Dicen que siempre me pasa lo mismo cuando se acercan los exámenes: me pongo insoportable. Reconozco que no soy amigo de bromas, más bien sería lo que un andaluz llamaría “un triste”, pero en determinadas fechas se agudiza.
En mis tiempos estudiantiles, por estas fechas siempre he estado alterado, concentrado, con dolores de cuello por la tensión acumulada, consumiendo litros de café y llenando el cenicero de colillas.
Cuando vivía en el piso de estudiantes todos íbamos acelerados y se notaba la tensión por cosas que antes eran banales.
Ahora, vuelvo otra vez a pasar por lo mismo (¡quién me lo mandaría!). Se acercan las fechas de exámenes y pronto entregaré el PFC, un proyecto de investigación sobre la arquitectura de piedra seca en el Maestrazgo turolense, quizá, por eso, estoy tan inquieto. La gente con la que trato me lo nota y yo ya les he advertido que no tengan en cuenta si les doy una mala contestación o si mi carácter está más huraño que de costumbre; en un mes ya habrá pasado todo.
Si el hombre lobo se transformaba con la luna llena yo lo hago con los exámenes, lo malo es que estos duran más de una noche.