martes, 29 de octubre de 2013

El origen de la calabaza de Halloween



Se acerca el Día de los Difuntos o, tal y como lo llaman muchos en la actualidad, ‘Halloween’.
Confieso que los días previos a esta celebración me gustan; supongo que será porque en televisión ponen películas de miedo y a mí, aunque reconozco que tengo más miedo que un perrito pequeño, me gusta verlas (aunque luego, para ir al baño por la noche tenga que encender doscientas luces).
No es que para mí sea una fecha especial para acordarme de los seres queridos que no están; me acuerdo de ellos en cualquier hora o día sin tener que ser por algún motivo y voy al cementerio cuando tengo ocasión. 
El sentido que le damos a la muerte es distinto en todas las culturas pero, quizá, por la influencia estadounidense que tenemos parece que en los últimos años se está extendiendo lo que se llama ‘Halloween’; recuerdo haber oído a mi abuela decir ‘la Noche de las Ánimas’.
Lo más característico de esta noche son los disfraces, cosa que no entiendo, ya que se supone que es para recordar a los seres queridos ausentes y hay que tenerles un respeto. Pero lo que me parece curioso es lo de la calabaza, ¿quién no ha visto la típica calabaza de Halloween? Pues bien, esta tradición ni proviene de Estados Unidos ni era una calabaza en sus orígenes.
Según una antigua leyenda irlandesa, hace muchos años, en ‘la Noche de Brujas’, un hombre conocido como Jack ‘el Tacaño’ tuvo la mala fortuna de encontrarse cara a cara en una taberna con el mismísimo diablo. Jack, como siempre, había bebido durante toda la noche, pero aún así pudo engañar al diablo ofreciéndole su alma a cambio de un último trago y de que pagara las bebidas. El diablo aceptó y se convirtió en una moneda para pagar al camarero. Jack decidió rápidamente quedarse la moneda guardándola en su bolsillo junto a una cruz de plata y así impedir que el diablo se liberara y que adoptase de nuevo su forma original hasta que prometiera no pedir su alma en diez años. El diablo, para quedar libre, no tuvo más remedio que aceptar.
A los diez años, el diablo fue a buscar a Jack para saldar su deuda y se encontraron en un bosque. El diablo estaba dispuesto a llevarse consigo su alma, pero Jack pensó rápido y dijo: “Como último deseo... por favor, ¿podrías bajarme aquella manzana de ese árbol?”. El diablo pensó que no perdía nada y de un salto llegó a la copa del árbol, pero antes de que este se diese cuenta Jack marcó rápidamente una cruz en la corteza del árbol y, entonces, el no pudo bajar. Jack le obligó, una vez más, a prometer que jamás le pediría su alma nuevamente. El diablo no tuvo más remedio que aceptar.
Jack murió unos años más tarde, pero no pudo entrar en el paraíso, ya que durante su vida había sido un borracho y un estafador. Pero cuando intentó entrar en el infierno el diablo lo reconoció y lo envió de vuelta por no faltar a la promesa de no tomar su alma. “¿Adónde iré ahora?”, preguntó Jack, y el diablo le contestó: “Vuelve por donde viniste”. El camino de regreso era oscuro y frío, no se podía ver nada. El diablo, a modo de burla o quizá compadeciéndose del pobre Jack, le lanzó un carbón encendido desde el mismísimo infierno para que pudiera guiarse en la oscuridad. Jack lo puso en un nabo que había vaciado para que no se apagara con el viento.
Cuenta la leyenda que ahora Jack continúa vagando sin rumbo con su linterna para toda la eternidad.
Los irlandeses solían utilizar nabos para fabricar sus ‘faroles de Jack’, pero cuando los inmigrantes llegaron a Estados Unidos advirtieron que las calabazas eran más abundantes que los nabos. Por ese motivo surgió la costumbre de tallar calabazas para la noche de Halloween y transformarlas en faroles introduciendo una brasa o una vela en su interior. El farol no tenía como objetivo convocar espíritus malignos sino mantenerlos alejados de las personas y sus hogares.
¡Qué cosas más curiosas! En ocasiones hacemos las cosas sin saber por qué. Me parece una leyenda entrañable. Quizá existan más versiones, pero esta es la primera que leí hace algunos años y aunque sea ficción sirve para explicar esta tradición; al fin y al cabo muchas creencias y tradiciones están basadas en leyendas y mitología.

sábado, 26 de octubre de 2013

Quelqu’un m’a dit


Creo que cuando vio que había que atravesar dos puertas para entrar no se extrañó. Fuera hacía frío, mucho frío (supongo que era normal) acompañado de una llovizna que no molestaba, al contrario.
Al entrar ocupamos la primera mesa a la izquierda. Los asientos eran un banco con cojines corrido a lo largo de toda la pared. Cuando ya nos habíamos quitado los abrigos y entrado un poco en calor fui a la barra a pedir. Un bombón con hielo para mí y un cortado para ella.
La cafetería estaba oscura, solamente se iluminaba con pequeñas bombillas en el techo y por las luces que tenía el camarero en la barra. Sonaba música de fondo no demasiado alta, lo que hacía que la conversación pudiera ser agradable.
Nosotros hablábamos; hablábamos de aquellas cosas que en otro contexto, quizá, no tendrían importancia o no hablaríamos, pero allí sí. Conversábamos con la tranquilidad que daba el saber que el tiempo no importaba, daba igual.
Me levantaba y pedía dejándome llevar por los consejos del camarero que nos recomendó varios cócteles; sin saber sus ingredientes me parece que el sabor vuelve a mis papilas.
De vez en cuando ella apoyaba sus piernas en las mías o bien yo doblaba una pierna encima del asiento. Continuábamos hablando enlazando temas. Son esos momentos en los que el mundo se reduce a un metro cuadrado.
Acababa de sonar algo, probablemente de Maná, y cuando volvió a empezar la música me dijo: “Escucha esta canción”. Nos quedamos en silencio, no nos mirábamos, simplemente escuchábamos hasta que terminó.


Esto que he relatado ocurrió un fin de semana, viernes noche, el último de octubre, tal como este, hace diez años… en el Café Hispano… de Soria, donde dicen que el tiempo pasa cadencioso sin pensar y el dolor es fugaz. No hace falta contar más, el resto queda guardado en el cajón de la memoria.
Ha pasado el tiempo, pero si algunos dicen que “veinte años no es nada” menos lo son diez. Quelqu’un m’a ditescucha esta canción”.


sábado, 19 de octubre de 2013

La rehabilitación; una solución frente a la obra nueva



Que vivimos malos tiempos es algo que no escapa a nadie. Que dentro de la atroz crisis que nos azota el sector de la construcción es el más castigado es algo evidente. En este país se han cometido verdaderas atrocidades en el sector constructivo consentidas por los políticos que permitieron que se creara la burbuja inmobiliaria y por aquellos que la continuaron. No voy entrar en detalles.
Corren malos tiempos para la construcción; en términos médicos se diría que está en la UVI y no se sabe cuándo saldrá. Que nadie se haga ilusiones, la edificación de obra nueva no remontará, al igual que no lo hará la obra civil. Se acabó, como mínimo en un lustro, y no volveremos a los tiempos de la burbuja.
Por ello, hay que buscar alternativas al modelo que conocíamos, se imponen tiempos de soluciones y esas soluciones, aunque no son nuevas, adquieren ante la actual perspectiva una fuerza mayor.
Una estas soluciones es la rehabilitación. Digo que no son nuevas porque siempre ha estado ahí, en un segundo plano. Era un pequeño tentempié frente al enorme banquete que suponía la obra nueva, ¿y esto por qué? Quizá porque generalmente son construcciones más complejas, más limitadas a la hora de diseñar y construir y, la más importante, daban menos dinero frente a obras de nueva construcción en tiempos de abundancia.
Es por eso que la rehabilitación no es una opción tan mala frente a la obra nueva. Económicamente, aunque a una escala menor, puede ser tan rentable como la obra nueva. El campo de actuación es enorme; cualquier edificación que se nos ocurra puede ser rehabilitada (otra cosa es que cualquier cosa merezca ser rehabilitada). En estos tiempos, siempre será más asequible para una familia la reforma de su vivienda habitual antes que la compra de una nueva vivienda.
En el caso de la Administración, ya que se trata de dinero público, deberían olvidarse de nuevas construcciones y parece que en este sentido ha sido así. Los dirigentes políticos, aunque tarde, parece ser que se han dado cuenta que no se puede construir por construir. Pero ello no les exime de responsabilidad.
La responsabilidad de tener que rendir cuentas por permitir la construcción de aeropuertos fantasmas, polideportivos y piscinas en pueblos sin apenas habitantes, grandes edificios para eventos multitudinarios, PGOU’s que permitían multiplicar en pocos años la población de una localidad, etc., etc. Todo esto se ha hecho y ningún responsable ha rendido cuentas por permitir semejantes atrocidades.
En estos tiempos, la Administración debe preocuparse por el mantenimiento y conservación de los edificios existentes, hasta hace poco olvidados pero que seguían ‘vivos’.
En este tipo de rehabilitaciones podemos ver un reto a la creatividad con las soluciones que nos ofrece la arquitectura y la ingeniería, ya que al partir de algo ya construido la limitación en cuanto a su actuación es mucho mayor. Esto obliga a una adaptación y a agudizar el ingenio para lograr un resultado que sea económica rentable a la par de eficiente.
Visto así, ¿qué diferencia habría entre una rehabilitación y una obra nueva? Intuyo que sería imperceptible.

martes, 15 de octubre de 2013

El abuelito y el ajedrez


Hay que ser inteligente para reírse de uno mismo.

martes, 8 de octubre de 2013

Corre, corre


Estoy en plan deportista. Llevo ya casi dos semanas corriendo y, la verdad, no sabría decir si lo noto o si no lo noto. Lo que sí que es cierto es que cuando llego a casa estoy hecho polvo.
Nunca he hecho deporte salvo el obligatorio en el colegio y en el instituto, y de eso hace ya algunos días. Reconozco que mi vida, en general, ha sido muy sedentaria.
Siempre me ha dado pereza tomármelo como una obligación. Para mí el deporte se traducía a una pachanga futbolera con los amigos o una partida de frontón de tarde en tarde.
Ahora, no sé por qué, me ha entrado esta ¿costumbre? y todos los días salgo antes de cenar; alterno caminar rápido con pequeñas carreras y así estoy una hora. Veremos si cuando llegue el frío continúo con el mismo entusiasmo. De momento me gusta, me siento bien, aunque de momento no me planteo ningún maratón.
Supongo que tanto correr me llevará a algún sitio, ¿no?

sábado, 5 de octubre de 2013

Somos modernos


Se dice que vivimos en la época de la información, en la que todo lo tenemos al alcance de la mano gracias a internet.
Cualquiera puede consultar lo que quiera con un solo clic. De una u otra forma hemos aprendido a reciclarnos y adaptarnos a los nuevos tiempos de una forma casi natural y ¡ay del que no lo haga!
Palabras como Hotmail, Messenger, Wassap, Line, giga, pen, modem… han tenido que pasar a formar parte de nuestro vocabulario diario si queremos estar al día o, al menos, si no queremos estar anticuados.
Recuerdo hace años, no demasiados, cuando antes de salir de casa tenía que coger las llaves, un paquetito de pañuelos de papel y el monedero. Ahora, desde hace años, no demasiados tampoco, salgo, también, con el móvil. Se ha creado una especie de dependencia, ¿y por qué? No lo sé. Antes vivía muy feliz sin preocuparme quien llamaba a mi casa preguntando por mí; ahora parece ser que tenga la obligación de estar siempre en contacto con alguien.
Me he resistido todo lo que he podido a tener internet en el móvil. Confieso que es una tortura. No me gusta el Wassap y, además, es otra forma de esclavizarte, todavía más, al móvil. Porque, ¿qué hacer mientras esperas a alguien sentado en una cafetería? Pues mirar el móvil y navegar por internet. ¿Realmente eso es necesario? No, pero se ha convertido en una costumbre. En un sustituto de compañía que hace que cuando uno esté solo se sienta menos ridículo y se ponga a perder el tiempo dándole al ‘intro’.
Todavía nosotros, los que vivimos en estos tiempos, estamos en el Pleistoceno de las nuevas tecnologías, ¿qué sucederá cuando lleguemos a la Edad de Piedra? Dicen que la informática avanza a pasos agigantados, pero dudo mucho que me gustase verlo.