Hubo un tiempo en el que, para entender y tener conocimiento sobre cualquier tema, bebíamos en variadas fuentes con el fin de crearnos una opinión. El adquirir conocimientos suponía el esfuerzo de ir a una biblioteca a investigar en una buena enciclopedia que en casa no teníamos. Es más, hubo un tiempo, por desgracia cada vez más lejano, en el que tener una enciclopedia era motivo de orgullo.
Recuerdo la primera que tuve. Me la compraron mis padres cuando tenía once años y es la misma de la fotografía que acompaña a esta entrada, seis tomos que eran seis tesoros. Con toda seguridad no era la mejor que había (no era una Larousse ni Espasa-Calpe), pero era mi enciclopedia, para mí solo y ya no era necesario ir a la biblioteca a buscar cosas. Para mis padres, las 35.000 pesetas de hace 35 años que costó y que pagaron en varios plazos, sé que supusieron un esfuerzo; no podían comprarme el juego de moda de la época y que algunos compañeros de mi clase de familia bien podían permitirse, el Scalextric, pero daba lo mismo, yo decía que tenía una enciclopedia en mi casa y para mí era motivo de orgullo. Estaba colocada en la estantería más alta del mueble del comedor, a la que para llegar debía subirme a una silla y me sentía importante cuando tenía que echar mano de ella. ¡Cuántas horas pasé leyendo entradas, definiciones y acontecimientos! Para mí, un niño de once años, leer sobre los visigodos, la I Guerra Mundial, Napoleón, descubrir que hay una provincia y ciudad que se llaman Guadalajara y un país Mongolia y otros muchos temas era algo inimaginable… y quería saber más, tanto es así que las tapas se fueron despegando de tanto abrirla y cerrarla. Hoy recuerdo a aquel niño y veo al hombre que soy hoy… ¡cuánto disfrutaría ahora con aquel niño explicándole las cosas que sé! El niño que yo era entonces… ¡cuánto hubiera disfrutado con este hombre explicándole las cosas que desconocía!
Hoy, con el desarrollo tecnológico y la globalización, la pasión por el conocimiento, salvo excepciones, va descansando en redes sociales, ‘influencers’, medios de comunicación, etc. Pero hay que estar en guardia frente a estos ‘formadores de opinión’. No estamos vacunados contra la manipulación y es muy fácil caer en el error si no se analizan varias opciones. Algunos quieren que el relato de nuestro modo de pensar no exija el esfuerzo de la reflexión. Cuestión de fe; como si fuésemos beatos de misa diaria que nos creemos sin rechistar el sermón del párroco de turno.
Los llamados ‘millenians’ son la generación de las series y el mando a distancia, donde prima lo visual sobre lo textual y este modo de aprendizaje está sometido a la cultura del entretenimiento, no del conocimiento. Y es aquí, donde la cultura audiovisual y la de las ideas chocan, donde el conocimiento empieza a descarrilar. Parece como si esta generación hubiese sido ‘formateada’ y los valores inculcados quisieran instrumentalizarlos. Los nuevos ideólogos quieren que tengamos esquemas simples, arrastrando hacia la polarización, truncando el libre pensamiento y exigiendo lealtades incondicionales y opciones excluyentes.
Pero todavía es tiempo de abrir caminos a la esperanza. No caigamos en la indigencia analítica. Vayamos a una búsqueda conjunta del conocimiento que podamos compartir. La inteligencia y la curiosidad van intrínsecamente unidas y ambas son el motor y la pasión por el conocimiento. Sin inquietudes no avanzamos y nos convertimos en lo que dijo Larra: “un álamo más en la alameda”.
7 comentarios:
Aparte de muchos libros sueltos y colecciones, tengo unas 15 enciclopedias, cada una de ellas entre ocho y doce tomos. Una de las primeras fue Mundo Submarino de Jack Custo y la última de National Geographic “Grandes Ideas de la Ciencia”. Cuando alguien viene a casa, me dicen ¡estás loco! si con internet lo tienes todo, para que quieres tanto libro. No me molesto ni en contestarle. Para mí los libros e enciclopedias de papel tienen algo especial que no tiene internet. Es como una persona que conozco que tiene un seat 600 y lo cuida con mucho cariño, porque sabe que si desaparecen, perderemos algo muy importante de nuestra vida.
¡¡Bestial!!! Debería volver a leerla un millón de veces. De cada frase saco una conclusión. Puedes tener muy bien amueblado el salón o el despacho pero ¿Conoces cada letra que deja absorto al que lo ve? No. El conocimiento está en la inquietud no en el dinero. Ojalá los cerebros de los despachos dejen de ser muebles y difundan innovación y ganas de ayudar.
¡¡Enhorabuena!!
Pienso como tú. Yo todavía la tengo (ya muy viejita). También tengo una pequeña biblioteca personal, son apenas tres estanterías metálicas con baldas cada una, pero me niego a deshacerme de ella y pasar al libro electrónico. El papel tiene algo que no lo tiene internet; es lo mismo que leer la prensa en papel o digital, para mí no hay color.
Muchas gracias Leo. Todo depende de las inquietudes que uno pueda tener. Esta entrada enlazaría con la penúltima que escribí: no solamente se trata de enseñar, se trata de querer aprender. yo puedo tener ganas de enseñarte, pero si tú no quieres aprender no hay nada que hacer... y al revés, si tú quieres aprender, pero no te quiero enseñar estamos en el punto cero.
La primera vez que fui a una biblioteca me llamó la atención lo silenciosa que era, pero al mismo tiempo lo viva que estaba llena de ideas y aventuras en cada uno de sus libros. Hoy mientras leía un libro “Llibre de la Cerdanya” escrito en siglo XVI, es una descripción de un territorio o comarca en el Pirineo Catalán, donde estuve hace unos años. Y se me vino a la cabeza, si no estaremos ante una extinción de los libros, igual que les paso a los dinosauros.
No creo... espero que no sea así.
Espero que no...
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