Hace pocas fechas comentaba sobre Rosalía de Castro. Una mujer víctima de la sociedad simplemente por ser mujer y lo que era más grave, una excelente escritora. He descubierto un texto titulado “Carta a Eduarda” en el que critica la desgracia que supone destacar en una sociedad machista como la del siglo XIX. En el texto la autora es la misma receptora de la carta, su álter ego, a quién le confiesa sus sentimientos respecto a la situación que vive. Es un poco extensa pero merece la pena leerla ¡Qué grande Rosalia y que injustos fueron contigo!
CARTA A EDUARDA
Mi querida Eduarda:
¿Seré demasiado cruel, al empezar esta carta, diciéndote que la tuya me ha puesto triste y malhumorada? ¿Iré a parecerte envidiosa de tus talentos, o brutalmente franca, cuando me atrevo a despojarte, sin rebozo ni compasión, de esas caras ilusiones que tan ardientemente acaricias? Pero tú sabes quién soy, conoces hasta lo íntimo mis sentimientos, las afecciones de mi corazón, y puedo hablarte. No, mil veces no, Eduarda; aleja de ti tan fatal tentación, no publiques nada y guarda para ti sola tus versos y tu prosa, tus novelas y tus dramas: que ese sea un secreto entre el cielo, tú y yo. ¿No ves que el mundo está lleno de esas cosas? Todos escriben y de todo. Las musas se han desencadenado. Hay más libros que arenas tiene el mar, más genios que estrellas tiene el cielo y más críticos que hierbas hay en los campos. Muchos han dado en tomar esto último por oficio; reciben por ello alabanzas de la patria, y aunque lo hacen lo peor que hubiera podido esperarse, prosiguen entusiasmados, riéndose, necios felices, de los otros necios, mientras los demás se ríen de ellos. Semejantes a una plaga asoladora, críticos y escritores han invadido la tierra y la devoran como pueden. ¿Qué falta hacemos, pues, tú y yo entre ese tumulto devastador? Ninguna y lo que sobra siempre está demás. Dirás que trato esta cuestión como la del matrimonio, que hablamos mal de él después que nos hemos casado; mas puedo asegurarte, amiga mía, que si el matrimonio es casi para nosotros una necesidad impuesta por la sociedad y la misma naturaleza, las musas son un escollo y nada más Y, por otra parte, ¿merecen ellas que uno las ame? ¿No se han hecho acaso tan ramplonas y plebeyas que acuden al primero que las invoca, siquiera sea la cabeza más vacía? juzga por lo que te voy a contar.
Hace algún tiempo, el barbero de mi marido se presentó circunspecto y orgullosamente grave. Habiendo tropezado al entrar con la cocinera, le alargó su mano y la saludó con la mayor cortesía, diciendo: «A los pies de usted, María: ¿qué tal de salud?,» «Vamos andando –le contestó muy risueña–, ¿y usted, Guanito?» «Bien, gracias, para servir a usted.» « ¡Qué fino es usted, amigo mío! –añadió ella, creyéndose elevada al quinto cielo porque el barberillo le había dado la mano al saludarla y se había puesto a sus pies –. ¡Cómo se conoce que ha pisado usted las calles de La Habana! Por aquí, apenas saben los mozos decir más que buenos días.»
– ¡Cómo se conoce que vienes de aquella tierra! –exclamé yo para mí–. Tú ya sabes, Eduarda, cuál es aquella tierra…, aquella feliz provincia en donde todos, todos (yo creo que hasta las arañas) descienden en línea recta de cierta antigua, ingeniosa y artística raza que ha dado al mundo lecciones de arte y sabiduría.
– ¿Cómo no ha venido usted más antes? –le preguntó mi marido algo serio. ¿No sabía usted que le esperaba desde las diez?
–Cada cual tiene sus ocupaciones particulares –repuso el barbero con mucho tono y jugando con el bastón– Tenía que concluir mi libro y llevarlo a casa del impresor, que ya era tiempo.
– ¿Qué libro?–repuso mi marido lleno de asombro.
–Una novela moral, instructiva y científica que acabo de escribir, y en la cual demuestro palpablemente que el oficio de barbero es el más interesante entre todos los oficios que se llaman mecánicos, y debe ser elevado al grado de profesión honorífica y titulada, y trascendental por añadidura.
Mi marido se levantó entonces de la silla en que se sentara para ser inmolado, y cogiendo algunas monedas, se las entregó al barbero, diciendo:
–Hombre que hace tales obras no es digno de afeitar mi cara –y se alejó riendo fuertemente; pero no así yo, que, irritada contra los necios y las musas, abrí mi papelera y rompí cuanto allí tenía escrito, con lo cual, a decir verdad, nada se ha perdido. Porque tal es el mundo, Eduarda: cogerá el libro, o, más bien dicho, el aborto de ese barbero, a quien Dios hizo más estúpido que una marmota, y se atreverá a compararlo con una novela de Jorge Sand.
–Yo tengo leídas muchas preciosas obras — me decía un día cierto joven que se tenía por instruido–. Las tardes de la Granja y el Manfredo de Byron; pero, sobre todo, Las tardes de la Granja me han hecho feliz. –Lo creo — le contesté y mudé de conversación.
Esto es insoportable para una persona que tenga algún orgullo literario y algún sentimiento de poesía en el corazón; pero sobre todo, amiga mía, tú no sabes lo que es ser escritora. Serlo como Jorge Sand vale algo; pero de otro modo, ¡qué continuo tormento!; por la calle te señalan constantemente, y no para bien, y en todas partes murmuran de ti. Si vas a la tertulia y hablas de algo de lo que sabes, si te expresas siquiera en un lenguaje algo correcto, te llaman bachillera, dicen que te escuchas a ti misma, que lo quieres saber todo. Si guardas una prudente reserva, ¡qué fatua!, ¡qué orgullosa!; te desdeñas de hablar como no sea con literatos. Si te haces modesta y por no entrar en vanas disputas dejas pasar desapercibidas las cuestiones con que te provocan, ¿en dónde está tu talento?; ni siquiera sabes entretener a la gente con una amena conversación. Si te agrada la sociedad, pretendes lucirte, quieres que se hable de ti, no hay función sin tarasca. Si vives apartada del trato de gentes, es que te haces la interesante, estás loca, tu carácter es atrabiliario e insoportable; pasas el día en deliquios poéticos y la noche contemplando las estrellas, como don Quijote. Las mujeres ponen en relieve hasta el más escondido de tus defectos y los hombres no cesan de decirte siempre que pueden que tina mujer de talento es una verdadera calamidad, que vale más casarse con la burra de Balaam, y que sólo una tonta puede hacer la felicidad de un mortal varón.
Sobre todo los que escriben y se tienen por graciosos, no dejan pasar nunca la ocasión de decirte que las mujeres deben dejar la pluma y repasar los calcetines de sus maridos, si lo tienen, y si no, aunque sean los del criado. Cosa fácil era para algunas abrir el armario y plantarle delante de las narices los zurcidos pacientemente trabajados, para probarle que el escribir algunas páginas no le hace a todas olvidarse de sus quehaceres domésticos, pudiendo añadir que los que tal murmuran saben olvidarse, en cambio, de que no han nacido más que para tragar el pan de cada día y vivir como los parásitos.
Pero es el caso, Eduarda, que los hombres miran a las literatas peor que mirarían al diablo, y éste es un nuevo escollo que debes temer tú que no tienes dote. Únicamente alguno de verdadero talento pudiera, estimándote en lo que vales, despreciar necias y aun erradas preocupaciones; pero… ¡ay de ti entonces!, ya nada de cuanto escribes es tuyo, se acabó tu numen, tu marido es el que escribe y tú la que firmas.
Yo, a quien sin duda un mal genio ha querido llevar por el perverso camino de las musas, sé harto bien la senda que en tal peregrinación recorremos. Por lo que a mí respecta, se dice muy corrientemente que mi marido trabaja sin cesar para hacerme inmortal. Versos, prosa, bueno o malo, todo es suyo; pero, sobre todo, lo que les parece menos malo y no hay principiante de poeta ni hombre sesudo que no lo afirme. ¡De tal modo le cargan pecados que no ha cometido! Enfadosa preocupación, penosa tarea, por cierto, la de mi marido que costándole aún trabajo escribir para sí (porque la mayor parte de los poetas son perezosos), tiene que hacer además los libros de su mujer, sin duda con el objeto de que digan que tiene una esposa poetisa (esta palabra ya llegó a hacerme daño) o novelista, es decir, lo peor que puede ser hoy una mujer. Ello es algo absurdo si bien se reflexiona, y hasta parece oponerse al buen gusto y a la delicadeza de un hombre y de una mujer que no sean absolutamente necios… Pero ¿cómo cree que ella pueda escribir tales cosas? Una mujer a quien ven todos los días, a quien conocen desde luna, a quien han oído hablar, y no andaluz, sino lisa y llanamente como cualquiera, ¿puede discurrir y escribir cosas que a ellos no se les han pasado nunca por las mientes, y eso que han estudiado y saben filosofía, leyes, retórica y poética, etc.? Imposible; no puede creerse a no ser que viniese Dios a decirlo. ¡Si siquiera hubiese nacido en Francia o en Madrid! Pero ¿aquí mismo?… ¡Oh!…
Todo esto que por lo general me importa poco, Eduarda, hay, veces, sin embargo, que me ofende y, lastima mi amor propio, y he aquí otro nuevo tormento que debes añadir a los ya mencionados.
Pero no creas que para aquí el mal, pues una poetisa o escritora no puede vivir humanamente en paz sobre la tierra, puesto que, además de las agitaciones de su espíritu, tiene las que levantan en torno de ellas cuantos la rodean.
Si te casas con un hombre vulgar, aun cuando él sea el que te atormente y te oprima día y noche, sin dejarte respirar siquiera, tú eres para el mundo quien le maneja, quien le lleva y trae, tú quien le manda; él dice en la visita la lección que tú le has enseñado en casa, y no se atreve a levantar los ojos por miedo a que le riñas y todo esto que redunda en menosprecio de tu marido, no puede menos de herirte mortalmente si tienes sentimientos y dignidad, porque lo primero que debe cuidar una mujer es de que la honra y la dignidad de su esposo rayen siempre tan alto como sea posible. Toda mancha que llega a caer en él cunde hasta ti y hasta tus hijos: es la columna en que te apoyas y no puede vacilar sin que vaciles, ni ser derribada sin que te arrastre en su caída.
He aquí, bosquejada deprisa y a grandes rasgos, la vida de una mujer literata. Lee y reflexiona; espero con ansia tu respuesta.
– Tú amiga, Nicanora.
Mi querida Eduarda:
¿Seré demasiado cruel, al empezar esta carta, diciéndote que la tuya me ha puesto triste y malhumorada? ¿Iré a parecerte envidiosa de tus talentos, o brutalmente franca, cuando me atrevo a despojarte, sin rebozo ni compasión, de esas caras ilusiones que tan ardientemente acaricias? Pero tú sabes quién soy, conoces hasta lo íntimo mis sentimientos, las afecciones de mi corazón, y puedo hablarte. No, mil veces no, Eduarda; aleja de ti tan fatal tentación, no publiques nada y guarda para ti sola tus versos y tu prosa, tus novelas y tus dramas: que ese sea un secreto entre el cielo, tú y yo. ¿No ves que el mundo está lleno de esas cosas? Todos escriben y de todo. Las musas se han desencadenado. Hay más libros que arenas tiene el mar, más genios que estrellas tiene el cielo y más críticos que hierbas hay en los campos. Muchos han dado en tomar esto último por oficio; reciben por ello alabanzas de la patria, y aunque lo hacen lo peor que hubiera podido esperarse, prosiguen entusiasmados, riéndose, necios felices, de los otros necios, mientras los demás se ríen de ellos. Semejantes a una plaga asoladora, críticos y escritores han invadido la tierra y la devoran como pueden. ¿Qué falta hacemos, pues, tú y yo entre ese tumulto devastador? Ninguna y lo que sobra siempre está demás. Dirás que trato esta cuestión como la del matrimonio, que hablamos mal de él después que nos hemos casado; mas puedo asegurarte, amiga mía, que si el matrimonio es casi para nosotros una necesidad impuesta por la sociedad y la misma naturaleza, las musas son un escollo y nada más Y, por otra parte, ¿merecen ellas que uno las ame? ¿No se han hecho acaso tan ramplonas y plebeyas que acuden al primero que las invoca, siquiera sea la cabeza más vacía? juzga por lo que te voy a contar.
Hace algún tiempo, el barbero de mi marido se presentó circunspecto y orgullosamente grave. Habiendo tropezado al entrar con la cocinera, le alargó su mano y la saludó con la mayor cortesía, diciendo: «A los pies de usted, María: ¿qué tal de salud?,» «Vamos andando –le contestó muy risueña–, ¿y usted, Guanito?» «Bien, gracias, para servir a usted.» « ¡Qué fino es usted, amigo mío! –añadió ella, creyéndose elevada al quinto cielo porque el barberillo le había dado la mano al saludarla y se había puesto a sus pies –. ¡Cómo se conoce que ha pisado usted las calles de La Habana! Por aquí, apenas saben los mozos decir más que buenos días.»
– ¡Cómo se conoce que vienes de aquella tierra! –exclamé yo para mí–. Tú ya sabes, Eduarda, cuál es aquella tierra…, aquella feliz provincia en donde todos, todos (yo creo que hasta las arañas) descienden en línea recta de cierta antigua, ingeniosa y artística raza que ha dado al mundo lecciones de arte y sabiduría.
– ¿Cómo no ha venido usted más antes? –le preguntó mi marido algo serio. ¿No sabía usted que le esperaba desde las diez?
–Cada cual tiene sus ocupaciones particulares –repuso el barbero con mucho tono y jugando con el bastón– Tenía que concluir mi libro y llevarlo a casa del impresor, que ya era tiempo.
– ¿Qué libro?–repuso mi marido lleno de asombro.
–Una novela moral, instructiva y científica que acabo de escribir, y en la cual demuestro palpablemente que el oficio de barbero es el más interesante entre todos los oficios que se llaman mecánicos, y debe ser elevado al grado de profesión honorífica y titulada, y trascendental por añadidura.
Mi marido se levantó entonces de la silla en que se sentara para ser inmolado, y cogiendo algunas monedas, se las entregó al barbero, diciendo:
–Hombre que hace tales obras no es digno de afeitar mi cara –y se alejó riendo fuertemente; pero no así yo, que, irritada contra los necios y las musas, abrí mi papelera y rompí cuanto allí tenía escrito, con lo cual, a decir verdad, nada se ha perdido. Porque tal es el mundo, Eduarda: cogerá el libro, o, más bien dicho, el aborto de ese barbero, a quien Dios hizo más estúpido que una marmota, y se atreverá a compararlo con una novela de Jorge Sand.
–Yo tengo leídas muchas preciosas obras — me decía un día cierto joven que se tenía por instruido–. Las tardes de la Granja y el Manfredo de Byron; pero, sobre todo, Las tardes de la Granja me han hecho feliz. –Lo creo — le contesté y mudé de conversación.
Esto es insoportable para una persona que tenga algún orgullo literario y algún sentimiento de poesía en el corazón; pero sobre todo, amiga mía, tú no sabes lo que es ser escritora. Serlo como Jorge Sand vale algo; pero de otro modo, ¡qué continuo tormento!; por la calle te señalan constantemente, y no para bien, y en todas partes murmuran de ti. Si vas a la tertulia y hablas de algo de lo que sabes, si te expresas siquiera en un lenguaje algo correcto, te llaman bachillera, dicen que te escuchas a ti misma, que lo quieres saber todo. Si guardas una prudente reserva, ¡qué fatua!, ¡qué orgullosa!; te desdeñas de hablar como no sea con literatos. Si te haces modesta y por no entrar en vanas disputas dejas pasar desapercibidas las cuestiones con que te provocan, ¿en dónde está tu talento?; ni siquiera sabes entretener a la gente con una amena conversación. Si te agrada la sociedad, pretendes lucirte, quieres que se hable de ti, no hay función sin tarasca. Si vives apartada del trato de gentes, es que te haces la interesante, estás loca, tu carácter es atrabiliario e insoportable; pasas el día en deliquios poéticos y la noche contemplando las estrellas, como don Quijote. Las mujeres ponen en relieve hasta el más escondido de tus defectos y los hombres no cesan de decirte siempre que pueden que tina mujer de talento es una verdadera calamidad, que vale más casarse con la burra de Balaam, y que sólo una tonta puede hacer la felicidad de un mortal varón.
Sobre todo los que escriben y se tienen por graciosos, no dejan pasar nunca la ocasión de decirte que las mujeres deben dejar la pluma y repasar los calcetines de sus maridos, si lo tienen, y si no, aunque sean los del criado. Cosa fácil era para algunas abrir el armario y plantarle delante de las narices los zurcidos pacientemente trabajados, para probarle que el escribir algunas páginas no le hace a todas olvidarse de sus quehaceres domésticos, pudiendo añadir que los que tal murmuran saben olvidarse, en cambio, de que no han nacido más que para tragar el pan de cada día y vivir como los parásitos.
Pero es el caso, Eduarda, que los hombres miran a las literatas peor que mirarían al diablo, y éste es un nuevo escollo que debes temer tú que no tienes dote. Únicamente alguno de verdadero talento pudiera, estimándote en lo que vales, despreciar necias y aun erradas preocupaciones; pero… ¡ay de ti entonces!, ya nada de cuanto escribes es tuyo, se acabó tu numen, tu marido es el que escribe y tú la que firmas.
Yo, a quien sin duda un mal genio ha querido llevar por el perverso camino de las musas, sé harto bien la senda que en tal peregrinación recorremos. Por lo que a mí respecta, se dice muy corrientemente que mi marido trabaja sin cesar para hacerme inmortal. Versos, prosa, bueno o malo, todo es suyo; pero, sobre todo, lo que les parece menos malo y no hay principiante de poeta ni hombre sesudo que no lo afirme. ¡De tal modo le cargan pecados que no ha cometido! Enfadosa preocupación, penosa tarea, por cierto, la de mi marido que costándole aún trabajo escribir para sí (porque la mayor parte de los poetas son perezosos), tiene que hacer además los libros de su mujer, sin duda con el objeto de que digan que tiene una esposa poetisa (esta palabra ya llegó a hacerme daño) o novelista, es decir, lo peor que puede ser hoy una mujer. Ello es algo absurdo si bien se reflexiona, y hasta parece oponerse al buen gusto y a la delicadeza de un hombre y de una mujer que no sean absolutamente necios… Pero ¿cómo cree que ella pueda escribir tales cosas? Una mujer a quien ven todos los días, a quien conocen desde luna, a quien han oído hablar, y no andaluz, sino lisa y llanamente como cualquiera, ¿puede discurrir y escribir cosas que a ellos no se les han pasado nunca por las mientes, y eso que han estudiado y saben filosofía, leyes, retórica y poética, etc.? Imposible; no puede creerse a no ser que viniese Dios a decirlo. ¡Si siquiera hubiese nacido en Francia o en Madrid! Pero ¿aquí mismo?… ¡Oh!…
Todo esto que por lo general me importa poco, Eduarda, hay, veces, sin embargo, que me ofende y, lastima mi amor propio, y he aquí otro nuevo tormento que debes añadir a los ya mencionados.
Pero no creas que para aquí el mal, pues una poetisa o escritora no puede vivir humanamente en paz sobre la tierra, puesto que, además de las agitaciones de su espíritu, tiene las que levantan en torno de ellas cuantos la rodean.
Si te casas con un hombre vulgar, aun cuando él sea el que te atormente y te oprima día y noche, sin dejarte respirar siquiera, tú eres para el mundo quien le maneja, quien le lleva y trae, tú quien le manda; él dice en la visita la lección que tú le has enseñado en casa, y no se atreve a levantar los ojos por miedo a que le riñas y todo esto que redunda en menosprecio de tu marido, no puede menos de herirte mortalmente si tienes sentimientos y dignidad, porque lo primero que debe cuidar una mujer es de que la honra y la dignidad de su esposo rayen siempre tan alto como sea posible. Toda mancha que llega a caer en él cunde hasta ti y hasta tus hijos: es la columna en que te apoyas y no puede vacilar sin que vaciles, ni ser derribada sin que te arrastre en su caída.
He aquí, bosquejada deprisa y a grandes rasgos, la vida de una mujer literata. Lee y reflexiona; espero con ansia tu respuesta.
– Tú amiga, Nicanora.
11 comentarios:
Con la carta se ve que era una mujer de carácter fuerte y se sentía orgullosa de ser escritora, a pesar de que no fuera valorada por un mundo casi exclusivo de los hombres en esos años.
¿De dónde has sacado esta carta?
Afortunadamente la mujer empezó a recuperar un papel importante hacia los años 20 y 30, hasta que la dictadura ultracatólica que tuvimos, volvió a derribar los derechos conseguidos.
Hoy día creo que no hay prejuicios en el mundo literario, aunque sí es verdad que las mujeres suelen escoger en las novelas personajes femeninos y hablar del micromundo de la mujer.
Creo que eso tiene que cambiar, las mujeres deben sentirse libres para escoger otros mundos, otros personajes, y no centrarse en la mujer como tema central siempre.
Besos.
Era una excelente mujer víctima de la sociedad machista de su tiempo. Su marido se apropiaba de sus escritos firmándolos con su nombre.
De la carta conocía su existencia pero no la había leído, la verdad que google es una fuente inagotable de recursos.
Grandes logros se consiguieron en los años 30 con mujeres como Clara Campoamor, Margarita Nelken, Federica Montseny y por supuesto mi idolatrada Victoria Kent pero eso quedó en nada como bien dices.
Permíteme que discrepe contigo en cuanto al papel de la mujer en el mundo literario. Por ejemplo en la RAE me parece que solamente hay 3 ó 4 mujeres y el resto son hombres. No creo en el derecho de paridad en el que por ser hombres o mujeres tengan derecho a unas determinadas plazas porque creo que eso debería hacerse según la valía sin mirar el sexo, pero opino que hay más mujeres que merecerían un sillón en la Academia. Desde aquí propongo tu candidatura como merecedora de una letra.
Un beso.
Buenas noches por la mañana!!!
Vaya.
Entrada interesante sí señor.
Y la carta, qué decir? Tiene el punto justo de ironía y rabia que precisa.
Usaré un tópico para decir: No parece gallega esta mujer! (jeje), sí, perdón, estaba tirando de ironía yo también.
Me explico, y a ver si me podéis ayudar:
Hay una parte de una frase que no acabo de entender...
"Una mujer a quien ven todos los días, a quien conocen desde luna, a quien han oído hablar, y no andaluz, sino lisa y llanamente como cualquiera".
¿Qué (leches) significa eso de "y no andaluz"?
No quiero pensar mal, por ello no añadiré algo al respecto hasta contar con vuestro punto de vista.
Jo, yo siempre poniendo el punto toca yemas en mis comentarios...
Por otro lado, paradójico resulta también que, aún a día de hoy, tengamos que seguir planteándonos y hablando de igualdades y demás...
Tener que hablar de algo implica, en según qué casos, situaciones, circunstancias, que aún no está superado del todo.
Seguimos siendo las mujeres las peores enemigas de las nuestras, y claro, luchar contra dos frentes, puesto que los hombres (muchos) también están en el mismo saco, reduce considerablemente la probabilidad de victoria (Kent).
Tú por ejemplo Marino, y conste que no pretendo, siquiera insinuar que eres un machista!!!!
Usas distinto rasero según de quién se trate (creo).
Hablas de ciertas mujeres de un modo, y sin embargo, para otras no tienes "piedad"...
Hablo, sí, de Guiomar.
Guiomar también fue una mujer que quiso ser escritora.
Víctima, como otras muchas del machismo de su tiempo, pero...
Añádele a ello su educación ultracatólica, machista también, limitada a una sola cosa, pero...
En fin, es tarde y creo que no carburo del todo bien.
Dónde hay que firmar???
Apoyo tu propuesta de ofrecer un sillón de la RAE a Parsimonia! ;-)
Para ti, uno de Ikea!!!
Por aquello de la REPÚBLICA Independiente de tu casa, conste, no porque sea menos merecido!!!
Besos y vasos y sillones!
Tienes razón, todavía la mujer tiene algunos accesos semivetados en según qué instituciones.
Me refería de cara a la sociedad y a la venta de libros. En eso sí ya se ha conseguido mucho.
Bessets.
Tenta, la duda en lo de no hablar andaluz yo entiendo que es por la forma tan característica que define a los andaluces a la hora de hablar. Si ella era gallega, evidentemente, su acento es muy distinto al andaluz y lo dice a modo de reivindicación que no se distingue en nada de la gente con la que trata todos los días, que la conocen desde siempre y no tienen porqué considerarla una extraña. Personalmente no creo que vaya más allá ni pueda considerarse una ofensa. Es lo mismo que si hubiera dicho que no hablaba chino, por ejemplo.
Como diría don Quijote: ¡Válame Dios, amigo Sancho! ¿Cómo es posible que hayas pensado que uso distinto rasero, sin insinuar que soy machista, por dar mi opinión sobre Guiomar y sin embargo no me acusas por el mismo motivo, en sentido contrario, al decir que Picasso era un cabrón? ¿Acaso puedes sospechar que tengo cierta misoginia? Porque del mismo modo sería igualmente lícito decir que tengo androfobia por mis comentarios hacia el artista malagueño.
Permíteme que desenfunde mi florete virtual de palabras y razones pues ante tales acusaciones no cabe otra solución. Mi honor está entredicho y he de limpiarlo en un sin par duelo donde espero que, sin ninguna condición, me ayude Scaramouche y me asista Cyrano que con ellos estoy salvado. Tú, si quieres, encomiéndate a los Doce Pares de Francia o implora a los caballeros de Arturo pues necesitarás su numerosa ayuda para defender tu infamia.
Guiomar acabó siendo atrapada por el personaje porque Pilar de Valderrama era una poetisa mediocre ¡Sí, mediocre! ¿Acaso puedes recordar de memoria algo destacable de ella? Pilar pertenecía a la alta sociedad, se casó con alguien de la alta sociedad y sus únicas preocupaciones eran las correspondientes a alguien que pertenece a un estatus superior en la época y quizás por ello en sus ratos ociosos le daría por escribir (no lo sé) pero nunca destaco porque, posiblemente, lo hacía más por ocupar su tiempo que porque realmente valiera para ello.
Rosalía es distinto. Una mujer de clase baja, su padre era un cura que nunca la reconoció (mal empezamos) casada con un marido déspota que firmaba sus escritos, madre de seis o siete hijos (no lo recuerdo) y de frágil salud. Sin embargo ha destacado, a pesar de las adversidades merece un nombre en la literatura española porque valía para ello.
Emilia Pardo Bazán podría ser un ejemplo paralelo al de Guiomar. Una mujer de la alta sociedad casada con alguien de su mismo estatus. Emilia y Benito Pérez Galdós fueron amantes, otro grande de la literatura. Sin embargo ella ha pasado a la historia no por su relación con Galdós sino por su producción literaria.
Tres mujeres, dos de la misma condición y una de distinta. La de clase baja destaca porque tenía ese don. Las dos de igual condición con vidas posiblemente paralelas, las dos casadas, las dos escribían, las dos relacionadas con dos figuras sobresalientes de las letras que bien podrían haber solapado la creación literaria de ambas. Sin embargo una triunfa y la otra no ¿Por qué? Porque una tenía la gracia de las letras mientras que a la otra le faltaba. Y no se trata de machismo puesto que a Emilia y a Pilar las separan cien años y el machismo del siglo XIX era más acérrimo que al del siglo XX. Simplemente se trata de valía porque mientras a las otras todos las consideraban poetisas, Pilar se lo consideraba ella misma.
En cuanto a la República… ¿acaso lo dudas?
Bessets, gotets i sillonets.
Buenas tardes por la mañana!
Por fa plis! Por fa plis!
Si se descuida se me presenta con todo el Cuerpo Nacional de Policía!! Sólo te han faltado ellos!
Para hombre, frena el carro!!!
Yo, por mis partes al menos, no pienso recurrir a caballero alguno.
Solita, toda yo me sobro para defender mi postura.
No volveré a repetir palabras de tu teclado que supuestamente te dedico, siquiera para negarlas. Sería un poco como admitir que lo he hecho.
Sí me reafirmo en que tu rasero, tu baremo de medir no es el mismo siempre.
Respetos al máximo por otra parte!
Líbreme, líbreme!
Pero, quizás, deberías intentarlo...
Te voy a dar otra versión.
Comprendo que no has sido capaz de encontrar, lo digo por tanta gente que te traes :-P, otro punto de vista respecto a Guiomar, su creación literaria y demás.
Sí, acertaste!
Para eso estoy aquí!
Me voy a permitir copiar y pegar...
Primero, el enlace de la página en la que he encontrado esta información (preciosa la página por cierto, con fotos y demás):
http://www.letras.s5.com/lp200808.html
En segundo lugar, me voy a permitir entre sacar una parte del texto completo de dicha página.
“Tu poeta piensa en ti”
Fue en Segovia donde Pilar de Valderrama y el poeta se conocieron, en junio de 1928.
Ella se encontraba en esa ciudad porque necesitaba ordenar sus pensamientos; se sentía decepcionada de su matrimonio y el motivo no carecía de peso: ¡La amante de su esposo se había suicidado!
Pilar era catorce años menor que Machado, y como él escribía poemas, aunque su obra –hay que decirlo—no ha trascendido.
Su tipo correspondía a la clásica señora española, conservadora, católica, madre devota, seria, intachable.
Antonio Machado descubrió en la dama una belleza total, y después de tantos años volvió a amar y a sentirse amado.
Pero tuvo que ser un amor secreto, puesto que ella, a pesar de la traición de su marido, siguió casada y, por lo mismo, pasó a ser Guiomar, como doña Guiomar de Castañeda, la esposa de Jorge Manrique.
Fue un romance entre jardines públicos, un íntimo café en Madrid, la casa de Machado en Segovia y muchas cartas de amor entregadas por terceros.
Pilar, o Guiomar (con este último nombre la llamaremos desde ahora), transcurridos los años afirmaría que no hubo contacto carnal entre los dos (afirmación, a nuestro juicio, inverosímil), que fue únicamente una relación “espiritual”, porque su forma de entender la vida se lo impedía; y el poeta, claro está –ella sostuvo-, habría aceptado sin reparos sus condiciones, ya que la alternativa era el adiós definitivo.
Al empezar la década del treinta, Antonio Machado trabajaba en un artículo referente a “Esencias”, el último libro de Guiomar.
Llama la atención el empeño que el poeta colocó en su redacción; por aquellos días le escribió a su “musa definidora”:
“Tu artículo está terminado… te dejaré una copia para que tú lo leas despacio, y le demos los últimos toques”.
En octubre, “El Imparcial” (valga la paradoja) publicó “el juicio literario” del poeta (en “Esencias” fueron incluidos algunos versos de Machado):
“Obra muy de mi gusto –“confiesa” al iniciar su comentario titulado “Los Trabajos y los Días”--; más adelante supone que hasta “la ardiente poetisa de Mitelene” (Safo) habría hecho suyos algunos versos de la autora. Llama a los resultados de su amada “lírica del alma” en contraposición, entre otras cosas, a la lírica “barroca y conceptista” de aquellos días (es decir, a los poetas de la generación del veintisiete, a quienes Machado consideraba “jóvenes de gran talento” y “excelentes muchachos”, aclarando, eso sí, que “no lograba comprenderlos”).
Una vez expuestas otras muchas virtudes y de citar a Abel Martín para sus propósitos (personaje salido de su imaginación), Machado concluye ante la obra de su “diosa” que “después de Rosalía de Castro, la mujer había enmudecido en la lírica española”.
Son palabras de Don Antonio.
Quizás, él, también la consideraba poetisa...
Supuestísisisisimamente claro!
Las palabras que valen, son las que valen.
Las demás, son meras invenciones de chilenos (la página es de ese país) afectados por...
A veces no es tan importante pasar o no a la Historia.
En ocasiones, son más importantes las historias.
Al menos, ella fue mitad de la historia de Don Antonio, y viceversa.
Besos y vasos!
Y REPÚBLICA!
Tenta ¿acaso no sabes que el amor es ciego? No juzgo la idea que D. Antonio tendría de ella pero estoy seguro que si se hubiera dedicado a arrojar pintura sobre un lienzo el poeta hubiera pensado que merecía una sala en el mismísimo Museo del Prado, aunque su obra no haya trascendido por su valía.
Bessets, gotets i per supost REPÚBLICA.
Buenas noches por la tarde.
El amor es ciego? Vaya!
Quizás es lo que te ocurre...
Te ciega tanto, tantísimo la pasión por el poeta que no te deja ver más allá.
Te has, durante años, aferrado a unas ideas sobre él y no eres capaz de...
Una pena! Quizás te estás perdiendo maravillas, pero bueno...
Siempre nos quedará Soria!
Vaya bonita la tarde!
Besos y vasos.
PERO QUE PESADOS ESTOS DOS
Tenta; Evidentemente me estoy perdiendo muchas cosas, pero solamente tengo una vida por ello quiero disfrutar las maravillas que conozco.
Te invito a que descubras Soria... por si acaso no la conoces.
Besset i gotets.
*** *** *** *** *** *** *** *** *** *** *** *** *** *** ***
Anónimo; Gracias por tus comentarios.
Un saludo.
Buenas tardes por la mañana!
He estado en Soria, una vez.
Estuve, lo que son las cosas, durmiendo en un Hotel llamado Leonor...
(me hizo ilusión, mira tú!!)
Ahora bien, las ciudades, además de cemento son carne, y hueso, y sangre, y siempre estoy llegando a ciertos lugares, tomando aire para ir a otros...
Te tomo la palabra y acepto tu invitación ;-P
Cuándo vamos??
Anónimo, qué poco aguante maj@!
Puedo llegar a ser bastante más pesada de lo que he sido hasta ahora. Me contengo por lo sagrado del lugar (aunque a veces me cuesta :-P)
Podrías aportarnos tu punto de vista, sin pesadez, al respecto del tema. O no...
Sea como fuere, que vaya bonito! Y pesado, si es de este modo!
Y con besos y vasos!
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