martes, 29 de enero de 2019

La lámpara de la Verdad


Para John Ruskin, la arquitectura no sólo se basaba en la técnica de construcción, también era arte. Este sentir quedó reflejado en su libro ‘Las siete lámparas de la arquitectura’, unas leyes que todo artista debería seguir. A saber: Sacrificio, Verdad, Poder, Belleza, Vida, Memoria y Obediencia.
De todas, siento especial debilidad por la segunda, la de la Verdad. Esta lámpara ha de iluminar a la arquitectura frente a dos tipos de engaños: los de tipo estructural, donde la estructura no cumple su función; y los de la textura, donde los materiales no pueden aparentar ser otros ni donde los ornamentos se construyan con moldes.
Esta lámpara exige honestidad constructiva, donde no debería existir todo lo que no sea útil, ya que la estructura debe encontrar su utilidad en el conjunto del edificio y, de no ser así, es un engaño y un aderezo sin ningún sentido, de la misma forma que la imitación de materiales auténticos no es aceptable por el engaño que supone a la vista. Realizar una imitación marmórea o pintar el material original es una falsedad, que bien podría tildarse de rotunda aberración, ya que el tiempo, a modo de justicia poética, se encargará de dejar a la vista el verdadero soporte con el que se construyó.
Es probable que esta querencia por la verdadera arquitectura hace que Ruskin sienta una admiración absoluta por el gótico, al que consideraba un estilo único, alejado de dogmas y que se alejaba de un proceso industrial en el que comenzaba a entrar el uso del hierro. Ese respeto por la verdad y la admiración por quienes legaron los edificios del pasado es lo que le llevó con vehemencia a defender la no intervención en los edificios, ya que, en realidad, su pertenencia es de quienes lo construyeron y de las generaciones posteriores, por lo que su conservación era una obligación moral de todos los que convivían con ellos.
Realmente no existe una metodología para estas ideas conservacionistas, se trata, más bien, de una filosofía de conservación con un trasfondo moral. No existen pautas ni métodos, es algo contemplativo. Un edificio es como un ser vivo, como un ente que nace, se desarrolla y muere y que llegando al extremo de su colapso hay que ayudar al enfermo para que tenga el final más digno posible; esto es, una conservación desde un espíritu poético, ya que la ruina es la transformación natural de todo edificio y nada puede frenar de golpe esta circunstancia; aunque sí proporcionar las pautas que procuren que este trance sea menos traumático para el final natural al que se aproxima el edificio o, por lo menos, que ese final tenga la dignidad merecida, sin imposturas.

***

Como mejor se ven las cosas es con ejemplos y no se me ocurre otro mejor que el castillo de Matrera (en la provincia de Cádiz). No me extenderé más. La imagen habla por sí sola.

                               Antes de la intervención                     Después de la intervención




sábado, 26 de enero de 2019

Y sin nube supersónica



Una serie que recuerdo con especial cariño de los tiempos de mi adolescencia es ‘La bola de drac’, emitida en valenciano por la televisión autonómica Canal 9, esa que el PP se encargó de convertir en un estercolero de corrupción y de enchufismo.
Son Goku, el protagonista, cuando era niño, iba volando sobre una nube amarilla que lo llevaba a cualquier lugar a una velocidad supersónica. Pues bien, una nube de esas necesitaré durante los próximos meses.
Conozco a un constructor en Valencia con el que estuve trabajando algunos meses, antes de venir a Zaragoza. No obstante, de vez en cuando, me ha seguido llamando para hacer algún trabajo (sobre todo proyectos y certificados de ocupación), ya que de relación laboral se pasó, poco a poco, a relación de amistad. No era difícil, según lo que fuese, me enviaban los datos que yo pedía y con eso ya podía trabajar, luego se lo enviaba y él iba al colegio para que lo visaran.
La cuestión es que ahora (afortunadamente para él) le ha entrado bastante trabajo y quiere que siga siendo yo el que le haga los proyectos, con el añadido, que no serán sólo proyectos, sino también control de obras y certificaciones y, todo ellos, en Valencia, concretamente entre la Avda. del Cid y la Avda. Tres Forques, donde tiene que rehabilitar varias fachadas y hacer rehabilitaciones en el interior del edificio y en viviendas particulares, además de un chalet de nueva construcción en una población cercana a Valencia.
Teniendo en cuenta que estaré cerca del domicilio familiar no me supone un gran inconveniente. El único hándicap es que me he comprometido a que semana sí, semana no iré de visita de obra (teniendo en cuenta que pueden pasar meses sin que vaya a mi pueblo es un cambio bastante sustancial). Serán algunas horas de carretera no previstas hasta ahora. Al principio, salvo mayor necesidad, saldré de Zaragoza los jueves por la tarde y volveré el lunes por la mañana. Este viernes ya comienzo… como decía Son Goku para llamar a su nube: “Núvol supersònic!”.

martes, 22 de enero de 2019

Isla desierta



Seré breve. Necesitaría un billete de ida, sin fecha de vuelta.

sábado, 19 de enero de 2019

Complicidad


Hay veces que las palabras no salen, no fluyen para explicar una situación. Quizá sea porque no hay nada que explicar cuando no se sabe qué hay que explicar, no se sabe qué ha pasado.
Como un Teseo en el laberinto, pero sin hilo que muestre la salida.
Me viene a la memoria una entrada que escribí hace tiempo, años, allá por octubre del 12. No podría decir el motivo que me llevó a escribirla, pero sí que recuerdo dos frases que han sido una constante en mi vida, por uno u otro motivo: Una vez me dijeron que nunca pertenecería a nadie completamente… y puede que sea cierto. Desear pertenecer a alguien no ha hecho más que coserme dos grandes alas a la espalda y no hay manos o miradas que consigan arrancarlas.
Sí, no soy una persona fácil, pero, curiosamente, quien ha comprendido eso y ha profundizado en mi forma de ser es quien más ha estado a mi lado.
El invierno dará paso a la primavera y ésta al verano. Otro verano más, pero no será igual que el anterior, jamás lo será.
Esta canción de Vanesa Martín, en esta ocasión cantada a dúo con Manuel Medrano, Complicidad, habla de todo eso. Un día, sin saber por qué, te miras a los ojos y no te encuentras. ¿Qué ha pasado? ¿En qué momento? Vuelvo atrás, Teseo, sin hilo, en el laberinto.
Estoy mirando por la ventana. La niebla lo cubre todo.


sábado, 12 de enero de 2019

El faro


Una vez escuche escuché decir que ‘un niño sin abuelo, es un niño sin historia’.
No lo sé, porque yo tuve esa figura. Pero quizá mi historia hubiera sido distinta. Hubiera podido ser, entre otras muchas cosas, sobre todo sin república, sin Antonio Machado y sin Quijote. Algunas veces he pensado en todas las conversaciones que nos han quedado pendientes.
Es probable que gran parte de lo que soy, siento o pienso fuese gracias a mi abuelo materno. Siempre me decía que quería que estudiase, lo que la gente de su generación decía ‘ser alguien en la vida’. No le dio tiempo a verlo. Quizá, por eso, cuando aprobé el Proyecto Final de Carrera (PFC) y me dieron el certificado como que ya era licenciado, antes de ir a casa y enseñarlo a mis padres fui al cementerio, me puse delante de él y le dije: “Mira. Lo he conseguido. Aquí está lo que tú querías”. Creo que fue la única vez que le hablé como si estuviera vivo, como si realmente pudiera escucharme.
Mañana, 13 de enero, hará 25 años que falleció. Recuerdo ese día como si fuera ahora mismo, pero no me apetece escribir sobre aquello; es algo demasiado personal, estas palabras ya son lo suficientemente emotivas y, a pesar de los años pasados, sigo emocionándome.
Sí, mi faro era él. En cierta forma, siento que me sigue alumbrando.




sábado, 5 de enero de 2019

San Juan de Baños


Era una sensación parecida a la de alguien que se reencuentra, años después, con un amor de juventud que había olvidado.
En el viaje que hice a Palencia, en una rotonda cerca del hotel, había una señal de dirección que ponía ‘Basílica San Juan de Baños 1’. No me sonaba que hubiera ninguna basílica por la zona, pero estando tan cerca hubiera sido una inconsciencia no visitarla. Al día siguiente, temprano, la tenía delante. La iglesia visigoda San Juan de Baños… y comencé a recordar. La conocía. La había estudiado, en primero de carrera, en la asignatura de Historia de la arquitectura. ¡Sí, era ella! ¡Y la había olvidado! Fue la primera vez en mi vida que lloré delante de un edificio… la segunda y, hasta la fecha, última, no tardaría en llegar. 


Estaba ante una iglesia visigoda, un edificio único, ya que lo árabes arrasaron prácticamente todos los edificios religiosos cuando invadieron la península; quizá, esta se libró al estar dedicada a San Juan Bautista, también venerado en el islam. Se trata de la iglesia en pie más antigua de España, aunque en la actualidad no se realicen misas, únicamente alguna boda. Es un edificio del siglo VII, mandado construir por el rey visigodo Recesvinto. Cuenta la tradición que este rey volvía de batallar contra los vascones y al llegar a la zona tuvo unos dolores nefríticos. Los lugareños le recomendaron que bebiese agua de un manantial cercano, conocido por sus propiedades curativas. El rey sanó y como gratitud decidió levantar un templo a San Juan Bautista. Sea cierta o no la leyenda, el hecho es que a pocos metros del lugar hay un manantial que se dice que es aquel del que bebió Recesvinto. 


Un edificio de esas características hace que uno se sienta pequeño, insignificante. Los visigodos, un pueblo que estuvo durante casi tres siglos en España, muy desconocido en la actualidad y del que apenas quedan edificios reseñables. Estaba delante de algo único. Cerré los ojos e imaginé como aquellos hombres, de los que poco conocemos, pudieron construir este templo… el arco de herradura de la entrada, los muros, los relieves… y, de repente, sin esperarlo, noté como las lágrimas brotaban de mis ojos. Lágrimas de agradecimiento por hacerme sentir lo que estaba sintiendo.


Cuando se está delante de un edificio de esas características no hay que verlo, hay que sentirlo… tocarlo, más bien acariciar con las yemas de los dedos las partes más singulares que estén al alcance y que el frío de sus piedras penetre dentro de ti… escucharlo y que te cuente como los canteros lo parieron sillar a sillar hace más de 1.300 años. Trece siglos en mis manos. 


Y el interior, austero, tal y como era la arquitectura visigoda. Una nave central y dos laterales separadas por arcos de herradura sobre columnas marmóreas romanas. Los visigodos aprovechaban los materiales de sus predecesores. Los arcos de herradura, ya utilizados casi tres siglos antes de que los árabes lo popularizaran en la península. Es muy fácil ver la mezquita de Córdoba o la alhambra de Granada y admirarse de sus arcos; hay cosas que están al alcance de cualquiera.


Pero, quizá, lo que más me sorprendió, fue la corona votiva de Recesvinto, con la inscripción ‘Recesvinto Rex’; si bien es una copia, ya que la original está en el Museo Arqueológico Nacional de Madrid, ese era el sitio original de esta corona. Tantas y tantas veces vista en libros y la tenía allí delante. En un instante en que no me sentía observado me atreví a tocarla y, aunque fuese una copia, aún así, sentía que estaba tocando algo grande único, espectacular. 




A lo largo de la historia la iglesia ha sufrido alteraciones constructivas y su distribución ha cambiado con los siglos, ¡que Ruskin les perdone! 



Pero conserva su esencia visigoda, la de un pueblo olvidado en el tiempo y que podemos conocer gracias a edificios como este, por lo menos, despertar nuestras inquietudes.

Lateral izquierdo 

Parte trasera 

Lateral derecho 

Si queréis saber más de esta construcción os recomiendo visitar la siguiente página. Bien lo merece.

martes, 1 de enero de 2019

1 de enero. Feliz año nuevo



Y todavía es 1 de enero. Que llegue, cuanto antes, el 21.