Habíamos quedado que nos veríamos sobre las 8 de la tarde, allí, en el Ronin. Teníamos que hablar. Creo que era martes y yo el jueves defendía el proyecto.
Había quedado con Plácido después de mucho tiempo. Por las fechas que son nos pusimos a recordar estos meses hace años, agobiados por los exámenes cuando el calor invitaba a otra cosa. Las noches eran calurosas y al tener la ventana abierta parecíamos un bufet libre para los mosquitos. Después de un largo rato comenzó a hablar de Victoria. Contó algo que yo desconocía, al menos los detalles.
Ella apareció, como siempre, no muy puntual -continuó Plácido- yo estaba sentado en una mesa del fondo. Cuando llegó me saludó y se sentó. Se la notaba con cierto nerviosismo, como si no quisiera estar allí, sospecho que ella intuía el verdadero motivo por el que habíamos quedado. Estuvimos hablando de cosas banales cuando, cambiando de tema le dije: el jueves defiendo el proyecto.
- ¿Cómo lo llevas? -me preguntó.
-Bien, lo tengo bastante controlado, tengo que practicar para hacer una exposición mucho más rápida.
- Bueno, seguro que tendrás suerte… A ver cuando lo presento yo y me voy de aquí.
En ese momento se hizo un silencio entre los dos. Sabíamos lo que eso podía suponer… el adiós… la separación. Nuestro paso por la universidad había estado marcado por ambos. Lo nuestro era un secreto a voces que, a veces, se hacía difícil.
Fue en ese momento cuando le dije lo que le quería haber dicho al principio y no hice por miedo a perderla, a que aquello que era nuestro se convirtiese en polvo. Siempre pensaba, tenía la esperanza que ella querría seguir adelante y que, finalmente, algún día daría el paso y me diría lo que yo quería escuchar… pero nunca llegaba. Pasaban los años y seguíamos igual. Imagino que en aquellos tiempos yo veía el final muy lejano y por ello no forzaba nada esperando que las cosas siguiesen su curso. Pero ya era el final y había que decidir. Con la edad ves las cosas de diferente forma y el Plácido de hoy hubiera tenido una charla con el Plácido de ayer. Entonces, sin rodeos, le dije:
- El jueves presento el proyecto. Se cerrará una etapa muy importante en mi vida y comenzará otra. Victoria… déjalo y vente conmigo. Comencemos los dos juntos un nuevo camino.
Ella me miró… calló durante unos segundos, que parecieron una eternidad, y contestó:
- Diego tiene que ser el padre de mis hijos.
Se levantó, me deseó suerte para el tribunal y se marchó. Esa fue la última vez que la vi *. En ese momento, como si el destino quisiera poner la guinda a aquello, sonó en televisión el sonido de un piano, una canción que entonces era número 1. Yo quedé allí... pensando... recordando... desde el primer al último minuto pasaron por mi mente, ¿había merecido la pena? Esa era la pregunta que me rondaba mientras sonaba la canción.
Lo que acababa de escuchar era algo que desconocía. Él jamás nos lo contó y nosotros nunca le preguntamos. En ese momento tampoco quise preguntar que pensó en aquel momento. Probablemente me hubiera sorprendido... o no.
Plácido aprobó el proyecto y se fue. Todos nos fuimos.
Victoria acabó al año siguiente. Según me contaron, Diego la dejó al año y medio.
* La última vez que Plácido vio a Victoria fue en noviembre de 2017, como ya conté en su día.
Plácido aprobó el proyecto y se fue. Todos nos fuimos.
Victoria acabó al año siguiente. Según me contaron, Diego la dejó al año y medio.
* La última vez que Plácido vio a Victoria fue en noviembre de 2017, como ya conté en su día.
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