Esta semana he asistido a unos seminarios de sistemas de impermeabilización, térmicos y acústicos en una empresa que se dedica a la fabricación de esos productos. Fueron sólo dos días, en Tavernes de la Valldigna, un pueblo cercano al mío, así que el martes tuve que viajar para el miércoles y jueves ir a los cursos y volver el viernes.
No cabe duda de que estos cursos son muy interesantes, diría que imprescindibles, por varios motivos. Lo fundamental es que permiten conocer las últimas técnicas y avances en los campos anteriormente mencionados y, al mismo tiempo, tener más alternativas ante un problema y poder aplicar una posible solución.
Madrugué, cogí el coche para desplazarme (está a 20 km de mi pueblo) y a las 10:00 ya estaba allí para empezar. Al principio todo muy bien. Nos dieron la información y la ponente comenzó a hablar sobre acústica (el tema del primer día). Yo estaba atento procurando prestar a tención a todo lo que ella decía, sin tomar anotaciones, más que alguna palabra suelta; jamás me ha gustado apuntar cuando un profesor hablaba, creo que se pierde mucha información, simplemente hay que anotar palabras sueltas para luego profundizar en ellas. Pues bien, a la hora de haber comenzado notaba que me movía mucho en la silla, apoyándome en la mesa o en el respaldo. Los quince o veinte minutos para tomar un café y unas pastas que nos habían sacado fueron como agua de mayor. Aguanté un tirón más hasta la hora de comer. La empresa nos invitó a un ‘restaurante gastronómico’ (no acabo de entender este concepto). Todo estupendo, pero quedaba la tarde que entre la hora de la comida y luego la visita que hicimos a la fábrica se pasó bastante rápido.
Al día siguiente, jueves, tocaba la parte de impermeabilización y aislamiento térmico. Lo mismo que el día anterior, a las 10:00 empezábamos. El profesor, distinto al del día anterior, comenzó hablando de impermeabilización: tipos de betunes y su fabricación, tipos de alquitranes y su fabricación, tipo de láminas impermeabilizantes y su composición. Todo muy interesante, pero yo comenzaba a moverme en la silla. En esta ocasión iba acompañado de cierta pesadez ocular que hacía que mis párpados se bajasen. Suelo levantarme temprano, pero a lo largo del día no tengo la sensación de sueño ni cansancio, probablemente sea porque me muevo y no estoy quieto en un sitio. En esta ocasión sí que la tuve. Igual que un boxeador medio noqueado que se salva cuando suena la campana del fin del asalto, eso fue para mí cuando el profesor dijo que parábamos para hacer un descanso. No uno, sino dos cafés me preparé con la cafetera de nespresso que teníamos; todavía quedaba más de una hora y había que aguantar. Afortunadamente, al contrario del día anterior, fuimos a ver la fábrica antes de comer.
Durante la comida, en el mismo restaurante, comí muy bien. De segundo pedí un estofado al estilo marroquí, un plato que aconsejó el camarero que tenía unas hierbecitas y no sé qué especias. Vale, ya hemos comido y volvemos al aula sobre las 15:00 horas. A la media hora empecé a notar algo en mi cuerpo. No quiero ser muy explícito, así que, para se me entienda, copiaré lo que le pasó a Sancho Panza en la aventura de los batanes.
“En esto parece ser, o que el frío de la mañana que ya venía, o que Sancho hubiese cenado algunas cosas lenitivas, o que fuese una cosa natural (que es lo que más se debe creer) a él le vino en voluntad y deseo de hacer lo que otro no podía hacer por él”.
Pues así estaba yo mientras el otro hablaba de betunes, poliestireno expandido, extrusiones y otras cosas. Yo no dejaba de acordarme del camarero que me había recomendado el guiso marroquí y pensando qué diablos serían aquellas especias.
Me movía, me quedaba quieto, me contraía y me vino el recuerdo de Felipe V, el primer Borbón, (quién me lo hubiera dicho), que perdió el juicio los últimos años de su vida y entre sus locuras era que le fabricasen una silla en forma cónica para que cuando tuviera ganas de hacer sus necesidades sentarse allí y evitar hacerlo. Loco, pero loco, loco. Allí estaba yo sudando. No tenía espejo, pero de tenerlo seguro que me hubiera visto blanco, amarillo, verde y morado.
Por fin llegaron las 17:00 horas y acabó aquello. Un último esfuerzo, me dije. Nos dieron un diploma de asistencia, nos despedimos todos de todos y yo salí de allí… podría decir como si tuviera un cohete en el trasero… o algo parecido. Ahora hago un largo y placentero paréntesis.
Y hablando del seminario… fue algo muy instructivo e interesante; es un campo dentro de la construcción fundamental; especialmente interesante me parece la parte del aislamiento acústico. El próximo mes hay programadas un par de jornadas enfocándolas a un punto de vista comercial (en esta ocasión iba dirigido a técnicos); no descarto asistir, es más, procuraré organizarme para hacerlo… aunque con un café previo a la entrada y, algo fundamental, sin comer comida marroquí. No mezclar formación con gastronomía exótica.