martes, 28 de noviembre de 2017

Knockin' on heaven's door


Incontables veces las puertas del cielo se abrieron y entré en el paraíso. Y una vez dentro… era olvidar la propia existencia e inventar un nuevo concepto para la palabra tiempo, si es que el tiempo tiene el sentido en el paraíso, donde lo sublime se transforma en algo tan habitual como el respirar… siempre lo mismo, pero cada vez diferente, única. 



Pero no basta con estar knockin' on heaven's door… hay que cruzar esas puertas. Cierro los ojos y suena la canción... podría ser un viernes noche cualquiera,  conduciendo por un puente que deja atrás las estrellas. El paraíso existe. El infierno es lo que lo envuelve.

sábado, 25 de noviembre de 2017

Una conferencia ministerial



El pasado miércoles asistí a una conferencia sobre construcción. La organizaba el Grupo Lobe, una empresa constructora que, con casi con total seguridad, es la más importante de Aragón. Pude asistir gracias a un amigo que trabaja en esa empresa desde hace años (además de él mismo tener lazos personales con los propietarios) y con el que me une una amistad que roza el hermanamiento, si así se puede considerar a aquel para quien definirlo con la palabra amigo se queda insignificante.
Las ponencias se centraron en la evolución de la industria de la construcción en base a la innovación y la transformación digital. Se centró en el uso de la tecnología a la hora de diseñar y las nuevas técnicas constructivas.
Los ponentes eran de alto nivel, no los citaré a todos, ya que fueron más de veinte, pero para hacernos una idea, había gente como Jesús Rodríguez, director gerente Plataforma Tecnológica Española de la Construcción PTEC; Enrique Cano, subdirector de Infraestructura de la Escuela de Arquitectura e Ingeniería de Zaragoza; Inés Leal, directora Congreso Edificios Energía Casi Nula; Adelina Uriarte, presidenta de Plataforma de Edificación Passivhaus; Marisa Claver, directora AENOR Internacional en Aragón...
Pero si había algo que no me esperaba es que también estuviese el ministro de Fomento Íñigo de la Serna. Cuando uno escucha hablar a un político local lo mínimo que tiene que pensar es que le está engañando y si encima es del PP sujetarse bien la cartera. Cuando se escucha hablar a los políticos en televisión, en la privacidad de la casa, puede ser normal soltar algún exabrupto. Ahora bien… tener delante a todo un ministro (seríamos unos 200 asistentes)… hablando… es algo que se escapa de las manos. Todo es grandeza y todo positivismo. Pero lo que más me revolvía las tripas es cuando decía algo así como: “tenemos que continuar esforzándonos para seguir avanzando”. Señoras y señores, el que no trabaja y al que no le van bien las cosas es porque no quiere.
En la excursión de fin de curso, en 8º de EGB, estuve en Italia. Fuimos a la Plaza de San Pedro a escuchar la misa del entonces Papa Juan Pablo II que daba, creo recordar, los miércoles. No sé si antes o después del acto, solía pasear por la plaza con el papamóvil y... ¡me tocó la mano! Es decir, he tocado la mano de un Papa, que actualmente es santo y he estado en el mismo acto cerca de un ministro. A este paso me veo compartiendo mesa y mantel con el Borbón. Vade retro Satana. 

PD. Puntualizo, aunque es evidente, que no aplaudí al ministro.

martes, 21 de noviembre de 2017

La vivienda giratoria


A ver si es la solución para que algunos encuentren el norte… aunque puede ser que con tanta vuelta acaben mareados.


Descubro, cosas como estas, busco información sobre el tema y lo único que consigo es irritarme con lo que leo; quizá, por eso, no me apetece perder el tiempo en explicaciones.
No, señoras y señores, esto NO es arquitectura.

sábado, 18 de noviembre de 2017

A lomos de la quimera



Pinchar sobre la imagen para ver el vídeo.

martes, 14 de noviembre de 2017

Interpretaciones



Tengo muy claro qué representa el muñequito. Pero esto es como el refrán de la lluvia en abril, interpretaciones mil y todas cabe en un barril.

sábado, 11 de noviembre de 2017

Necesito una burbuja



Recuerdo Bola de Dragón, una serie de dibujos manga con los que hemos crecido una generación. Mis amigos y yo estábamos enganchados y comentábamos cada capítulo como si fuera un partido de fútbol, cosas que pasan cuando se tienen 15, 16, 17 años.
Había una cosa de esa serie que entre nosotros se hizo muy popular: la cámara de recuperación. Cuando a algún personaje le pegaban una paliza y lo dejaban medio muerto lo ponían en esa cámara, le ponían una careta en la nariz y boca y la llenaban de agua. A los dos o tres días (solían ser unos cinco capítulos) salía como nuevo. Recuerdo que cuando salíamos algún sábado por la noche o, sobre todo en fiestas del pueblo, al día siguiente estábamos para el arrastre y nunca faltaban frases del tipo: “me voy a la burbuja”, “este es muy valiente, pero luego está tres días en la burbuja” o, cuando hacía tiempo que no veíamos a alguien y alguno preguntaba, la respuesta siempre era “sigue en la burbuja”, y ya sabíamos lo que significaba aunque, seguramente, no teníamos ni idea de dónde estaba. Sí la ‘burbuja’ quedó como la solución a todos los males y no era más que quedarte en casa sin salir y sin hacer nada recuperándote de lo hecho polvo que estabas. Aunque hay que señalar que, en ocasiones, hería el orgullo. Si a alguien le decían que iba a estar tres días en la burbuja, el aludido sacaba a relucir su hombría y lo negaba. En el 99 % de los casos él y su hombría iban de cabeza a la burbuja.
Yo necesito una burbuja. Hace un par de días me comprometí que ayudaría a un amigo a bajar unos muebles de una vivienda (un séptimo piso), para cargarlos en una furgoneta, llevarlos a su pueblo y descárgalos. Éramos tres bajando cosas y un cuarto organizando que todo cupiese en el vehículo. En total eran un mueble enorme que tenía en el comedor, de 2’80 m; unas puertas con espejos de unos armarios, que pesaban más que una hipoteca, y una cristalera que había en la entrada, con unos espejos delicados y que el bisel cortaba como una cuchilla.
Había piezas que no cabían por el ascensor y otras que teníamos que bajarlas por las escaleras entre dos y algunas entre tres turnándonos cada dos pisos. Tengo que confesar que jamás he cargado con un ataúd, pero después de lo de ayer tiene que ser una broma. Desde las 16:30 hasta las 19:30 bajando muebles y cargándolos en la furgoneta. Fuimos al pueblo y la misma operación, pero a la inversa, sólo que, en esta ocasión, no había que bajar siete alturas, había que subir una… todo un alivio; aunque después del tute que llevaba me daba igual.
Este fin de semana tengo un trabajo que adelantar y en un rato me voy una comida comprometida desde hace días. El martes voy a Asturias, hasta el viernes, a unas conferencias. En estos días espero estar ya recuperado (por mi bien).
Definitivamente, necesito una burbuja.

martes, 7 de noviembre de 2017

El café


Después de mucho tiempo, hace unos días estuve con Plácido. Acudí a su despacho para preguntarle unas dudas sobre un proyecto de demolición que tengo que comenzar en unos días. Una vez que habíamos hablado sobre el tema le pregunté por su viaje a Madrid. Hacía días que había ido a la Capital a una conferencia sobre la construcción de fachadas en piedra natural. Me hubiera gustado asistir, pero me fue imposible. Cuando esperaba que me contase de qué iba y qué habían dicho me sorprendió con una pregunta:

- ¿Cuánta gente puede haber un jueves en Madrid?
- No lo sé - contesté extrañado.
- ¿Cuatro millones… cinco… seis…? - continuó - ¿Cuántas cafeterías... ocho mil… nueve mil… diez mil…? ¿Qué probabilidad hay de que dos personas que se conocen coincidan en Madrid en la misma cafetería y a la misma hora sin saber ninguna de las dos que la otra estará allí? ¿Y que al mismo tiempo lleven más de quince años sin verse? Y, finalmente, que entre ellos hubiera habido una historia que marcó la etapa de la vida en la que coincidieron.
- ¡No me digas que… ¿Victoria?! - pregunté extrañado, sorprendido y confuso.
- Sí, Victoria - respondió Plácido con una media sonrisa.

Ya he contado otras veces de qué conozco a Plácido. Compartí instituto con él y luego, en la universidad, compartí piso y carrera. Junto con otros dos compañeros, con los que compartía lo mismo que con Plácido, se creó un ambiente de hermandad en el que no había secretos entre nosotros. Por lo que sea, con Plácido siempre tuve una relación más especial; quizá sea porque por las noches nos costaba dormir, él golpeaba el tabique de su cabecero de la cama, que coincidía con el mío, y si yo contestaba a los golpes venía a mi habitación y escuchábamos el programa Hablar por hablar mientras nos fumábamos algún cigarro… así podíamos estar hasta que acababa el programa. Supongo que la noche da seguridad y confianza para contar cosas que no se contarían durante el día. Es posible que así se cimentase mucho más nuestra amistad; muchas confesiones hubo en noches como esa. Por todo ello, es normal que yo conociese lo que había entre Plácido y Victoria. Lo sabía yo y el resto de compañeros del piso y los de fuera, aunque lo supieran, callaban. Lo de ellos era un secreto a voces. Confuso como estaba por lo que me había dicho, quería que me contase más.

- ¿Qué pasó… cómo fue… qué hablasteis… cómo está…?
Plácido callaba y sonreía. Después de moverse en su silla un par de veces a izquierda y derecha contestó…

- Nada, no pasó nada. No hablamos y ella no me vio.

Yo estaba confuso, callado, mirándolo y esperando que me continuase hablando. Él seguía callado dándole un suspense que a mí me desconcertaba hasta que, por fin, comenzó a hablar.

-Llegué a Madrid un par de horas antes de comenzar la conferencia. Al salir de la estación cogí un taxi y me dejó en el edificio al que iba. Como ya había ubicado el sitio y faltaba una hora y media decidí entrar en una cafetería que estaba a un par de minutos, con el fin de comer algo y la esperanza de que algún periódico estuviese libre para poder pasar el tiempo. Así lo hice. Entré, pedí un café con leche y un par de tostadas con aceite y sal y me lancé a por el periódico que un tío trajeado acababa de soltar.
Me senté en una mesa y con mucha calma me puse a leer con calma todas las noticias, ya que todavía tenía tiempo. En una de las veces que levanté la cabeza para beber de la taza me quedé inmóvil, como una figura de cera. La vi entrar. Vi a Victoria entrar y sentarse en una mesa libre que había cerca de la puerta. Iba con el que imagino que es su marido.

Plácido calló y observó el papel que tenía delante. Sin darse cuenta, mientras estaba hablando, había hecho un garabato en un papel, algo que tenía forma abstracta. Yo me moví en mi asiento para acomodarme y continuó.

- Es raro. Me sentí extraño. Sentí como un calambre en el estómago y de manera inconsciente, la mano en la que sostenía la taza comenzó a temblar. ¿Realmente era ella? Dudé durante unos segundos si levantarme y decirle algo o bien salir y hacer como que no la había visto y que fuera ella la que dijera algo al verme salir, yo estoy seguro de que, por la forma en que estaba sentada, no me había visto. Tomaba, por el tamaño de su taza, apostaría que un café con leche, ella era de eso, quizá con un sobre y medio de azúcar, ya que siempre decía que un sobre le parecía muy amargo y con dos demasiado dulce.
Pero cualquier pensamiento de reacción se desvaneció y quedé allí. Dejé de leer el periódico y no dejaba de mirarla y… recordar. Dicen que cuando estás a punto de morir toda tu vida pasa delante de ti en un segundo, eres capaz de volver a vivirlo de nuevo. Eso me pasaba a mí. Mientras la miraba volví a vivir aquellos años y, como si fuera una película, volví a escuchar la banda sonora de aquellos años, incluso momentos que parecían olvidados volvieron a aparecer. ¿Sabes? Cuando ya se acercaba el final de todo, pocos días antes, recuerdo el lugar y el sitio como si fuera ahora mismo, me dijo: “Sé que algún día escribirás un libro y me lo dedicarás. Contarás esta historia”.
Decidí que no, que era mejor no decirle nada porque, ¿qué se le puede decir a alguien con quien tuviste una historia, más allá de la amistad, de la que llegaste a enamorarte hasta el dolor y hace quince años que no os habéis visto? ¿Qué le podría decir? ¿Hola… qué tal… cuánto tiempo… cómo te va… me he alegrado de verte… a ver si volvemos a vernos algún día… adiós…? No Marino, no… hay gente a la que no le puedes decir eso.
Yo seguía mirándola y desde la distancia a la que me encontraba la veía igual, quizá desde más cerca hubiera podido apreciar el paso de los años. Su pelo estaba un poco más corto y con el mismo color. Entonces hizo algo que me hizo sonreír. Ella solía tocarse la nariz, desde la base a la punta, con los dedos pulgar e índice. No había perdido la costumbre… Miró su móvil, ¿te crees que todavía recuerdo su número? Y seguía hablando con su acompañante, que me confirmó que era su marido cuando se dieron un beso y se levantó, salió de la cafetería y por la ventana vi que se subía a una furgoneta de Seur.
Ella quedó sola mientras acababa su taza. ¡Cuántos momentos tuvimos así! ¡Cuántos cafés mientras hablábamos de cosas que entonces era nuestra vida y de los planes que tendríamos cuando acabásemos! Una vez le dije que ella y yo, algún día, trabajaríamos juntos. Probablemente era una puerta de esperanza…
A los pocos minutos se levantó, pagó y salió. Yo la seguí con la mirada, cruzó la calle y la perdí de vista. De soslayo me di cuenta que en la pared en la que estaba su mesa había un cuadro de París. Ironías de la vida… los dos volvimos, años después, a tomar un café viendo la Torre Eiffel. Como le dijo Rick a Ilsa en la película Casablanca “siempre nos quedará París” y como le dije a ella, una noche que estábamos en el piso viendo esa película en vídeo, “siempre nos quedará esto”. Ese “esto” englobaba todo aquello… quizá porque, en el fondo, yo me veía como Bogart e intuía que ella no se quedaría y subiría al avión.
¿Entiendes porqué no le dije nada? Nosotros tuvimos nuestra historia hace veinte años y allí debía quedar, tal y como acabó. Y, la verdad, no me arrepiento. No me arrepiento de no haberle dicho nada… porque tampoco sé qué le hubiera podido decir. Probablemente, el Plácido de aquella época hubiera hecho otra cosa y, quizá, se hubiera acercado. De la misma forma que a Heathcliff le daba lo mismo que Catherine se hubiera casado con Hindley, él sentía que nada podía romper el vínculo que había entre ambos. Así pensaba aquel Plácido y se hubiera sentado a la mesa para hablar con ella ninguneando al resto. Bien sabes tú lo que hacía, lo que hice, sin pensar en las consecuencias... sólo por estar con ella. Pero no, Marino, no, aquel Plácido quedó allí, aquel día en que ya no había vuelta atrás y la decisión era un sí o un no, un todo o nada... un para siempre o un hasta siempre...
Sé de ella, lo mismo que puedes saber tú. En ocasiones he preguntado a Fernando, que tiene contacto con ella, y me cuenta cosas. Pero mi interés no va más allá de saber que está bien. Y eso fue lo que pasó. Acabé mi desayuno y me levanté. Al salir pasé por su mesa y me di cuenta que en el plato de su taza había un sobre de azúcar vacío y otro abierto que no estaba del todo lleno, y una sonrisa de complicidad con mi pasado se dibujó en mis labios. Como todavía quedaba una hora para la conferencia decidí dar un paseo por la zona. Sin darme cuenta estaba tarareando canciones que hacía años que no escuchaba… ‘Amor te digo amor’, de Bosé; ‘Fruta Fresca’, de Carlos Vives, y, sin duda alguna, la que quizá sería la más representativa ‘Infinito’, de Bunbury. Sensaciones que se sienten si se viven. ¿Sabes? Por un momento parecía que el tiempo no había pasado y que retrocedía 15 ó 20 años... 

Y Plácido calló... permaneciendo con la mirada perdida. Yo lo miraba en silencio y al instante continuó hablando.

Como ya faltaba poco volví al edificio de la conferencia. La verdad es que estuvo muy interesante. El conferenciante era…

Y lo siguiente que hablamos tampoco tiene demasiado interés, las piedras son aburridas. Habiendo contado la historia de Plácido llego a la conclusión de que la casualidad no existe, hay que estar para que ocurra. Supongo que no todos estamos preparados para las casualidades, aunque siempre se tome la decisión más acertada.




sábado, 4 de noviembre de 2017

Elegir vivienda



Comprar o alquilar una vivienda en la que se va a estar mucho tiempo es una de las decisiones más importantes que se pueden tomar a lo largo de la vida. Sí, no exagero, a lo largo de la vida. Durante un tiempo indeterminado (meses, años o, incluso, toda la vida) ese va a ser un mundo que vamos a modelar durante el tiempo que permanezcamos allí. La decisión de comprar o alquilar una vivienda depende de algo más de si nos gusta o no.
Soy de la opinión de que de la misma forma que cuando alguien va a comprar un coche de segunda mano pide a algún mecánico o a alguien de confianza que lo acompañe para testear el vehículo, lo mismo debería de ser cuando se piensa adquirir una vivienda (ya sea en compra o en alquiler).
Soy consciente de que no hay absolutamente ninguna vivienda perfecta, pero una cosa es eso y otra que traten de vender las imperfecciones como inexistentes. En mi caso, he visto un par de viviendas en los que el propietario minimizaba las imperfecciones o, directamente, desconocía que existían. Por ejemplo, a través de los puentes térmicos se pierde una cantidad enorme de energía. ¿Qué es un puente térmico? El CTE (Código Técnico de la Edificación) da una explicación mucho más detallada y extensa, pero para resumir diré que son aquellos puntos de la envolvente de la vivienda por los que puede haber una pérdida de calor al exterior. Esto es debido a uniones con distintos paramentos, materiales o, incluso, una mala ejecución constructiva. Se puede perder entre un 5 y 15 % del calor, ¿quién no ha estado alguna vez sentado en su casa y notaba que le entraba un aire frío por algún sitio? Eso es un puente térmico y probablemente esa persona no sepa que lo tiene. Otros de los efectos pueden ser condensaciones que acaban en humedades, olores, moho, etc. Eso, para mí, es lo más importante (lógicamente suponiendo que no hay patologías estructurales que comprometan la seguridad), pero, claro, hablar de esto a un propietario al que vas has ido visitar su vivienda parece que lo estás ofendiendo. Después estarían las instalaciones: saneamiento, AF y ACS y eléctricas. Finalmente, otras particularidades como podría ser la distribución, superficies, ventilación, etc.
Dicho lo anterior, no se trata de ser quisquilloso. Se trata de saber elegir bien. Insisto con el ejemplo del vehículo, ¿por qué no aprovechar lo que se sepa de mecánica para comprar un coche y en caso de percibir algo extraño no hacer la compra? ¿Por qué no aprovecharse de los conocimientos de construcción y en caso no ser algo óptimo no seguir adelante?

PD. Rectifico. Desde hace tiempo tengo el convencimiento de que la única vivienda perfecta es la de los caracoles, pero esa, por motivos obvios, ni se alquila ni se vende. Suerte que tienen algunos…