sábado, 15 de diciembre de 2012

Que seas feliz Infinito


Siempre supe que algún día escribiría esta entrada, cuando llegase el momento lo haría y ahora creo que ha llegado. Alguna vez he estado tentado de hacerlo, de escribir sobre esta canción y sobre lo que me transmite; aunque no sabría decir si es sobre una canción, sobre una chica o las dos unidas. Sí, posiblemente sea eso, en este caso canción y mujer van unidas.
Todos tenemos canciones que nos recuerdan episodios de nuestra vida, canciones que en un momento, para bien o para mal, nos marcan y al escucharlas no podemos dejar de asociarlas con aquel momento vivido. En mi caso hay muchas canciones que podría recordar y que servirían para evocar; mi banda sonora tiene un buen repertorio. Pero hay una canción que, no sé por qué es la que más me hace recordar y vivir otros días, la que más me ha marcado. Quizá porque fue la primera vez que perdí la cabeza por alguien, la primera vez que sentía cosquillas en el estómago, que lloré por ausencias, de felicidad, de rabia… quizá porque fue la primera vez que de verdad me enamoré; la canción es Infinito, de Enrique Bunbury.
Aquello fue, lo que puedo suponer, una historia que recordar cuando llegue el invierno de mi vida y los fantasmas del pasado me aborden: un chico va a la universidad y conoce a una chica y… el resto ahí queda. Una historia que ahora no creo que deba contar; hay historias que mejor dejar guardadas para uno mismo.
Ahora la recuerdo como el que mira al pasado y sonríe por haber vivido aquello. Mientras escribo estas líneas rememoro toda aquellos años desde el primer hasta el último día, lo he desempolvado de algún cajón de mi memoria. Frases, palabras, conversaciones, momentos, he vuelto a recordar que París no está lejos y que merece la pena coger el coche e ir y volver solamente por tomar un café viendo la Torre Eiffel, que se puede pasar toda una noche en el coche escuchando música sin necesidad de decir una palabra, que pasarte toda la noche estudiando es genial, que es posible perderse sin rumbo fijo para que no te encuentren, que pesaba más la tristeza de un suspenso suyo que la alegría de mi aprobado, que… hay muchos ‘ques’ que aprendí y que sentí. Por todo ello y por más cosas, ella me dijo una vez: “Sé que algún día escribirás un libro y contarás nuestra historia”. De momento, esa historia la tengo guardada.
Infinito… “Y decían que bonito era vernos pasear, queriéndonos infinito, pensaban siempre será igual”. Cada vez que nos alejábamos del mundo la escuchábamos; había otras canciones pero esta, por muchos motivos, era especial. Era un tiempo en el que creía que la vida era otra cosa a lo que es hoy y que muchas cosas serían para siempre. Un tiempo que quería atrapar en una botella cristal y poner un corcho para que no escapase ni un solo instante.
Infinito… “¿Cómo lo permitimos? ¿Qué es lo que hicimos tan mal? Fue este orgullo desgraciado que no supimos tragar”. Llegando al final, cuando de verdad tienes que tomar una dirección y sabes que una etapa se va a cerrar le propuse que hiciéramos juntos el camino y al igual que Meryl Streep en ‘Los puentes de Madison’ tampoco se bajó del coche mientras Clint Eastwood la esperaba en el suyo. En el fondo siempre lo supe, no me equivoqué, no hay que darle más vueltas.
Me caló hondo, sí, volvió mi mundo del revés.
Durante mucho tiempo tuve “una herida en mi alma que tardó en cicatrizar”. Después de eso aprendí que un clavo no quita otro clavo y que la soledad es la mejor cura.
A pesar de todo no me arrepiento de lo vivido; ambos quedamos en paz, como le dije pocos días antes: “Yo he vivido un amor imposible y tú un amor prohibido pero, al fin y al cabo, amor; estamos en paz”.
Desde aquél día, hace ya más de una década, no hemos vuelto a hablar, ni a vernos; ninguno de los dos hemos hecho nada por mantener el contacto directo; yo sabía de ella por antiguos compañeros, de la misma forma que ella, quizá, sabría de mí, no lo sé.
Ahora, con el paso del tiempo, la recuerdo como el que puede recordar diez años después la primera vez que se enamoró; no como la que más he amado; después he vuelto a amar y ha sido distinto, cada vez distinto, ni mejor ni peor, ni más ni menos. No creo que haya un amor más grande que otro, simplemente distinto, de lo contrario no tendría mucho sentido aferrarse a algo que no puede ser.
Hace un par de semanas recibí un correo electrónico de esos que se mandan a todos los contactos. Era de ella. Decía que se casaba el 12 de diciembre en una ceremonia íntima.
No sabía que contestar, ni cómo hacerlo, aunque sabía que tenía que decirle algo. Le respondí cortésmente deseándole mucha suerte y toda la felicidad del mundo.
Muchas gracias”, es lo único que me contestó.
Yo sonreí al leerlo. He vuelto a cerrar el cajón y a guardarlo en mi memoria.


enrique bunbury - infinito por franzua

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Sin comentarios. El amor cuando se siente no importa nada. Solo lo entiende quien verdaderamente ha amado. Ánimo

Anónimo dijo...

Si diez años después eres capaz de recordarla así es fácil suponer lo que llegaste a amarla. Hay gente que tiene suerte, pero es una lástima que no sepa aporvecharla.

Anónimo dijo...

Siempre hay un primer amor que nunca se olvida aunque después vengan muchos más.
Como bien dices cada amor es diferente y si ese amor está por encima de los demás que has tenido o tienes, duele mucho cuando nos enteramos que se casan o que van a tener un hijo.
Quizá la culpa no es de nadie si no del momento y lugar en que se vive, o puede ser la culpa nuestra por cobardía al dejarlas ir sin luchar por ellas.

MAYTE dijo...

Te deseo unas felices fiestas y que en el nuevo año se vean cumplidos todos tus deseos.

Un beso.