Siempre tendemos a estudiar la historia tal como sucedió o pudo haber sucedido, lo cual no deja de ser una enorme injusticia para todos aquellos que propiciaron esos acontecimientos.
Dejamos que los hechos solapen la vida de las personas que lo hicieron posible y que caen en el más injusto olvido. En esta ocasión, y puesto que se acerca el 14 de abril, quiero rendir homenaje a esos personajes que con su esfuerzo, tesón y lucha dieron la oportunidad a este país de vivir la más maravillosa utopía de toda su historia: La II República. Sirvan estas líneas y la singularización en estos dos personajes para recordarlos a todos.
Fue don Vicente Blasco Ibáñez el más republicano de todos nuestros escritores. Podemos decir que nació y, naturalmente, murió, republicano. Nació en Valencia un 29 de enero de 1867 y murió en Menton (Francia) el 28 de enero de 1928.
Cursó los estudios de Derecho, en la Universidad de Valencia, licenciándose en 1888, a pesar de que prácticamente no ejerció dicha carrera. Dividió su vida entre la política y la literatura. Se definía como un hombre de acción, antes que como un literato. Periodista siempre comprometido, se inició como tal en las páginas de una publicación antimonárquica "La Bandera Federal", semanario distribuido gratis en la región valenciana y fundado por el propio Blasco en 1889, cuando contaba veintidós años. Se trataba de una publicación del republicanismo federal más radicalizado. Pero la aportación más extensa y más apasionante del Blasco periodista a la causa de la república española fue el diario El Pueblo. Fundó este "diario republicano de la mañana" el 12 de noviembre de 1894. Allí, durante años, publicó nuestro gran novelista cientos de artículos, con el vigor y impulso de luchador que siempre le caracterizó. Este diario fue para Blasco Ibáñez su barricada personal, donde se batía contra tirios y troyanos, en lucha desigual contra la censura de la Restauración, que secuestraba el periódico y le llevaba a comparecer en sucesivos consejos de guerra. Fue detenido en 1896 y condenado a varios meses de prisión. Entre los años 1898 y 1907, ocupó escaño en el Congreso de los Diputados representando al Partido Republicano, denominado Unión Republicana, entre el republicanismo unitario y el federalista, más tarde por discrepancias se integró al Partido de Unión Republicana Autonomista.
El novelista y republicano valenciano recibió el encargo personal del Presidente Raymond Poincairé de escribir una novela sobre la guerra. Y ésta fue "Los cuatro jinetes del Apocalipsis" (1916), que cautivó al público norteamericano, llegando a ser leída más que la propia Biblia en dicho país. Entres sus obras literarias, cabría destacar:
A los pies de Venus (1926). Argentina y sus grandezas (1910). Arroz y tartana (1894). Cañas y barro (1902). Cuentos valencianos. El caballero de la Virgen. El femater (1893). El intruso (1904). El papa del mar (1925). El paraíso de las mujeres (1922). El préstamo de la difunta. El sol de los muertos. En busca del Gran Khan. Entre naranjos (1900). El fantasma de las alas de oro. Flor de mayo (1895). La araña negra (1892). La Barraca (1898). La bodega (1904/5). La catedral (1903). La horda (1905). La maja desnuda (1906). La Tierra de Todos (1922). Los argonautas (1915). Los cuatro jinetes del Apocalipsis (1916). Los fanáticos (1894). Los muertos mandan (1909). Luna Benamor (1909). Mare Nostrum. Novelas de la costa azul. Oriente. Puesta de sol. Sangre y arena (1908). Sónnica la cortesana (1901). Vistas sudamericanas. ¡Viva la república! (1893). La voluntad de vivir (1907; obra publicada en 1953). La vuelta del mundo de un novelista.
Aunque por algunos críticos se le ha incluido entre los escritores de la Generación del 98, la verdad es que sus coetáneos no le admitieron entre ellos. Vicente Blasco Ibáñez fue un hombre afortunado en todos los órdenes de la vida y además se enriqueció con la literatura, cosa que ninguno de ellos había logrado. Además, su personalidad arrolladora, impetuosa, vital, le atrajo la antipatía de algunos. Sin embargo, pese a ello, el propio Azorín, uno de sus detractores, ha escrito páginas extraordinarias en las que manifiesta su admiración por el escritor valenciano.
En sus últimas horas, tras un delirio que le llevó a musitar estas palabras:"¡Es Victor Hugo! Que pase, que pase. Mi jardín…, mi jardín…"
No alcanzó a vivir Blasco para ver el fin de la dictadura primorriverista, la posterior caída de la monarquía y la instauración de su ansiada República ¡Lástima! Pero el pueblo sí se acordó de él. Y un gobierno de derechas, pero republicano, devolvió con todos los honores sus restos a la ciudad que le había visto nacer.
A bordo del acorazado "Jaime I", al que escoltaban los destructores de la Armada "Churruca" y "Alcalá Galiano", acompañados por el crucero francés "Lorraine", los restos de Blasco Ibáñez atravesaron el Mediterráneo con rumbo a Valencia.
A las once y media de la mañana del domingo treinta de Octubre de 1933, la grúa del "Jaime I" depositaba en el muelle de Poniente el féretro cubierto con la bandera nacional. En la tribuna, el presidente de la República, Niceto Alcalá Zamora, ministros, diputados y autoridades militares; Macía, presidente de la Generalidad de Cataluña, acompañado de varios consellers; autoridades municipales y otras personalidades, entre ellas, Lerroux, Gordón Ordax y Botella Asensi. Los buques de guerra comenzaron a disparar salvas de veintiún cañonazos, las tropas presentaron armas y la banda de música entonó el himno nacional.
A hombros de cuatro marinos y escoltados por dos hileras de tropas de marinería, los restos de Vicente Blasco Ibáñez fueron conducidos ante la tribuna presidencial y depositados en un armón de Artillería. Alcalá Zamora descendió de la tribuna y permaneció largo rato contemplando el féretro, formando él en solitario la primera presidencia del duelo al ponerse en marcha la comitiva. Cuarenta aviones e hidros evolucionaban a baja altura sobre la ciudad y arrojaban flores al sobrevolar el féretro. La capilla ardiente quedó instalada en la Lonja, donde permanecería una semana hasta la inhumación definitiva. Cuatrocientas mil personas, muchas de ellas llegadas de todos los rincones de España, se estima que participaron en este postrer homenaje al escritor republicano.
Hoy D. Vicente es uno de los grandes olvidados de nuestra literatura. Al borrón franquista le ha seguido el "olvido" de los partidos de la segunda restauración borbónica. No importa que se trate del novelista español del siglo XX más leído en el mundo y que mayores éxitos cosechó en la industria cinematográfica. Tampoco da mucho más que haya sido uno de los grandes periodistas y el de más fama fuera de las fronteras nacionales. Y no es de mayor interés que haya sido la suya toda una vida fiel a unas ideas y a unos principios, tanto en la pobreza y la derrota, como en el triunfo y la opulencia... No, ningún mérito parecerá suficiente al régimen actual y a su conglomerado cultural cuando se trate de una persona republicana de cepa y abolengo, que no perdió oportunidad para combatir con su pluma, con su voz y su fortuna por la causa de la libertad, de la igualdad y del progreso.
Vicente Blasco Ibáñez, no se casó por la Iglesia ni bautizó a sus hijos ni quiso sacerdotes en su entierro, siempre luchó contra esos males eternos de España llamados monarquía borbónica, militarismo, clericalismo y fanatismo religioso: "¡peligro!".
Victora Kent Siano nació en Málaga, el 3 de marzo de 1892, hija de un modesto sastre y una humilde ama de casa. Pasó su infancia en su ciudad natal hasta que en 1917, va a Madrid a estudiar bachillerato y se instala en la Residencia de Señoritas, el Lyceum Club, que fundara Maria Maeztu, en 1915, y de la que llegó a ser secretaria-residente.
En 1920 ingresa en la Facultad de Derecho de la Universidad Central (actual Universidad Complutense de Madrid), donde en 1924 se doctora en Derecho y es la primera mujer española abogado de Madrid, junto con Clara Campoamor. Ya en esta su actividad jurídica, se convierte en la pionera de los abogados laboralistas, destacando su actuación en el Sindicato Nacional Ferroviario y funda el Sindicato Nacional de Mujeres abogados. Defiende en 1930 a Alvaro de Albornoz, miembro del Comité Revolucionario Republicano, detenido y procesado junto con los que después formaron el primer Gobierno de la República, a raíz de la sublevación de Jaca, siendo la primera mujer que actúa ante un Consejo de Guerra.
Militante del partido Radical Socialista, Alcalá Zamora le ofrece personalmente, en 1931, la Dirección General de Prisiones. Inicia así, heredera de Concepción Arenal, su particular revolución carcelaria: fuera celdas de castigo, fuera grilletes y cadenas y fuera la lamentable alimentación. Levanta un busto a su antecesora en el Parque del Oeste, establece la libertad condicional para sexagenarios y dota a las cárceles de calefacción. Impone la libertad vigilada y buzones para que los presos puedan dirigirse a ella con sus quejas, fuera de la vigilancia de los carcelarios. Y como medida espectacular, siéndolo todas ellas, excarcela a todos los mayores de setenta años.
Antes de dimitir crea la cárcel de mujeres de Ventas (Madrid), con mejoras especiales para reclusas que son madres y funda el Cuerpo Femenino de Prisiones y el Instituto de Estudios Penales, cuya dirección encomienda a su maestro Jimenéz de Asua. "Hay que proteger a la sociedad, sí; pero también debe protegerse al prisionero frente a la prisión", manifestaba.
Con motivo de las discusiones para conseguir el sufragio femenino, se posicionó en contra de otorgar de forma inmediata el voto a las mujeres. Su opinión era que la mujer española carecía en aquel momento de la suficiente preparación social y política como para votar responsablemente, por lo que, por influencia de la Iglesia, su voto sería conservador, lo que perjudicaría a los partidos de izquierdas. Sostuvo una polémica al respecto con otra representante feminista en las cortes, Clara Campoamor. Esto le acarreó cierta impopularidad, no obteniendo acta de diputada en las elecciones del 19 de noviembre de 1933. Al año siguiente abandonó la Dirección General de Prisiones.
En las elecciones del 16 de febrero de 1936, Victoria Kent fue elegida diputada por Madrid, en las listas de Izquierda Republicana, que formaba parte del Frente Popular. Durante la guerra civil se hizo cargo de la creación de refugios para niños y de las guarderías infantiles. El gobierno de la República la envió a Francia como Primera Secretaria de la embajada republicana en París, para que se encargara de las evacuaciones de los niños. Permaneció en Francia hasta el final de la guerra, a cuyo término colaboró en la salida de los refugiados españoles hacia América. Sin embargo, no pudo seguir el mismo camino y fue sorprendida por la invasión nazi. Al ser ocupada París por la Wehrmacht el 14 de junio de 1940, Victoria Kent se refugió en la embajada mexicana, donde permaneció refugiada durante un año, al estar su nombre en la lista negra entregada por la policía franquista al gobierno colaboracionista de Vichy, la Cruz Roja le proporcionó un apartamento cerca del Bois de Boulogne, donde vivió hasta la liberación con una identidad falsa: la de Madame Duval. En este tiempo en la capital fancesa escribió "Cuatro años en París", novela autobiográfica narrada en tercera persona cuyo protagonista, Plácido, es un alter ego de la autora.
En 1948 marchó a México, donde dio clases de Derecho Penal en la Universidad, fundando la Escuela de Capacitación para el Personal de Prisiones, de la que fue directora durante dos años. Llamada por la ONU, en 1949 viajó a Nueva York para colaborar en la Sección de Defensa Social, con el encargo de estudiar el lamentable estado de las cárceles de Iberoamérica, cargo que abandonó poco después por ser excesivamente burocrático. En Nueva York fundó y dirigió la revista Ibérica desde 1954 a 1974, en la que publicaba las noticias llegadas desde España para los exiliados republicanos en Estados Unidos. Aunque viajó a España en 1977, volvió a Nueva York, donde pasó el resto de sus días hasta su muerte en 1987, siendo una de las mujeres españolas más importantes de este siglo, con Federica Montseny, Margarita Nelken, Dolores Ibarruri y Clara Campoamor. Hoy olvidada, gracias a ella muchos desgraciados, condenados por la siempre justicia española, se vieron libres de cadenas y recuperaron su dignidad humana.
Salud y República.
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