martes, 28 de mayo de 2019

Lo que el viento se llevó



Después de todo, mañana será otro día.
Scarlet O’Hara

sábado, 25 de mayo de 2019

El demonio de la soberbia



Pero, ¿cree su Señoría que a mí me estorba? No, a mí no me estorba nadie, señor Lerroux, por dos razones: en primer lugar, porque yo, en el fondo, tengo de mi raza el ascetismo, todas las cosas de la vida las tengo ya echadas a la espalda hace muchísimos años y habiendo gozado de casi todas me son absolutamente indiferentes. En segundo lugar, porque tengo el demonio de la soberbia y a un hombre soberbio nadie le estorba”.
Manuel Azaña a Alejandro Lerroux, entonces Presidente del Gobierno, el 3 de octubre de 1933.

Una de las definiciones de la palabra ‘soberbia’ es la de un sentimiento de superioridad frente a los demás, que provoca un trato distante o despreciativo hacia ellos. Podría asociarse a altivez, engreimiento o petulancia.
Manuel Azaña fue el político más brillante de este país en la primera mitad del siglo XX (probablemente el mejor orador de la Europa de su tiempo). No obstante, era terriblemente crítico consigo mismo. Al citar lo de “tengo el demonio de la soberbia”, se refiere a que era una persona, en cierta medida, arrogante porque, aunque quisiera evitarlo, sentía cierto desdén hacia el inculto… hacia el ‘no cultivado’… hacia el que no ha hecho el esfuerzo de hacerse a sí mismo… hacia toda aquella persona que carecía de las inquietudes por avanzar, mejorar, aprender y, simplemente, dejarse llevar. Azaña sí que hizo ese trabajo y se critica porque sabe muy bien de sus desvíos e, inconscientemente, critica a aquellos que no los tienen.
Siempre lo recordaré. Tenía 14 años, acabé la EGB y comencé 1º de BUP. Para mí fue un cambio muy grande dejar el colegio y pasar al instituto; de llamar don o doña a los profesores a hacerlo de tú, de no poder levantarme cuando el profesor no estaba a poder salir al pasillo entre cambios de clase, de ir a todas las clases a poder saltarme alguna porque no me apetecía asistir y, entre otras más cosas, de la cafetería, de los primeros tonteos con el tabaco o el alcohol, de las primeras fiestas en discotecas… todo eso no podía llevar a nada bueno. En la primera evaluación suspendí siete de diez asignaturas que tenía. No recuerdo muy bien la reacción de mi madre cuando se lo dije (a mi padre no me atrevía), pero puedo imaginar la que sería.
A la semana siguiente, estoy seguro que sería enero, mi padre me dijo que ese fin de semana iría con él a coger naranja. Me despertó el sábado a las 5:30 horas (no hace falta describir el sueño que podía tener), salimos de casa para encontrarnos con otros hombres e ir al sitio al que teníamos que ir, no recuerdo el pueblo, pero sé que era en la provincia de Alicante. Llegamos antes de las 8:00, los hombres cogieron sus tenazas, capazos y se metieron en el campo a cortar naranjas. Amenazaba lluvia. Mi padre me dijo que yo tenía que sacar los cajones llenos, llevarlos al camión y volver con otros vacíos para que pudieran seguir echando, el trayecto desde el lugar de trabajo hasta el camión no era corto.
Imaginemos la escena: una mañana en pleno enero y un chaval de 14 años cargando, como podía, cajones y capazos de naranjas de 13 ó 14 kilos al hombro… Comenzaron a caer gotas de lluvia y yo tenía la esperanza de que pararían de trabajar, pero no fue así, al contrario, había que ir más rápido. La tierra mojada, unida al peso de los cajones hacía que me hundiese, tenía los pies mojados y frío en todo el cuerpo… pero no podía hacer otra cosa tenía que seguir. Así durante dos días.
Cuando el domingo por la noche me tumbé en la cama, del dolor por la carga de los cajones y del cansancio que tenía, no podía dormir. Fue ahí, en ese momento donde me poseyó. Y pensé: “tengo 14 años, hasta que me jubile a los 65 años me quedan, todavía 51 años… ¿los próximos 51 años de mi vida tengo que estar haciendo lo que he hecho durante todos los días? No, yo no quiero eso”. El demonio de la soberbia al que aludía Azaña ya lo tenía dentro de mí. Probablemente, si no hubiera sido por ese fin de semana, mi vida hubiera sido distinta, o no, hablar de ucronías es un ejercicio que nunca se me ha dado bien.
Quizá, con esto que acabo de contar, las personas que me conozcan y lean esta entrada podrán entenderme un poco mejor. Algunos sí que se han percatado de ese demonio que me posee y es por eso que siempre he procurado que caigan en la tentación. A la gente que me ha rodeado y con la que he tenido una relación más personal siempre he tratado de convencerla para que tratasen de mejorar intelectual y culturalmente.
Hace poco descubrí una palabra que, para mí, era desconocida: sapiosexual. Es un término que se utiliza para designar a aquellas personas que consideran la inteligencia como factor principal de atracción sexual. Aunque yo no me refiero concretamente al aspecto sexual, pero sí que me siento atraído por conversaciones y personas que abren la mente; mi estímulo es la gente que sabe, que tiene inquietudes por aprender, por conocer, por seguir creciendo culturalmente… hablar de cosas mundanas se puede hacer con cualquiera, pero hacerlo de literatura, historia, arquitectura, política y cultura en general es mucho más difícil… pero no lo que a mí me guste o necesite le tiene que gustar o lo tiene que necesitar todo el mundo.
De una u otra forma, ese demonio siempre ha estado presente; a veces escondido y cuando ha tenido que salir lo ha hecho sin ningún pudor; aunque reconozco que a medida que ha pasado el tiempo lo he ido controlando y ha salido cada vez menos, en contadas ocasiones. Creo que no tenemos que sentirnos culpables de las vergüenzas de los demás ni dejar que las mismas nos dejen a su nivel. Sea como sea, a mí, como dijo Azaña, hay pocas personas que me puedan estorbar.
Pero la esencia de la frase de D. Manuel no es nueva. Ya se hace mención, como no, en el Quijote, en la conversación que mantiene el andante caballero con don Diego de Miranda.

[…] no se ha de dejar tratar de los truhanes, ni del ignorante vulgo, incapaz de conocer ni estimar los tesoros que en ella se encierran. Y no penséis, señor, que yo llamo aquí vulgo solamente a la gente plebeya y humilde, que todo aquel que no sabe, aunque sea señor y príncipe, puede y debe entrar en número de vulgo”.

¿Tendría también Cervantes, por boca de don Quijote, el demonio de la soberbia?

sábado, 18 de mayo de 2019

152.304'41



Es una pena que no se puedan (o quizá se puede y yo no sé) poner emoticonos, tipo WhatsApp. Creo que pondría el de gafitas de sol, o el de la cara con una sonrisa y una ceja levantada mirando a un lado.
Siempre he tenido la sensación que los años impares se me han dado bien, sin que ello quiera decir que los pares tengan que ser forzosamente malos. Todavía no hemos llegado a mitad de año y no sé si se me ha hecho corto o largo, sí que he tenido la sensación de que las cosas han pasado muy rápido. No obstante, todavía queda tiempo para un objetivo que me he marcado… aparentemente voy por muy buen camino.


martes, 14 de mayo de 2019

De grillo a cigüeña



Una vez me dijeron que la amistad es como la sangre, que acudía a las heridas sin ser llamada. Luego fue apareciendo gente en mi vida y yo pensé, ‘sí, cubridme de sangre’. Pero olvidé aquello de que la procesión, como la sangre, en realidad, va por dentro y de ahí derivó que mi concepto de amistad está un tanto degenerado, quizá yo prefiera llamarlo evolución, suena más responsable.
Tampoco necesito que me recuerden lo que son, ni quiero ser el primer número que marcarían en caso de emergencia. Mi sentido de amistad no se basa en fundamentos de posesión; no son mis amigos, son amigos. Y como no son míos pueden hacer lo que les dé la gana con sus vidas, la única condición que les imprimo es que sean felices. He dejado de ser un grillo de nombre José, para ser una cigüeña oteando desde mi nido. Desde las alturas todo se ve mucho mejor.

sábado, 11 de mayo de 2019

Soltar lastre



Desde hace un tiempo reconozco que me siento distinto.
Es por eso que cosas que antes me podían parecer preocupantes ahora me resbalan.
Es por eso que personas que antes me podían importar ahora me dan lo mismo.
Y lo curioso es que… ¡mola!

martes, 7 de mayo de 2019

La leyenda de los arquitectos




Dicen que son seres mágicos; pueden construir casas, ciudades, mundos de papel y luego vivir en ellos.
Cuenta la leyenda que no duermen para hacer sus sueños realidad. Se escucha decir que nadie los ve trabajando en el día, sólo en la noche, fabricando ideas de papel para que en la mañana estén terminadas y duren toda una vida.
Dicen, también, que miden entre 1’50 a 1’90 metros de altura, pero sus edificaciones sobrepasan el cielo. Que pueden respirar ideas y echar realidades por la boca. Que fabrican gigantes a escala.
Tienen el poder de convertir el papel en hormigón, vidrio, metal y demás...
Creo que son dueños de la piedra filosofal.
Pero sólo es una leyenda. Si alguien ve uno se recomienda que lo atrape, porque son seres mágicos y poco vistos y reconocidos.

Efraín Cordero

sábado, 4 de mayo de 2019

Trasmoz



Hace unos meses estuve trabajando en la reforma de una casa en Litago, un pueblo a la falda del Moncayo. Solía ir para revisar las obras un par de veces a la semana y tenía que pasar por delante de Trasmoz, un pueblo a unos 3 km. antes de llegar a Litago.
Este pueblo, Trasmoz, se hizo famoso en toda España hace unos años, ya que fue aquí donde tenían escondido al padre de Julio Iglesias cuando lo secuestraron. Pero en la historia de esta población, este hecho puede considerarse como anécdota. Trasmoz tiene el honor, algunos dirían el dudoso honor, de ser el único pueblo de España maldito y excomulgado por la Iglesia Católica. Cerca, a pocos kilómetros, se encuentra el monasterio de Veruela, ese lugar desde el que en una celda Bécquer escribía sus cartas.
En el año 1255 se produjo la excomunión de la que entonces, presumiblemente, sería aldea (actualmente tiene unos 70 habitantes), ¿el motivo? Un enfrentamiento por la leña. Ambos (aldea y monasterio) cogían leña del mismo monte y, por aquel entonces, era un recurso básico para vivir. Había discusiones constantes y un buen (o mal) día, el abad se enfadó y decidió excomulgar a Trasmoz. La fórmula fue sencilla: una simple oración pronunciada por él mismo.
Queda claro que las relaciones entre los habitantes de Trasmoz y el monasterio estaban rotas. Pero casi tres siglos más tarde, no contentos los monjes con la excomunión, llegaría la maldición.
Trasmoz pertenecía al señor Pedro Manuel Ximénez de Urrea y el agua que llegaba al pueblo atravesaba tierras pertenecientes al Monasterio. Las relaciones entre Manuel Ximénez y los monjes nunca fueron buenas y el abad decidió desviar el curso del agua evitando así que llegara al pueblo. El problema se agravó y las Cortes de Aragón mediaron en el conflicto quitando la razón al abad, que por venganza decidió maldecir al señor de Trasmoz, a sus descendientes y al pueblo entero. Por ello, una madrugada de abril de 1511, el abad y los monjes fueron al pueblo y taparon con un velo negro la cruz del altar mientras el abad leía el salmo 108 de la Biblia, una maldición de Dios contra los enemigos: “Danos tu ayuda contra el adversario, porque es inútil el auxilio de los hombres; Con Dios alcanzaremos la victoria, y él aplastará a nuestros enemigos (…)”. Tras cada frase se escuchaba un toque de campana dando solemnidad al acto.
Así pues, el pueblo quedaba, además de excomulgado, maldito a los ojos de todos, en una época en la que la brujería estaba a la orden del día. Todo ello unido a la celebración de aquelarres, falsedad alimentada por el sacristán de Tarazona, aunque su verdadera intención era la de ocultar que en el castillo se acuñaba moneda falsa (la zona es rica en hierro y cobre y con ese material se falsificaba dinero). Se decía que por las noches se escuchaban las cadenas de las almas en pena cuando, probablemente, fuera el ruido de la gran cantidad de moneda que allí se fabricaba.

Castillo de Trasmoz

Por último, cabría mencionar a la Tía Casca, una mujer que era curandera y que la asesinaron tirándola por la colina (Bécquer relató este hecho con su particular estilo en Cartas desde mi celda). Parece ser que coincidió con una época de enfermedades y plagas que afectaron a las gentes, cosechas y animales y, por ello, el pueblo se tomó la justicia por su mano creyendo que ella era la causante de todos los males.

Colina por la que fue arrojada la Tía Casca

En la actualidad ya no hay brujas ni aquelarres, confieso que cuando visité el pueblo había coches aparcados en lugar de escobas; es más, se celebran actos religiosos con total normalidad y, como curiosidad, el único bar del pueblo se llama Tía Casca. Todos los años, no recuerdo la fecha, gracias a su curiosa historia, el pueblo recibe cientos de visitantes con motivo de la celebración de una feria de brujería (incluso hay un museo de brujería). Desconozco como estarán las relaciones con el monasterio (imagino que se habrán normalizado), pero lo que hace siglos se hizo como escarnio no cabe duda que hoy en día es una bendición (ironías de la historia).