martes, 27 de octubre de 2015

sábado, 24 de octubre de 2015

Soria


“Por donde traza el Duero su curva de ballesta en torno a Soria”

En la anterior entrada relataba la coincidencia de la misma fotografía doce años después en Soria. Soria… Soria… Soria… Mi relación con esta ciudad castellana vieja se remonta a años atrás. Tendría que bucear mucho en mi memoria para recordar algún sitio en el que haya estado por primera vez y tener la sensación que ya lo conocía… eso me ocurrió con Soria.
Nunca he escrito de ella, tampoco creo que lo haga al igual que he hecho con otras ciudades, eso lo dejo para cuando me decida a escribir ese libro que alguien me dijo que algún día escribiría; o quizá porque mi historia con Soria todavía está incompleta… Siempre he pensado que la mujer con la que quiero compartir mi vida tengo que pedírselo en el Paseo de los Enamorados, entre San Polo y San Saturio, en la curva de ballesta, al margen izquierdo del Duero, por donde paseaba Antonio con Leonor… así, como si nada, ambos caminando y yo preguntándole: “¿Tienes algo mejor que hacer el resto de tu vida que compartirla conmigo?”
Hacía más de tres años que no paseaba por sus calles, tres… demasiado tiempo en la piel de Ulises queriendo regresar a Ítaca. Pero, a pesar de todo, siento que ha sido única. No tengo sensaciones porque cada vez es única… ¿cómo definirlas? Para mí sería como ‘hacer el amor por primera vez con la mujer que amas’ y esa primera vez se convierte en única y, por extensión, convierten las siguientes en primeras y también únicas. No hay una primera, segunda, tercera… siempre es una única vez; muchas veces que son una única vez.
Que todo vuelva a ser cada vez único. Para ello, como dijo el poeta: “Dame tu mano y paseemos”.


Campos de Soria (Campos de Castilla, Antonio Machado)

VIII
He vuelto a ver los álamos dorados,
álamos del camino en la ribera del Duero,
entre San Polo y San Saturio,
tras las murallas viejas
de Soria -barbacana
hacia Aragón, en castellana tierra-.
Estos chopos del río, que acompañan
con el sonido de sus hojas secas
el son del agua, cuando el viento sopla,
tienen en sus cortezas
grabadas iniciales que son nombres
de enamorados, cifras que son fechas.
¡Álamos del amor que ayer tuvisteis
de ruiseñores vuestras ramas llenas;
álamos que seréis mañana liras
del viento perfumado en primavera;
álamos del amor cerca del agua
que corre y pasa y sueña,
álamos de las márgenes del Duero,
conmigo vais, mi corazón os lleva!

IX
¡Oh, sí! Conmigo vais, campos de Soria,
tardes tranquilas, montes de violeta,
alamedas del río, verde sueño del suelo
gris y de la parda tierra,
agria melancolía
de la ciudad decrépita.
Me habéis llegado al alma,
¿o acaso estabais en el fondo de ella?
¡Gentes del alto llano numantino
que a Dios guardáis como cristianas viejas,
que el sol de España os llene
de alegría, de luz y de riqueza!

martes, 20 de octubre de 2015

Donde el tiempo pasa cadencioso y sin pensar




Estas fotografías están tomadas desde el puente sobre el río Duero que hay en la calle San Agustín, una de las entradas a Soria. Salvo unos metros de diferencia podría decirse que están tomadas desde el mismo punto; es el mismo tiempo, llueve; es el mismo mes, octubre, y es la misma estación, otoño. La única diferencia entre ambas son los años, doce. La primera es de un fin de semana de octubre de 2003, la segunda de un fin de semana de octubre de 2015. La casualidad del destino ha querido que en éste, como en aquél, también lloviera.
Ya lo conté en esta entrada. ¿Qué queda de aquello? En mí nada… solamente recuerdos… recuerdos que ahora mismo se hacen presentes mientras que escribo estas líneas.
Por un momento me veo en 2003 haciendo la fotografía. Giro la cabeza y a mi izquierda estoy yo, ahora, en 2015, haciendo lo mismo; ¿qué podría haberme preguntado hace doce años si se hubiera dado esta circunstancia? Creo que la respuesta es obvia; cualquier cosa que preguntaríais vosotros si tuvierais la posibilidad de que alguien os hablase a ciencia cierta sobre vuestro futuro. Resulta demasiado evidente.
Creo que lo más sensato hubiera sido decirle al de 2003 que se mantuviera silente y sería yo, el de 2015, quien hablaría dándole algunos consejos, al igual que don Quijote a Sancho Panza cuando iba a tomar posesión de su gobierno en la ínsula de Barataria. No le contaría nada, no le diría que ocurriría, ya que, de lo contrario, probablemente, nada de esto podría ser real, quien sabe si ni siquiera este blog. Por lo tanto, ¿qué podría decirle?... se me ocurre, por ejemplo… que pasara más tiempo con ciertas personas dándoles más besos y abrazos… que fuera más cerebral y no tan sentimental… que viviese el momento que poco a poco se va haciendo futuro… que algunas cosas solamente pasan una vez y ya no vuelven… que alguna que otra vez dijera ‘lo siento’… o gritase ‘te amo’… que arriesgase más… que no tuviera miedo… que… que… que…
Cuando hice la fotografía me asaltó el mismo pensamiento que he reflejado en esta entrada y giré la cabeza... pero no vi a nadie. ¿Significa eso que no estaré en Soria un fin de semana de octubre de 2027? No puedo decirlo. La primera fotografía corresponde a los días del 24 al 27 de octubre de 2003, concretamente la tomé la tarde del domingo… la segunda me he adelantado por unos días… es posible que mi yo, dentro de doce años, vaya a Soria un fin de semana de octubre que llueva… y puede que nos encontremos allí los tres.

martes, 6 de octubre de 2015

La soledad



Dice Ricardo Arjona que:

La soledad es una ingrata a la que se la va agarrando el gusto, con un alto riesgo de caer profundamente enamorados de ella.
La soledad es un hotel que no es de nadie… una cama que no es mía.
Despertarme a las tres de la mañana y no saber dónde está el baño.
La soledad es la gota de agua en el interruptor del baño que dejaste encendido y que no quieres apagar para no sentirte sola.
La soledad es como un suplicio ingenioso de la naturaleza que hace que nos encontremos a nosotros mismos para aprender a valorar a los demás.
La soledad es un espejo que no miente, ese montón de sonidos que hacen mucho ruido pero que nadie escucha.
L
a soledad es uno acompañado de los recuerdos del pasado, un beso que se desperdicia en la almohada, el ver la sombra y la silueta de alguien que ya no está.
Es malvada, insoportable, maravillosa, que me gusta, no sé muy bien por qué.
La soledad es entender, por fin, que no hay mejor compañía que la soledad.
Es el velatorio de un día que se fue. Es dejar de estar haciendo nada, prepararte, vestirte, abrir la puerta, salir para seguir haciendo lo mismo.
La soledad, tu compañera, la del miedo, la de los futuros inciertos, la del camino, la búsqueda”.

Virginia, espérame, compartamos juntos nuestra soledad y volvamos a vivir aquella noche... tú sentada en la banqueta de la ventana y yo en la silla de la mesa apoyando la espalda en la pared. Pon las cervezas a enfriar, el whisky y el hielo tenlo preparado… las lágrimas ya las pondré yo.