martes, 31 de marzo de 2020

Homer lo haría mejor



No me gustaría estar en la piel del Presidente del Gobierno; sinceramente, creo que tiene una situación en la que calificarla de complicada es un eufemismo. Haga lo que haga no va a acertar; pero ello no implica que las decisiones tomadas podrían haberse hecho de otra manera.
El sábado se anunció que todos los trabajadores de actividades no esenciales deberán quedarse en casa hasta el 9 de abril y eso, evidentemente, afecta al sector de la construcción, ¡ostras! Ahora me entero que mi actividad es ‘no esencial’. Tanto que me insistían mis mayores en que estudiase para darme cuenta que es una profesión imprescindible (estoy tirando de cierta ironía).
Lo que Pedro Sánchez no puede hacer es anunciar las medidas un sábado por la noche y que entren en vigor el lunes siguiente. Un par de días antes ya se sabía y de haberlo comunicado 48 horas antes el sector se hubiera preparado. Así, pues, con la incertidumbre de si el lunes se trabajaba o no el teléfono comenzó a sonar… Imagino que como se dieron cuenta de la barbaridad prorrogaron el decreto en 24 horas, dando de margen el lunes. Sinceramente, me recuerda a Homer Simpson tomando decisiones, aunque creo que este lo haría mejor.
De las medidas económicas que han tomado ahora no quiero hablar, ¿qué decir?
Necesitaría dos o tres artículos para explayarme tal y como quiero hacerlo. Sí, creo que lo voy a hacer. Ahora que me han enviado a unas vacaciones forzadas tendré más tiempo. Pero lo que no perdono es que en este tiempo libre tenga que hacer cosas que nunca me han gustado. Si bien es cierto que no puedo salir a la calle a desarrollar parte de mi trabajo, hay otra parte de la que no me puedo escapar; tengo que hacer algunos proyectos a los que ahora les podré dedicar más tiempo, lo que significa que ahora no tengo excusa para hacer aquello que menos me gusta: dibujar. Me tocan unos días por delante en los que el AutoCAD será lo principal en la pantalla de mi ordenador. A ver si esto pasa pronto.

martes, 24 de marzo de 2020

Después de la cuarentena



Los efectos de no poder salir de casa… en este caso de la madriguera, del nido, del establo, de la cueva…



sábado, 21 de marzo de 2020

Jaque, casi, mate al Rey




A pesar del confinamiento físico e informativo al que nos vemos sometidos desde hace unos días por el dichoso virus, nada es capaz de frenar el cuestionamiento popular de una institución caduca, antidemocrática y profundamente corrupta. La degeneración del anterior titular de la Corona adquiere tal magnitud que ya ni los medios monárquicos son capaces de esconderla, pues van aflorando como hidra de siete cabezas imposible de doblegar. Tras las noticias que conocimos días atrás desde medios extranjeros (de nuevo nos tenemos que enterar a través de otros), el domingo 15 por la noche la Casa Real nos sorprende con un increíble comunicado con el que el hijo de Juan Carlos trata de limpiar su imagen y sus vínculos hereditarios. Respecto de la herencia económica, ni deja claro que su renuncia sea real, ni parece legalmente posible. Y de la herencia política, el trono, nada dice, como era de esperar. Si el escándalo de la cacería africana de Juan Carlos en plena crisis mundial, y especialmente dramática en España, desembocó pocos años después en su abdicación, el nuevo escándalo de la casa real, en plena crisis y confinamiento colectivo, puede desembocar en una nueva abdicación; ¡ojalá!
Quizás Felipe VI tuvo la idea de que el actual estado de alarma y confinamiento colectivo podría ser el mejor momento para que sus escándalos familiares pasasen desapercibidos; pero es posible que se haya equivocado rotundamente. Precisamente el actual estado de shock en que se encuentra la población, altera los estados de ánimo, a veces de una manera incontrolada, desde el punto de vista social y de las relaciones. Mientras el conjunto de las familias de este país se enfrentan a una crisis sanitaria, con graves riesgos para la salud, para los ingresos económicos y los puestos de trabajo, resulta que la familia real se dedica a sus trapos sucios de herencias millonarias de origen corrupto, y todo aderezado con la singular tradición braguetera de la dinastía que nos reina. Fue un gran error (quizás no le quedaba otra) publicar el domingo 15 el comunicado sobre unos asuntos que llevan coleando hace años; pero el remate fue dirigirse a sus súbditos, como si aquí no hubiera pasado nada y sin disculpas que valgan, para exponerse cual títere de feria. El pueblo español, tan bueno para algunas cosas, y otras no tanto, no perdió la oportunidad que el monarca le brindaba para colocarlo en la picota del escarnio colectivo, rememorando algunos episodios del pasado.
La prensa monárquica y rastrera en su afán de blanqueamiento de la monarquía ha blindado al Borbón de tal forma que, además de inviolable por la constitución, fuera impublicable y que ese ejercicio de fiscalización que se supone que debe tener ‘el cuarto poder’ quedará en un halo de protección y querer presentar a los Borbones como familia ejemplar… Pero parce que algo está cambiando (aunque a pasos muy, muy lentos).
De hecho, para justificar que Felipe VI pudiera reinar se le llamaba ‘el Preparado’… pero ahora, con lo que ha salido del golfo de su padre y que todos sabemos (y la propia familia mucho antes que nosotros) habría que cambiarle el sobrenombre y llamarle ‘el Pillado’.
Felipe VI está intentando, por todos los medios, que su padre no le infecte con sus infectos negocios. A diferencia del coronavirus, con el virus de la Corona, el peligro no es que el más joven mate al más viejo sino al revés. Para evitarlo, el rey en activo ha impuesto una distancia de seguridad con el rey emérito y se ha lavado las manos. Pero desde Poncio Pilatos lavarse las manos en política es una forma de manchárselas. No puedes quitarte toda responsabilidad sin parecer un irresponsable. Al limpiarse de toda culpa, se ha ensuciado.
Dos veces al menos. Ha reconocido ‘el Pillado’ que sabía hace un año que era el segundo beneficiario del dinero que la dictadura saudí le regaló a su padre en una cuenta en un paraíso fiscal dejado en evidencia que lo reconoce ahora porque ha salido en prensa y las fiscalías suiza y española lo están investigando. Dice que lo puso en conocimiento de la autoridad competente sin especificar cuál y que se fue al notario para dejar por escrito que renunciaba a esa parte de la herencia. No consta lo primero y no cuadra lo segundo.
Si conocía un posible delito de su padre tenía que haber sido el primero en ir a denunciarlo como ciudadano ejemplar y debiera haberlo hecho público. ¡Pero que es el Rey! El que se supone que debe dar ejemplo. Siendo realistas, la familia parásita que vive de nuestros impuestos por el simple hecho de nacer. No hizo ninguna de las dos cosas sino esconderlo hasta que le han descubierto. Por otro lado, no es posible legalmente renunciar a una herencia hasta que no muera el benefactor ni es posible renunciar a una parte de ella. Tendría que renunciar a toda. El trono también es hereditario, no lo olvidemos.
Durante estos días angustiosos de pandemia, ha sido estruendoso el silencio de la Casa Real. El que tanta prisa se dio en salir a reprender a la mitad de Cataluña por el referéndum, no había tenido tiempo ni de mandar un comunicado de aliento a las familias. No sale ahora en televisión preocupado por su pueblo sino preocupado porque su pueblo le quiera echar del puesto. Es vergonzoso que utilice nuestras tragedias para limpiar sus miserias. Nada nuevo.
Pero el momento no puede ser peor, aunque se crea lo contrario. El coronavirus no vacuna del virus de la Corona, acentúa sus efectos. Como le ocurrió a su padre con la cacería, un país quebrado es mucho menos paciente con los vicios de la monarquía. Entre otras cosas, no hay papel higiénico para limpiarlos. A su favor juega que vivimos en un país de partidos y periódicos cortesanos que han salido todos al rescate y que los más republicanos son socios de un gobierno en plena crisis pandémica que no está para debates. En su contra, que el virus ya lo ha contraído y aún quedan por ver más síntomas de esta epidemia que son los Borbones para España.
El hijo ha matado al padre. Pero el padre es un Saturno que puede acabar devorando a su hijo. Cada vez quedan menos miembros en esa familia disfuncional que ya no cumple el único requisito que justifica su existencia: dar ejemplaridad y estabilidad. De ésta podríamos quitarnos los dos virus, el coronavirus y el virus de la Corona.

martes, 17 de marzo de 2020

Zapatitos




sábado, 14 de marzo de 2020

Agradecido


Llevo días pensando en ello, en cómo escribir esta entrada y se me han ocurrido muchas formas, unas hirientes y otras lastimeras… incluso lo que he escrito no lo voy a publicar y me quedo con esto.
Podría sacar el ‘don don’ que alguien me dice que llevo dentro y… ya se sabe. Pero pienso que tampoco haría falta hacerlo, en este caso, visto lo visto, cualquiera sabría que con una ‘d’ tendría suficiente, demasiado fácil.
Siempre quedará en un futuro imaginario una noche de confidencias en un sofá mientras damos buena cuenta de una botella de crema catalana pero... para qué ocultarlo, siento cierta rabia por dentro.
Siempre quedarán en cuenta tantas cosas que Su Majestad, la Reina Avispa, tendrá que disculpar.
Yo, a pesar de todo, agradecido. No puedo estar de otra forma. Pero, en esta ocasión, mi inmodestia me hace pensar que esta canción es la que me dedicarían.



Muchas gracias. Yo también lo estoy. 
Pero una cosa no quita la otra y querría cumplir con lo que en su día me comprometí. Le pese a quien le pese.


sábado, 7 de marzo de 2020

La ciudad y el entorno



Creo que hay algunos modelos de ciudades inexpertas, que acaso suponen que su falta de previsión no acabará redundando en graves o gravísimas disfunciones urbanas de todo género.
Seguramente no cabe culpar completamente a esas ciudades de su osada persistencia en el error, también nuestro ambiente es inexperto en muchos de sus actos esenciales. ¿Cómo van a ser las ciudades contemporáneas una excepción ante la insistente tendencia de huir hacia ninguna parte que ha demostrado con creces la economía capitalista? Sería muy largo enumerar la suma de incoherencias que nos hemos acostumbrado a tolerar, sin apenas darnos cuenta de que la manipulación del consumo ignora conscientemente las consecuencias de sus actos de crecimiento indebido.
Veamos lo que ocurre con la fabricación de automóviles, por ejemplo. Cada vez los coches son más potentes, sus materiales se agotan antes, necesitan vías más costosas y su presencia ocupa mayor espacio público. Todas esas circunstancias son arquitectura, condicionan directa o indirectamente la forma, extensión y enlaces de las ciudades, por no hablar de su desastroso y creciente componente de contaminación, acumulación de despojos y colapso circulatorio. Quienes gobiernan las cosas saben eso, aunque hayan decidido ignorarlo en pro del consumo y, a cambio, promulguen leyes que tratan de controlar el comportamiento de quienes usan los artefactos cuya fabricación ellos mismos promueven. Podríamos suponer la inexperiencia de esos gobernantes; pero sería falso, no hay inexperiencia sino falta culpable de relación entre lo que es necesario para la gente y lo ofrecido por ellos para ser consumido.
Podríamos acaso extrapolar esa actitud contemporánea hacia lo innecesario, alentada por los gobernantes, y tratar de convertirla en arquitectura; sería un desastre, nos encontraríamos ante edificios en ruina inminente. Por eso, quienes dudan de la cordura de la arquitectura contemporánea, deben acaso reflexionar sobre la ‘in-cordura’ social que sustenta esa arquitectura. Comprobarán enseguida que la arquitectura de nuestro tiempo es uno de los episodios más sensatos del dislate envolvente. Hemos decidido huir hacia adelante, no somos muchos quienes seguimos ese camino, podemos permitírnoslo todavía unos años; cuando uno se enamora del románico ya no tiene ojos para otro estilo. La ingente masa de quienes carecen de todo apenas nos inquieta, allá ellos, han tenido mala suerte, no pueden consumir, su deber es ser consumidos. Más aún, cuando los antes consumidos parecen despertar y, fascinados por el ejemplo de las minorías consumistas, deciden comenzar también a consumir, todo el mundo se pone muy nervioso, los alimentos esenciales suben, los suministros energéticos se resienten. No habrá para todos, el consumo no había contado con ellos como consumidores sino como consumidos.
Todo ese simpático caos incide en la ciudad, en su forma, en su tamaño, en sus expectativas. ¿Qué podrá ocurrir cuando ese otro modelo de ciudades inexpertas, del que les hablaba al principio, consiga de veras su objetivo de despoblar el territorio en el que se encuentran? ¿Cuáles serán entonces sus argumentos para justificar su crecimiento indebido?
Todo esto es una enorme insensatez, dirigida por insensatos y poblada de normas artificiosas e innaturales que acabarán destruyendo la concordia de esas otras ciudades inexpertas, de la misma forma que ellas destruyeron la naturalidad de la vida de su territorio. ¿Inexpertas? No me parece que ése sea el término apropiado para ellas, como tampoco lo es en el caso de las ciudades que saben que carecen de agua para seguir creciendo. Unas y otras, las ciudades sin agua y las que llaman con señuelos a la gente que no pueden atender, sin importarles que ese engaño contribuya eficazmente a la despoblación del territorio, no son inexpertas. Son egoístas, mendaces e insolidarias. Están acostumbradas a pensar tan sólo en sí mismas, en el interés de sus poderosos, practican la costumbre del engaño, les tiene sin cuidado cuanto pueda derivarse de la incoherencia de sus actos. ¿Cómo pueden reclamar atención o solidaridad esas ciudades, tras haber sido ellas egoístas, mendaces e insolidarias? Pues de la misma forma que quienes gobiernan piden mesura a los conductores de los coches que ellos fabrican, sin haberse molestado siquiera en pintar de vez en cuando las líneas de las carreteras que también ellos gobiernan. Un jaleo, ya ven ustedes.