sábado, 25 de septiembre de 2021

sábado, 18 de septiembre de 2021

Un acertijo lingüístico


Un artículo muy interesante que descubrí hace pocos días. El lenguaje es maravilloso y desconocido.

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Acertijo lingüístico: ¿qué palabra en español existe y se puede pronunciar, pero no se puede escribir?

El español o castellano está lleno de curiosidades. Como lengua viva, cambia con el tiempo, se adapta al uso de la sociedad, evoluciona y sorprende, incluso a los hispanoparlantes. Estos rondan el medio millón de personas, lo que convierte al español en uno de los idiomas más hablados del mundo, en constante competencia con otros como el chino, el inglés o el hindi.
Esto da lugar a una amplia variedad en el uso del español —también a errores al utilizarlo—, que sorprende cada año con nuevos términos añadidos por la RAE (Real Academia Española) al diccionario: en los últimos años la Academia ha aceptado palabras como 'zasca', 'aniridia', 'ponqué', 'veragua', 'coronavirus', 'cuarentenar' y 'emoji', entre muchas otras.
Una de las mayores curiosidades que esconde el español o castellano va mucho más allá, y supone casi una especie de acertijo lingüístico de difícil solución: ¿qué palabra de la lengua española —que sí existe— se puede pronunciar y, sin embargo, no se puede escribir? A pesar de lo que pueda parecer, se trata de un caso real, reconocido por la propia Fundéu (Fundación del Español Urgente) y la RAE.
La palabra en español que se puede decir, pero que no es posible escribir, según las actuales normas ortográficas es el imperativo de 'salirle', es decir, cuando la forma verbal 'sal' del verbo 'salir' se combina con el pronombre enclítico 'le'.
Este 'sal' + 'le', que sí se puede pronunciar ("sal-le al paso"), no se puede escribir por 2 motivos: por un lado, si se escribiese junto formaría la palabra 'salle', que se pronuncia diferente por tener la 'll'; por otro, las normas actuales no permiten el uso del guion.
"Ha sido costumbre desde hace mucho la intercalación de un guion" para formar sal-le. "No obstante, las Academias de la Lengua decidieron en la Ortografía del 2010 negar validez al uso del guion, sin ofrecer alternativas, por lo que esta palabra según las actuales normas no se puede escribir", explica Wikilengua del español, portal con el apoyo de Efe y Fundéu.
De esta forma, prosigue, "se introduce una excepción en el sistema ortográfico insólita e inexistente en otras lenguas: la de una palabra que no se puede escribir".
"Este sería el único caso en el que aparecerían dentro de una palabra española dos eles contiguas, cada una de ellas perteneciente a una sílaba diferente, secuencia fónica cuya representación se halla bloqueada en nuestro sistema gráfico, puesto que concurriría con el dígrafo ll, que solo admite interpretarse como el fonema palatal lateral sonoro /ʎ/ —o, más comúnmente, debido al fenómeno del yeísmo, el palatal central sonoro /y/—", analiza por su parte la RAE.
"Así pues, nuestro sistema ortográfico no cuenta con recursos para representar la secuencia fónica consistente en la articulación de dos eles seguidas dentro de una palabra, lo que en español resulta, por otra parte, absolutamente excepcional; las grafías salle al encuentro o sal•le al encuentro no se consideran, pues, correctas", añade la Academia.
¿Cuál es la solución, entonces? La RAE solo propone alternativas que no impliquen el uso de esta palabra, como "sal al encuentro a esta persona", "sal a su encuentro", "hay que salir al encuentro de...", etc.
"Lo natural es que, en su lugar, se generen expresiones en las que el pronombre de dativo se sustituye por el sintagma correspondiente (o, incluso, por un posesivo: sal a su encuentro) o en las que el verbo salir aparece en infinitivo como núcleo de una perífrasis modal de obligación (tener que + infinitivo; deber + infinitivo; haber de + infinitivo; la impersonal haber que + infinitivo)", plantea.
Hace 10 años, fue la persona autora del blog Un arácnido, una camiseta la que se dio cuenta de este misterio de la lengua española, a la que catalogó como "bug del español".

sábado, 11 de septiembre de 2021

Mi 11-S de 2001



Siempre procuraba aprobar las asignaturas más complicadas durante el curso, ya que tenía la ventaja de poder asistir a tutorías, y las que eran más asequibles (si no llegaba) dejarlas para septiembre. Ese curso me quedaron dos asignaturas bastante marías, de esas que son fáciles de aprobar: tasaciones inmobiliarias y restauración monumental. Ambas eran de estudiar (especialmente la primera), pero la materia no era excesivamente complicada, así que tuve un verano bastante tranquilo, dos o tres horas todos los días desde mediados de julio hasta finales de agosto eran suficientes.
El primer examen fue el de tasaciones, aproximadamente sobre el 30 de agosto, y el de restauración sobre el 6 de septiembre. Aprobé tasaciones, creo recordar que con un 7’5 (una parte del objetivo estaba cumplida). Hice el examen de restauración, siempre lo recordaré, eran cinco preguntas. Es evidente que no las recuerdo con exactitud, pero serían algo así como: proceso constructivo de la mezquita de Córdoba; traslado de monumentos y edificios; características de la arquitectura visigoda; humedades, limpieza y tratamientos de revocos artísticos; y, la última, algo de criterios estéticos culturales. Salí del examen convencido que había aprobado, ya que de las cinco había respondido correctamente a tres y las otras dos las había contestado y dibujado cosas por asegurar una buena nota.

Como estaba tan seguro del aprobado decidí volver a casa, ahora comenzaban realmente mis vacaciones hasta que comenzase el nuevo curso. David, un compañero del piso que es de Játiva, se quedaba porque todavía le quedaba algún examen por hacer, así que le dije que cuando saliera mi aprobado (así de chulo era yo) me llamase. El día 11, sobre las 10 de la mañana, llamó a casa de mis padres (entonces el móvil era algo que quedaba un poco lejos) y recuerdo que le pregunté:

- ¿Qué me han puesto… un 7, un 8 ó un 9?

Su respuesta fue:

- Un 4.

Me quedé blanco, en silencio y sin saber qué habría pasado, así que me tocaba volver, ya que la revisión era el día 12. A las 2 de la tarde salí y paré, recuerdo que en Viver, sobre las 3, para tomar un café. Vi que la gente estaba viendo la televisión y yo escuchaba la palabra ‘atentado’, pero no le presté mucha atención porque pensaba que era algo sin importancia de ETA, ya que en aquellos tiempos la banda estaba bastante debilitada. Pagué y seguí mi viaje tranquilamente hacia Zaragoza escuchando CDs de música, entonces siempre escuchaba Héroes del Silencio. Volví a parar en Calamocha para tomar otro café y desde el teléfono del bar llamé a mi madre. Sus primeras palabras fueron:

- ¿Te has enterado de lo que ha pasado?

Al mismo tiempo que ella me lo preguntaba yo estaba viendo la televisión y me quedé alucinado viendo los aviones estrellarse en las torres. Me despedí de mi madre rápidamente y continué mi viaje hasta Zaragoza escuchando las noticias de la radio. Cuando llegué fui con mi compañero a la cafetería que había debajo del piso y allí estuvimos viendo noticias hasta tarde.
Hay fechas muy significativas que todo el mundo recuerda lo que estaba haciendo en ese momento. Muchos recuerdan dónde estaban o qué estaban haciendo el día que mataron a Kennedy, cuando el hombre llegó a la luna o cuando mataron a John Lennon. En mi caso, en los dos primeros no había nacido y en el tercero era muy pequeño; sin embargo, aunque no recuerde qué hice la semana pasada, siempre recordaré que tal día como hoy de hace veinte años, el 11 de septiembre de 2001, iba de viaje a Zaragoza porque al día siguiente tenía una revisión del examen de restauración monumental.

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Por cierto… en la revisión, analizando el examen con el profesor, mi nota real era un 8’5. El profesor, un hombre a punto de jubilarse y con mucha afición a beber whisky y vino, con voz estridente me dijo que en el acta me iba a poner un aprobado (5); le protesté y en lugar de reconocer su error en la corrección (estaría bajo los efectos del alcohol cuando corregía) me respondió que si me hubiera esforzado durante el cuatrimestre me hubiera puesto la nota real, pero por ser septiembre y haberle ‘jodido’ las vacaciones por tener que hacerle trabajar preparando el examen, corregirlo y e ir a la revisión esa era la nota que me ponía (de unos veinte que nos presentamos creo que aprobamos dos o tres... imagino que a todos diría lo mismo). Así de peculiar era Fernando Navarro.
Salí de allí contrariado. Contento por haber aprobado, pero cabreado porque no puso mi nota real. Comí y por la tarde, ahora de verdad, volvía a casa para comenzar las dos semanas de vacaciones que quedaban antes de comenzar el nuevo curso, que iba a ser el último.

sábado, 4 de septiembre de 2021

Un par de botas, de Vincent Van Gogh



Varias veces he dicho que no entiendo de pintura. Alguien, como yo, que ha estado tres o cuatro veces en el Museo del Prado, entra a las 9 de la mañana y sale a las 5 de la tarde habiéndolo visto todo no puede ser más que un sacrílego en el arte de los pinceles.
No obstante, hay ciertos cuadros que me atraen simplemente por lo que estoy viendo. Que nadie me pregunte por técnicas, sólo lo que estoy viendo y, modestamente, creo que podría fijarme en detalles si lo analizo de la misma forma que analizo, por ejemplo, una catedral. Fijarse en detalles concretos para poder decir algo más que ‘me gusta’.
Hace unos meses escribí sobre ‘Cosiendo la vela’, de Joaquín Sorolla. Ahora querría hacerlo sobre un cuadro que me entusiasma, ‘Un par de botas’, de Vincent Van Gogh.
La desconocida atracción que siento por este cuadro me lleva a imaginar qué llevó al pintor a pintarlas y, para ello, tengo que ver, aunque sea muy de pasada, el tipo de cuadros que él solía pintar. Y, quizá, ese día en concreto miró todo lo que le rodeaba y lo único que vio fueron esas botas, como cuando alguien no quiere ver nada más, simplemente esas viejas botas.
El genio holandés no pintó escenas bíblicas ni mitológicas, no retrató a reyes ni a nobles, ni a autoridades civiles o militares; no pintó catedrales ni paisajes exóticos como su amigo Gauguin, a lo sumo algunas postales, como ‘Los comedores de patatas’, pero postales al fin y al cabo. Por lo poco que he leído sobre su biografía no aceptaba encargos.
Esa libertad por seguir su propio camino le costó el precio de vivir de espaldas al mercado del arte, pero no de espaldas a la historia del arte. Renunció al mercantilismo del arte y simplemente pintó lo que tenía delante de los ojos… y ese día serían sus viejas botas. Esas botas nos lo dicen todo de él… de su arte… de su persona… de cómo piensa un genio. Esa visión de lo cotidiano le hizo pasar a la historia.
He leído que cuando Picasso viajó a Arlés leyó en los periódicos locales la muerte del genio holandés. Recortó la noticia y durante muchos años llevó ese recorte de bolsillo en su cartera. Con este gesto, Picasso sabría el camino que tenía que seguir.