martes, 29 de octubre de 2019

Micro XXII


La desnudez es la única respuesta honesta que exige la poesía.

sábado, 26 de octubre de 2019

Señores y señoritos



Antonio Machado: “Hay un breve aforismo castellano; yo lo oí en Soria por primera vez, que dice así: “nadie es más que nadie”.
Cuando recuerdo las tierras de Soria olvido algunas veces a Numancia, pesadilla de Roma, y a Mio Cid Campeador, que las cruzó en su destierro y al glorioso juglar de la sublime gesta que bien pudo nacer en ellas, pero nunca olvido al viejo pastor de cuyos labios oí ese magnífico proverbio donde a mi juicio se condensa todo el alma de Castilla; su gran orgullo y su gran humildad, su experiencia de siglos y el sentido imperial de su pobreza.
Esa magnífica frase que yo me complazco en traducir así: “por mucho que valga un hombre nunca tendrá valor más alto que el valor de ser hombre”. Soria es una escuela admirable de humanismo, de democracia y de dignidad”.

martes, 15 de octubre de 2019

Don Quijote, liberado



Un artículo sublime sobre el Quijote en la literatura universal

La literatura triunfa cuando consigue incorporar a un personaje de ficción a la galería de los seres humanos de carne y hueso. Son personajes que se vuelven referencias cotidianas. Tan reales como cualquiera de nosotros, pues bien podemos decir que somos solitarios como Robinson, enamorados como Romeo, luchadores como Sandokán o, viajeros como Ulises, o locos soñadores como don Quijote. Más allá del estilo, del arte de la palabra, incluso cuando ese arte pueda presentar fallas, una obra literaria se consagra fundamentalmente al consagrar al personaje que crea. ¿Qué decir entonces cuando a esa capacidad de dar vida a una criatura de ficción se unen un lenguaje extraordinario y una estructura narrativa inteligente y original? Bueno, a eso es a lo que llamamos una obra maestra. Y ése es el caso de El Quijote: un libro que ha alcanzado el unánime reconocimiento mundial y es considerado no sólo la más alta expresión de la literatura en lengua española sino también la obra fundadora de la novela moderna.
En su caso, ese calificativo de obra maestra viene certificado por el más severo juez: el tiempo. En realidad, una obra puede considerarse realmente maestra (obviando los comentarios apasionados de los coetáneos, que suelen apresurarse a declarar como tales obras que luego no resisten el paso del tiempo) cuando goza ya de una vida más que centenaria. Es decir, cuando su valor no responde a la percepción de un momento histórico concreto sino que ha sido reconocido por sucesivas generaciones o ha sido recuperado del olvido por los lectores del futuro.
El asunto es que ese reiterado reconocimiento y su definitiva entronización como obra de referencia, significa también la entrada de la obra en cuestión en lo que podríamos llamar el Museo de la Literatura. El canon. Un honor, sin duda, pero también un riesgo: el de quedar convertida en pieza de museo, es decir, en algo hermoso pero muerto. Y ahí está el problema, pues precisamente la maestría de una obra radica en su capacidad de generar diálogo con la vida. La gran literatura se avecina a la vida, tiene ansia de vida. Su conversión en pieza de museo de alguna manera la traiciona y la niega.
Y el efecto más negativo de esa consagración es que, al convertir la obra esencialmente en objeto de estudio académico, la saca de la dimensión placentera que la vio nacer. El caso de El Quijote es en este punto casi escandaloso. Cervantes escribió su novela con la declarada intención de hacer reír a los lectores, de divertirles, enredándolos en su laberinto de historias a la vez que desgranaba su pensamiento. Pero El Quijote se ha convertido con el paso de los siglos en libro de obligada lectura y estudio escolar, y está sometido a un discurso académico que muchas veces cae en la pedantería, que es la perversión kitsch de la inteligencia y que en muchas ocasiones, a fuerza de piruetas retóricas, acaba rayando en la pura tontería. Recuerdo el horror que me inspiraba su obligada lectura en mi infancia: era como una de esas visitas infantiles a lejanas tías abuelas que apenas uno conoce y con las que no se tiene nada en común. Me resultaba ajeno e incomprensible, me olía a viejo.
Me llevó años descubrir el placer de la lectura de las aventuras de Don Quijote y sólo lo logré cuando por fin me olvidé de admirarlo y fui capaz de dejarme seducir por su historia y su lenguaje. Es decir, cuando lo bajé del pedestal y lo saqué en mi cabeza de ese Museo de la Literatura que tiene tanto de celda.
La primera tarea, pues, que todo lector debe emprender cuando toma en sus manos una obra maestra es liberarla del docto y atosigante amor de sus exégetas. Sacarla de los pañales que la asfixian. Abrir las ventanas del cuarto donde cría moho y dejar que entre por ella la vida a chorros. ¿Qué vida? La del propio lector. Porque es el lector quien nutre de vida los libros. Es en el espejo de su mirada en el que la literatura se cumple, más allá del momento de la escritura, pues esta no deja de ser una propuesta, una invitación, un navío de palabras a bordo del cual lanzarse a la aventura. Sin embargo, los paisajes que atraviesa el barco imaginario que el escritor lanzó a los mares de la vida son los de la existencia y de la memoria de cada uno de sus lectores. Por eso ningún libro es igual para todos los que lo leen. Hay tantos El Quijote, tantos Cien años de soledad, tantos Olvidado rey Gudú, tantas Rayuela, tantas La Regenta, como personas los han leído.
Dentro de esa infinidad de lecturas de cada libro, adquieren especial relieve aquéllas que realizan otros escritores. Porque ese lector privilegiado e inquieto que es cada escritor se nutre a su vez de la escritura de los otros y, en particular, de aquellos autores que son las grandes referencias de la literatura. Por eso en el espejo de la figura de Don Quijote se han mirado muchos otros autores a lo largo de estos cinco siglos. Desde Laurence Sterne y Diderot hasta García Márquez. Las huellas de los personajes de Cervantes se encuentran en las más diferentes culturas. Resuenan en las páginas del checo Jaroslav Hašek y su valeroso soldado Švejk. Y en las andanzas de los británicos protagonistas de Los papeles póstumos del Club Pickwick, de Charles Dickens. Hay un corazón cervantino en los hijos de la medianoche del nacimiento de la India, que retrata Salman Rushdie. Y en las pedantes elucubraciones que Flaubert atribuye a los franceses Bouvard y Pecuchet. También en la locura arbórea del barón rampante de Italo Calvino. Y, por supuesto, en el formidable diálogo con la obra cervantina que es La vida de Don Quijote y Sancho, de Miguel de Unamuno.
Bien puede decirse que cada época ha hecho su propia lectura de El Quijote y que dicha lectura nos dice mucho de la sociedad de ese momento. La generación de 1898 hizo de la enjuta figura del hidalgo soñador un símbolo del afán regenerador de una España en crisis en la que la idea de libertad seguía pareciendo cosa de locos. ¿Cuál será la lectura quijotesca de nuestros temibles tiempos, de estos balbuceantes y sangrientos inicios del siglo XXI en los que el odio y la solidaridad libran un pulso tan desigual que hasta se ha llegado a acuñar un insulto, “buenista”, que trata a la bondad no como virtud sino como debilidad?
La respuesta seguramente se está construyendo colectivamente en estos mismos momentos. La están dando aquellos escritores que hoy se atreven a soñar y a intentar dar vida a nuevas criaturas de ficción, y todos aquellos lectores que de nuevo visitan las páginas de Miguel de Cervantes y se embarcan en las aventuras de su criatura, con ojos inevitablemente nuevos, pues son los nuestros, nuestros ojos del presente, los mismos ojos que se fatigan ante la pantalla de un ordenador o se extasían ante las maravillas que nos traen los imágenes que los satélites nos envían desde otros planetas.
Lo apasionante, lo hermoso, lo increíble es que al releer las peripecias de aquel hidalgo loco que recorría las tierras de España creyéndose un caballero andante y empeñado en hacer verdad sus ideales, uno siente que, de alguna manera, la voz del Quijote atraviesa la barrera del tiempo para hablarnos directamente, para nombrar también nuestro mundo, para recordarnos que…

“la libertad es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre. Por la libertad puede y debe aventurarse la vida”.

y también que:

“los oficios mudan las costumbres, y podría ser que viéndoos gobernador no conocieseis a la madre que os parió”.

Sin duda, Don Quijote sigue bien vivo.

sábado, 12 de octubre de 2019

La Basílica del Pilar


En un día como hoy, 12 de octubre, día de la patrona de Zaragoza, es la mejor entrada. El monumento más representativo de Zaragoza, una joya de la arquitectura barroca.




Información sobre la misma hay infinidad, por lo que sería absurdo colocar algo aquí.

martes, 8 de octubre de 2019

¿Qué le pasará al Sol cuando muera?



Un excelente y curioso artículo de El País

***

El Sol es una estrella bastante mediocre, seamos claros en esto. Es mediocre tanto en tamaño como en la luz que emite y en el resto de sus características. No es ni de las más pequeñas ni de las más grandes, ni de las más luminosas ni de las menos luminosas. ¡Pero es la nuestra! Se calcula que su vida será de unos 10.000 millones de años y como se formó hace aproximadamente 4.600 millones de años, le queda otro tanto.
Ahora mismo, como está a la mitad de su vida, está quemando hidrógeno. Cuando decimos quemar quiere decir que en su núcleo que está muy, muy, muy caliente (15 millones de grados) y a muchísima presión, el hidrógeno original se está fusionando para producir helio, que es un elemento un poco más grande y un poco más pesado. Esto va a seguir pasando casi hasta el final de su vida.
En ese proceso de ir quemando el hidrógeno, desde la Tierra lo que se advertirá es que el Sol va aumentando de tamaño y de luminosidad poco a poco. No es un aumento excesivamente significativo pero es algo que ya sucede. En lo que lleva de vida, el Sol ha crecido aproximadamente un 20%.
Cuando se acabe el hidrógeno empezará a quemar el siguiente elemento que es el helio y ahí es cuando ya estaremos realmente en el final de la vida de la estrella. Pero para esto aún faltan unos 5.000 millones de años. La fase actual se llama secuencia principal y se acabará cuando se termine el hidrógeno. Después, entrará en la fase llamada gigante roja que es cuando comenzará a quemar el helio.
El proceso en el final será el siguiente: al acabarse el hidrógeno, el núcleo empezará a comprimirse. Para entender lo que sucederá a partir de ese momento es importante tener en cuenta que la estrella sobrevive porque hay dos fuerzas opuestas que actúan en ella. Por un lado, la masa de la estrella empuja hacia dentro por la gravedad pero, por otro lado, las reacciones de fusión nuclear desprenden un montón de energía y eso crea una presión hacia fuera, en sentido contrario a la gravedad. El núcleo está actualmente en equilibrio debido a la acción de estas dos fuerzas contrarias. Cuando se acaba el hidrógeno desaparece la energía que había estado empujando hacia fuera y por eso el núcleo colapsará.
Al contraerse, el núcleo se calentará muchísimo, hasta que alcance la temperatura suficiente como para empezar a quemar helio, un elemento que necesita mayor temperatura para fusionarse porque es un poco más pesado que el hidrógeno. Mientras el núcleo del Sol se contrae para fusionar helio, las capas de alrededor del núcleo (pensemos en el interior del Sol como si fuera una cebolla) quemarán hidrógeno, lo que las calentará y hará expandirse enormemente. Por eso a esta fase se le llama gigante roja. El color rojo viene porque las capas exteriores se enfriarán al irse expandiendo.
Hay una cosa que los investigadores no sabemos todavía y es si esa expansión, que va a ser brutal y que va a hacer que el Sol alcance un tamaño de entre 150 a 200 veces el que tiene ahora, llegará a engullir la Tierra. Sí sabemos que crecerá tanto que se tragará Mercurio y Venus, pero lo de la Tierra no está muy claro. De todas formas, aunque no nos coma, la temperatura será tan elevada que la vida en nuestro planeta será imposible desde muchos millones de años antes.
Entonces tendremos el núcleo comprimiéndose muchísimo y empezando a quemar helio y al mismo tiempo las capas externas creciendo, creciendo, creciendo. Y ¿cómo va a terminar el asunto al final de su vida? El núcleo quemará todo el helio que tenga, se volverá a contraer y a calentarse. Pero nunca alcanzara la suficiente temperatura para quemar el siguiente elemento más pesado, carbono. El final se producirá cuando todas esas capas exteriores se eyecten al espacio en lo que se llama una nebulosa planetaria, que es un envoltorio muy espectacular de gas y polvo en forma de anillo, y en el centro quedará una bolita muy densa (más o menos del tamaño de la Tierra) que es el núcleo de la estrella y que se llama enana blanca. Al cabo de unos miles de años, esta enana blanca se enfriará porque no generará energía, se apagará y ese será el final del Sol. Como consuelo nos queda saber que nosotros estamos hechos de átomos procedentes de estrellas que murieron antes que nuestro Sol.

sábado, 5 de octubre de 2019

Coincidir


Cuando la vida se hace rutina, cuando da lo mismo una subida que una bajada y cuando no hay razones para pensar que nada pueda, deba, ni tenga que cambiar… simplemente dejarse llevar por el camino que la vida traza.
Más fácil es encontrar un ápice de ilusión detrás de la cosa más pequeña e insignificante del universo, más rentable es soñar, mejor cura las sonrisas y mayor valor las miradas.
Por todo lo anterior no creo en el destino; no creo que lo tengamos escrito, pero sí que pienso que todo ocurre por algo. Lo que nos ocurre, las personas que conocemos y las coincidencias… esos guiños que la vida te da de vez en cuando para tomar un camino distinto al habitual. Y ya, dependiendo de la magnitud, nada vuelve a ser como antes. Puede ser como una simple brisa o como un huracán que arrasa con todo lo anterior y te ofrece la posibilidad de comenzar a construir un futuro nuevo, con la seguridad que da la experiencia y la certeza que se tiene después de un camino ya recorrido. Porque cuando la casualidad se convierte en costumbre se convierte en certeza.
Como dijo Clint Eastwood, en el papel de Robert Kincaid en Los puentes de Madison, “Sólo lo diré una vez. No lo había dicho nunca: pero esta clase de certeza sólo se presenta una vez en la vida”.



martes, 1 de octubre de 2019

Juicios



Mi abuela me decía: “No te metas en pleitos aunque los ganes”… y yo, por dos veces, no le he hecho caso.