80 es sólo un número, una cifra, un símbolo. Antonio Machado es poesía eterna, es pasión, es sentimiento, es sensibilidad, es amor, es república, es libertad, es…
Hace diez febreros, en el 70 aniversario, basándome en el libro ‘Ligero de equipaje’, de Ian Gibson, y otros artículos, conté lo que fueron los últimos días del poeta.
Febrero es muchas cosas, pero sobre todo, es un poco más Machado… Y se junta con ese ‘Moncayo azul y blanco’ y un olmo seco y Leonor… Y Antonio se hace un poco más presente, más mío; aunque algunos no lo sepan.
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Ian Gibson: “Machado está bien en Colliure. Si se llevan a la momia del Valle de los Caídos, quizás pueda volver”
Con uno de esos días azules y quizás iluminados por destellos de aquel sol de la infancia, el mismo que se presentó en su busca como una premonición de despedida desde aquel patio de su infancia en Sevilla hasta el Mediterráneo... Como un digno homenaje a esos versos inconclusos que se encontraron en su gabán, cuando Antonio Machado murió en Colliure, a pocos kilómetros de la frontera con España, un 22 de febrero de 1939, Ian Gibson ha regresado al pequeño pueblo de pescadores francés, a la pensión donde se alojó el poeta y le prestaron camisas con que repeler la humedad de su diáspora. Allí reposa en el pequeño cementerio como símbolo de una vergüenza colectiva, envuelto en flores y banderas republicanas: “Si Lorca representa a los fusilados; Machado, a los exiliados”, dice Gibson.
Dos extremos que no se debieron producir. Ni el asesinato indiscriminado ni la expulsión, como humillante castigo de un bando sobre otro. “No estaría contento el poeta hoy si comprobara que seguimos a la greña”, comenta el biógrafo hispano-irlandés, que ha presentado en Colliure Los últimos caminos de Antonio Machado (Espasa). Gibson ha dedicado su vida a desentrañar algunos de los grandes de la cultura en español: de Lorca a Machado y Rubén Darío; de Buñuel a Dalí, la mayoría de ellos representantes de la inagotable edad de plata, casi todos símbolos y ejemplos del bien que trajo a España la Institución Libre de Enseñanza.
A ella pertenecieron el abuelo y el padre de Machado. Sobre la base de sus principios se educaron sus descendientes. Antonio y José los abrazaron hasta el final. Manuel, en cambio, acabó dedicando poemas a los golpistas, cantos radiados a asesinos como Queipo de Llano: “Otro motivo último de tristeza para Antonio, por si no hubiera sido suficiente el derrumbamiento de la República, su lejanía de Guiomar, la huida en los últimos días”.
Un viaje que se asemeja al vía crucis de quien reivindicó un marxismo de bases cristianas, un republicanismo laico y abierto, un país donde la libertad, la igualdad y la fraternidad rigieran sus destinos. “No es posible entender a Machado sin Francia. Tampoco resulta tan extraño que acabara aquí. Desde niño estudió esa lengua, fue profesor de francés, su primera etapa simbolista está llena de influencias de la poesía gala”.
En Colliure encontró cierto descanso y un refugio, aunque solo fuera para la tristeza o un último suspiro inaplazable. Murió él tres días antes que Ana, su madre. Los enterraron juntos, tras una agonía de la mujer, a quien trasladaron en brazos desde la frontera tanto él, como su hermano José o su amigo Corpus Barga.
La lluvia del trayecto a pie acabó con su salud. Al morir encontraron en su abrigo los versos: “Estos días azules y este sol de la infancia”. Andaban entremezclados junto a una transcripción del monólogo metafísico de Hamlet o una copla dedicada a Guiomar, su último amor. “Fue una verdadera desgracia que ella quemara sus cartas. Más de 200 arrojadas al fuego, con lo que eso supone”, aseguraba este lunes Gibson en Colliure.
Se adelantó el hispanista al homenaje que le rendirán conjuntamente el sábado Pedro Sánchez y Emmanuel Macron. Ambos presidentes se darán cita en el pueblo para rememorar el día de su muerte. Aquella jornada, cuenta Gibson en su libro, su hermano José comunicó su fallecimiento a la embajada española en París y desde allí se difundió la noticia. Manuel Azaña envió su pésame. Algún hispanista, como Jean Cassou, ofreció trasladar su cuerpo a París. Pero José declinó la oferta y decidió hacerle reposar en el mismo suelo al que tanto le costó llegar, arrastrándose.
Pidió permiso al alcalde, este lo concedió y se congregaron en el lugar algunas autoridades como el cónsul Julián Zugazagoitia, incluso el general Vicente Rojo, según la prensa local, así como algunos refugiados de los campos Argelès-sur-Mer y Saint Cyprien. Una vecina había bordado una bandera republicana la noche antes y varios presos del Castillo de Colliure recibieron permiso para trasladar el féretro.
“Sencillez absoluta y sin un cura”, cuenta Gibson. Tristeza, impotencia, rabia y fatalismo: el cóctel de quien todo lo pierde sin asomo de justicia. E ironía del destino para redondear la desgracia: “Al día siguiente de su muerte, recibió una invitación de la Universidad de Cambridge para dar allí clases como profesor. Hubiera sido su salvación”, comenta el autor.
¿Devolver algún día los restos a España? “No creo que se deba hacer. Si desaparecen de aquí, se borra una huella trágica. Lo acogieron con mucha atención y generosidad. Merece quedarse en Colliure. Si se llevan a la momia del Valle de los Caídos, si algún día tenemos una derecha más razonable y una izquierda mejor avenida, quizás”.
Artículo en elpais.com.
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