Hay lugares que están tan estigmatizados que no ofrecen alternativa a conocer nada más. Uno de esos lugares es la isla de Ibiza. La primera imagen que a uno se le puede venir a la cabeza al pronunciar esas cinco sílabas es un sitio de exageración y desfase, la segunda unas playas con yates y millonarios. En cierto modo es un universo al alcance de muy pocos.
Hace pocas fechas tuve la ocasión de estar por primera vez en esa isla, concretamente en Nochevieja. Una amiga argentina, propietaria de una inmobiliaria, que reside en la isla desde hace casi veinte años, me invitó a recibir allí el nuevo año. Tengo que reconocer que la mezcla era de lo más variopinta: un lugar que simboliza todo tipo de excesos; una atractiva argentina rubia, con un acento hipnótico que no ha perdido a pesar de casi dos décadas en España, y yo, una persona amante de la soledad y de los lugares tranquilos. Como diría un creyente, ‘los caminos del Señor son inescrutables’ y es que, con todos esos ingredientes, cualquier esquema previamente desarrollado podría ser erróneo.
De Ibiza solamente sé lo que puede saber cualquiera que no la haya visitado y sí visto por televisión. En base a ese prejuicio podría afirmar que hay dos Ibiza: la de verano y la de invierno. La primera bulliciosa y caótica y la segunda tranquila y aletargada.
Lo que es la propia ciudad, perfectamente podría pasar por un tranquilo pueblo de pescadores si no fuera por una decoración excesivamente ‘barroca’, muy recargada, casi de forma artificial, que no deja lugar a dudas de que estamos en un sitio que no es más que una impostura aguardando la llegada de turistas que invadan sus calles. Por ello, tengo la sensación de que los nativos, aunque en los meses carentes de visitantes tengan una vida tranquila, no tienen vida propia, su vida no les pertenece, sino que están sometidos al capricho del calendario. Ibiza es negocio y eso es así.
La arquitectura de sus calles y fachadas no me resultaron creíbles, al menos no lo hicieron en el binomio que pretenden recrear de aunar lo autóctono con lo moderno, algo que, en ocasiones, puede resultar peligroso. En Ibiza cualquiera puede ir vestido como le dé la gana y pasar desapercibido; eso mismo se transmite a los edificios en los que se puede ver una vivienda del casco antiguo con cierta pulcritud en su restauración y que de su balcón cuelgue una bandera gay… ¿alguien se imagina la bandera gay colgada de la Giralda? No todo vale.
El castillo me pareció bien restaurado. Lo que podía ser una fortaleza del siglo XV, XVI que se ha sabido mantener. Aunque, sinceramente, me parece un gran contraste en lo que se refiere a la arquitectura del propio castillo con la ciudad; son dos elementos inadaptados que no crean una sinergia agradable, por separado sí, pero unidos no acabo de verlos.
Pero Ibiza tiene más cosas que descubrir. Me estoy refiriendo a sus playas… ¿descubrir las playas de Ibiza? Sí, descubrirlas fuera de esa imagen que se exporta. Hasta a mí me parecieron hermosas. No me gusta la playa y, por ese motivo, no conozco demasiadas… pero reconozco que son las más maravillosas que he visto en mi vida. Si tuviera que elegir una isla en medio del océano para olvidarme del mundo me gustaría que tuviera las playas ibicencas.
He conocido la Ibiza que poca gente conoce y, en general, me ha gustado. No creo que sea un lugar en el que viviese… el ‘ico’ corre por mis venas y, al igual que Ulises tardó diez años en llegar a Ítaca, yo también llegaré a mi destino, cuestión de tiempo. Cuando vuelva (si lo hago) desconozco que sensación podría tener si lo hiciera en pleno ajetreo veraniego, probablemente no me gustaría. Creo que Ibiza es para vivir una parte del año y el resto huir de ella, pero, sobre todo, es una isla que hay que descubrir para ver cosas que están pero que nadie enseña.
Hace pocas fechas tuve la ocasión de estar por primera vez en esa isla, concretamente en Nochevieja. Una amiga argentina, propietaria de una inmobiliaria, que reside en la isla desde hace casi veinte años, me invitó a recibir allí el nuevo año. Tengo que reconocer que la mezcla era de lo más variopinta: un lugar que simboliza todo tipo de excesos; una atractiva argentina rubia, con un acento hipnótico que no ha perdido a pesar de casi dos décadas en España, y yo, una persona amante de la soledad y de los lugares tranquilos. Como diría un creyente, ‘los caminos del Señor son inescrutables’ y es que, con todos esos ingredientes, cualquier esquema previamente desarrollado podría ser erróneo.
De Ibiza solamente sé lo que puede saber cualquiera que no la haya visitado y sí visto por televisión. En base a ese prejuicio podría afirmar que hay dos Ibiza: la de verano y la de invierno. La primera bulliciosa y caótica y la segunda tranquila y aletargada.
Lo que es la propia ciudad, perfectamente podría pasar por un tranquilo pueblo de pescadores si no fuera por una decoración excesivamente ‘barroca’, muy recargada, casi de forma artificial, que no deja lugar a dudas de que estamos en un sitio que no es más que una impostura aguardando la llegada de turistas que invadan sus calles. Por ello, tengo la sensación de que los nativos, aunque en los meses carentes de visitantes tengan una vida tranquila, no tienen vida propia, su vida no les pertenece, sino que están sometidos al capricho del calendario. Ibiza es negocio y eso es así.
Pero Ibiza tiene más cosas que descubrir. Me estoy refiriendo a sus playas… ¿descubrir las playas de Ibiza? Sí, descubrirlas fuera de esa imagen que se exporta. Hasta a mí me parecieron hermosas. No me gusta la playa y, por ese motivo, no conozco demasiadas… pero reconozco que son las más maravillosas que he visto en mi vida. Si tuviera que elegir una isla en medio del océano para olvidarme del mundo me gustaría que tuviera las playas ibicencas.
He conocido la Ibiza que poca gente conoce y, en general, me ha gustado. No creo que sea un lugar en el que viviese… el ‘ico’ corre por mis venas y, al igual que Ulises tardó diez años en llegar a Ítaca, yo también llegaré a mi destino, cuestión de tiempo. Cuando vuelva (si lo hago) desconozco que sensación podría tener si lo hiciera en pleno ajetreo veraniego, probablemente no me gustaría. Creo que Ibiza es para vivir una parte del año y el resto huir de ella, pero, sobre todo, es una isla que hay que descubrir para ver cosas que están pero que nadie enseña.
PD. ¿Alguien imagina cómo serían estas mismas fotografías tomadas en verano?
2 comentarios:
Pues ya ves,para gustos los colores. A mí Ibiza me desencantó totalmente. Percibí principalmente poca elegancia, desorden y muchísima suciedad. En cuanto a las playas, no me gustaron nada. Es más,visité Formentera. Cualquier acceso, sendero o lugar en mi pueblo, te deja los pies bastante más brillanes, lo que se llama: "Un camino de cabras". En Ibiza, similar.
La ciudad, no la veo nada elagante, en cuanto a yates, y muy sucia.
Los hoteles caros, yo estando en uno bueno se quedó en "agua de borrajas"... Ahora claro, depende de lo que busques, en las playas mucho cachondeo, bebidas, desfasados y 'pasados de la raya...', yo me encontraba fuera de lugar...
No la veo para nada una isla con encanto.
Nunca se sabe, pero mi idea es no volver.
Tú viste la Ibiza caótica, la que te venden... y yo conocí otra parte desconocida. Coincido en casi todo contigo, salvo en lo de las playas. Me gustó lo que vi y las carreteras para llegar a ellas me parecieron agradables y tranquilas. En cuanto a lo de la ciudad, sí, más o menos puedo estar de acuerdo contigo.
Si voy en verano, con todo el ajetreo, es posible que piense como tú... o peor.
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