martes, 2 de agosto de 2016

De arcilla



Poniéndonos místicos, nos dice la Biblia que Dios creó al hombre con arcilla y en esto, como en cualquier otra cosa, se pueden hacer dobles, triples y séxtuples lecturas, ver mensajes ocultos o jugar con una suerte de cábala que nos metería en una espiral en la que nada sería lo que parece, el mundo sería un escenario del que somos conscientes de ser unos actores muy secundarios.
La arcilla es una roca sedimentaria cuya particularidad más importante es la de adquirir gran plasticidad al mezclarla con agua; esto es debido a su formación química y a su composición granulométrica, que hacen que pueda absorber H2O sin ninguna dificultad.
Con el paso del tiempo, la arcilla comienza a perder plasticidad, a endurecerse. Puede hacerlo de dos formas: de forma natural y de forma mecánica. La primera sería que ella misma, en contacto con la atmósfera y sin elementos artificiales que intervengan, se va deshidratando hasta que llega un punto en que no es posible volver a hidratarla aunque se le vuelva a echar agua; sería como el fraguado del hormigón, un punto de no retorno en el que el hormigón comienza a perder plasticidad y a adquirir resistencias… todo esto son procesos químicos más complejos que se estudian con mucho más detalle y que para el caso no es necesario explicar. La segunda es de forma artificial, por ejemplo en hornos. A partir de 800 ºC la arcilla pierde el agua y se endurece; solamente tenemos que mirar a nuestro alrededor para encontrarnos con decenas de elementos de arcilla que han pasado por este proceso.
Todo lo anterior me sirve para la verdadera reflexión de esta entrada. Dicen que ‘las personas no cambian’ y no creo que sea cierto del todo. Las personas (si se quiere tomar la parte mística de la Biblia) somos como la arcilla. Nos van/vamos moldeando en nuestra vida hasta ser lo que somos. Pueden intervenir muchos factores: sociales, culturales, económicos, religiosos… pero de una u otra forma nosotros mismos y nuestro entorno nos va moldeando convirtiéndonos en lo que somos y como somos. Pero, al igual que la arcilla, llega un punto en que es imposible seguir moldeándote y ya no se puede cambiar, se es como se es. No hay nada que haga cambiar, ya que, de lo contrario no es uno mismo. Un plato de arcilla es un plato de arcilla y, una vez endurecido, no puede ser otra cosa, a no ser que lo rompamos… pero dejará de ser un plato...
No hay un tiempo, fecha o edad para perder la plasticidad humana, se pierde y ya está. Supongo que en la niñez o la adolescencia sí que somos plásticos, pero ya en la madurez vamos perdiendo esa cualidad, no sé, quizá pasados los 30 ya es casi imposible que uno pueda cambiar ciertas conductas.
Hace años vi una película. Es una de esas que tengo pendiente volver a ver, pero siempre tengo algo más importante que hacer. Se titula ‘Noviembre’, de Achero Mañas. Cuenta la historia de un grupo de jóvenes madrileños que movidos por la pasión por el teatro pretenden cambiar el mundo a través de él. Casi al final, una de las protagonistas, ya adulta, recordando sus tiempos en esta compañía, pronuncia una frase que me ha calado…

Nosotros queríamos cambiar el mundo y, desde luego, no lo conseguimos. Ahora lo que intento es que el mundo no me cambie a mí

En mi caso, por poner un ejemplo y no extenderme, aquellos tiempos en los que no suponía una molestia hacer 600 km (ida y vuelta) desde Zaragoza a Madrid para ir a una reunión de Izquierda Republicana de 45 minutos ya han pasado. Yo, a mi manera, también tuve mi noviembre. Al igual que la arcilla, ya he perdido mi plasticidad y soy lo que soy y como soy. Hay dos opciones: o aceptarlo o no aceptarlo. No hay más. Estoy muy feliz como estoy sin tener que moldearme a gustos ajenos; yo no obligo nada a nadie...

2 comentarios:

Anónimo dijo...

https://www.youtube.com/watch?v=mRUK_NvNmlM

Si el tiempo de te lo permite la puedes encontrar completa en youtube.

Marino Baler dijo...

Gracias Maikel, ya tengo algo más que hacer este fin de semana :).