Una vez me dijeron que la amistad es como la sangre, que acudía a las heridas sin ser llamada. Luego fue apareciendo gente en mi vida y yo pensé, ‘sí, cubridme de sangre’. Pero olvidé aquello de que la procesión, como la sangre, en realidad, va por dentro y de ahí derivó que mi concepto de amistad está un tanto degenerado, quizá yo prefiera llamarlo evolución, suena más responsable.
Tampoco necesito que me recuerden lo que son, ni quiero ser el primer número que marcarían en caso de emergencia. Mi sentido de amistad no se basa en fundamentos de posesión; no son mis amigos, son amigos. Y como no son míos pueden hacer lo que les dé la gana con sus vidas, la única condición que les imprimo es que sean felices. He dejado de ser un grillo de nombre José, para ser una cigüeña oteando desde mi nido. Desde las alturas todo se ve mucho mejor.
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