La envidia siempre es envidia. Supongo que se inventó el término envidia sana para disfrazarla, cuando realmente no deja de ser un sentimiento de querer o de ansiar lo que otra persona tiene y, es posible que, nunca se alcance. Pues bien, en cierta forma, yo tengo envidia, diré que sana para que quede más diplomático, de la gente que vive en los pueblos.
Al referirme a pueblo no lo comparo con nada, donde yo vivo hay 44.000 habitantes pero si lo comparamos con Madrid, por ejemplo, apenas somos una aldea. Cuando me refiero a pueblo, lo que para mí sería lo ideal, pienso en núcleo de gente no superior a 2.000 vecinos.
Siempre he creído que el vivir en un pueblo no deja de ser un privilegio, un privilegio destinado a unos cuantos. Es evidente que la ciudad, entiéndase como ciudad grandes centros urbanos, tiene unas ventajas, pero es posible que si ponemos en una balanza unas y otras ganen las del pueblo. El pueblo te da una libertad que no puede darte una ciudad. Con esto no quiero decir que la segunda sea una cárcel pero hay elementos, situaciones, vivencias que hacen que así sea. Son cosas inexplicables. Paradójicamente, hay más gente de ciudad que querría vivir en pueblo que gente de pueblo que quisiera vivir en ciudad.
Posiblemente al pronunciar la palabra pueblo o decir que alguien es de pueblo, se suele asociar a incultura, España profunda o catetismo. Conozco gente que piensa así. Nada más lejos de la realidad. De hecho ¿Cuánta gente de ciudad se va a los pueblos a veranear? ¿Cuánta gente de pueblo se va a la ciudad a veranear? Es pura lógica. Por eso me resulta cómico que los paletos de ciudad, que hablan con menosprecio de los pueblerinos, cuando llega el periodo estival arrasan la tranquilidad de estos sin importarle nada. De todas formas habría que preguntarle a esos pueblerinos que piensan de los ciudadanos que los invanden en ciertas épocas.
Quizá haya quien piense que la ciudad es lo mejor por todo lo que posee y que se echa de menos en los pueblos, bueno, para gustos los colores. También es cierto que si a una persona, acostumbrada a la apacible vida del pueblo la sacan de su entorno y la llevan a la ciudad lo pasaría mal, muy mal. Aunque no sea un hecho real, pero el ejemplo de esto que digo podría ser el caso de Heidi. Creo que todos lo conocemos y no hace falta explicarlo.
En fin, espero que la imagen romántica de pueblo, la de inviernos fríos, veranos calurosos con noches frescas, montañas protectoras, río cercano, olor a pan, canto del gallo por la madrugada, paseos entre caminos de vegetación virgen, tranquilidad y cualquier idea que pueda sugerir esa palabra, no se rompa nunca. Que los especuladores no alteren esa idiosincrasia en beneficio de aquellos que viven en las ciudades y creen que pueden alterarlo todo construyendo horribles chalets que rompen con todo el ambiente. Gente que dice que se va al pueblo a descansar pero que no podría vivir porque allí no hay nada. Y yo me pregunto ¿No hay nada? Simplemente hay libertad.
Dedico esta entrada a una persona que tiene la suerte de vivir en un pueblo y que me ha animado a escribir sobre ello.
Al referirme a pueblo no lo comparo con nada, donde yo vivo hay 44.000 habitantes pero si lo comparamos con Madrid, por ejemplo, apenas somos una aldea. Cuando me refiero a pueblo, lo que para mí sería lo ideal, pienso en núcleo de gente no superior a 2.000 vecinos.
Siempre he creído que el vivir en un pueblo no deja de ser un privilegio, un privilegio destinado a unos cuantos. Es evidente que la ciudad, entiéndase como ciudad grandes centros urbanos, tiene unas ventajas, pero es posible que si ponemos en una balanza unas y otras ganen las del pueblo. El pueblo te da una libertad que no puede darte una ciudad. Con esto no quiero decir que la segunda sea una cárcel pero hay elementos, situaciones, vivencias que hacen que así sea. Son cosas inexplicables. Paradójicamente, hay más gente de ciudad que querría vivir en pueblo que gente de pueblo que quisiera vivir en ciudad.
Posiblemente al pronunciar la palabra pueblo o decir que alguien es de pueblo, se suele asociar a incultura, España profunda o catetismo. Conozco gente que piensa así. Nada más lejos de la realidad. De hecho ¿Cuánta gente de ciudad se va a los pueblos a veranear? ¿Cuánta gente de pueblo se va a la ciudad a veranear? Es pura lógica. Por eso me resulta cómico que los paletos de ciudad, que hablan con menosprecio de los pueblerinos, cuando llega el periodo estival arrasan la tranquilidad de estos sin importarle nada. De todas formas habría que preguntarle a esos pueblerinos que piensan de los ciudadanos que los invanden en ciertas épocas.
Quizá haya quien piense que la ciudad es lo mejor por todo lo que posee y que se echa de menos en los pueblos, bueno, para gustos los colores. También es cierto que si a una persona, acostumbrada a la apacible vida del pueblo la sacan de su entorno y la llevan a la ciudad lo pasaría mal, muy mal. Aunque no sea un hecho real, pero el ejemplo de esto que digo podría ser el caso de Heidi. Creo que todos lo conocemos y no hace falta explicarlo.
En fin, espero que la imagen romántica de pueblo, la de inviernos fríos, veranos calurosos con noches frescas, montañas protectoras, río cercano, olor a pan, canto del gallo por la madrugada, paseos entre caminos de vegetación virgen, tranquilidad y cualquier idea que pueda sugerir esa palabra, no se rompa nunca. Que los especuladores no alteren esa idiosincrasia en beneficio de aquellos que viven en las ciudades y creen que pueden alterarlo todo construyendo horribles chalets que rompen con todo el ambiente. Gente que dice que se va al pueblo a descansar pero que no podría vivir porque allí no hay nada. Y yo me pregunto ¿No hay nada? Simplemente hay libertad.
Dedico esta entrada a una persona que tiene la suerte de vivir en un pueblo y que me ha animado a escribir sobre ello.
5 comentarios:
Soria, de alguna manera, también es un pueblo grande. Se vive a gusto aquí. Saludos.
Luis; Sí, Soria por sus condiciones podría considerarse así. Quizá una de las pocas capitales que queden donde la especulación no lo haya arrasado todo... Miedo me da la autovía que están haciendo...
Un saludo.
Me ha conmovido tu artículo, de verdad, me siento muy identificada y quiero darte las gracias por este pequeño homenaje que nos haces a la gente que vivimos en pueblos pequeños; porque sí, soy de pueblo, y siempre me he sentido muy orgullosa de serlo, me siento privilegiada por poder seguir aquí, compartiendo mi vida con los de siempre, poder dejar a tus hijos en la plaza del pueblo sin temor, dejar la llave puesta en tu puerta, o hacer de un simple paseo un encuentro con la naturaleza mas pura.
En fin ...
un fuerte abrazo
Marta; Entonces eres de las afortunadas. La gente de pueblo tenéis una vida especial, única, quizá sin demasiados lujos en el sentido de poder ir al cine cuando quieras o ir de compras (me refiero sin tener que desplazarte), pero curiosamente esas cosas, a las que mucha gente no puede renunciar, lo suplís con otras cosas que solamente tenéis el privilegio de disfrutar vosotros.
Un beso.
Se dice que "pueblo chico, infierno grande"; pero pese a eso, pueden darse ciertas comodidades adicionales a lo natural. Lo mejor es vivir en un pueblo relativamente cerca de una ciudad...pero que no pierda el encanto de pueblo ni se vea amenazado por el crecimiento desordenado de las ciudades (como a veces pasa).
Y hay una mirada con cierto desdén desde el ciudadano al pueblerino...pero éste, con su sabiduría natural, a veces tiene soluciones más sencillas que el tecnologizado habitante de la metrópolis.
Saludos afectuosos, de corazón.
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