viernes, 27 de febrero de 2009

Acabó febrero



Ya ha pasado un mes desde que empecé con un sencillo homenaje a D. Antonio machado. Solamente hubiera habido algo por lo que lo hubiera dejado pero como no se ha cumplido pues he seguido hasta el final. Dejaré la entrada de la III República para más adelante.

No me he inventado nada. La mayoría de los datos están sacados del libro Ligero de equipaje de Ian Gibson, un libro que aconsejo y que me leí hace tiempo volviéndolo a recordar este mes. Otros los he buscado en otras fuentes pero nada está inventado. Es lo que tiene el contar la vida de alguien, que no se puede cambiar. Se podrá ser más o menos riguroso pero poco se podrá alterar.

Mi intención era contar el último mes de vida del poeta y un poco otros aspectos más personales como su pensamiento político o su vida sentimental. Quizás me he dejado llevar por un exceso de pasión hacia su figura y puedo haber dado una opinión muy particular respecto a ciertas situaciones de su vida. Simplemente es mi opinión y cada uno puede tener la suya igualmente respetable y discutible.

Con esto termino mi homenaje al poeta. No creo que vuelva a escribir sobre él y no porque no quiera sino porque, como dije cuando empezó el mes, hay cosas tan íntimas y que mueven sentimientos tan grandes que no es posible encontrar las palabras. Lo que me evoca el leer a Machado, pasear por Soria o visitar su tumba en Colliure, es algo demasiado personal como para contarlo. Supongo que el alma también puede tener algunos secretillos y estos son, hoy por hoy, los míos.

La poesía creo que se tiene que sentir, no se puede leer del mismo modo que la narrativa. Hay que meterse dentro y entenderla. Por ello los poetas son especiales, por ello hay que cuidarlos, por ello hay que respetarlos, por ello hay que admirarlos y por ello finalizo con un poema de una gran poetisa, Gloria Fuertes, cuyo significado no hace falta explicar, solamente hay que sentir.


Cuando muere un poeta,
no pasa nada…

Machado murió de pena
echando llanto por la almohada.

Hernández murió de rayo
echando sangre por la boca.

Echando sangre por las sienes
murió Lorca.

¡No queremos que mueran más poetas
echando tristeza por la boca!



Siempre en el recuerdo y en el pensamiento don Antonio Machado, poeta.

miércoles, 25 de febrero de 2009

Después del poeta



Pronto empezaron a aparecer las noticias en los periódicos de la muerte del poeta. Por lo visto el primero fue el ABC de Sevilla el sábado 25 de febrero. El diario de Burgos también cita la noticia, pero más en sentido de dar el pésame a Manuel Machado, que en facilitar información sobre la defunción. El ABC republicano comentaba que la noticia se había dado tres días antes en la radio francesa, pero que se había resistido a creerla entonces. Ahora no había más remedio. España, la España democrática, acababa de perder a uno de sus más grandes valedores:


Trabajó por la instauración de la República y la ha venido defendiendo sin ningún desfallecimiento. Poeta y español sin tacha, la invasión de su patria le ha hecho identificarse con el régimen que encarna la independencia de España. Su pluma ha estado dedicada durante la guerra a exaltar la defensa de nuestras libertades y los valores morales del pueblo español. Ante el gran español que acaba de morir rendimos el homenaje respetuoso de nuestra admiración y de nuestro dolor.
La noticia produce consternación entre quienes siguen luchando – ya casi contra la esperanza – por la República. Al principio de la guerra fue Lorca. Ahora, cuando parece que todo termina, le ha tocado el turno al poeta de Campos de Castilla.
Durante las pocas semanas de vida que le quedan a la República se suceden numerosas manifestaciones de pesadumbre por la pérdida del poeta que, a lo largo de tres años, y a pesar de su mala salud, ha luchado sin descanso por la democracia.
Manuel Machado, que desde 1938 es miembro de la Real Academia Española, la de Franco, se entera de la noticia en Burgos. Inmediatamente se traslada a Colliure, al parecer en un coche oficial, acompañado de su mujer Eulalia Cáceres.
El único consuelo del hermano mayor, al llegar al pequeño pueblo francés y descubrir que también había perdido a su madre era volver a ver a José y Matea. No se sabe nada de las conversaciones pero hay que suponer que fueron tensas, emotivas y tal vez coléricas ya que José, resueltamente antifascista, ni menciona la llegada de Manuel y su mujer a Colliure en Las últimas soledades del poeta Antonio Machado. Dos días después éstos regresan a Burgos, y las dos parejas nunca se volverán a ver.
En mayo de 1939 José y Matea ya han abandonado Colliure y viven en el pueblo de Meurville (Aubé), a 35 kilómetros de Troyes, donde se juntan con ellos Joaquín Machado y su mujer, Carmen Coll. José Machado, lleno de gratitud, se cartea con Jacques Baills y Madame Quintana. Hacia finales del año los cuatro embarcan para Buenos Aires. Desde allí viajan a Chile y se establecen definitivamente en Santiago, donde se unirán con ellos, después de su largo exilio en Rusia, dos de sus hijas. José seguirá dedicado a la pintura y Joaquín trabajará como tipógrafo y periodista. Y allí ambos hermanos se morirán, sin nunca poner los pies en la España, para ellos maldita, de Franco.
En cuanto a Francisco Machado y su familia, que no volvieron a ver a José y Joaquín, regresan a aquella España pocos meses después de terminada la guerra confiados en la protección de Manuel. Tras las pertinentes indagaciones, y no pocas dificultades, Francisco es declarado exento de responsabilidades políticas durante su etapa como director de la Prisión de Mujeres de Madrid y readmitido al Servicio, su último puesto.
Manuel Machado regresó a Madrid. Publicó poquísimo tras la contienda y, cuando lo hacía era casi siempre sobre temas religiosos. Se ha dicho que padeció durante sus últimos años un estado de tristeza que mantuvo hasta la muerte. No sería de extrañar. Murió a principios de 1947. Fue amortajado con el hábito de franciscano y velado en el vestíbulo de la Real Academia. Su viuda se recluyó en un convento, posiblemente su verdadera vocación.
¿Y Pilar de Valderrama? O sea, Guiomar. En Sí, soy Guiomar la musa cuenta que coincidió durante la guerra, en un teatro de Salamanca, con Manuel Machado, a quién no conocía personalmente, y que le preguntó por Antonio. Afirma que cuanto le dijo al respecto el primogénito la dejó “helada”: “Me habló de su preocupación y disgusto porque su hermano, que se hallaba en zona contraria pensaba que, siendo ya nuestra, España había sido vendida a los alemanes” ¡Pobre Antonio! ¡Abusando de su “ingenuidad y buena fe” lo habían engañado!”. Más adelante afirma Valderrama tener la “certeza” de que, cuando el poeta llegó a la frontera francesa, llevaba “algún recuerdo” suyo – “cartas, versos, fotografías” – luego perdido. Y añade, refiriéndose al momento de su muerte: “Acaso yo – por aquel entonces en Palma de Mallorca – contemplaba aquel día tristemente el mar… y nuestros pensamientos se unieron como tantas veces en postrera despedida”. Acaso. Quién sabe. Pero lo que es inaceptable y reflejo de bajeza moral es lo que dice Guiomar a continuación: “Yo sé que sin mi ausencia, Antonio no hubiera escrito muchas cosas de las que publicó en Madrid, Barcelona o Valencia durante la guerra; ni hubiera pronunciado algunas conferencias que no eran dignas de él”. Curiosas palabras de quien tenía un concepto de dignidad emparentado con los sublevados. Como vemos, esta señora no renunció a la fama y lo que no puedo conseguir como la poetisa Pilar de Valderrama, lo consiguió como Guiomar, el amor que el poeta no puedo conseguir. Si bien su biografía no le reportaría beneficio económico alguno, sí una fama imperecedera. Pero tampoco merece mayor importancia comentar estas palabras.
Más o menos lo mismo había dicho en octubre de 1940 un tal Dionisio Ridruejo en su “prólogo” a la quinta edición de Poesías completas. Es decir, que Machado siempre había sido un ingenuo. Durante la guerra el gran poeta había demostrado, para Ridruejo, ser uno de tantos “secuestrados morales” obedientes a “consignas” de los malvados. De haber sobrevivido, ellos, los falangistas, lo habrían rescatado.
Parece ser que Pilar Valderrama conocía el texto de Ridruejo. De todas maneras no podía estar más equivocada con respecto al compromiso político de quien había querido con toda su alma ser su amante de verdad. Pilar de Valderrama, mejor dicho Guiomar, demuestra no conocer al poeta, con sus comentarios, ni a todo en lo que este creía y defendía. El 5 de mayo de 1941, es la fecha en que la Comisión Depuradora de Madrid del Ministerio de Educación Nacional, al tanto de la muerte del poeta en Francia, en 1939, “donde había huido ante el avance de las tropas Nacionales en Cataluña”, acordó por unanimidad proponer “la separación definitiva del servicio de D. Antonio Machado con la pérdida de todos sus derechos pasivos”.
Colliure sigue estando en el mismo lugar pero de los que ayudaron a Machado no queda nadie. El hotel Bougnol – Quintana, cerca del cementerio, continua en pie pero está cerrado, envuelto en silencio. Existe un proyecto para convertirlo en un museo dedicado al poeta. La tienda de Juliette Figuerès ya no existe. El tiempo al que tantas a veces aludía el poeta ha hecho su trabajo.
Hoy Machado y su madre siguen en Colliure, unidos en la misma tumba y pese a los intentos durante la dictadura de Franco, de llevar sus restos a España. Hay cerca un buzón para mensajes. Llegan cartas desde el mundo entero, en todos los idiomas dirigidas a “Don Antonio Machado, Cementerio de Colliure”, y se depositan en él. También se dejan papeles, cartas, poemas sobre su tumba. Casi siempre hay flores. Parece ser que el lugar se ha convertido en un centro de peregrinación de quienes admiran al poeta. Su tumba es sencilla, donde se puede leer lo siguiente:


ANTONIO MACHADO
 SEVILLA 26 VII 1875

COLLIOURE 22 II 1939

ANA RUIZ
MADRE DEL POETA

SEVILLA 4 II 1854

COLLIOURE 25 II 1939


Y después una placa con el siguiente epitafio, perteneciente a la parte final de su poema Retrato.



domingo, 22 de febrero de 2009

La muerte del poeta



Hoy hace 70 años las letras españolas quedaron huérfanas. Uno de los más grandes puso fin a su camino. El 22 de febrero de 1939, Miércoles de Ceniza, a las tres y media de la tarde.

Poco se sabe de las últimas reflexiones del poeta. Unos días después de su muerte, José encontró, en un bolsillo de su viejo gabán, un pequeño y arrugado trozo de papel. Allí, escritos a lápiz, había tres apuntes. El primero las palabras iniciales del monólogo de Hamlet, “Ser o no ser…”, tantas veces repetido por el poeta en sus borradores. El segundo un verso alejandrino: “Estos días azules y este sol de la infancia”. El último, con una pequeña variante en la primera línea, cuatro versos de “Otras canciones a Guiomar (a la manera de Abel Martín y Juan de Mairena)”:


Y te daré mi canción:
Se canta lo que se pierde
con un papagayo verde
que la diga en tu balcón.


Gracias a esto sabemos que, poco antes de morir, don Antonio, abatido de dolor por el derrumbamiento de la República, pensaba en la mujer amada que no pudo ser suya. Y que, intuyendo que llegaba el final, se sintió transportado a la Sevilla de su infancia que fue eterno presente en el corazón del poeta caminante.

Quien jamás había poseído casi nada que no fueran sus letras, como al lado del mar de Colliure en aquellos postreros momentos de su vida, fracasada la gran aventura de la República que tanto amaba y por la cual tanto había luchado.

Cuando murió Machado, según recuerda Matea, “tuvieron que sacar el cadáver alzándolo sobre la cama donde mamá Ana estaba inconsciente”. El poeta estuvo de cuerpo presente en la habitación de al lado. “Luego fue amortajado en una sábana y encima de esta una bandera republicana, porque así lo quiso José al interpretar aquella frase que un día dijera Antonio a propósito de las pompas innecesarias de algunos enterramientos:Para enterrar a una persona, con envolverla en una sábana es suficiente”.

“Apenas habían sacado el cuerpo sin vida de Antonio – continua Matea –, y por causalidad, mamá Ana tuvo unos momento de lucidez. Nada más volver en sí miró hacia la cama de Antonio y preguntó, como si alguien le hubiera avisado de lo trágico que había sucedido, con voz débil y angustiada: “¿Dónde está Antonio? ¿Qué ha pasado?”. Y José, conteniéndose como pudo, le mintió diciendo que ya sabía que Antonio estaba enfermo y que se lo habían llevado a un sanatorio. “Allí se va a curar”, le dijo. Recuerdo que mamá Ana le dirigió una mirada en la que se veía que no aceptaba aquellas palabras. Luego cerró los ojos y tres días después moriría. Estoy segura que en aquellos minutos de lucidez se dio cuenta que Antonio había muerto”.

José Machado no pierde el tiempo y comunica enseguida a las autoridades republicanas la muerte de su hermano. Muy pronto comienzan a llegar telegramas de pésame, entre ellos uno muy afectuoso de D. Manuel Azaña. Otro de Luis Álvarez Satullano. Marceau Banyuls, el alcalde de Colliure, promete su apoyo para la organización del entierro. Durante la noche velan el cadáver, con José y Matea, los Figuères, Pauline Quintana, un catalán exiliado, un profesor de español en Perpiñán y alguna persona más.

En las primeras horas del día 23 José recibe una carta del hispanista Jean Cassou, solicitando en nombre de los escritores franceses y del suyo propio que el entierro se haga, con la debida solemnidad en Paris. José, sin embargo, decide declinar tan honrosa oferta, “mirando más que nada a la sencilla y austera manera de ser del poeta”, y ruega a las autoridades municipales de Collioure que permitan que los restos de su hermano descansen en el cementerio del pueblo hasta el momento de ser trasladados un día a Madrid. El acuerdo se salda cuando una amiga de Pauline Quintana, Marie Deboher, ofrece un nicho a su familia.

Durante la mañana del 23 la animación es inusitada en Colliure. La muerte se ha dado a conocer en los medios de comunicación y va llegando mucha gente, entre ellos el ex ministro socialista de Gobernación, Julián Zugazagoitia, compañero de Machado en la redacción de La Vanguardia (y que será fusilado por Franco en 1940). Las autoridades galas dan permiso para que soldados españoles porten el féretro, a hombros, hasta el cementerio.

El entierro es estrictamente civil, por expresa disposición de Machado comunicada a su hermano unos días antes, y de una sobriedad acorde con el pensamiento y la manera de ser del poeta.
La comitiva se pone en marcha a las cinco de la tarde. Cuando el ataud sale del hotel Bougnol – Quintana va envuelto en la bandera republicana que ha cosido durante toda la noche ¡qué gran detalle!, Juliette Figuères.

La cabeza del féretro lleva en grandes letras las iniciales A. M.

Presiden el cortejo fúnebre José Machado, Zugazagoitia, Santaló, el alcalde de Banyuls y dos representantes de la Embajada de la República en París, Sánchez Ventura y Nolla. También se han personado el cónsul de España en Perpiñán, representantes del Centro Español de la misma ciudad, el presidente del Centro Español de Cèrbere y dos corresponsales británicos.

Según la prensa local, también estuvo presente el general Vicente Rojo, sobre cuya persona escribiera Machado su último artículo. Rojo había cruzado la frontera días antes, al entender que todo estaba perdido y que además algo se tramaba contra él.

Antes de proceder a la inhumación, Julián Zugazagoitia pronuncia un discurso fúnebre en medio de un dolorido silencio.

Cuando sale el gentío del camposanto, el alcalde de Banyuls, accediendo a la petición de José Machado, demasiado afectado para hablar, agradece a todos los allí reunidos su presencia en el acto. “Con Machado – dice – desaparece, a la caída de la República, una de las más altas personalidades literarias de Europa y un sincero amigo de Francia”.

Al día siguiente, 24 de febrero, José Machado contesta la cariñosa carta que acaba de llegar para Antonio del hispanista John Brande Trend, gran admirador suyo. A Trend, enterado del exilio del poeta, le ha faltado tiempo para ofrecerle el puesto de lector en su Departamento de Español en Cambridge, puesto tan bien remunerado como prestigioso. La verdad es que le habría venido bien a Machado y a su familia. José, profundamente dolido, contesta por el poeta:


Muy distinguido y admirado señor:

Cuando llegó el ofrecimiento de esa célebre Universidad de Cambridge para mi hermano Antonio, en aquel mismo momento acababa de morir. Yo, que he sido siempre el hermano inseparable de todas las horas, sé muy bien cuán alta estima sentía por Vd., y cuánto se hubiera honrado aceptando este nombramiento, que además suponía el salvamiento de nuestra madre (85 años) con los dos restantes que constituían el pequeño grupo familiar con que siempre había vivido, del naufragio económico. Dada la profunda y devota admiración que sintió siempre por Inglaterra, hubiera visto colmado uno de sus más fervientes anhelos de toda la vida que era: visitar esa nación. Precisamente en estos últimos meses leía y releía las obras maestras de esa formidable literatura inglesa. ¡Pero los sueños no se cumplen! Lo hemos enterrado ayer en este sencillo pueblecito de pescadores en un sencillo cementerio cerca del mar. Allí esperará hasta que una humanidad menos bárbara y cruel le permita volver a sus tierras castellanas que tanto amó. Usted, señor Trend, que tan alta cumbre representa en la intelectualidad en ese país, reciba la profunda gratitud por sus bondades para con mi hermano, de este antiguo alumno de “La Institución Libre de Enseñanza”.

Collioure. Hotel Bougnol – Quintana 24 de febrero de 1939.


Si la carta de Trend llega en el momento mismo de la muerte de Antonio Machado, se anticipa en tres días a la de la madre que fallece el 25 de febrero a las ocho de la tarde. Dos horas antes había alcanzado, en coma, la edad de 85 años.

Ana Ruiz cumplía así una promesa hecha en Rocafort: “Estoy dispuesta a vivir tanto como mi hijo Antonio”.

Recibe sepultura en tierra, en un rincón del cementerio reservado para los pobres.

En el registro municipal de defunciones figura la inscripción de la muerte de la madre inmediatamente debajo de la de Antonio. No constan las causas del fallecimiento.

Poco después se colocó una placa en el nicho del poeta. Decía con una brevedad digna suya:

ICE REPOSE
ANTONIO MACHADO
MORT EN EXIL
LE 22 FÉVRIER 1939

jueves, 19 de febrero de 2009

Los últimos días



Jacques Baills, el ferroviario, suele ayudar a Pauline Quintana con la contabilidad del hotel y tiene con ella una relación amistosa. Cuando llega aquella noche pregunta si están allí los españoles con quienes había hablado en la estación. Le dice que sí y que se habían acostado sin cenar. Nada raro después de su larga y terrible odisea. Años más tarde, Baills, recordará su primer encuentro con el poeta: “Al cabo de dos o tres días, y teniendo por costumbre llevar las cuentas del hotel (registros de nombres, entradas, salidas, etc.), vi, al ir apuntando los nombres, el de Antonio Machado, que se había presentado como profesor. Esto me hizo reflexionar, e inmediatamente me acordé de que hacía tiempo, cuando iba a clase nocturna, había aprendido poesías de Antonio Machado.
Así pues me atreví a preguntarle si el profesor que estaba en el hotel era Antonio Machado, el poeta que conocía. Y entonces sin darle importancia ni nada, sin ni siquiera sonreír, me dijo: “Sí, soy yo”. Así que empezamos a hablar, él me preguntó cómo conocía el español, si era de origen español, y yo le dije: “No, solo que, como todos los franceses que viven en la frontera, es natural que aprendamos un segundo idioma que es el español”. Y le pedí permiso para poderle hablar precisamente en dicho idioma, lo que aceptó encantado, diciéndome: “Pero yo le contestaré sin duda en francés”. Ahí se ve la sensibilidad que tenía. Y a partir de entonces al final de cada comida iba a verles, me sentaba con ellos y charlábamos un ratito. Que hayamos mantenido conversaciones de tipo político, eso nunca. Hablábamos de cosas triviales, porque yo sentía que estaba tratando con alguien que se situaba muy por encima de mis posibilidades y que enseguida me vería dificultado para contestarle”.
A Machado le debió emocionar tener entre sus manos el cuaderno, fechado en 1934, en el cual Baills había copiado, durante sus clases nocturnas de español, algunas poesías que le gustaban especialmente. Eran todas de la primer época: “Recuerdo infantil,” “Yo voy soñando/caminos de la tarde…” y “Abril florece/frente a mi ventana…” Para el poeta, tan necesitado de lecturas en español, Baills actúa como su ángel prestándole libros de Pío Baroja, de Máximo Gorki y un librito sobre la vida, obra y muerte de Vicente Blasco Ibañez.
Machado consume ávidamente todos los periódicos que puede conseguir, y escucha la radio (tanto francés como española) en el saloncito que hay al lado de la cocina del hotel. Tiene la acuciante necesidad de saber que ocurre en España. Y lo que pasa, entre otras cosas, es que acaban de cruzar la frontera, el 6 de febrero, el presidente de la República, D. Manuel Azaña, y el de las Cortes, Diego Martínez Barrio. Todo se desmorona. En realidad, sólo queda Madrid.
Según Baills el poeta no estaba muy a gusto en el comedor a la hora de las comidas cuando solía llenarse de ruidosos militares españoles refugiados en el pueblo. Todos contaban gritando hazañas o hechos mientras que Machado no pensaba más que en una cosa: en la pérdida que la derrota suponía para la libertad de España, y en haberse visto obligado a abandonar cuanto había abandonado. Por ello, la familia prefería comer en un rincón apartado, casi invisible.
En la terraza del hotel el poeta solía salir a fumar. En la fotografía de cabecera, la última que se le tomó con vida, aparece con un aspecto cansado y al parecer, liándose un cigarro.
La señora Quintana se afana por cuidar a sus huéspedes y les atiende con cariño. Don Antonio, dándose cuenta de su desvalimiento económico, le dice: "Ya que no tengo dinero para pagarte, le haré un poema".
Machado no estaba abatido en todos los momentos, como se pudiera creer. El 9 de febrero manda una cara a José Bergamín en contestación a una recibida por este desde París. La carta del poeta da a entender que tiene todavía las esperanzas puestas sobre todo en Rusia:
“Muy querido y admirado amigo:
Después de un éxodo lamentable, pasé la frontera con mi madre, mi hermano José y su esposa, en condiciones impeorables (ni un solo céntimo francés) y hoy me encuentro en Colliure en el Hôtel Bougnol – Quintana y gracias a un pequeño auxilio oficial con recursos suficientes para acabar el mes corriente. Mi problema más inmediato es el de poder resistir en Francia hasta encontrar recursos para vivir en ella de mi trabajo literario o trasladarme a la U.R.S.S. donde encontraría favorable acogida.

Con toda el alma agradezco los generosos ofrecimientos de esa Asociación de Escritores, muy especialmente los de M. Jean – Richard Bloch y el Prof. Cohen, pero no solamente temo quedarme muy aislado como Vd. indica, sino además no disponer de medios pecuniarios para mantenerme con mi familia en esas casa y para trasladarme a ellas. Así pues, el problema queda reducido a la necesidad de un apoyo pecuniario a partir del mes que viene, bien para continuar aquí en las condiciones actuales, bien para trasladarme a alguna localidad no lejana donde poder vivir en un pisito amueblado en las condiciones más modestas.

Vea Vd. Cuál es mi situación de hecho y cuál puede ser el apoyo necesario.

Con toda el alma le agradezco sus cariñosas palabras: nada tiene Vd. Que agradecerme por las mías; son expresión muy sincera aunque todavía insuficiente de mi admiración por su obra.

Si en estos días cambiásemos de residencia ya se lo haría saber telegráficamente.

Mientras tanto mi residencia es siempre la misma.

Le envía un fuerte abrazo su siempre suyo.


Antonio Machado
P.D. Muy afectuosos saludos de mi familia. De Carlos Riba no tengo noticia alguna de que esté en este pueblo.
¿Qué se puede pensar ante esta carta? ¡Qué pena! ¿Qué se puede decir? ¡Qué gran hombre! ¿Qué se puede sentir al leerla? Solamente las lágrimas recorriendo las mejillas.
Los días pasaban y José recuerda la última salida del poeta:
No podía sobrevivir a la pérdida de España. Tampoco sobre ponerse a la angustia del destierro. Éste fue el estado de su espíritu en el tiempo que vivió aún en Colliure.
Unos días antes de su muerte, me dijo ante el espejo, mientras trataba en vano de arreglar sus desordenados cabellos: “Vamos a ver el mar”.

Nos encaminamos a la playa. Allí nos sentamos en una de las barcas que reposaban sobre la arena. Hacía mucho viento, pero él se quitó el sombrero que sujetó con una mano en la rodilla, mientras que la otra mano, reposaba, en una actitud suya, sobre la cayada de su bastón. Así permaneció absorto, silencioso, ante el constante ir y venir de las olas que, incansables, se agitan como bajo una maldición que no las dejara nunca reposar. Al cabo de un largo rato de contemplación me dijo señalando a una de las humildes casitas de los pescadores: “Quién pudiera vivir ahí tras una de esas ventanas, libre ya de toda preocupación”. Después se levantó con gran esfuerzo y andando trabajosamente sobre la movediza arena, en la que se hundían casi por completo los pies, emprendimos el regreso en silencio”.

Si Madame Quintana se desvivía porque a los Machado no les faltase nada en la comida, no le iba Juliette Figuerès a la zaga con respecto a la ropa. También le proporcionaba al poeta el tabaco que tanto necesitaba. Así lo recordaría años después:
Un día me dijo José: “Mi hermano no puede bajar”. Yo le dije: “¿Por qué no bajan todos juntos a comer?”. Y me contestó: “Porque – en español como siempre – no tenemos ropa de recambio. El día en que uno de los dos lava la camisa, espera a que el otro acabe la comida y suba para bajar a su vez”.
Unas veces le tocaba a José quedarse a arriba y oras a Antonio. Le dije: “Si quieren aceptar una camisa les daré una a cada uno de ustedes para que puedan cambiarse y así podrán bajar todos juntos”. Él me contestó: “No me atrevo. Antes teníamos mucho dinero, ¿sabe? Y ahora no tiene ningún valor”. Trajo un periódico lleno de billetes, billetes de la República y me dijo:”Todo esto es para quemarlo, no vale nada”. Yo le contesté: “Guárdelo pues no sabe lo que puede pasar. A lo mejor un día…”. En fin, le dimos calzoncillos, camisas y ropas para su mujer, y estaban encantados.

Sencillamente conmovedor, triste, tierno.
Una tarde baja Machado al salón con una pequeña caja de madera, un joyero. Se lo entrega a Pauline Quintan y le dice:
“Es tierra de España. Si muero en este pueblo quiero que me entierren con ella”.
Cuando la dueña del hotel trata de hacerle desistir de la tal obsesión, el poeta mueve a ambos lados la cabeza y le dice:
“Mis días, señora, están contados”.
¿Acaso presentía el poeta la muerte cercana? Pauline Quintana guardará el joyero hasta su muerte, a los casi 100 años.
La condición de la madre está empeorando. Y la del poeta.
Así lo recordará Matea, la mujer de José:
“Como mamá Ana estaba mal, yo me levantaba por la noche e iba a verla varias veces. Una noche, cuando entré en la habitación, ya casi de mañana, observé algo muy raro en Antonio. Salí y le dije a mi marido: “Pepe, Antonio está muy mal”. Pepe se levantó enseguida. Serían como las seis de la mañana y decidimos que fuera yo en busca del médico”.
Matea llega a casa de Juliette Figuères: “Mi cuñado está muy enfermo y tiene que verlo un médico”. Esta la tranquiliza diciéndole: “Escuche, voy a acompañarle a casa del doctor Cabezen que ese nuestro médico y vendrá”. Fueron a por él y llegó inmediatamente. Dijo que era grave. Era asmático y cogió frío en Cerbère. Como tenía asma el médico lo encontró muy mal, porque tenía una congestión.
Los testimonios de los presentes concuerdan. El doctor le recetó unas medicinas y dijo que nada se podía hacer. Antonio se moría y de eso ya no cabía ninguna duda. Estuvo como cuatro días muy inquieto. Se veía morir. El 18 de febrero empeoró su neumonía, complicándosele con una gastroenteritis.
Sería alrededor del día 20 de febrero cuando Machado, haciendo un último esfuerzo, dictó una carta a su amigo Luis Álvarez Santullano, ahora secretario en la Embajada de España en Paris. Le aseguraba que su salud iba en alza, pero los trazos de la firma eran vacilantes.

Con la madre y el hijo en estado tan crítico, se colocó entre ambas camas un fino biombo. Con los ojos cerrados y ya delirante, repetía: Merci, madame; mercí, madame, agradeciéndole a la señora Quintana sus cuidados. A veces se le oía decir: “¡Adiós, madre, adiós, madre!”, pero mamá Ana, que estaba que estaba en la otra cama a su lado no le oía porque estaba en coma profundo. Fueron sus últimas palabras.

domingo, 15 de febrero de 2009

El poeta y el amor


Ayer fue San Valentín, cuya fecha no hace falta recordar lo que significa. Como tampoco creo que tenga que ser el único día en que se recuerden ciertas cosas o se pronuncien ciertas palabras tampoco creía que era el día para hablar sobre el amor. Así pues haré un pequeño paréntesis en lo que fue el último mes de vida del poeta y dedicaré esta entrada a quien, personalmente, creo que fue su gran amor. La persona con la que le hubiera gustado envejecer y pasar el resto de sus días: Leonor.

Evidentemente es muy aventurado decir esto. Tampoco soy quién pues no estaba dentro del poeta para saber lo que sentía pero sí que por lo que he podido leer acerca de quienes lo conocieron, lo estudiaron y, quizás, por mi concepción del amor entiendo que así es.

Posiblemente habrá quien se decante por la poetisa Pilar de Valderrama, más conocida como Guiomar y por su relación con el poeta que por su verdadero nombre y su creación literaria. Ella quiere conocerlo, viaja a Segovia, dos veces, para recuperarse por su mal estado anímico y a D. Antonio, un hombre muy solo, incapaz por su idiosincrasia de conquistar a una mujer, que no tiene confianza en sí mismo como amante, no podía haberle pasado nada más tremendo en la vida que enamorarse de ella.

Guiomar casada con un donjuán, ultracatólica, horrorizada ante el sexo, con muchos problemas busca en el poeta lo que no tenía.

Su relación duró siete años, hasta comenzar la guerra que los separa definitivamente. Durante este tiempo se veían en un café de Cuatro Caminos, durante una hora. Ella nunca dejó que el poeta la tocase. Su relación era meramente platónica. Quizás para el poeta llegó a ser un tormento, estar con la persona amada y no poder compartir algo más que palabras pero él lo aceptaba y ella tenía lo que quería.

Curiosa forma de amar ¿En ningún momento pensó, Guiomar, en entregarse al poeta e ir más allá de lo platónico? Si tanto hubiera querido al poeta ¿Por qué no se atrevió a estar con él? No me estoy refiriendo a sexo por sexo porque entiendo que había amor. Lo que quiero decir es tener la oportunidad de poder llenar ese vacío que sin duda sentiría ¿Qué hubiera pasado si Machado la hubiera deseado como mujer, como amante? ¿Hubieran dejado de verse aún sabiendo que nada los hubiera separado y que el vacío de su felicidad estaría colmado? ¿Merece la pena, por una idea, privar de algo a quien puedes querer sabiendo que lo puedes perder? Quizás, no puedo contestar a ello, pero son preguntas que me surgen.

Es posible que mi concepción del amor sea distinta. No lo sé. Porque no se trata de ceder por ceder ni de placer. Se trata de algo más. De algo puro entre dos personas a las que unen muchas cosas, la poesía, los sentimientos, la necesidad del uno con el otro ¿Existe amor cuando se priva a la otra pareja de ilusiones y sueños? ¿De tener la oportunidad de ser plenamente feliz y se dan las condiciones para ello? ¿Qué se le niega a alguien de quien estás enamorado? Porque no me refiero a obligaciones, simplemente a oportunidades sabiendo que el amor es puro y la felicidad puede ser completa.

Personalmente, no creo en el amor con limitaciones, no creo en el amor en que se cierren puertas por, simplemente, decisiones de una de las partes que afectan a ambos. Por ello no creo que Guiomar amase al poeta plenamente, simplemente lo amaba como lo que era y no por quién era. Porque amar a alguien es no cerrar puertas ni privar de felicidad.

Pero bueno, tan solo son reflexiones de la resaca de San Valentín. Tampoco quisiera centrarme en Guiomar porque, evidentemente, cada uno tendrá su opinión, en todo caso respetable y que no coincida con la mía.


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Creo que si hay que hacer mención en cuanto al verdadero amor del poeta es a Leonor. La niña a la que conoció cuando él fue profesor en el instituto de Soria

Era, Leonor, la hija de la dueña de la pensión en la que se alojaba el poeta. De talla, mediana; el cabello, castaño, un poco ondulado; no se ponía afeites: una niña, los ojos, morenos oscuros; la tez, más bien sonrosada; la voz, un poco aniñada.

Su padre, un ex guardia civil violento y dado a la bebida que en ocasiones maltrataba a la madre. Leonor, según un amigo suyo de la infancia, adoraba los versos y para ella tener en casa al autor de “Soledades” de talante tan opuesto al de su padre es algo, que sin duda la predispone para el amor.

¿Pero cómo, para un hombre tan tímido con las mujeres, quizás temeroso de ser rechazado, trata de iniciar el noviazgo? Según un biógrafo de Machado usó un curioso procedimiento para cerciorarse de los sentimientos de Leonor, que era declarar los suyos en versos y dejarlos en cualquier lugar “olvidados” para que ella los leyera. Uno de estos versos se trata del poema, originalmente titulado “Soledades”, que terminaba, después de la evocación de una monjita espiada por el poeta, con tres versos, acerca de cuya significación la pretendida no podía albergar ninguna duda:


Y la niña que yo quiero,
¡ay! Preferirá casarse,
con un mocito barbero.


Parece ser que este mocito existía pero Leonor prefirió al poeta. Los padres de Leonor, algo inquietos, accedieron al noviazgo, del que poco se sabe y a la boda.

El 30 de Julio de 1909 en la iglesia Santa María la Mayor, en la Plaza Mayor, de Soria se celebra el enlace. Desde la calle Estudios nº 7 hasta dicha iglesia acuden los novios. Se celebró un gran revuelo con la boda por la diferencia de edad entre ambos ¡Un catedrático de instituto de 34 años con una niña de 15!

El viaje de novios fue en Barcelona. De regreso a Soria se instalan en la casa de los padres de Leonor, donde la madre de ella les ha preparado dos habitaciones: Una con una cama grande con dos mesitas y otra para despacho de Antonio.

Pasados los años en un viaje a París, Leonor tiene un vómito de sangre. Leonor tiene tuberculosis. Después de un mes y medio ingresada en el hospital, los médicos le recomiendan que regrese a Soria donde el clima será más favorable para la enfermedad de su joven esposa.

Durante el tiempo que están en Soria, Machado se dedica a ella y está inmerso en la finalización de Campos de Castilla, quizás el éxito de esta obra es lo que evite el suicidio después de perder a su esposa. Por las tardes la sacaba a pasear empujando su silla de ruedas para que le diese el aire y el sol. El poeta no la dejó sola ni un momento. Le dedica, el que quizás es el mejor poema que demuestra su angustia y al mismo tiempo su esperanza porque su mujer se recupere.


A un olmo seco.

Al olmo viejo, hendido por el rayo
y en su mitad podrido,con las lluvias de abril y el sol de mayo
algunas hojas verdes le han salido.

¡El olmo centenario en la colina
que lame el Duero! Un musgo amarillento
le mancha la corteza blanquecina
al tronco carcomido y polvoriento.

No será, cual los álamos cantores
que guardan el camino y la ribera,
habitado de pardos ruiseñores.

Ejército de hormigas en hilera
va trepando por él, y en sus entrañas
urden sus telas grises las arañas.

Antes que te derribe, olmo del Duero,
con su hacha el leñador, y el carpintero
te convierta en melena de campana,
lanza de carro o yugo de carreta;
antes que rojo en el hogar, mañana,
ardas en alguna mísera caseta,
al borde de un camino;
antes que te descuaje un torbellino
y tronche el soplo de las sierras blancas;
antes que el río hasta la mar te empuje
por valles y barrancas,
olmo, quiero anotar en mi cartera
la gracia de tu rama verdecida.
Mi corazón espera
también, hacia la luz y hacia la vida,
otro milagro de la primavera.


Posiblemente, el poeta esperaba ese mismo milagro en Leonor y que nunca llegó a producirse. El 1 de agosto de 1912 a las diez de la noche muere Leonor. Los funerales se celebran el 2 de agosto en la misma iglesia que tres años antes se habían casado. Una semana más tarde, el 8 de agosto, parte en tren para Madrid para no volver ¿Cómo poder seguir viviendo en Soria sin Leonor?


Allá, en las tierras altas,
por donde traza el Duero
su curva de ballesta
en torno a Soria, entre plomizos cerros
y manchas de raídos encinares,
mi corazón está vagando, en sueños...

¿No ves, Leonor, los álamos del río
con sus ramajes yertos?

Mira el Moncayo azul y blanco; dame
tu mano y paseemos.

Por estos campos de la tierra mía,
bordados de olivares polvorientos,
voy caminando solo,
triste, cansado, pensativo y viejo.


miércoles, 11 de febrero de 2009

Llegada a Colliure




La frontera está ya sólo a veinticinco kilómetros, pero van a ser un calvario. El tiempo ha empeorado, empieza a rugir el viento y cae una lluvia helada. A cada momento la carretera se hace más intransitable por la multitud de vehículos y de genta a pie. “Por lo caminos se arrastraban millares de hombres, mujeres y niños con ajuares y sus animales domésticos, venidos de todas partes” referirá Corpus Barga.

Se trata de una auténtica estampida hacia la frontera, con la amenaza constante de la aviación enemiga y el temor de un bombardeo desde el mar. Cada vez que se aprecia un zumbido en el aire, la gente se para y se tira a las cunetas. Al poeta, que por lo visto baja siempre el último en estas ocasiones, se le oye decir en una de ellas, en palabras de su hermano José, “que es muy natural tener miedo, pero que aunque no fuese más que por decoro, no había porque dar este espectáculo y que…, por lo demás, si le cayera una bomba, como esta llevaba en sí misma, la solución definitiva del problema vital, no había para que apresurarse tanto”.

Cerca de la frontera, se apearon del vehículo que los llevaba, sin maletas ni dinero, al entrar la noche en un acantilado cerca del mar en medio de la muchedumbre que se apretujaba. El frío era intenso. Llovía abundantemente. La madre de D. Antonio, de ochenta y ocho años, con el pelo calado de agua, era una belleza trágica.

Los Machado y sus acompañantes no tuvieron más remedio que dejar en el vehículo sus mínimos equipajes, entre ellos un pequeño maletín que el poeta hubiera querido confiar al dueño de la masía donde se alojó antes de salir de España. Tenían la esperanza de volver a por ellos, lo cual resultó imposible. Allí se perdieron para siempre los papeles que, presumiblemente, más valoraba el poeta.

La subida por aquella pendiente fue atroz. En la frontera se agolpaban miles de personas sin documentación y los soldados senegaleses los trataban con dureza. José y Matea, tienen que pasar un control sanitario, pero, gracias a las gestiones previas en España a Antonio y a la madre no se les ponen pegas. Además Corpus Barga – que tiene los papeles en orden y habla bien el idioma – explica que Machado es un escritor muy conocido, algo así como un Paul Valéry español, y los visados se sellan sin problemas. “En la casa de los gendarmes nos dieron a todos un pedazo de queso y una rebanada de pan blanco, mientras se soluciona lo de José y Matea”, relata Joaquín Xirau.

Ya quedaba atrás la guerra. Había empezado la pesadilla del exilio. El poeta y su madre se refugian en la cantina de la estación. Al poco tiempo se juntan con ellos José y Matea. Un buen amigo, ilustre catedrático – José no dice quién pero se trata sin duda de Xirau – consigue que el jefe de estación les permita pasar la noche en un vagón de ferrocarril de vía muerta. Hace un frío intenso. “El ruido de la lluvia que continuaba cayendo en abundancia nos hizo apreciar todo el valor de aquel refugio mínimo”, añade por su parte Xirau, que no podía olvidar la penosa situación de Ana Ruiz en aquellos momentos. “A las seis de la mañana el tren había de partir con los refugiados para repartirlos por los campos de concentración – sigue su imprescindible relato – Machado y los que le acompañábamos hubimos de instalarnos en la sala del restaurante de la estación. Machado sufría intensamente por su madre que, medio atontada, no cesaba de decirnos: “Hemos de ir a saludar a estos señores tan ambles que han tenido la bondad de invitarnos”. Con esta ida se escapaba a cada momento del restaurante. Una vez se escapó y se perdió por los andenes en medio de la multitud. Conseguimos hallarla y calmar la exasperación de don Antonio. Este la riñó con dulzura y ya no se movió más de su lado”.

Aconsejados por Corpus Barga, los Machado acceden a parar por el momento en el cercano y pintoresco pueblo pesquero de Colliure. Hasta allí se trasladan aquella tarde en tren, un trayecto de media hora. En la estación preguntan a un joven empleado de ferrocarriles, de nombre Jacques Baills, si conoce un hotel económico en el pueblo. Las recomiendo el Bougnol – Quintana, donde él mismo vive, situado unos trescientos metros más abajo al otro lado de la Placette, de la cual lo separa la rambla del río Douy, normalmente seco, pero en aquellos momentos, después de unas recientes lluvias, invadeable.

La avenida de la estación está en obras. No hay, pues, taxis y habrá que ir a la placeta andando. Además lloviendo y hace frío. Corpus Barga coge en brazos a Ana Ruiz, que no pesa más que una niña, y mientras avanza calle abajo la anciana le susurra al oído: “¿Llegamos pronto a Sevilla?”. ¡A Sevilla! El escritor no sabe si es una broma o si la pobre “había vuelto en su imaginación a su juventud, cuando era una madre feliz en la capital de Andalucía”.

En la placeta hay un tienda, Bonneterie – Mercerie, cuy adueña está en la puerta cuando ve aproximarse al pequeño grupo de españoles. Le preguntan si les permitiría descansar en su establecimiento un momento. Juliette Figuères – qué así se llama – se da cuenta de que son refugiados y de que llegan extenuados:

“Les dije que sí y les hice sentarse, les di café con leche para reanimarlos un poco. La mamá estaba muy cansada, no podía decir nada de lo seca que tenía la boca, y como le digo, la llevaban, no podía andar. Ese señor (Corpus Barga), preguntó si no había un taxi y si había un hotel. Le dije: “El hotel, lo tiene usted en frente”, pero como el río llevaba agua, no se podía pasar por el vado y era preciso dar la vuelta al cementerio. Mi marido le dijo: “Vaya a ver si el dueño del garaje puede venir a buscarles”. Ese señor se fue y nosotros charlamos un rato, porque Antonio hablaba muy bien francés. Hablábamos en francés y los demás no decían casi nada. En fin, yo conozco el español y pude charlar un poco con la mujer de José. Cuando llegó el taxi, se subieron en él y me dieron las gracias. Se quedaron en casa media hora larga y después se fueron al hotel Quintana”.


Pauline Quintana, dueña del hotel Bougnol – Quitana, es una persona afable que simpatiza con la República Española y está dispuesta a hacer todo lo que pueda para ayudar a los refugiados que lleguen a su casa. De hecho, ya están hospedados en ella varios. Pone a disposición de los Machado dos habitaciones en la primera planta: una para Antonio y su madre, otra para José y Matea.

Los cuatro han venido a Colliure, como dirá después Matea, “con lo puesto” y nada más. Y sin apenas dinero. Antonio está enfermo, la madre exhausta. Pero, con todo, se han liberado del horror de los cercanos y vergonzantes campos de refugiados, en realidad campos de concentración – Saint Cyprien y Argèles – sur –Mer – donde se van hacinando en estos momentos, en condiciones infrahumanas, miles de sus compatriotas menos afortunados.


viernes, 6 de febrero de 2009

El poeta y la política


Creo que los grandes hombres, aparte de serlo por su labor, lo son también por su compromiso con los demás. Don Antonio, tampoco escapa a esta particularidad. No era ajeno al mundo que le rodeaba y a los cambios que se estaban produciendo en el, quería ser partícipe y si bien desde un segundo plano participaba de acontecimientos políticos. Quizás por ello convenga saber su trayectoria en este sentido y descubramos porque aguanto hasta el final defendiendo algo en lo que creía en lugar de elegir otra opción, posiblemente igualmente digna, como el exilio, cuando tuvo la oportunidad, pero que no iba con su pensamiento.

Se había instalado en la capital a raíz de proclamarse la República, cuando fue fundado el Instituto Nacional de Segunda Enseñanza Calderón de la Barca, al ser triplicado el número de éstos en toda España. Don Antonio venía de Segovia, donde había enseñado francés, asignatura que siguió explicando en Madrid. En Segovia, junto a unos cuantos amigos, había sido uno de los que izaron la bandera republicana en el balcón del Ayuntamiento el 14 de abril.

En un artículo titulado «El 14 de abril de 1931 en Segovia» (publicado en La Voz de España, abril de 1937, en conmemoración de aquel día), dice Machado:

Fue un día profundamente alegre —muchos que ya éramos viejos no recordábamos otro más alegre—, un día maravilloso en que la naturaleza y la historia parecían fundirse para vibrar juntas en el alma de los poetas y en los labios de los niños.

Mi amigo Antonio Ballesteros y yo izamos en el Ayuntamiento la bandera tricolor. Se cantó La Marsellesa; sonaron los compases del Himno de Riego. La Internacional no había sonado todavía. Era muy legítimo nuestro regocijo. La República había venido por sus cabales, de un modo perfecto, como resultado de unas elecciones. Todo un régimen caía sin sangre, para asombro del mundo. Ni siquiera el crimen profético de un loco, que hubiera eliminado a un traidor [se refiere a Lerroux], turbó la paz de aquellas horas. La República salía de las urnas acabada y perfecta, como Minerva de la cabeza de Júpiter.

Así recuerdo yo el 14 de abril de 1931.

Desde aquel día —no sé si vivido o soñado— hasta el día de hoy, en que vivimos demasiado despiertos y nada soñadores, han transcurrido seis años repletos de realidades que pudieran estar en la memoria de todos. Sobre esos seis años escribirán los historiadores del porvenir muchos miles de páginas, algunas de las cuales, acaso, merecerán leerse. Entre tanto, yo los resumiría con unas pocas palabras. Unos cuantos hombres honrados, que llegaban al poder sin haberlo deseado, acaso sin haberlo esperado siquiera, pero obedientes a la voluntad progresiva de la nación, tuvieron la insólita y genial ocurrencia de legislar atenidos a normas estrictamente morales, de gobernar en el sentido esencial de la historia, que es el del porvenir. Para estos hombres eran sagradas las más justas y legítimas aspiraciones del pueblo; contra ellas no se podía gobernar, porque el satisfacerlas era precisamente la más honda razón de ser de todo gobierno. Y estos hombres, nada revolucionarios, llenos de respeto, mesura y tolerancia, ni atropellaron ningún derecho ni desertaron de ninguno de sus deberes. Tal fue, a grandes rasgos, la segunda gloriosa República española, que terminó, a mi juicio, con la disolución de las Cortes Constituyentes. Destaquemos este claro nombre representativo: Manuel Azaña.
Siempre se había sentido adherido al bando antimonárquico y sus ideas políticas, en el curso de los años, fueron acedándose y hasta radicalizándose en una especie de aperturismo, diríamos ahora, hacia la izquierda. A los sesenta y tres años evocaba con admiración y respeto la figura humana de Pablo Iglesias, el fundador del partido socialista, al que había visto y oído en un mitin cuando sólo contaba catorce. A vueltas con la memoria, escribiría: "De lo único que puedo responder es de la emoción que en mi alma iban despertando las palabras encendidas de Pablo Iglesias, Al escucharle, hacia yo -escribió en 1938- la única reflexión que sobre su oratoria puede hacer un niño: "Parece que es verdad lo que este hombre dice”.
Desde aquel encuentro, a tan temprana edad, don Antonio fue siempre demócrata fiel abierto a la evolución de sus ideales. Y a éstos estuvo entregado, consecuentemente, como lo demuestran sus escritos de la guerra y de antes de la guerra en los años más trágicos de la historia española contemporánea, Ya en 1915 -como ha estudiado Aurora de Albornoz- aparece su firma al pie de un documento político. Se trataba de un manifiesto aliadófilo. Un acontecimiento que le hizo meditar profundamente fue la revolución rusa del 17. Y en 1918 participó en una manifestación en favor de los presos políticos condenados por la huelga de agosto del año anterior, Largo Caballero, Anguiano, Besteiro y Saborit. En 1922 figura como fundador de la Liga de Derechos del Hombre; cuatro años más tarde firma el Llamamiento de Alianza Republicana y toma parte posteriormente en campañas en favor de la República. El poeta también ingreso en la masonería, concretamente en la logia Mantuana de Madrid, si bien no llegó a ser un miembro destacado. A principios de los años treinta escribe varias reflexiones sobre la vida política española y sucesos tales como la insurrección del 34 en Asturias y Cataluña. Aurora de Albornoz nos ilustra también sobre su adhesión al Comité de Escritores para la Defensa de la Cultura, de clara tendencia izquierdista (1935), y de su firma en el Manifiesto de la Unión Universal por la Paz (1936), junto a Manuel Azaña, Ángel Ossorio, Julio Álvarez del Vayo y el doctor Hernando. Unas declaraciones suyas, aparecidas en el diario madrileño "Ahora", en octubre de 1936, no dejan lugar a dudas sobre su evolución hacia un socialismo humanista y, digámoslo así, populista.

En sus primeros años madrileños, en esta etapa de su vida, don Antonio se dedica a sus clases, en el Instituto, a pasear y frecuentar tertulias en diversos cafés, a escribir y a adorar a su "Guiomar", el amor de su vejez. En 1934 comienzan a aparecer en el periódico "Diario de Madrid" las primeras entregas de "Juan de Mairena. Sentencias, donaires, apuntes y recuerdos de un profesor apócrifo", que luego continuarían en "El Sol" y que se publicarían en libro poco antes de estallar la sublevación militar. Por esa misma época, firma la convocatoria a un banquete-homenaje a Rafael Alberti, a quien dos años antes había enviado, para su revista "Octubre" (Escritores y Artistas Revolucionarios) un artículo "Sobre una posible poesía comunista venida de Rusia".

miércoles, 4 de febrero de 2009

Camino del exilio




El día 15 de enero de 1939 las tropas del general Yagüe tomaron Tarragona, y por la brecha abierta en lo que ya no podía considerarse frente republicano, se lanzaron hacia el norte varios cuerpos de ejército. La aviación nacional bombardeó de nuevo Barcelona. Bajo las bombas, grupos de soldados, muchachos y muchachas, intentaban levantar barricadas con los adoquines arrancados del pavimento de las calles. Era un último esfuerzo desesperado de defensa. Faltaban las armas, se carecía de fusiles y de ametralladoras. Las armas que estaban depositadas en la frontera, y que el Gobierno francés había autorizado para que entraran en Cataluña, no llegaron nunca. El Estado Mayor comunicó al Gobierno, en la noche del 21 al 22, que el frente ya no existía. Había quedado roto en Solsona, en Garraf y en el sector de Igualada-Manresa. Como consecuencia, el Gobierno ordenó que abandonaran Barcelona todos los organismos oficiales. La confusión en la capital era enorme. No se sabía quién mandaba y la orden de evacuación de los dos mil hombres que componían el Cuerpo de Guardias de Asalto sembró el pánico y el espíritu de derrota se extendió por todas partes. Millares de vehículos cargados de gentes militares y civiles, y millares de civiles y militares a pie, se lanzaron hacia Gerona.

El día 22, un decano de la Universidad de Barcelona se presentó en "Torre Castañer", la villa que ocupaba don Antonio Machado y su familia en la capital, en el paseo de San Gervasio, donde les instaló el profesor Wenceslao Roces, para invitarle, a él y a los suyos, a abandonar la ciudad, de acuerdo con las autoridades republicanas. El mensajero le informa que saldrían todos formando parte de una expedición de escritores y profesores.

Una vez aceptada por el poeta la invitación, fue a recogerles un coche enviado por el comisario general de Sanidad Militar, Gómez de Lara. A él subieron don Antonio, su madre, doña Ana Ruiz, su hermano José y la esposa de éste. Entre la confusión que invadía las calles, el coche llegó a la Dirección de Sanidad. Era ya de noche y la aviación enemiga volaba una y otra vez sobre Barcelona. Los reflectores barrían el cielo nocturno en tanto algunas piezas de la defensa antiaérea disparaban contra los aviones nacionalistas. Bajo esta fantasmagórica situación, y por la carretera invadida por los fugitivos, confundido entre la marabunta de camiones y coches que se adelantan, caen a las cunetas o chocan entre sí, el auto que conduce a los Machado intenta también llegar a Gerona. Cuando amanece entran en la ciudad. "Gerona -refiere Teresa Pámies- era un manicomio: llena de forasteros acorralados, de vehículos sin gasolina o estropeados... Los caminos estaban llenos de baches y resultaba más seguro ir en bicicleta que sobre cuatro ruedas... Sobre las majestuosas escaleras de la catedral dormían niños y mujeres, de la riada del éxodo. Las calles estrechas de la parte alta estaban tan llenas de militares en desbandada que habría sido difícil buscar desertores entre ellos. No todos, sin embargo, eran desertores. Había soldados que perdieron su unidad, aturdidos, físicamente agotados, pero buscando todavía un jefe militar, un batallón, una compañía en la que poder hacer el último gesto o para no encontrarse solos. Las escenas eran conmovedoras".

La expedición de la que formaban parte los Machado había sido organizada por el doctor Trías. Su propósito era llegar a la frontera. Y formaban parte de ella, entre otros, Tomás Navarro Tomás (director de la Biblioteca Nacional), los profesores Juan Roura, José y Joaquín Xirau (catedrático de Filosofía de la Universidad de Barcelona); Enrique Rioja, José M. Sacristán (neurólogo), Royo Gómez (geólogo), Ricardo Vinós, José Puche (rector de la Universidad de Valencia), José Pous y Pagés y los escritores Caries Riba y Corpus Barga. Al atardecer pudieron hacer alto en un caserón de Cerviá de Ter. El día 26, una ambulancia les lleva hasta la masía "Max Feixat", cerca de Viladásens. Mientras la riada continúa y sigue fluyendo, los Machado y sus amigos descansan ante el fuego. Otra vez era la noche. Corpus Barga, cronista excepcional de este dramático viaje junto a José Machado, hermano del poeta, y Enrique Rioja, escribió: "Fuimos de noche... una hermosa, y debía haber sido abundante masía catalana... Estaba Antonio Machado con su madre, su hermano José, el pintor, y la mujer de éste... Machado tenía su inseparable bastón entre las piernas... Ni mientras esperábamos en la masía, ni luego en la expedición, aquella misma noche, y al día siguiente, habló de la guerra y de la situación en que nos encontrábamos si no era provocado por alguna pregunta, y contestaba brevemente y como de pasada, volviendo a la conversación que llevaba sobre temas de la vida y las letras". Don Antonio se acomodó junto al fuego, sobre un diván, entre la luz mortecina. Surgió el tema de Valle-Inclán. Se le oía repetir: "Tenemos que dejarnos de hablar así de Valle-Inclán; su obra está pidiendo que hablemos de ella y de él muy en serio". En plena catástrofe, el poeta se volvía a los poetas. Intentaba ocultar o disimular sus preocupaciones inmediatas, como había hecho siempre, a no ser en sus escritos y sus intervenciones públicas, desde que la guerra había comenzado. En Barcelona, en el crudo invierno de 1938, al atardecer, le gustaba recibir algunos amigos, entre los que eran asiduos Navarro Tomás y el maestro Tornar. Y, junto a la chimenea, escasa de carbón, pero siempre abastecida por el cuidado de los que le querían, disfrutaba leyendo en voz alta o escuchando de labios de algún concurrente páginas del "Quijote", obra que siempre tenía a mano y en la que cada día encontrábamos nuevas facetas: Shakespeare, Tolstoi, Dostoyevsky, Dickens... De poesía, a Bécquer y a Rubén Darío".

La caída de Barcelona, el 26 de enero causó una gran depresión en el poeta. Según confesó después Tomás Navarro en uno de sus escritos, Machado le confesó durante estas terribles horas: “Yo no debería salir de España. Sería mejor que me quedara a morir en una cuneta”. Tal vez pensando en cómo habían acabado tantos adversarios de la España fascista, entre ellos su tan admirado Federico García Lorca.

Estaba todo perdido, la República, su República, a la que tanto había apoyado y por la que tanto había luchado, a la que nunca quiso abandonar cuando le propusieron abandonar España: “Quizás no pueda coger un fusil, pero me sobran fuerzas para coger la pluma”, estaba agonizando, viviendo sus últimas horas, como el poeta. A la primera le quedaban apenas dos meses, al segundo apenas un mes. Esa sería su última noche en España, la del 26 al 27 de enero, y después el azaroso viaje cruzando la frontera entre miles de refugiados, acompañados de lluvia, viento, hambre y frío hasta llegar al final del camino, de ese camino al que tantas veces aludía: Colliure.

domingo, 1 de febrero de 2009

Antonio Machado, poeta



Este mes, concretamente el día 22, se cumplen 70 años de la muerte del poeta D. Antonio Machado. Quizás sea una fecha que pase desapercibida para la mayoría, como mucho en el periódico del día, quizás, lo coloquen en el apartado de efemérides. Son cosas que, por desgracia, ocurren. No creo que haga falta recordar ni dar a conocer quién era el poeta porque el desconocimiento del mismo sería más grave que el olvido de una fecha.
Por ello, este mes de febrero, lo dedicaré en entero a él y procuraré contar algunas cosas sobre sus últimos meses con pinceladas de otros pasajes de su vida. Solamente cambiaría de tema por algo que fuese tan importante o que mereciese realmente la pena como sería la llegada de la III República. Pero como es no ocurrirá, al menos durante este mes, mi intención no cambiará. No pretendo hacer su biografía puesto que cualquiera podría buscarla. Tampoco pretendo escribir nada inventándome lo que no es. Su vida fue la que fue y eso no se puede cambiar. Solamente pretendo homenajearlo, recordarlo, vivirlo, sentirlo, amarlo, disfrutarlo, admirarlo, honrarlo, venerarlo y compartirlo a través de lo que pueda contar. Creo que se lo merece.

Mi pasión por el poeta nace en mi infancia. Cuando era un niño, y estaba aprendiendo a leer y a descubrir palabras, mi abuelo me leía poemas suyos. Me descubría su figura, me contaba su vida y yo, que entonces no entendía nada, pero iba empapándome de todo, naciendo en mi algo más que una profunda admiración. El hecho de que alguien a quien admiraba, como era mi abuelo, me contase cosas sobre una persona decía mucho de esa persona.

Ahora ya he comprendido muchas más cosas de las que mi abuelo me contaba. Ya sé que es Soria, quien era Leonor, lo que fue la II República, la Guerra Civil, Colliure y sobretodo se quien era D. Antonio Machado.

Podría hacerlo de otra forma y esperar al día 22 para escribir algo pero no quiero hacerlo así. Él se merece algo más que la fecha de su muerte sea solamente recordada un día. Tampoco puedo. No puedo escribir en unas líneas todos los sentimientos que me produce el poeta cuando hablo de él, leo sus poemas, su biografía o visito su tumba. Quien me conoce sabe que esto es así y yo no lo podría explicar. Del mismo modo que no puedo explicar porque, en estos momentos brotan lágrimas de mis ojos al escribir esto porque es algo más que una admiración lo que siento por Machado y hay cosas para las que no sirven las palabras o quizás yo no las tengo en mi vocabulario.

Cuando alguna vez me han dicho que defina como es la obra de Machado siempre he dicho lo mismo: "La obra de Machado se define con su propia obra". No hay nada comparable a ello, no se puede definir con otras palabras que no sean las que él uso. Posiblemente, por ello, sienta devoción por todo lo que lo envolvió y, quizás, haya un sitio especial para mí como lo fue para él: Soria. Una ciudad a la que a la mayoría de la gente le puede resultar aburrida, la típica ciudad que está bien para visitarla una vez más y no volver o hacerlo después de muchos años. A veces, no se entiende porque voy tanto, porque me escapo cada vez que tengo dos días a pasear por sus calles, a respirar su aire, a leer poemas a la orilla del Duero. Quizás explicar todo eso sería inútil por ello cada vez que me preguntan a que voy o que siento cuando estoy allí solamente respondo: “Cada vez que voy a Soria es como hacer el amor, por primera vez, con la mujer a la que amas”. Quizás así se entienda, quizás así lo podáis entender y no me preguntéis porque me gusta esa ciudad. Tengo la esperanza, de algún día, poder estar allí.

Por ello, por todo lo que anteriormente he escrito, y del mismo modo que un vaso no puede contener toda el agua del mar, yo no puedo dedicar un solo día al poeta. Espero que lo entendáis.
Con respeto y admiración para D. Antonio Machado, poeta.