sábado, 23 de marzo de 2019

San Martín de Tours


Si yo fuera...
 una ciudad,
un libro,
una iglesia...
Mi amor sería…
Soria,
el Quijote,
San Martín de Tours..

Ocurrió en el viaje que hice a Palencia hace unos meses. Allí la tenía, delante de mí… tantas veces imaginada y ahora era real: San Martín de Tours, en Frómista.


La conocía desde hacía más de veinte años, cuando en la asignatura de historia de la arquitectura me la presentaron. Era distinta a cualquier otra, era única, quedé hechizado por ella y con la promesa interna que algún día la vería. En esos momentos el concepto de ir a ver las cosas es distinto al que tengo ahora; ir a Palencia para un joven estudiante de veinte años, sin coche, que vivía en un piso de estudiantes y dependiendo económicamente de sus padres, era poco menos que una quimera. Algún día… y ese día llegó.
Si hay un edificio que representa el románico más puro ese es, sin duda alguna, San Martín, el epítome de ese estilo.


Allí estaba yo, de pie, mirando aquella construcción, sin saber qué decir, qué hacer y acompañado de una walkiria rubia surgida de los Campos Elíseos que, imagino, fue capaz de sentir parte de lo que yo sentía. La segunda vez, y en el mismo día, que lloraba delante de un edificio.
Retrocedí a los tiempos de pupitre, parecía que no había ocurrido tanto tiempo. Lo recordaba todo, o casi, de aquellos tiempos en los que yo creía que la arquitectura románica provenía de Roma y que era más de lo mismo, ya que eso, por cronología, eran temas pasados. Pero no, algo se activó y Frómista fue un nombre que se grabó en mi memoria.


En cierta forma, sentía que me pertenecía, que no era la primera vez que la visitaba (puedo asegurar que no será la última). En esos momentos, abrazado a ella, sentía la piedra. Su frío, el frío de las tierras puras castellanas acumulado después de tantos siglos, me hacía partícipe de él.


Cerrando los ojos imaginaba los canteros colocando los sillares, los carpinteros montando andamios y poleas, los maestros de obra dirigiendo los trabajos. Ellos no lo sabían, pero estaban haciendo algo único, persistente en el tiempo y admirable. No concibo a San Martín de Tours como algo que se tiene que mirar, se tiene que sentir… sentir como algo único que forma parte de uno mismo y eso es lo maravilloso; los sentimientos no se pueden controlar y cuando fluyen simplemente hay que dejarse llevar. Es, en ese momento, cuando más vivo te sientes. Y dentro, en su interior, en su corazón, el mío palpita a través de él...

Si queréis saber más de esta iglesia os recomiendo visitar esta página. Conocer es sentir.

2 comentarios:

Luis López dijo...

Espero que también degustarás algún buen manjar de la tierra. Felicidades por cumplir un sueño.

Marino Baler dijo...

Muchas gracias Luis.
¡Ay! Esas patatas a la importancia...