sábado, 5 de septiembre de 2015

El hilo rojo



Existen ancestrales leyendas orientales que dicen que las personas que están destinadas a conocerse tienen un hilo rojo invisible atado a sus dedos. Este cordón los une por toda la eternidad a pesar del tiempo y la distancia.
No importa lo que dos personas que están predestinadas tarden en conocerse, ni siquiera importa que hoy vivan cada uno en una punta del mundo o estén con otras personas, el hilo se estirará y se encogerá todo lo que sea necesario. Pero nunca, nunca, se romperá. No podemos escapar de la persona que nació para amarnos. Almas gemelas se llaman, corazones entrelazados con una o varias eternidades por vivir…
Un hilo rojo al que no podremos imponer nuestros caprichos ni nuestra ignorancia, un hilo rojo que no podremos romper ni deshilachar. Un hilo rojo directo al corazón que conecta a los amores eternos, a los profundos, esos que simbolizan el antes y por los que no hay después.
Esta creencia surge cuando se descubre que la arteria ulnar conecta el corazón con el dedo meñique. Al estar unidos por esta arteria se comenzó a decir que los hilos rojos del destino unían meñiques con los corazones, es decir, simbolizaban el interés compartido y la unión de sentimientos; por eso, en algunas culturas, se hacen promesas cruzando estos dedos con la otra persona.
Una de estas leyendas hace referencia a un anciano que vive en la luna, el abuelo de la luna, que sale cada noche y busca entre las almas aquellas que están predestinadas a unirse en la tierra y, cuando las encuentra, las ata con un hilo rojo para que no se pierdan.
La otra leyenda, quizá la más popular, es la que se recita en casi todos los hogares japoneses a los niños.

Hace muchos siglos, un joven príncipe supo que en una de las provincias de su reino vivía una bruja muy poderosa que tenía la capacidad de poder ver el hilo rojo. Intrigado por ello, la mandó llevar hasta su presencia.
Cuando la bruja llegó, el príncipe le ordenó que buscara el otro extremo de su hilo rojo, para que lo llevara ante la que sería su esposa. La bruja accedió a esta petición y comenzó a seguir el hilo. Esta búsqueda los llevó hasta el mercado de un pequeño y lejano pueblo en el que una pobre campesina, con un bebé en los brazos, ofrecía sus productos.
Al llegar hasta donde estaba esta campesina se detuvo frente a ella y la invitó a ponerse de pie e hizo que el príncipe se acercara y le dijo: “Aquí termina tu hilo”.
Este enfureció creyendo que era una burla de la bruja, empujó a la campesina, que aún llevaba al pequeño bebé en los brazos, y la hizo caer con tan mala suerte que el bebé se hizo una gran herida en la frente. Acto seguido ordenó a sus guardias que detuvieran a la bruja y le cortaran la cabeza.
Años después, llegó el momento en que el príncipe, ya convertido en emperador, debía casarse y sus consejeros le recomendaron que lo mejor era que desposara a la hija de un poderoso general. Él aceptó y el día de la boda era el momento de ver por primera vez la cara de su esposa, la cual entró al templo con un hermoso vestido y un velo que la cubría totalmente. Al levantarle el velo se encontró con la mujer más hermosa que jamás había visto, pero se fijó en un detalle… tenía un cicatriz muy peculiar en la frente. Una cicatriz que él mismo había provocado años atrás al no ver el destino que había pasado frente a él.

Y tú, ¿crees que tienes tu hilo rojo?

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