martes, 7 de noviembre de 2017

El café


Después de mucho tiempo, hace unos días estuve con Plácido. Acudí a su despacho para preguntarle unas dudas sobre un proyecto de demolición que tengo que comenzar en unos días. Una vez que habíamos hablado sobre el tema le pregunté por su viaje a Madrid. Hacía días que había ido a la Capital a una conferencia sobre la construcción de fachadas en piedra natural. Me hubiera gustado asistir, pero me fue imposible. Cuando esperaba que me contase de qué iba y qué habían dicho me sorprendió con una pregunta:

- ¿Cuánta gente puede haber un jueves en Madrid?
- No lo sé - contesté extrañado.
- ¿Cuatro millones… cinco… seis…? - continuó - ¿Cuántas cafeterías... ocho mil… nueve mil… diez mil…? ¿Qué probabilidad hay de que dos personas que se conocen coincidan en Madrid en la misma cafetería y a la misma hora sin saber ninguna de las dos que la otra estará allí? ¿Y que al mismo tiempo lleven más de quince años sin verse? Y, finalmente, que entre ellos hubiera habido una historia que marcó la etapa de la vida en la que coincidieron.
- ¡No me digas que… ¿Victoria?! - pregunté extrañado, sorprendido y confuso.
- Sí, Victoria - respondió Plácido con una media sonrisa.

Ya he contado otras veces de qué conozco a Plácido. Compartí instituto con él y luego, en la universidad, compartí piso y carrera. Junto con otros dos compañeros, con los que compartía lo mismo que con Plácido, se creó un ambiente de hermandad en el que no había secretos entre nosotros. Por lo que sea, con Plácido siempre tuve una relación más especial; quizá sea porque por las noches nos costaba dormir, él golpeaba el tabique de su cabecero de la cama, que coincidía con el mío, y si yo contestaba a los golpes venía a mi habitación y escuchábamos el programa Hablar por hablar mientras nos fumábamos algún cigarro… así podíamos estar hasta que acababa el programa. Supongo que la noche da seguridad y confianza para contar cosas que no se contarían durante el día. Es posible que así se cimentase mucho más nuestra amistad; muchas confesiones hubo en noches como esa. Por todo ello, es normal que yo conociese lo que había entre Plácido y Victoria. Lo sabía yo y el resto de compañeros del piso y los de fuera, aunque lo supieran, callaban. Lo de ellos era un secreto a voces. Confuso como estaba por lo que me había dicho, quería que me contase más.

- ¿Qué pasó… cómo fue… qué hablasteis… cómo está…?
Plácido callaba y sonreía. Después de moverse en su silla un par de veces a izquierda y derecha contestó…

- Nada, no pasó nada. No hablamos y ella no me vio.

Yo estaba confuso, callado, mirándolo y esperando que me continuase hablando. Él seguía callado dándole un suspense que a mí me desconcertaba hasta que, por fin, comenzó a hablar.

-Llegué a Madrid un par de horas antes de comenzar la conferencia. Al salir de la estación cogí un taxi y me dejó en el edificio al que iba. Como ya había ubicado el sitio y faltaba una hora y media decidí entrar en una cafetería que estaba a un par de minutos, con el fin de comer algo y la esperanza de que algún periódico estuviese libre para poder pasar el tiempo. Así lo hice. Entré, pedí un café con leche y un par de tostadas con aceite y sal y me lancé a por el periódico que un tío trajeado acababa de soltar.
Me senté en una mesa y con mucha calma me puse a leer con calma todas las noticias, ya que todavía tenía tiempo. En una de las veces que levanté la cabeza para beber de la taza me quedé inmóvil, como una figura de cera. La vi entrar. Vi a Victoria entrar y sentarse en una mesa libre que había cerca de la puerta. Iba con el que imagino que es su marido.

Plácido calló y observó el papel que tenía delante. Sin darse cuenta, mientras estaba hablando, había hecho un garabato en un papel, algo que tenía forma abstracta. Yo me moví en mi asiento para acomodarme y continuó.

- Es raro. Me sentí extraño. Sentí como un calambre en el estómago y de manera inconsciente, la mano en la que sostenía la taza comenzó a temblar. ¿Realmente era ella? Dudé durante unos segundos si levantarme y decirle algo o bien salir y hacer como que no la había visto y que fuera ella la que dijera algo al verme salir, yo estoy seguro de que, por la forma en que estaba sentada, no me había visto. Tomaba, por el tamaño de su taza, apostaría que un café con leche, ella era de eso, quizá con un sobre y medio de azúcar, ya que siempre decía que un sobre le parecía muy amargo y con dos demasiado dulce.
Pero cualquier pensamiento de reacción se desvaneció y quedé allí. Dejé de leer el periódico y no dejaba de mirarla y… recordar. Dicen que cuando estás a punto de morir toda tu vida pasa delante de ti en un segundo, eres capaz de volver a vivirlo de nuevo. Eso me pasaba a mí. Mientras la miraba volví a vivir aquellos años y, como si fuera una película, volví a escuchar la banda sonora de aquellos años, incluso momentos que parecían olvidados volvieron a aparecer. ¿Sabes? Cuando ya se acercaba el final de todo, pocos días antes, recuerdo el lugar y el sitio como si fuera ahora mismo, me dijo: “Sé que algún día escribirás un libro y me lo dedicarás. Contarás esta historia”.
Decidí que no, que era mejor no decirle nada porque, ¿qué se le puede decir a alguien con quien tuviste una historia, más allá de la amistad, de la que llegaste a enamorarte hasta el dolor y hace quince años que no os habéis visto? ¿Qué le podría decir? ¿Hola… qué tal… cuánto tiempo… cómo te va… me he alegrado de verte… a ver si volvemos a vernos algún día… adiós…? No Marino, no… hay gente a la que no le puedes decir eso.
Yo seguía mirándola y desde la distancia a la que me encontraba la veía igual, quizá desde más cerca hubiera podido apreciar el paso de los años. Su pelo estaba un poco más corto y con el mismo color. Entonces hizo algo que me hizo sonreír. Ella solía tocarse la nariz, desde la base a la punta, con los dedos pulgar e índice. No había perdido la costumbre… Miró su móvil, ¿te crees que todavía recuerdo su número? Y seguía hablando con su acompañante, que me confirmó que era su marido cuando se dieron un beso y se levantó, salió de la cafetería y por la ventana vi que se subía a una furgoneta de Seur.
Ella quedó sola mientras acababa su taza. ¡Cuántos momentos tuvimos así! ¡Cuántos cafés mientras hablábamos de cosas que entonces era nuestra vida y de los planes que tendríamos cuando acabásemos! Una vez le dije que ella y yo, algún día, trabajaríamos juntos. Probablemente era una puerta de esperanza…
A los pocos minutos se levantó, pagó y salió. Yo la seguí con la mirada, cruzó la calle y la perdí de vista. De soslayo me di cuenta que en la pared en la que estaba su mesa había un cuadro de París. Ironías de la vida… los dos volvimos, años después, a tomar un café viendo la Torre Eiffel. Como le dijo Rick a Ilsa en la película Casablanca “siempre nos quedará París” y como le dije a ella, una noche que estábamos en el piso viendo esa película en vídeo, “siempre nos quedará esto”. Ese “esto” englobaba todo aquello… quizá porque, en el fondo, yo me veía como Bogart e intuía que ella no se quedaría y subiría al avión.
¿Entiendes porqué no le dije nada? Nosotros tuvimos nuestra historia hace veinte años y allí debía quedar, tal y como acabó. Y, la verdad, no me arrepiento. No me arrepiento de no haberle dicho nada… porque tampoco sé qué le hubiera podido decir. Probablemente, el Plácido de aquella época hubiera hecho otra cosa y, quizá, se hubiera acercado. De la misma forma que a Heathcliff le daba lo mismo que Catherine se hubiera casado con Hindley, él sentía que nada podía romper el vínculo que había entre ambos. Así pensaba aquel Plácido y se hubiera sentado a la mesa para hablar con ella ninguneando al resto. Bien sabes tú lo que hacía, lo que hice, sin pensar en las consecuencias... sólo por estar con ella. Pero no, Marino, no, aquel Plácido quedó allí, aquel día en que ya no había vuelta atrás y la decisión era un sí o un no, un todo o nada... un para siempre o un hasta siempre...
Sé de ella, lo mismo que puedes saber tú. En ocasiones he preguntado a Fernando, que tiene contacto con ella, y me cuenta cosas. Pero mi interés no va más allá de saber que está bien. Y eso fue lo que pasó. Acabé mi desayuno y me levanté. Al salir pasé por su mesa y me di cuenta que en el plato de su taza había un sobre de azúcar vacío y otro abierto que no estaba del todo lleno, y una sonrisa de complicidad con mi pasado se dibujó en mis labios. Como todavía quedaba una hora para la conferencia decidí dar un paseo por la zona. Sin darme cuenta estaba tarareando canciones que hacía años que no escuchaba… ‘Amor te digo amor’, de Bosé; ‘Fruta Fresca’, de Carlos Vives, y, sin duda alguna, la que quizá sería la más representativa ‘Infinito’, de Bunbury. Sensaciones que se sienten si se viven. ¿Sabes? Por un momento parecía que el tiempo no había pasado y que retrocedía 15 ó 20 años... 

Y Plácido calló... permaneciendo con la mirada perdida. Yo lo miraba en silencio y al instante continuó hablando.

Como ya faltaba poco volví al edificio de la conferencia. La verdad es que estuvo muy interesante. El conferenciante era…

Y lo siguiente que hablamos tampoco tiene demasiado interés, las piedras son aburridas. Habiendo contado la historia de Plácido llego a la conclusión de que la casualidad no existe, hay que estar para que ocurra. Supongo que no todos estamos preparados para las casualidades, aunque siempre se tome la decisión más acertada.




2 comentarios:

Casteee dijo...

Tampoco me hubiera acercado. Lo que fue del pasado ahí se debe quedar con sus cosas buenas y malas..., y este reencuentro son guiños que te da la vida para transportarte a un pasado e invadirte de nostalgia durante unos días.

Marino Baler dijo...

Sí, supongo que hay ocasiones en los que, inevitablemente, la nostalgia te invade. Sin saber porqué, a veces, el pasado se hace presente, tanto que parece que no haya pasado el tiempo.