martes, 12 de febrero de 2013

Los bersekers



A cualquiera de nosotros nos suena Hércules, Aquiles, Teseo, Ulises y podemos saber que es un minotauro, centauro, grifo o cíclope, por citar algunos ejemplos. Sin embargo, si escuchamos nombres como Thor, Eyn, Syr, Var y otros muchos es posible que no los hayamos escuchado jamás.
Los primeros son nombres de la mitología griega. Nuestra civilización está fuertemente influenciada por la antigua Grecia, por ello los nombres son familiares.
Los segundos pertenecen a la mitología nórdica, con la que a lo largo de la historia apenas hemos tenido contacto y, por ello, son acontecimientos y leyendas desconocidas para la mayor parte de nosotros.
Al hablar de los nórdicos, es posible que lo primero que se nos venga a la cabeza sean los vikingos; quizá sean el elemento más representativo de esta civilización y que apenas llegaron a los tres siglos de apogeo, pero suficientes como para ser recordados. No es preciso explicar quienes fueron, ya que cualquiera lo sabemos y, además, se podrían escribir libros enteros y, posiblemente, siempre quedase algo que contar.
Pero sí que quiero escribir sobre un grupo característico de vikingos, un clan dentro de ellos que no creo que sea muy conocido: los berseker.
Supe de ellos hace muchos años leyendo en la biblioteca cosas sobre los vikingos. Haciendo un paralelismo los podría comparar con los templarios o los samuráis.
Los berseker forman parte del carácter del indómito guerrero nórdico, a medio camino entre el mito y la realidad que han narrado las crónicas de la época. Combatían semidesnudos, cubiertos de pieles de diversos animales como, por ejemplo, lobos y osos. De hecho, la propia etimología de la palabra es incierta. Es posible que provenga de la palabra ‘berr’ (desnudo) y ‘serkr’ (prenda de vestir similar a una camisa).
Cuando entraban en combate lo hacía como si estuvieran en trance poseídos por el odio y la rabia. En tal estado se les suponía insensibles al dolor y su estado de enajenación era tal que llegaban a morder sus escudos y a echar espuma por la boca como si fueran animales rabiosos. Arremetían contra todo lo que se les cruzaba al paso, amigo o enemigo, incluso sin armadura o protección alguna, pues, en ocasiones, arrojaban los escudos en el suelo y cargaban sin ningún orden con el arma que llevasen, incluso a puñetazos. Su sola presencia era capaz para atemorizar a sus enemigos, ya que los gritos que proferían antes de entrar en batalla eran terribles.
Sobre este estado furioso hay varias teorías al respecto. Se dice que cualquiera no podía ser un berseker. Solían escoger a los vikingos que desde la niñez mostraban aspectos más indómitos y eran adiestrados para convertirse en máquinas de matar.
Otra teoría es que su estado al entrar en batalla era debido a la alimentación. Al parecer, se alimentaban exclusivamente de carne cruda; de amanita muscaria (un tipo de hongo alucinógeno); una especie de pastel elaborado con cerveza y pan contaminados por el cornezuelo del centeno, que contenía altísimos niveles de ácido lisérgico (precursor del LSD) y bebían cerveza de beleño fermentado, una de las plantas alucinógenas más potentes que entre sus efectos está la sensación de ingravidez y carcajadas delirantes. Todo esto es lo que les hacía entrar en trance y adquirir ese aspecto tan violento.
Pero para advertir la profunda significancia de los bersekers deberíamos, en principio, verlos como algo más que guerreros (de ahí mi comparativa con los templarios y samuráis). Eran místicos, en un sentido contrario al misticismo oriental, es decir, su autoexploración tenía como propósito extraer el horror en estado puro y transmutarlo en una furia dirigida únicamente hacia sus enemigos.
Los eddas escandinavos ofrecen una visión diferente sobre el comportamiento de los berserkers. No niegan el uso de alcaloides, pero aseguran que su furia guerrera explotaba después de severas meditaciones. Al contrario de lo que sucedía en oriente, los berserkers meditaban para extraer la parte animal en nosotros, para suprimir sus rasgos humanos y emerger en una personalidad bestial, descontrolada.
Así se los describe en la saga de Haraldskvæði:

Hablaré de los bersekers, los catadores de sangre.
Aquellos héroes intrépidos,
¿cómo trataban a los que se vadean en la batalla?
Piel de lobo les llaman.
Portan escudos sangrientos,
de puntas rojas son sus lanzas cuando marchan.
Forman un grupo apretado, cerrando filas.
El príncipe, en su sabiduría, confía en ellos,
en los que cortan los escudos enemigos.

En cierto modo, la religión y la concepción de la eternidad también les inducían a tener una gran furia en combate. Sus dioses tutelares en la batalla, todos ellos guerreros de la estirpe de dioses Aesir, les exigían como condición para alcanzar el más puro de los estados de gracia y ser elegidos por Odin, el dios supremo, no sólo combatir con fiereza, sino el tener una muerte gloriosa en combate.
Su muerte no era pues motivo de tristeza. Frecuentemente, la continuación de las honras fúnebres de un buen guerrero era una fiesta donde se exaltaban sus hazañas en vida y se le presumían altos honores en el Valhalla.
El guerrero de gran rango era conducido al más allá enterrado en una nave con la que iniciaría el viaje al Valhalla. Se dejaba que las corrientes arrastrasen la nave ardiendo río abajo o al centro del fiordo.
Muchas esposas de estos guerreros se entregaban voluntariamente vivas en un acto de inmolación en esas naves funerarias y atravesaban su pecho con una espada o se hacían degollar para poder alcanzar así la misma suerte que sus maridos. Tomaban para este último viaje una cerveza especial ‘dainmjod’ (el trago de los muertos). Se supone que era una cerveza especial con algún componente alucinógeno o sedante que les facilitase este último paso para aceptar su muerte voluntaria en esta clase de rituales.
Los berserkers llegaron tan lejos como a las cortes de Bizancio, luchando bajo el mando de Constantino VII, donde eran considerados tropas de elite. En el oscuro De cerimoniis aulae byzantinae se detalla la Danza Gótica, una especie de ritual de transformación que los berserkers efectuaban antes de entrar en combate.
El final de los berserkers llegó con el Cristianismo. Muchos de ellos fueron alistados en la guardia personal de reyes y príncipes. Se les respetaba y temía como guerreros y hombres de temperamento volátil. Los primeros cristianos lanzaron una letal campaña de difamación. Se les acusó, como a tantos otros, de pactar con el diablo. Fueron recluidos por la sociedad tenidos por locos y pronto fueron barridos de los ejércitos y las cortes. Algunos reyes los conservaron a modo de mascotas.
Escandinavia los recluyó a los bosques y pequeñas compañías diseminadas en el yermo. Algunos melancólicos señalan que fueron los berserkers quienes eligieron el olvido y la vida de los lobos.

3 comentarios:

Tierra dijo...

No sé si me lo tome como una peli de terror o como un drama terrible. Me han venido muchas cosas a la cabeza... Nunca me había planteado como se puede llegar a no sentir "nada" o placer con la crueldad... y claro es necesario entenderlo para defenderse del "mal"...
Me parece muy triste....

Marino Baler dijo...

Nube, tienes que ver el contexto de la época y no trasladarlo a nuestros días.

Tierra dijo...

Lo entiendo como tal. Pero visto desde el corazón humano va más allá de una época. El propio ser puede rechazar la violencia humana intentando expresar una sensibilidad muy personal. Te pueden "dibujar el mal" como medio de supervivencia y socio-cultural pero hay una fuerza que puede producir desajustes y una revolución para descubrir el "amor"... por eso existe en todas las épocas el "bien y el mal" fruto de unas sensaciones que se desatan... (pero esto son historias de mi cabeza no de la época...).