martes, 20 de noviembre de 2012

Otoño


Estás fotografías están tomadas un otoño, en Soria, hace muchos años. Dicen que en otoño vuelven las melancolías pasadas a hacerse presentes. Quizá por eso me gusta; es mi idiosincrasia. Siempre he perdido en otoño.
Ahora he vuelto. Pero podría ser en Soria o en cualquier otra ciudad. El nombre del lugar no importa y el de ella tampoco; será porque lo he olvidado.
Prometió quedarse a mi lado mientras yo le amaba con todos los cauces de todos los ríos del mundo. Recuerdo que mientras me llenaba la espalda de besos, yo le hablaba de amor y al tiempo que me pegaba su cuerpo yo le pedía quedamente al oído que fuera para mí.
Nos miramos más tiempo del que hicimos el amor. Yo le apagaba los miedos mientras a ella le bastaban contados segundos encender los más profundos míos.
Pero no era la misma persona. Me mintió, huyó, no luchó, no sintió, no escuchó, no vivió, me dejó.
Luego, ¿qué queda? Reconstruir cada pedazo. No se trata de encontrar cada fragmento y recolocarlo, no. Se trata de arrancar del alma los que quedaron prendados a ella, los que una noche decidieron atravesarla y entonces sangró. Al menos todo este dolor me hace ver que fue real. Que nunca me quiso, ¿por qué lo sé? Porque hay hojas que, aunque sea otoño, no caen de los árboles. Pero sí, era otoño y volvía a repetirse el ciclo.
He vuelto a caminar por aquel paseo, pero nada ha cambiado. Estoy aquí. Otoño. Vuelvo a ser feliz. Otoño.


martes, 13 de noviembre de 2012

El Mesón de la Dolores



Justo hoy hace dos años que estuve en el Mesón de la Dolores, en Calatayud. Era una tarde de sábado tomando café; no recuerdo si llovía, lo que recuerdo es que hacía mucho frío y el cierzo soplaba.
No era mi primera vez, ya había estado varias veces más. Desde entonces no he tenido ocasión de volver aunque sé, evidentemente, que volveré. Tampoco he tenido ocasión real de quedarme a dormir y eso es otra de mi asignatura pendiente que espero hacer en el futuro.
Se trata de un edificio del siglo XIX restaurado. Es lo que se supone que era el antiguo mesón de Dolores, la famosa protagonista de la jota.
El lugar es acogedor para tomar un café y estar charlando sin ninguna prisa. Te invita a estar allí sin preocuparte del tiempo. La restauración me gusta; creo que han sido bastante fieles a lo que se supone que podría ser en la época y ello unido a la vestimenta baturra de los camareros todavía le da un encanto más especial.
En este vídeo se puede ver el interior. Merece la pena visitarlo.


sábado, 10 de noviembre de 2012

El infinito



Siempre me ha producido curiosidad el número “infinito”, algo que por ser tan inmenso no podía existir; escapaba a la razón humana.
Para mí era la sorpresa de un límite; alguien que constate su incredulidad y la prolongue más allá de esa imagen, en una idea que da lugar al nacimiento del “infinito”.
No existe el “infinito”, existe el instante abierto que se convierte en atemporal, sólido, intenso… un gesto condensado que se hace eterno.
Un gesto es una trayectoria a la par que un trayecto; el punto en el que un río se encuentra con el mar. Un punto “infinito” que se puede ver, tocar, sentir. Un gesto no se hace, no nace, simplemente acontece y cuando eso ocurre no hay escapatoria. Toda mirada se transforma en destello, la voz se significa y la palabra toma forma.
Un día lo descubrí, descubrí que era el “infinito”, me encontré con él cara a cara. Fue hace muchos años, en el instituto. Ese ocho tumbado. Funciones para valores crecientes de la variable independiente tienden a “infinito”, sucesiones de números, límites… es tan grande o tan pequeño que cualquier número, independientemente de grande o pequeño, está lejos de él.
Pero no, “infinito” no es un número más. Su significado, sin fin, lo explica. ¿Cómo es posible que en un centímetro haya puntos infinitos? Al encontrarnos con un “infinito” nos encontramos a cosas finitas pero ilimitadas y unidas a ellas mismas.
Después de todo quizá estaba equivocado y el “infinito” existe, se puede materializar, tocar, sentir… El infinito es esto, ahora; somos y vivimos en un presente infinito, constante. Al igual que ese ocho tumbado, para y se mueve para empezar de nuevo su ciclo constante.
Existe el “infinito”; nosotros lo somos. En este momento lo estamos siendo.

sábado, 3 de noviembre de 2012

'Calatravadas' generales



José Laborda Yneva es el nombre y apellidos de un profesor que tuve cuando estudiaba. Sin duda alguna una de las mentes más brillantes que he conocido, pero supongo que, como todos los genios, con un carácter muy ‘particular’. Merecía la pena asistir a sus clases por escucharlo hablar. Se subía a una tarima e iba de una punta a otra contándonos cosas, con las manos cogidas por detrás, hablando de arquitectura y de cualquier cosa que él consideraba interesante; mirando al suelo, de vez en cuando se paraba y nos miraba. Jamás he vuelto a escuchar a un orador como él; cerrabas los ojos, agudizabas el oído y parecía que estabas escuchando a alguien que por un don divino había adquirido todos los conocimientos habidos y por haber; su voz también invitaba a ello.
Pues bien, una sola vez me sorprendió raramente. Una vez que hablaba sobre arquitectura actual, no recuerdo exactamente que era, y dijo “Calatrava es un arquitecto bastante corriente”.
En esos momentos todos pensamos que este hombre no sabía lo que decía. ¡Cómo osaba decir que Calatrava era vulgar! Era el espejo en el que mirarnos.
Después, con el paso del tiempo, las cosas se ven de otra manera.
Hace tiempo que entendí las palabras de mi antiguo mentor, evidentemente un doctor arquitecto como es Laborda tiene muchos más motivos para juzgar que unos simples aspirantes a arquitectos.
Escribí en este blog hace ya tiempo que la arquitectura tiene que ser funcional y práctica. Es decir, tiene que estar pensada por y para el hombre. Así de simple, así de sencillo. La distancia más corta entre dos puntos es una línea recta, no hacen falta líneas quebradas; en arquitectura sucede lo mismo.
Si uno observa la arquitectura de Calatrava podrá darse cuenta que utiliza cualquier cosa menos las líneas rectas. Con ello no digo que no tenga su mérito, pero no todo es como nos lo pintan.
Pero la arquitectura no es solamente lo que se ve; es mucho más. Calatrava, sencillamente, ha sabido venderse, especialmente al PP valenciano. Solamente hay que ir a Valencia para darse cuenta de ello. Claro que para esta gente (los peperos) Calatrava es el mejor arquitecto del mundo y además es valenciano y todos aquellos que le critican no tienen ni idea. Extraña ‘valencianía’ la de un hombre que vive entre Zurich y París y que solamente se acerca por Valencia cuando tiene que cobrar lo que no está escrito.
Pero esto es una simbiosis. Si Calatrava se ha llenado el bolsillo con las obras que ha hecho en Valencia, los políticos han encontrado en él la excusa necesaria para hacer obras faraónicas inútiles y si no salen bien las cosas echarle la culpa a los socialistas por su mala gestión anterior. Si es que ya está todo inventado.
Hay que concederle un mérito a D. Santiago y es que ha conseguido lo que años atrás parecía imposible: unir en un pensamiento común a ingenieros y arquitectos acuñando el término “calatravada”; sobran las explicaciones.
Claro que esto pasa cuando alguien se presenta al mundo como arquitecto, ingeniero, artista, escultor y no sé cuántos títulos más, es decir, Leonardo o Miguel Ángel eran unos aficionados comparados con él.
A simple vista, en la arquitectura de Calatrava podemos observar algunos “errores” que están por encima de la belleza.
Calatrava tiene un estilo repetitivo que hace que todos sus edificios se parezcan sospechosamente demasiado entre sí. En sus construcciones usa una figura por encima de cualquiera: el paraboloide hiperbólico (aquí se explica). Al principio puede ser un logro pero acaba siendo algo aburrido.
Busca la espectacularidad de sus edificios en lugar de su practicidad.
Todas sus obras sufren un desmesurado coste sobre el presupuesto inicial. Jamás se sabe cuánto va a ser el presupuesto final, ya que siempre se acaba multiplicando incomprensiblemente. En su obra más reconocida en España, la Ciudad de las Artes y las Ciencias, el presupuesto se multiplicó por diez. Pero no pasa nada, paga el ciudadano.
Prefiere edificios espectaculares a edificios prácticos. La apariencia prima sobre la función. Por citar un edificio diré el Museo de la Ciencia, una construcción con muchos metros cúbicos construidos pero realmente muy pocos metros cuadrados que realmente se puedan aprovechar. En este apartado habría que analizar todas sus obras para darnos cuenta que siguen el mismo patrón.
Sus edificios no se adaptan a una sostenibilidad energética. ¿Qué significa esto? Que dado su gusto por los grandes volúmenes vacíos de contenido, sus edificios son caros de mantener debido al desmesurado gasto en climatización. No se adapta a las características climáticas ni ambientales del lugar. Daría lo mismo construir en Siberia que en el Sáhara.
Gusta de recurrir a soluciones caprichosas que son muy vistosas pero que son carísimas a la hora de realizarlas; no están justificadas económicamente. En sus puentes, por ejemplo, siempre suele poner un arco que los adorne cuya función es esa, adorno. No tienen ninguna función estructural simplemente estética… pero que tiene un sobrecoste elevado. Cualquier ingeniero de Caminos podría confirmarlo.
Realiza una mala práctica de la ingeniería. Insisto, sus proyectos visualmente son grandiosos pero, ¿y calcularlos? ¿Alguien se imagina lo que tiene que sufrir un ingeniero para calcular esas estructuras? La ingeniería no es eso. La ingeniería es, al igual que la arquitectura, belleza, funcionalidad y coste ajustado. Es en estos casos donde al saltarse estos preceptos las obras se encarecen brutalmente.
La Ciudad de las Artes tiene un coste de 1.300 millones de euros, de los cuales Calatrava ha cobrado en concepto de honorarios unos 94 ó 95.
La primera vez que vi ese complejo pensé que era la satisfacción de un megalómano y la seña de identidad de la corrupción valenciana. Así es como lo veo yo. Un show, una cultura del despilfarro y un homenaje a lo que nunca se debería haber hecho. Todo se hizo sobre la marcha, sin resolver su utilidad final. Se sabía que era algo, pero no el qué. Pero sí, a la gente le gusta. Esto es España y ya se sabe que en este país todo el mundo entiende de política, de fútbol y, últimamente, de arquitectura.
Ahora, cada vez que veo una obra de Calatrava recuerdo las palabras de mi profesor: “Calatrava es un arquitecto bastante corriente”.
El vídeo que sigue es el único que he encontrado suyo en la red. Una delicia para mis oídos volver a escuchar a aquel hombre en cuyas clases tanto disfrute escuchándolo hablar. Hoy he vuelto a ser su alumno.