martes, 26 de abril de 2016

500



Y con esta ya son 500 las entradas que he escrito en este blog desde que puse la primera letra en el ¿lejano? enero de 2008. Más de 8 años y aquí sigo, sin poner fecha de caducidad.
Reconozco que hay entradas de las que me siento especialmente orgulloso, a veces las releo y pienso: "joder, ¿esto lo he escrito yo?". Otras, en las que por no querer dejar de poner algo, escribía lo primero que se me ocurría y serían perfectamente prescindibles, pero como dice el subtítulo 'siempre hay algo que contar'. Me pondría a relatar lo que supone el blog para mí... pero eso lo dejo para otra ocasión.
Aquí hay vivencias, sentimientos, proyectos, victorias, derrotas... sin querer, consciente o inconscientemente, he ido plasmando aquí gran parte de mí. En ocasiones he dicho que si alguien quiere conocerme que lea mi blog y si no puede conocerme, al menos, podrá entenderme.
Soy un amante de las estadísticas y con las cifras que marca mi humilde site podría hacer unas cuantas combinaciones que no servirían para nada, salvo dato anecdótico. Basta decir que desde que comencé a publicar, todos los meses he colocado, al menos, una entrada.
Mi año más prolífico fue 2009, con 88 artículos, y el que menos 2012, con 28.
Los meses que más he escrito fueron agosto y octubre de 2008 con 12 entradas; los que menos marzo, abril y agosto de 2011 y marzo, mayo, agosto y septiembre de 2012, con un artículo.
Durante este tiempo he recibido 193.254 visitas y 2.547 comentarios.
El día que más visitas tuve no recuerdo cuál fue, pero sí que recuerdo que marcaba 452 visitas.
Y así podría estar mucho más tiempo sacando datos y medias... pero eso lo dejo para otra efeméride.
Sin objetivos, mi próxima meta es llegar a la entrada 501... mucho más de lo que hace años pude imaginar. 

sábado, 23 de abril de 2016

Mucho más que el 23 de abril


Hoy es el Día de Aragón y el Día del Libro, por extensión relacionado con Cervantes y, por ello, con el Quijote. El Quijote y Aragón... un binomio único. 
Hoy es día de recuerdos y soledades, de esos días en los que nada importa y lo dejarías todo por estar allí sin la seguridad de volver y la certeza de quedarte.

Hazme un sitio en tu montura caballero derrotado.
Hazme un sitio en tu montura,
que yo también voy cargado de amargura
y no puedo batallar.
Ponme a la grupa contigo caballero del honor.
Ponme a la grupa contigo y llévame a ser contigo, contigo pastor.

En un lugar de Aragón de cuyo nombre no quiero acordarme...



sábado, 9 de abril de 2016

Leyes con embudos



Todos sabemos que es la ‘Ley del embudo’. Sí, esa que dice que ‘la parte ancha para mí y la estrecha para los demás’. En cierta forma es cinismo en estado puro.
Hace un tiempo defendía en una conversación que todo el mundo tiene derecho a tener calefacción y electricidad y que si no puede pagarlo el Estado tiene la obligación de facilitárselo. Es inconcebible, por poner un ejemplo, que una familia del norte de España no encienda la calefacción en su casa en pleno invierno por no poder pagarlo y es, en esos casos, en los que tendrían que haber mecanismos para que eso no suceda. Estoy convencido que el 99 % de la gente que no paga sus facturas no lo hace porque no puede y no porque no quiere. Hay cientos de dramas familiares de ese tipo: gente que ha estado trabajando toda su vida, pero que se ha quedado en el paro hace años y casi no le llega para comer; abuelos que tienen que ayudar a sus hijos; madres solteras o viudas jóvenes con cargas familiares… y todos los casos que se nos puedan ocurrir y que seguro que todos somos conocedores en primera persona de alguno de ellos. Yo quiero que mis impuestos vayan también destinados a ayudar a ese tipo de personas.
Pues bien, decía la otra persona con la que hablaba que eso no era justo. Que el que no pueda pagar la electricidad o la calefacción no tiene derecho a ello.
Es decir, yo soy una persona de más de 50 años, trabajando desde los 18, en paro desde hace 4 años y no tengo derecho a encender la calefacción en invierno si no puedo pagarla y aguantar que mis hijos se congelan en casa… este es uno de los muchos ejemplos que puse. La postura de mi interlocutor era inamovible, el que no pueda pagar la calefacción que no la encienda.
El caso es que esta persona, a la que le faltan veinte años para jubilarse, está prejubilada por un problema de espalda que la incapacita para trabajar. Pero bueno, eso le parece bien. Digo que le parece bien que con menos de 50 años, de mis impuestos, tenga que pagarle un sueldo sin ella ser productiva y, sin embargo, volviendo al caso anterior, el que no pueda pagar la calefacción que no la encienda.
Poniéndonos en la misma tesitura yo me pregunto, ¿por qué tengo que pagar a alguien que no puede trabajar estando en edad de hacerlo? ¿A alguien que pudiendo producir no es productivo para la sociedad? Si no puede trabajar no es mi problema, que se busque la vida haciendo otros trabajos sin perjuicio para su salud… por ejemplo, uno que se me ocurre, haciendo compañía a viejecitos. De la misma manera que ella defendía que el que no puede pagar sus deudas es porque ha vivido a cuerpo de rey, yo podría defender que el que se excusa en la salud para no trabajar es un vago.
El caso es que esa persona se ofendió por lo que dije algo que, sinceramente, me da lo mismo; no quiero tener relación con gente que piensa de esa forma. Es por eso que al principio mencionaba la ‘Ley del embudo’ y el cinismo. Es decir, si uno tiene una necesidad y puede aprovecharse de los mecanismos del sistema es algo maravilloso, pero si la necesidad la tienen otros que les den… ¿cabe mayor desfachatez?
Y aquí no acabó la cosa… 

martes, 5 de abril de 2016

Menuda palabrita



Creo que todas las personas sabemos cómo somos o, al menos, de qué manera reaccionamos ante ciertas situaciones que se nos pueden presentar; cada uno es de una manera y hay que aceptarlo, es decir, yo tengo que aceptar que las personas con las que me relaciono van a actuar de una manera, lo que no puedo pretender es que actúen y hagan lo que yo querría que hiciera. Digo esto porque, por ejemplo, si yo soy del FC Barcelona y voy a ver un partido contra el Real Madrid con un madridista es normal que el otro grite y celebre los goles de su equipo de la misma manera que lo podría hacer yo. Él tiene que respetarme y yo tengo que respetarlo o, de lo contrario, no volver más a ver un partido juntos.
No sé si es un ejemplo muy válido, pero creo que con lo que voy a escribir en las siguientes líneas se puede entender. De una u otra manera, todos tenemos algún tipo de fobias. Algunas las conoceremos y sabremos que existen cuando nos veamos en situación y otras las tendremos, pero no sabremos que existen ni siquiera como se llaman. Bien, yo me encuentro o me encontraba en el segundo caso; sospechaba que podía tener algún tipo de fobia pero no sabía cuál.
Por ello, gracias a un psicólogo, al final di con la palabra que estaba buscando, una palabra que no había escuchado jamás y que probablemente muchos de los que lean esta entrada tampoco. Tengo filofobia. Sí, así tal cual suena, filofobia. Él me explicó lo que era, pero como yo no soy psicólogo y, probablemente me deje algo lo resumiré diciendo en que es ‘miedo al compromiso’. En internet se puede buscar mucha información al respecto escribiendo ‘filofobia’ o bien ‘miedo al compromiso’.
He buscado algo estos días y de lo mucho que he encontrado, copiaré algo que me parece que lo explica muy bien.


Podría parecer un problema que tiene sólo que ver con alguien a quien no le gusta comprometerse, pero no, la filofobia es el miedo a enamorarse o a entrar en una relación romántica y quien la padece, en casos más graves, puede no solamente evitar amores potenciales, sino que puede dejar de relacionarse con compañeros de trabajo, vecinos, amigos y familiares.
Ahora hablaremos de la más común que es la que ocurre dentro de las relaciones de pareja, esa filofobia que está lejos de ese normal nerviosismo que ocurre al conocer a alguien por quien se siente gusto y atracción, y que se manifiesta con las típicas mariposas en el estómago, no, esta enfermedad provoca un miedo irracional y persistente al amor.
Las personas que la sufren son incapaces de involucrarse emocionalmente con otros y pueden acabar por aislarse de los demás, llevando así una vida solitaria. En casos extremos pueden llegar a experimentar síntomas como sudor, dificultad para respirar, nauseas taquicardia cuando están frente a alguien que pudiera atraerles, por lo que sienten la necesidad de huir de ese lugar de forma inmediata.
La filofobia puede ser altamente incapacitante y en este estado hay personas que temen entregarse, enamorarse o establecer relaciones personales fuertes, se limitan a vivir relaciones sin compromiso, hablar poco de sí mismas, evitar mostrarse como son, poner una “barrera infranqueable” para no sentirse vulnerables; tienden a establecer relaciones simultáneas por el mismo miedo que tienen a ser abandonadas y sus relaciones son una montaña rusa de emociones. Se cree que este tipo de fobia afecta a un 15 % de la población.

¿Por qué se da la filofobia?
Como sucede con la mayoría de las fobias, no hay un consenso sobre las causas que la originan, pero se ha estudiado que puede estar relacionada con sucesos pasados que resultaron dolorosos, como la muerte de un familiar, el divorcio de los padres, una educación muy rígida o una mala experiencia en alguna relación amorosa.
En la filofobia, el temor a entrar en una relación de amor es tan intenso que pone en marcha varios mecanismos de defensa. Igual que una persona se vale de algún arma para defenderse cuando se siente atacada y está en peligro, así mismo la persona con filofobia recurre a ciertos patrones de conducta cuando siente que va a enamorarse, como huir, desaparecer sin dar explicaciones o cortar con su pareja sin causa aparente, dar pretextos inverosímiles.
Vivir con filofobia puede hacernos pasar por relaciones muy tormentosas. Aunque al principio todo va bien, cuando se acerque la hora de avanzar a una etapa de mayor compromiso empezaremos a buscar defectos en nuestra pareja o excusas para convencernos que no debemos seguir a su lado. De una manera no consciente buscamos generar conflictos para terminar con la relación y sentirnos liberados.


Bueno, algo así es lo que me dijo el psicólogo con el que hablé. Quien me conozca personalmente sabrá si esto es cierto o no. ¿Cuál es el motivo? Mis padres no se han divorciado y mi educación no ha sido rígida. Por otra parte, todos hemos perdido a algún familiar y tengo dos cicatrices en el corazón, que si bien, como su nombre indica ya no son heridas, pero de vez en cuando, a pesar de los años, siguen doliendo.
Resumiendo, creo que es así. No se trata de contar mi vida, ni de poner ejemplos concretos, situaciones pasadas o de hacer reflexiones profundas, pero sí… la vida no es un sueño, es real y, para bien o para mal, la realidad es lo que vemos, percibimos y sentimos. Ya lo he dicho en el primer párrafo.

‘‘La gente que ha estado sola mucho tiempo son las más difíciles de amar; se han acostumbrado tanto a estar solos, ser independientes y auto-suficientes que requiere de algo extraordinario para convencerlos que tienen que cambiar’’.