Hice en la anterior entrada una referencia a Benedicto XIII, el Papa Luna. Siguiendo con la misma temática, creo que también merece mención otro personaje muy ligado a D. Pedro Martínez de Luna; se trata del que fue su sucesor, el turolense Gil Sánchez Muñoz que tomó el nombre de Clemente VIII y cuyo papado duró poco más de cinco años, hasta que abdicó por presiones políticas, y acabó siendo obispo de Mallorca, catedral en la que está enterrado.
Sánchez Muñoz nació en Teruel en 1370 y provenía de una de las familias más influyentes de la ciudad. Llama la atención que siendo el primogénito y pudiéndose dedicar al ejercicio de las armas decidiese la carrera eclesiástica, posiblemente influenciado por un tío suyo. Hacia los quince años de edad empezaría los estudios de leyes que, tras cuatro o cinco cursos, le permitirían alcanzar el grado de bachiller y parece confirmarse también su formación universitaria, puesto que en 1429 se le califica como ‘doctor en decretos’. Tras dos años más de estudios, consiguió el título de ‘licenciado’ e ingresaría en la facultad de Teología y tras siete u ocho años obtendría el título de ‘doctor’.
Tras ello, Benedicto XIII le otorgaría la chantría de la catedral de Gerona, con la misión de dirigir las actividades del coro y organizar el canto litúrgico. En 1402 fue nombrado vicario general de la diócesis de Valencia compaginando el cargo con otros nombramientos eclesiásticos de cura párroco en poblaciones como Sueca y Cullera, el arciprestazgo de Santa María o de la iglesia de San Martín, ambas en Teruel.
La culminación de su promoción eclesiástica al pontificado en los años finales del gran cisma de la Iglesia de Occidente se puede entender en primer lugar por el grado de amistad y relación que pudo tener con sus antecesores Clemente VII y Benedicto XIII en Aviñón y Peñíscola, así como por el interés político del rey Alfonso V el Magnánimo en mantener un pontífice aragonés a su lado frente a la influencia de Francia sobre Martín V. Incluso parece que Gil acompañó ya en 1405 al Papa Luna, cuando éste encabezó una escuadra naval contra el recién electo papa Inocencio VII. Lo cierto es que el 10 de junio de 1423 fue elegido papa en el castillo de Peñíscola por un cónclave compuesto únicamente por tres cardenales de los cuatro que nombró en vida su antecesor Benedicto XIII, es decir, Dominique Bonnefoi, Jimeno Doha y Julián de Loba.
El cuarto cardenal, Jean carrier, no estuvo presente en la elección –tildándola de simoniaca– y creyéndose como el único con derecho a voto, acabó eligiendo en 1425 a Bernard Garnier, sacristán de Rodez, como verdadero sucesor del papa Luna con el nombre de Benedicto XIV. Incluso un nuevo cardenal creado por Garnier eligiría después al mismísimo Jean carrier como Papa, quien paradójicamente tomó el mismo nombre de Benedicto XIV que había ostentado su predecesor; pero esto ya es otra historia más rocambolesca y grotesca que, quizá, en otra ocasión cuente.
El Concilio de Constanza de 1414 ya había supuesto la confirmación de Martín V como único pontífice de la Iglesia Católica, tras el sometimiento del antipapa Juan XXIII, la abdicación de Gregorio XII y la deposición del propio Papa Luna. A la muerte de este último en 1423, la reina María, esposa de Alfonso V el Magnánimo, no dudó en mandar al gobernador de Castellón para que las tropas reales se apoderaran por la fuerza de la sede de Peñíscola y sus moradores cismáticos. Sin embargo, el rey Alfonso V revocó las disposiciones de su esposa y en 1424 ordenó al Reino de Valencia que entregara a Clemente VIII una cantidad anual de 16.000 florines de oro para su mantenimiento y supervivencia en respuesta a la excomunión dictada contra él por Martín V, sin embrago, sólo percibió un total de 7.000 florines, hasta el punto que, para poder sobrevivir, tuvo que empeñar un diamante. Esto explicaría, que el acto de autocoronación en el castillo de Peñíscola tuviese lugar tres años después de ser nombrado Papa. Una vez proclamado, Marín V envió un legado papal para zanjar el problema de manera definitiva.
En este contexto es en el que se inician las maniobras disuasorias de Alfonso V de Aragón sobre el Papa turolense, ya que quiere ser rey de Nápoles y, para ello, necesita la investidura del Papa de Roma. Por ello, convoca las Cortes en Teruel y no muestra escrúpulos a la hora de conseguir sus fines. Mata al juez de Teruel en plena sala del concejo por atreverse a llamarle la atención. Con estos precedentes, cuando Alfonso V pide la abdicación de Clemente VIII éste no tardará ni 24 horas en firmar. Aquí, oficialmente, se pone fin al Cisma de Occidente. De esta nueva situación salen ganando los Borja, que finalmente serán Papas en Roma, y Alfonso V, que es entronizado rey de Nápoles.
Gil recibió 4.000 florines de oro en compensación por los bienes de su propiedad que estaban en el castillo de Peñíscola y que habían sido confiscados. Ya sin la dignidad pontifical fue a Valencia para seguir disfrutando de las rentas de sus cargos eclesiásticos, con el beneplácito del Rey de Aragón y del Papa. En 1429 tomaría posesión del obispado de Mallorca hasta que falleció, en 1447, siendo enterrado en la catedral de dicha ciudad.
Básicamente, así se podría resumir su biografía. Se podría hacer una reseña mucho más extensa, pero con esto lo considero suficiente. Gil Sánchez Muñoz es, sin duda alguna, un personaje desconocido a la sombra de su antecesor, Benedicto XIII. Víctima, al igual que el anterior, de intrigas políticas, un verdadero juego de tronos en el que los perdedores recibieron el injusto castigo del olvido. Cada cual que saque sus propias conclusiones.
Sánchez Muñoz nació en Teruel en 1370 y provenía de una de las familias más influyentes de la ciudad. Llama la atención que siendo el primogénito y pudiéndose dedicar al ejercicio de las armas decidiese la carrera eclesiástica, posiblemente influenciado por un tío suyo. Hacia los quince años de edad empezaría los estudios de leyes que, tras cuatro o cinco cursos, le permitirían alcanzar el grado de bachiller y parece confirmarse también su formación universitaria, puesto que en 1429 se le califica como ‘doctor en decretos’. Tras dos años más de estudios, consiguió el título de ‘licenciado’ e ingresaría en la facultad de Teología y tras siete u ocho años obtendría el título de ‘doctor’.
Tras ello, Benedicto XIII le otorgaría la chantría de la catedral de Gerona, con la misión de dirigir las actividades del coro y organizar el canto litúrgico. En 1402 fue nombrado vicario general de la diócesis de Valencia compaginando el cargo con otros nombramientos eclesiásticos de cura párroco en poblaciones como Sueca y Cullera, el arciprestazgo de Santa María o de la iglesia de San Martín, ambas en Teruel.
La culminación de su promoción eclesiástica al pontificado en los años finales del gran cisma de la Iglesia de Occidente se puede entender en primer lugar por el grado de amistad y relación que pudo tener con sus antecesores Clemente VII y Benedicto XIII en Aviñón y Peñíscola, así como por el interés político del rey Alfonso V el Magnánimo en mantener un pontífice aragonés a su lado frente a la influencia de Francia sobre Martín V. Incluso parece que Gil acompañó ya en 1405 al Papa Luna, cuando éste encabezó una escuadra naval contra el recién electo papa Inocencio VII. Lo cierto es que el 10 de junio de 1423 fue elegido papa en el castillo de Peñíscola por un cónclave compuesto únicamente por tres cardenales de los cuatro que nombró en vida su antecesor Benedicto XIII, es decir, Dominique Bonnefoi, Jimeno Doha y Julián de Loba.
El cuarto cardenal, Jean carrier, no estuvo presente en la elección –tildándola de simoniaca– y creyéndose como el único con derecho a voto, acabó eligiendo en 1425 a Bernard Garnier, sacristán de Rodez, como verdadero sucesor del papa Luna con el nombre de Benedicto XIV. Incluso un nuevo cardenal creado por Garnier eligiría después al mismísimo Jean carrier como Papa, quien paradójicamente tomó el mismo nombre de Benedicto XIV que había ostentado su predecesor; pero esto ya es otra historia más rocambolesca y grotesca que, quizá, en otra ocasión cuente.
El Concilio de Constanza de 1414 ya había supuesto la confirmación de Martín V como único pontífice de la Iglesia Católica, tras el sometimiento del antipapa Juan XXIII, la abdicación de Gregorio XII y la deposición del propio Papa Luna. A la muerte de este último en 1423, la reina María, esposa de Alfonso V el Magnánimo, no dudó en mandar al gobernador de Castellón para que las tropas reales se apoderaran por la fuerza de la sede de Peñíscola y sus moradores cismáticos. Sin embargo, el rey Alfonso V revocó las disposiciones de su esposa y en 1424 ordenó al Reino de Valencia que entregara a Clemente VIII una cantidad anual de 16.000 florines de oro para su mantenimiento y supervivencia en respuesta a la excomunión dictada contra él por Martín V, sin embrago, sólo percibió un total de 7.000 florines, hasta el punto que, para poder sobrevivir, tuvo que empeñar un diamante. Esto explicaría, que el acto de autocoronación en el castillo de Peñíscola tuviese lugar tres años después de ser nombrado Papa. Una vez proclamado, Marín V envió un legado papal para zanjar el problema de manera definitiva.
En este contexto es en el que se inician las maniobras disuasorias de Alfonso V de Aragón sobre el Papa turolense, ya que quiere ser rey de Nápoles y, para ello, necesita la investidura del Papa de Roma. Por ello, convoca las Cortes en Teruel y no muestra escrúpulos a la hora de conseguir sus fines. Mata al juez de Teruel en plena sala del concejo por atreverse a llamarle la atención. Con estos precedentes, cuando Alfonso V pide la abdicación de Clemente VIII éste no tardará ni 24 horas en firmar. Aquí, oficialmente, se pone fin al Cisma de Occidente. De esta nueva situación salen ganando los Borja, que finalmente serán Papas en Roma, y Alfonso V, que es entronizado rey de Nápoles.
Gil recibió 4.000 florines de oro en compensación por los bienes de su propiedad que estaban en el castillo de Peñíscola y que habían sido confiscados. Ya sin la dignidad pontifical fue a Valencia para seguir disfrutando de las rentas de sus cargos eclesiásticos, con el beneplácito del Rey de Aragón y del Papa. En 1429 tomaría posesión del obispado de Mallorca hasta que falleció, en 1447, siendo enterrado en la catedral de dicha ciudad.
Básicamente, así se podría resumir su biografía. Se podría hacer una reseña mucho más extensa, pero con esto lo considero suficiente. Gil Sánchez Muñoz es, sin duda alguna, un personaje desconocido a la sombra de su antecesor, Benedicto XIII. Víctima, al igual que el anterior, de intrigas políticas, un verdadero juego de tronos en el que los perdedores recibieron el injusto castigo del olvido. Cada cual que saque sus propias conclusiones.
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