Era una sensación parecida a la de alguien que se reencuentra, años después, con un amor de juventud que había olvidado.
En el viaje que hice a Palencia, en una rotonda cerca del hotel, había una señal de dirección que ponía ‘Basílica San Juan de Baños 1’. No me sonaba que hubiera ninguna basílica por la zona, pero estando tan cerca hubiera sido una inconsciencia no visitarla.
Al día siguiente, temprano, la tenía delante. La iglesia visigoda San Juan de Baños… y comencé a recordar. La conocía. La había estudiado, en primero de carrera, en la asignatura de Historia de la arquitectura. ¡Sí, era ella! ¡Y la había olvidado! Fue la primera vez en mi vida que lloré delante de un edificio… la segunda y, hasta la fecha, última, no tardaría en llegar.
Estaba ante una iglesia visigoda, un edificio único, ya que lo árabes arrasaron prácticamente todos los edificios religiosos cuando invadieron la península; quizá, esta se libró al estar dedicada a San Juan Bautista, también venerado en el islam. Se trata de la iglesia en pie más antigua de España, aunque en la actualidad no se realicen misas, únicamente alguna boda. Es un edificio del siglo VII, mandado construir por el rey visigodo Recesvinto. Cuenta la tradición que este rey volvía de batallar contra los vascones y al llegar a la zona tuvo unos dolores nefríticos. Los lugareños le recomendaron que bebiese agua de un manantial cercano, conocido por sus propiedades curativas. El rey sanó y como gratitud decidió levantar un templo a San Juan Bautista. Sea cierta o no la leyenda, el hecho es que a pocos metros del lugar hay un manantial que se dice que es aquel del que bebió Recesvinto.
Un edificio de esas características hace que uno se sienta pequeño, insignificante. Los visigodos, un pueblo que estuvo durante casi tres siglos en España, muy desconocido en la actualidad y del que apenas quedan edificios reseñables. Estaba delante de algo único. Cerré los ojos e imaginé como aquellos hombres, de los que poco conocemos, pudieron construir este templo… el arco de herradura de la entrada, los muros, los relieves… y, de repente, sin esperarlo, noté como las lágrimas brotaban de mis ojos. Lágrimas de agradecimiento por hacerme sentir lo que estaba sintiendo.
Cuando se está delante de un edificio de esas características no hay que verlo, hay que sentirlo… tocarlo, más bien acariciar con las yemas de los dedos las partes más singulares que estén al alcance y que el frío de sus piedras penetre dentro de ti… escucharlo y que te cuente como los canteros lo parieron sillar a sillar hace más de 1.300 años. Trece siglos en mis manos.
Y el interior, austero, tal y como era la arquitectura visigoda. Una nave central y dos laterales separadas por arcos de herradura sobre columnas marmóreas romanas. Los visigodos aprovechaban los materiales de sus predecesores. Los arcos de herradura, ya utilizados casi tres siglos antes de que los árabes lo popularizaran en la península. Es muy fácil ver la mezquita de Córdoba o la alhambra de Granada y admirarse de sus arcos; hay cosas que están al alcance de cualquiera.
Pero, quizá, lo que más me sorprendió, fue la corona votiva de Recesvinto, con la inscripción ‘Recesvinto Rex’; si bien es una copia, ya que la original está en el Museo Arqueológico Nacional de Madrid, ese era el sitio original de esta corona. Tantas y tantas veces vista en libros y la tenía allí delante. En un instante en que no me sentía observado me atreví a tocarla y, aunque fuese una copia, aún así, sentía que estaba tocando algo grande único, espectacular.
A lo largo de la historia la iglesia ha sufrido alteraciones constructivas y su distribución ha cambiado con los siglos, ¡que Ruskin les perdone!
Pero conserva su esencia visigoda, la de un pueblo olvidado en el tiempo y que podemos conocer gracias a edificios como este, por lo menos, despertar nuestras inquietudes.
Lateral izquierdo
Parte trasera
Lateral derecho
Si queréis saber más de esta construcción os recomiendo visitar la siguiente página. Bien lo merece.
2 comentarios:
Es sorprendente pensar que te emociones ante un edificio. Eso significa que sientes tu vocación. Así que, sigue conquistando tu pasión, seguro que lleva el código de la felicidad implícito.
Leo, es algo muy difícil de explicar, pero el pensar y sentir aquellas piedras es algo único.
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