sábado, 11 de noviembre de 2017

Necesito una burbuja



Recuerdo Bola de Dragón, una serie de dibujos manga con los que hemos crecido una generación. Mis amigos y yo estábamos enganchados y comentábamos cada capítulo como si fuera un partido de fútbol, cosas que pasan cuando se tienen 15, 16, 17 años.
Había una cosa de esa serie que entre nosotros se hizo muy popular: la cámara de recuperación. Cuando a algún personaje le pegaban una paliza y lo dejaban medio muerto lo ponían en esa cámara, le ponían una careta en la nariz y boca y la llenaban de agua. A los dos o tres días (solían ser unos cinco capítulos) salía como nuevo. Recuerdo que cuando salíamos algún sábado por la noche o, sobre todo en fiestas del pueblo, al día siguiente estábamos para el arrastre y nunca faltaban frases del tipo: “me voy a la burbuja”, “este es muy valiente, pero luego está tres días en la burbuja” o, cuando hacía tiempo que no veíamos a alguien y alguno preguntaba, la respuesta siempre era “sigue en la burbuja”, y ya sabíamos lo que significaba aunque, seguramente, no teníamos ni idea de dónde estaba. Sí la ‘burbuja’ quedó como la solución a todos los males y no era más que quedarte en casa sin salir y sin hacer nada recuperándote de lo hecho polvo que estabas. Aunque hay que señalar que, en ocasiones, hería el orgullo. Si a alguien le decían que iba a estar tres días en la burbuja, el aludido sacaba a relucir su hombría y lo negaba. En el 99 % de los casos él y su hombría iban de cabeza a la burbuja.
Yo necesito una burbuja. Hace un par de días me comprometí que ayudaría a un amigo a bajar unos muebles de una vivienda (un séptimo piso), para cargarlos en una furgoneta, llevarlos a su pueblo y descárgalos. Éramos tres bajando cosas y un cuarto organizando que todo cupiese en el vehículo. En total eran un mueble enorme que tenía en el comedor, de 2’80 m; unas puertas con espejos de unos armarios, que pesaban más que una hipoteca, y una cristalera que había en la entrada, con unos espejos delicados y que el bisel cortaba como una cuchilla.
Había piezas que no cabían por el ascensor y otras que teníamos que bajarlas por las escaleras entre dos y algunas entre tres turnándonos cada dos pisos. Tengo que confesar que jamás he cargado con un ataúd, pero después de lo de ayer tiene que ser una broma. Desde las 16:30 hasta las 19:30 bajando muebles y cargándolos en la furgoneta. Fuimos al pueblo y la misma operación, pero a la inversa, sólo que, en esta ocasión, no había que bajar siete alturas, había que subir una… todo un alivio; aunque después del tute que llevaba me daba igual.
Este fin de semana tengo un trabajo que adelantar y en un rato me voy una comida comprometida desde hace días. El martes voy a Asturias, hasta el viernes, a unas conferencias. En estos días espero estar ya recuperado (por mi bien).
Definitivamente, necesito una burbuja.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Eran dibujos muy divertidos. I marcó en los noventa a jóvenes y no tanto de toda España.