sábado, 29 de diciembre de 2012

¿Qué más da 12 que 13?


Después del Día de Navidad todo son felicitaciones sobre el nuevo año. “Feliz Año Nuevo” es lo que más se escucha. En ocasiones me sorprende la simplicidad de la gente como se aferra a un cambio de fecha para llenarse de esperanza y pensar que la porquería en la que está sumido este país pueda cambiar del 31 de diciembre al 1 de enero.
Será porque no tengo el optimismo de Pangloss, ese personaje que moldeó Voltaire en su novela Cándido. No, dejémonos de tonterías porque, como decía Julio Iglesias, “La vida sigue igual”. Vamos a estar, cuanto menos, igual o peor que este año que termina. Es como una espiral, siempre girando sobre sí misma en un recorrido cíclico.
Decía Rajoy que llegando al otoño la cosa iba a mejorar. Este tío ya miente a largo plazo, ¿quién en su sano juicio va a creerse las palabras de Mariano teniendo en cuenta todo lo que ha mentido hasta la fecha? No diré sus innumerables embustes porque son sobradamente conocidos. Además, según la OCDE, este próximo año nada hace pensar que la cosa vaya a mejorar.
No se pude confiar en los políticos por mucho que digan. No podemos confiar en unos políticos que son el tercer problema para la gente, según las encuestas, y no podemos confiar en unos políticos que son los más corruptos de la Europa occidental, con unos niveles de corrupción comparables a Botswana, ese país que el Borbón ha hecho tan famoso.
Los únicos que pueden cambiar esto son las gentes de a pie, pero tampoco tengo demasiada fe. Para que aquí cambiara la situación, de verdad, solamente haría falta una cosa: que la gente pase hambre, hambre de verdad. Sí, cualquiera me podría decir que ya hay gente que lo pasa mal y yo soy consciente de ello, detrás de cada puerta de cada casa se esconde un drama y todos conocemos, por desgracia, este tipo de situaciones. Ahora bien, si en este país de 45.000.000 de habitantes, la situación de miseria la pasaran 30.000.000 ó 35.000.000 de personas… algo cambiaría.
Todos nos hemos apretado el cinturón y si antes te tomabas un café todos los días ahora te lo tomas cada tres o cuatro y la familia que no llega tiene a padres o abuelos que les echan una mano. Yo no me refiero a eso. Me estoy refiriendo a no tener comida, a ir a un supermercado y no poder comprar o a que el panadero o el carnicero ya no te fíen porque le debes la compra de tres días atrás. Luego ir a casa y no poder alimentar a los tuyos; entonces sí que cambiarían las cosas porque cuando alguien ya no tiene nada más que perder que la libertad, porque ya lo ha perdido todo, incluso la esperanza, en ese momento da lo mismo.
Pero mientras eso no se dé yo no veo solución. Quizá el ímpetu que tenía en años interiores por hacer algo ahora se ha desvanecido. Las ansias y las ganas por cambiar cosas se me han esfumado poco a poco. He perdido la ilusión. Tengo muchos compañeros que se han ido al extranjero, gente preparada, posiblemente la mejor que generación que ha tenido este país. Otros se van después de fiestas y algunos ya tenemos el pasaporte en la mano. Ahí os quedáis; para mí la vida pronto dejará de seguir igual. Pero, a pesar de todo, ser todo lo felices que podáis. Os lo deseo de corazón.

lunes, 24 de diciembre de 2012

Una noche distinta


Esta es la misma entrada que puse hace un año y, también, la misma de hace dos, tres… y cuatro. El día es el mismo, por eso creo que sirve. Un año más y los motivos son los mismos, como lo serán al año que viene y al siguiente, y al siguiente, y al siguiente… Sólo eso, al fin y al cabo, aunque no participe del folclore navideño, sí que creo que es una noche distinta.
Desde hace quince años, el Día de Nochebuena, suelo hacer siempre lo mismo; a las 8 de la tarde subo a la terraza de mi casa y enciendo una vela. No soy muy amante de la Navidad, pero sí que creo que esa es una noche especial. Tengo la suerte de haberla celebrado siempre en compañía de mi familia por ello me siento afortunado, por poder estar con la gente que quiero. Pero también surgen otros sentimientos inevitables, como son el acordarme de mis seres queridos que ya no están. Es duro, muy duro y por ello necesito un momento para acordarme de ellos en soledad. Justo es el momento en que enciendo la vela. Me acuerdo, especialmente, de los familiares que no están y no puedo evitar soltar unas lágrimas y es que algunas cosas nunca cambiarán.
En esos momentos, después del primer recuerdo, dedico mi luz a más gente. Gente que no conozco pero que existen. Y pienso en todos los que están lejos de casa por motivos de trabajo y esta noche no estarán con sus familiares, en aquellos que tienen que pasar la noche en un hospital, que tienen que dormir en un cajero, en un banco o en cualquier contenedor. En esas madres que desde sus países pensarán en sus hijos, lejos de casa, en aquellos lejos de sus países por motivos políticos, en los que están de viaje, en aquellos que esta noche cenarán solos en casa porque no tienen familia, u otros que sencillamente no podrán cenar, en todos aquellos que acabaron sus días lejos del hogar… como mi admirado poeta, y en tantos más que se nos podrían ocurrir y que no por no nombrarlos están ausentes. Por todos ellos también enciendo la vela para que su luz, al menos esta noche, no les haga sentirse tan solos. Que sepan que alguien, desde la distancia, se acuerda de ellos. Nunca se sabe, quizá al año que viene, tal noche como esta, yo pueda estar en alguna de esas situaciones
Este año, como los anteriores, también les dedico esta canción; un canto a la paz y a la libertad nunca igualado, igual que os la dedico a todos los que pasáis por aquí.

Que paséis una buena noche.

sábado, 15 de diciembre de 2012

Que seas feliz Infinito


Siempre supe que algún día escribiría esta entrada, cuando llegase el momento lo haría y ahora creo que ha llegado. Alguna vez he estado tentado de hacerlo, de escribir sobre esta canción y sobre lo que me transmite; aunque no sabría decir si es sobre una canción, sobre una chica o las dos unidas. Sí, posiblemente sea eso, en este caso canción y mujer van unidas.
Todos tenemos canciones que nos recuerdan episodios de nuestra vida, canciones que en un momento, para bien o para mal, nos marcan y al escucharlas no podemos dejar de asociarlas con aquel momento vivido. En mi caso hay muchas canciones que podría recordar y que servirían para evocar; mi banda sonora tiene un buen repertorio. Pero hay una canción que, no sé por qué es la que más me hace recordar y vivir otros días, la que más me ha marcado. Quizá porque fue la primera vez que perdí la cabeza por alguien, la primera vez que sentía cosquillas en el estómago, que lloré por ausencias, de felicidad, de rabia… quizá porque fue la primera vez que de verdad me enamoré; la canción es Infinito, de Enrique Bunbury.
Aquello fue, lo que puedo suponer, una historia que recordar cuando llegue el invierno de mi vida y los fantasmas del pasado me aborden: un chico va a la universidad y conoce a una chica y… el resto ahí queda. Una historia que ahora no creo que deba contar; hay historias que mejor dejar guardadas para uno mismo.
Ahora la recuerdo como el que mira al pasado y sonríe por haber vivido aquello. Mientras escribo estas líneas rememoro toda aquellos años desde el primer hasta el último día, lo he desempolvado de algún cajón de mi memoria. Frases, palabras, conversaciones, momentos, he vuelto a recordar que París no está lejos y que merece la pena coger el coche e ir y volver solamente por tomar un café viendo la Torre Eiffel, que se puede pasar toda una noche en el coche escuchando música sin necesidad de decir una palabra, que pasarte toda la noche estudiando es genial, que es posible perderse sin rumbo fijo para que no te encuentren, que pesaba más la tristeza de un suspenso suyo que la alegría de mi aprobado, que… hay muchos ‘ques’ que aprendí y que sentí. Por todo ello y por más cosas, ella me dijo una vez: “Sé que algún día escribirás un libro y contarás nuestra historia”. De momento, esa historia la tengo guardada.
Infinito… “Y decían que bonito era vernos pasear, queriéndonos infinito, pensaban siempre será igual”. Cada vez que nos alejábamos del mundo la escuchábamos; había otras canciones pero esta, por muchos motivos, era especial. Era un tiempo en el que creía que la vida era otra cosa a lo que es hoy y que muchas cosas serían para siempre. Un tiempo que quería atrapar en una botella cristal y poner un corcho para que no escapase ni un solo instante.
Infinito… “¿Cómo lo permitimos? ¿Qué es lo que hicimos tan mal? Fue este orgullo desgraciado que no supimos tragar”. Llegando al final, cuando de verdad tienes que tomar una dirección y sabes que una etapa se va a cerrar le propuse que hiciéramos juntos el camino y al igual que Meryl Streep en ‘Los puentes de Madison’ tampoco se bajó del coche mientras Clint Eastwood la esperaba en el suyo. En el fondo siempre lo supe, no me equivoqué, no hay que darle más vueltas.
Me caló hondo, sí, volvió mi mundo del revés.
Durante mucho tiempo tuve “una herida en mi alma que tardó en cicatrizar”. Después de eso aprendí que un clavo no quita otro clavo y que la soledad es la mejor cura.
A pesar de todo no me arrepiento de lo vivido; ambos quedamos en paz, como le dije pocos días antes: “Yo he vivido un amor imposible y tú un amor prohibido pero, al fin y al cabo, amor; estamos en paz”.
Desde aquél día, hace ya más de una década, no hemos vuelto a hablar, ni a vernos; ninguno de los dos hemos hecho nada por mantener el contacto directo; yo sabía de ella por antiguos compañeros, de la misma forma que ella, quizá, sabría de mí, no lo sé.
Ahora, con el paso del tiempo, la recuerdo como el que puede recordar diez años después la primera vez que se enamoró; no como la que más he amado; después he vuelto a amar y ha sido distinto, cada vez distinto, ni mejor ni peor, ni más ni menos. No creo que haya un amor más grande que otro, simplemente distinto, de lo contrario no tendría mucho sentido aferrarse a algo que no puede ser.
Hace un par de semanas recibí un correo electrónico de esos que se mandan a todos los contactos. Era de ella. Decía que se casaba el 12 de diciembre en una ceremonia íntima.
No sabía que contestar, ni cómo hacerlo, aunque sabía que tenía que decirle algo. Le respondí cortésmente deseándole mucha suerte y toda la felicidad del mundo.
Muchas gracias”, es lo único que me contestó.
Yo sonreí al leerlo. He vuelto a cerrar el cajón y a guardarlo en mi memoria.


enrique bunbury - infinito por franzua

sábado, 8 de diciembre de 2012

¿Cómo se construye un iglú?



Una construcción habitable no tiene porque ser ladrillos unidos con hormigón. Alrededor del mundo hay muchos ejemplos de viviendas que no utilizan esos elementos y son perfectamente habitables.
Hace años, cuando estudiaba, hice un trabajo sobre este tipo de construcciones y me decanté por el iglú. Siempre me había parecido algo raro y extraordinario que en condiciones climatológicas adversas el hombre se adaptase al medio para construír algo habitable
La verdad es que un iglú es más complicado de construir de lo que a priori puede parecer. De hecho la calificaría como una construcción artesanal; supongo que no todos sabríamos hacer uno si nos pusiéramos a ello, aunque la teoría está clara.
Este tipo de construcción se suele dar en zonas heladas pudiendo servir de refugio temporal o de vivienda; todo depende del tamaño que se construya. Evidentemente también hay constructores que se dedican a ellos y el tiempo en construirlo puede ser muy variable dependiendo de su experiencia, pero supongamos que se tarda una mañana o un día como mucho (para que salga algo digno).
Las herramientas a usar son muy rudimentarias. Basta con un cuchillo dentado, propio de los esquimales y que podría hacer la función de una sierra, y una pala.
Lo fundamental es que la nieve esté compacta, ya que de lo contrario los bloques de hielo no tendrían ninguna cohesión y la construcción se nos vendría abajo. Para ello, habría que escarbar un poco hasta encontrar la nieve más dura. Ese mismo hueco dejado podría servir para la base de la construcción, unos 50 centímetros, a modo de cimentación; además es importante que haya una pequeña variación de nivel entre la superficie exterior y la interior, ya que eso impedirá que se formen puentes térmicos que alteren la temperatura interior siendo esta, de normal, entre 15 y 20 grados centígrados respecto al exterior.
La forma de construcción de un iglú es en espiral, con bloques de creciente tamaño. Es importante que la primera pieza tenga hecha en una de sus caras un rebaje en forma de cuña; el resto de piezas se van recortando con el cuchillo y dándole la forma adecuada para que vayan encajando unas con otras de una forma casi perfecta. El diámetro de la construcción depende del constructor. De esa forma, se van colocando las piezas, una encima de otra, hasta terminar en la cúpula.
Es normal que entre los bloques queden huecos abiertos que no han podido cerrarse. La forma de sellarlos es con trozos de nieve que el frío exterior se encargará de compactar.
La puerta es un proceso bastante delicado; es preferible hacerlo en la zona donde menos viento sople y en el que previsiblemente se gozará de más horas de sol. Ésta no se construye al nivel del suelo, como pueda dar la impresión, sino que se construirá un pequeño túnel desde dentro del iglú hasta afuera por debajo de su pared.
Es importante hacer un pequeño agujero en la parte superior que puede servir de chimenea en caso de que en el interior se preparen alimentos, ya que el calor podría derretir el hielo, así como colocar aislamientos térmicos para evitar que el frío penetre más todavía.
Un iglú puede ser perfectamente habitable, no deja de ser una obra constructiva hecha por y para el hombre y como tal es perfectamente válida por raro que pueda parecernos.

sábado, 1 de diciembre de 2012

¿Quién me acompaña?


En estos fríos días las mejores conversaciones surgen delante de una buena chimenea.