miñarro del que hablé en esta entrada.
Igualmente tiene otro carácter más profano. De pequeño, cuando iba al colegio o al instituto, la recuerdo como casi una semana de vacaciones.
Después, cuando estaba en la universidad tenía un sentido mucho más práctico; era cuando volvía a casa desde las fiestas de navidad y después de tres meses fuera de casa se agradecía volver. Al mismo tiempo significaba otra forma de enfocar lo que quedaba de curso. Al volver comenzaba lo más duro hasta los exámenes finales de julio, tres meses terribles en los que no había tiempo para nada que no fuera estudiar… madrugones, noches acostándome tarde o incluso sin dormir.
Todo eso han significado para mí estos días en los que estamos. Actualmente, como he dicho al principio, disfruto de sus imágenes.
Si hay unas letras que representan la Semana Santa, estoy seguro que son las del poema ‘La saeta’, de Antonio Machado, a las que Serrat puso música. Una delicia.



sábado, 4 de abril de 2020

Un pedacito de cielo



Él quería llevarla al cielo… pero no podía.
Por ello, todos los días 3 de cada mes, le daba una fotografía azul celeste, para que ella lo tuviera más cerca.

-Ya que no te puedo llevar al cielo, quiero poner un pedacito en tus manos.