martes, 9 de abril de 2019

Cervantes y el Quijote apócrifo: ¿quién fue Avellaneda?



Hay episodios históricos o literarios que a día de hoy, quizá, no estén resueltos. Se puede conjeturar porqué Aníbal no entró en Roma; si Benedicto XIII, el Papa Luna, fue realmente Papa, o qué hubiera pasado si la guerra civil española hubiera tenido otro resultado en caso de no haber contado los sublevados con la inestimable ayuda fascista.
En literatura ocurre lo mismo, ¿quién escribió el Lazarillo de Tormes? ¿Escribió realmente Dumas Los tres mosqueteros? Hace poco leí un artículo de Alonso Martín Jiménez, catedrático de la universidad de Valladolid de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada, sobre uno de los mayores misterios de nuestra literatura, ¿quién fue Alonso Fernández de Avellaneda? Probablemente lo que se diga aquí no sea cierto y todo esté basado en conjeturas, pero me gusta porque argumenta y creo que difícilmente se puede rebatir. Cuanto menos dudar y, a veces, la duda nos lleva a la verdad.

En 1605, se publicó la primera parte del Quijote de Cervantes. En 1614 se publicó una continuación falsa o apócrifa, firmada con el nombre de “Alonso Fernández de Avellaneda, natural de la villa de Tordesillas”. Por eso se conoce como el Quijote apócrifo de Avellaneda. En 1615, Cervantes respondió al usurpador, publicando la verdadera segunda parte del Quijote. Y en el prólogo de esta obra, Cervantes denunció que el nombre y el lugar de origen de Avellaneda eran falsos: “no osa parecer a campo abierto y al cielo claro, encubriendo su nombre, fingiendo su patria, como si hubiera hecho alguna traición de lesa majestad”.
La identidad de Avellaneda se ha considerado el mayor misterio de la literatura española. Para tratar de aclararlo, se han propuesto las más variadas hipótesis, muchas de ellas absurdas. Y eso ha llevado a creer que es imposible descubrirla.

Un poco de historia
En 1614, cuando Cervantes había escrito los primeros 58 capítulos de la segunda parte de su Quijote, supo que la versión apócrifa había sido publicada. Se menciona el libro de Avellaneda en el capítulo 59 de dicha segunda parte, que tiene 74. Y como en los 58 primeros hay claras alusiones al Quijote de Avellaneda, se ha supuesto que Cervantes los retocó para aludir a la obra apócrifa.
Por ello, los estudiosos suelen decir que no hay suficientes indicios sobre la identidad de Avellaneda, y que Cervantes escribió los 58 primeros capítulos de la segunda parte de su Quijote antes de conocer el apócrifo. Sin embargo, ambas cosas son falsas, y ya podemos saber lo que realmente ocurrió.
En la primera parte del Quijote, Cervantes atacó claramente a dos personas: a Lope de Vega y a Jerónimo de Pasamonte. Este último fue un soldado aragonés que participó, como el escritor, en la batalla de Lepanto (1571). Cervantes tuvo un comportamiento heroico en esa batalla, pues, a pesar de estar enfermo, se empeñó en pelear, recibiendo varias heridas.
Poco después, en 1574, Pasamonte fue atrapado por los turcos, y pasó dieciocho años cautivo, siendo obligado a remar como galeote en las galeras turcas. Al ser liberado, regresó a España y culminó su autobiografía, conocida como Vida y trabajos.
Y al describir en su Vida la toma de La Goleta (1573), en la que no hubo auténtico combate, Pasamonte se atribuyó un comportamiento heroico similar al de Cervantes en la batalla de Lepanto. Pasamonte hizo circular su autobiografía en manuscritos (es decir, en libros encuadernados escritos a mano, muy frecuentes en la época, que pasaban de unas personas a otras).
Cervantes lo leyó y, tras comprobar la usurpación de Pasamonte, lo satirizó en la primera parte del Quijote, convirtiéndolo en el galeote Ginés de Pasamonte, quien es presentado como un embustero, cobarde y ladrón, e insultado gravemente por don Quijote y Sancho.

¿La revancha?
Las cosas seguramente sucedieron así: Pasamonte leyó la primera parte del Quijote, y quiso vengarse de Cervantes. Para ello, escribió una continuación de su obra, con la intención de quitar a Cervantes las ganancias de la segunda parte. Y para no ser asociado al galeote cervantino, la firmó con un nombre falso.
Avellaneda indicó en su prólogo que Cervantes, en la primera parte del Quijote, había atacado a dos personas: a Lope de Vega y a él mismo. Y la ofensa contra su persona se había realizado por medio de “sinónimos voluntarios”, lo que seguramente se refiere al nombre y al apellido de Ginés de Pasamonte, tan parecidos a los de Jerónimo de Pasamonte.
Avellaneda hizo en su obra un elogio de la Cofradía del Rosario Bendito de Calatayud (una localidad de Aragón). Este dato es esencial, pues indica que Avellaneda conocía esa cofradía y que la tenía en gran estima.
Pues bien, ninguno de los candidatos propuestos a la autoría del Quijote apócrifo pudo conocer esa cofradía ni tuvo motivos para elogiarla, con una única excepción: la del aragonés Jerónimo de Pasamonte. Este explicó en su Vida que a los trece años ingresó en esa misma cofradía, por la que siempre sintió un gran aprecio.

Cervantes lee su secuela
Hacia 1611, Avellaneda hizo circular el manuscrito apócrifo. Cervantes lo leyó y reconoció fácilmente a su verdadero autor. Y en algunas de sus Novelas ejemplares, publicadas en 1613, hizo claras alusiones conjuntas a los manuscritos de la Vida de Pasamonte y del Quijote de Avellaneda. Cervantes se burló alternativamente de los episodios y las expresiones de ambos manuscritos, para dar a entender que pertenecían al mismo autor.
Esas alusiones demuestran dos cosas:
• En primer lugar, que Cervantes conoció el manuscrito del Quijote apócrifo antes de escribir la segunda parte de su Quijote (y seguramente eso le incitó a componerla).
• Y, en segundo lugar, que Cervantes creía que Avellaneda era Pasamonte. Y aun en el improbable caso de que Cervantes estuviera equivocado, su convencimiento seguiría siendo esencial para entender la segunda parte de su Quijote.
Al componer esta obra, Cervantes tuvo delante el manuscrito apócrifo. No quiso mencionar el manuscrito de Avellaneda para no darle publicidad, pero trató de superar sus episodios, se burló de los mismos y corrigió las características que Avellaneda había otorgado a don Quijote y Sancho.
Por ello, toda la segunda parte del Quijote de Cervantes constituye una imitación satírica o correctiva del Quijote de Avellaneda.
Cuando Cervantes estaba escribiendo el capítulo 58 de la segunda parte de su Quijote, supo que el Quijote apócrifo se había publicado, lo que le hizo preocuparse. Por eso, se decidió a mencionarlo por primera vez en el capítulo 59, criticándolo después con dureza:
Pero su San Martín se le llegará, como a cada puerco” (cap. 62).
Tan malo, que si de propósito yo mismo me pusiera a hacerle peor, no acertara” (cap. 70).

Además, Cervantes afirmó cuatro veces que Avellaneda era aragonés, y sugirió el nombre de pila de su autor.
En el mismo capítulo 59, don Quijote se encuentra con un personaje que tiene en sus manos el libro apócrifo recién publicado. Este personaje, al ver al don Quijote cervantino, lo reconoce como el auténtico:
sin duda vos, señor, sois el verdadero don Quijote de la Mancha, norte y lucero de la andante caballería, a despecho y pesar del que ha querido usurpar vuestro nombre y aniquilar vuestras hazañas”.
Y ese personaje se llama, precisamente, Jerónimo, como Jerónimo de Pasamonte. Cervantes creó así una escena magistral, haciendo que la representación literaria de Avellaneda, encarnada en ese personaje llamado Jerónimo, reconociera a su don Quijote como el verdadero.

Tradición vs. realidad
La interesante película Cervantes contra Lope (2016), de Manuel Huerga, supone un paso intermedio entre la concepción tradicional y lo que realmente ocurrió. En esta película se presenta a Pasamonte como autor del Quijote apócrifo, pero se muestra a Cervantes convencido de que fue Lope de Vega quien lo escribió. Y esto último no se corresponde con la realidad, pues Lope de Vega era madrileño, y Cervantes afirmó que Avellaneda era aragonés.
En suma, Cervantes se valió del Quijote apócrifo para componer la segunda parte de su Quijote, y mostró su convencimiento de que Avellaneda era el aragonés Jerónimo de Pasamonte.
Como explico en la breve novela divulgativa Hacen falta cuatro siglos para entender a Cervantes, hemos tardado mucho tiempo en descubrirlo. Esperemos que no pase mucho más hasta que se reconozca y se transmita a la sociedad lo que realmente ocurrió.

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