viernes, 28 de marzo de 2008

De ciudadanos y súbditos


El sabio refranero español nos dice que “aunque la mona se vista de seda mona se queda”. Esto quiere decir que por mucho que tratemos de disfrazar las cosas, ponerle los adjetivos que queramos e incluso cambiarle de nombre siempre será lo que es.

En mis anteriores escritos en este blog (no santo, al menos de momento) siempre que me quiero referir a la gente en general lo hago con la definición de súbditos y no como ciudadanos. Pues bien, hace unos días me decía una persona hablando sobre el tema, que ella se considera ciudadana, y no súbdita. En fin, supongo que en nuestros días todavía existe gente que piensa que no se pone el sol en los dominios españoles, como anteriormente pensaba el rey Prudente pero la realidad es que no somos dueños ni de nuestro propio espacio geográfico. Comparaciones temporales aparte, existe una grandísima diferencia entre ciudadano y súbdito y aunque no lo queramos aceptar por ser algo que hiere a nuestro orgullo, nos aferramos a él para, brazos en jarra y remangados, gritar a los cuatro vientos que a nosotros nadie nos torea (algo muy propio de los españoles).

Muchas veces pensamos que hablar de personas es sinónimo de referirnos a ciudadanos. Nada más lejos de la verdad. Persona es todo humano por su mera existencia. La ciudadanía es una cualidad política, de ahí que por ejemplo en las monarquías y otro tipo de satrapías no se tengan ciudadanos sino súbditos – o camaradas si es el caso. Un pensamiento ligero e irresponsable puede hacernos pensar que es una diferencia solamente nominal, súbditos serían entonces quienes viven en una monarquía, como nosotros los españoles y ciudadanos quienes viven en países con gobiernos democráticos.

El concepto de ciudadanía hace referencia a seres humanos libres, sujetos de derechos y deberes, conscientes en cada momento, de la situación y desarrollo de la sociedad en la que viven y construyen conscientemente. El tránsito de súbdito a ciudadano constituye una de las características del proceso democratizador. La Historia ha definido al súbdito como aquel ser humano subyugado y atado a un Poder que se decía representante de otros Poderes extra-sensoriales o sobrenaturales. La historia oficial de la, mal llamada, Transición, el papel estelar del Rey en la operación, su compromiso con su misión, junto con el muro de silencio en torno a la institución monárquica, forman parte del mantenimiento de una cierta niñez de edad ciudadana entre nosotros. Nosotros, los súbditos, que en su día no supimos o no pudimos decidir lo que queríamos ya somos, casi 33 años después de la muerte del dictador, lo suficientemente maduros como para decidir lo que queremos, quien queremos que nos represente y poder tener opciones a cualquier puesto de representación de la nación. Lo gracioso de todo es que todavía quedan descendientes de aquellos de principios del siglo XIX que gritaban: ¡Vivan las cadenas! Aceptando al rey felón, Fernando VII. Bueno, cambian los tiempos pero los descendientes son los mismos

Mientras no tengamos la suficiente madurez como para protestar todos por lo que consideramos injusto, se nos oiga y reciba para dar solución, no haremos nada. Porque precisamente eso diferencia al ciudadano del súbdito. El primero sabe defender y exigir lo que le corresponde, porque conoce sus derechos y sus obligaciones. El segundo se conforma con lo que le dan pensando que ya vendrán tiempos mejores o en otros casos que alguien le solucionará los problemas.

Así pues mientras todo eso no cambie, y todos y cada uno de nosotros no empecemos a cuestionarnos cosas y preguntarnos el porqué de lo que ocurre y una vez pasado este periodo no sepamos lo que tenemos que hacer, en este país seguiremos siendo súbditos mal que a algunos les pese.

Salud.

jueves, 27 de marzo de 2008

Todo sigue igual


Después de un tiempo sin escribir lo vuelvo a hacer. Estaba esperando a ver como se desarrollaban los acontecimientos después de las elecciones, pero nada cambia. Todo sigue igual.

Hace apenas unos meses éramos ciudadanos para los cuales cualquier cosa era poca. Éramos lo que más importaba a la clase política y por los cuales se hubieran batido en duelo como si fuesen caballeros andantes defendiendo a su dama. Pasado un tiempo y habiendo conseguido sus objetivos ya nadie se acuerda y volvemos a ser esos súbditos que solo sirven para mantener un país cual Atlas mantenía el mundo sobre sus espaldas.

¿Alguien ve que algo haya cambiado? Quizás hubiera podido cambiar el gobierno, pero el sistema es el mismo. Estamos revolcándonos en estiércol y creemos que con un simple desodorante ya estamos decentes.

No señores, no. Las elecciones no sirven para nada en tanto y cuanto el sistema no cambie. Mientras sigamos teniendo un artículo tan obsceno e inefable en nuestra cacareada Constitución como es el artículo 56. Las cosas seguirán como hasta ahora. Seremos ciudadanos durante un par de meses para volver a la cruda realidad de ser súbditos, más que a alguno/a le pese.

Recuerdo que el actual presidente, el señor Zapatero, decía que él no quería un país de iguales, quería un país con gente de igualdad de oportunidades. Bien, Señor Zapatero, con todos mis respetos ¿es posible que pueda tener tan poca vergüenza para engañar así a la gente de este país? Verá usted. Para que eso ocurra habría que cambiar el sistema y, empezando por usted, dejar de rendir pleitesía al heredero del asesino fascista que se hace llamar rey de los españoles. Vamos a ver, señor presidente ¿Cómo puede usted decir que quiere igualdad de oportunidades cuando hay una familia, que representa a este país, cuyos privilegios son transmitidos a través de un espermatozoide? Quizás su concepto de igualdad de oportunidades sea distinto del mío. Usted es monárquico y yo soy republicano. Con eso está dicho todo. No quiero extenderme explicando la diferencia porque para alguien que en monarquía confunde a los súbditos con ciudadanos haría falta algo más de dos tardes para explicarlo.

Así que nada. Seguimos como siempre. Viviendo en un cuento de hadas donde los reyes cuidan de su pueblo y los príncipes son altos, guapos, con corcel blanco y se casan con damiselas que viven encerradas en lo alto de una torre. Mientras el pueblo trabaja para ellos. En fin, nada nuevo bajo el sol.

Salud.