sábado, 18 de abril de 2020

Sancho Panza sin don Quijote



Siempre me he preguntado cómo sería la vida de don Quijote antes de que “los ratos que estaba ocioso, que eran los más del año, se daba a leer libros de caballerías”. De la misma forma, ¿cómo hubiera sido la vida del resto de personajes de la novela después de la muerte del hidalgo? Sin duda alguna, el más afectado sería Sancho Panza, el segundo personaje de la inmortal novela.
Probablemente no sería como lo que voy a relatar, es más, estoy convencido que no sería así; el Quijote es lo que es y todo lo que no haya salido de la pluma de Cervantes son elucubraciones que nadie puede convertir en cosa fidedigna. Pero… no sé… puestos a imaginar creo que podría ser algo así…
Las derrotas que sufrieron don Quijote y Sancho, éste como gobernador de la ínsula Barataria y aquél como caballero andante, repercutieron de forma distinta en cada uno de ellos, en proporción con el grado de compromiso con el que se adentraron en la común aventura. La apuesta del amo fue incomparablemente superior en todos los sentidos a la del escudero, por lo que el tributo que pagó por su derrota fue también mayor.
Una vez satisfecho su deseo de inmortalidad con la publicación de la crónica de sus andanzas por Cide Hamete Benengeli, carecía de sentido el retorno a la anodina vida familiar y aldeana. Hubiera sido ridículo comparecer ante sus paisanos con el nombre inmortal de Don Quijote de la Mancha, llevando al mismo tiempo una modesta vida de hidalgo viejo, pobre y sin descendencia. Por ello prefirió morir con su nombre de pila, Alonso Quijano, y reconciliado con la realidad racional -con la que quizá sólo sea posible reconciliarse para morir inmediatamente después-, asumiendo la derrota a cambio de su brevedad.
Al igual que don Quijote por lo que respecta a su deseo de inmortalidad literaria, Sancho Panza retorna a la vida campesina para reencontrarse con su mujer Teresa y su hija Sanchica, semejante a un conquistador que hubiera regresado de las Nuevas Indias sin las manos llenas, pero con la satisfacción de haber acariciado con ellas todo el oro del mundo y de haber visto mucho más que si se hubiera quedado en su tierra, destripando terrones y atendiendo a las necesidades primarias de su pobre familia. Seguro que, al menos al principio, echaría de menos la existencia ajetreada que compartió con su amo durante los meses de andanzas por tierras de España.
De ahí la vehemencia con que en el lecho agonizante le ruega a don Quijote que no se muera, que viva muchos años, “porque la mayor locura en esta vida es dejarse morir, sin más ni más, sin que nadie le mate, ni otras manos que le acaben que las de la melancolía”, y que se levante de la cama y reanuden sus correrías, ahora bajo el disfraz de pastores, como habían concertado poco antes de llegar a la aldea. Con estas palabras se completaba el proceso de quijotización del escudero en el momento justo en que don Quijote se desprendía para siempre de su quijotismo.
La desgracia de Sancho Panza fue comprender que su amo había estado jugando al teatro cuando éste dio por concluida la función y la proximidad de la muerte le exigía reconciliarse con su verdadera identidad. Hasta tal punto el escudero se había prendado de su papel que no previó la posibilidad de que la comedia terminase algún día no por culpa suya sino de quien despertó en él la pasión por el juego. Jamás pudo comprender que Alonso Quijano se había transformado en Don Quijote no sólo para satisfacer su sueño de imitar a los caballeros andantes tal como él los conocía por los libros del género, sino también para alejar de sí a la muerte y la idea de su inevitable mortalidad. Al final Sancho se reveló como el verdadero jugador, puesto que se enamoró de su papel por pura diversión y no por la influencia de unos libros ni para esquivar a la muerte.
El regocijo con que recibe la herencia del difunto amo ratifica su materialismo vulgar, que don Quijote tuvo la ocasión de observar durante el desempeño de su oficio escuderil. En cuanto a la actitud, rayana en la frivolidad, que manifiestan la sobrina y el ama ante el testamento del moribundo, el cronista confirma lo que ya se sabía: que nunca comprendieron a Alonso Quijano, ni antes de su transformación en don Quijote ni después. El hidalgo murió como vivió, extraño entre los suyos, incomprendido y vapuleado, esta vez moralmente, por la estrechez mental de la que trató de escapar aquella memorable mañana de julio en que dio en decir que era un caballero andante. Un destino análogo al que hubo de soportar con ejemplar tenacidad en su breve experiencia caballeresca.
Es posible que después de la muerte del amo, el antiguo escudero se hundiera en una melancolía pasajera, mientras le llovían las burlas de sus paisanos y el estigma se propagaba entre su familia. Escudero y gobernador desgobernado de una ínsula fantasmal, como le recordó su paisano Pedro Ricote, aunque, por su condición de morisco desterrado y clandestino, quizá no fuese el más indicado para reprochar a Sancho su extravío.
¿Quién sabe si incluso no se habría granjeado algún apodo burlesco destinado a transmitirse a sus descendientes, como si de un pecado original se tratase? Comparadas con las burlas que le dedicaron los duques y su gente, estas otras serían más despiadadas. Si don Quijote sobrellevó como mejor pudo la ausencia de Sancho durante el tiempo en que se hizo cargo de la gobernación de la ínsula, tras la muerte de su amo, el escudero tendrá que sufrir el resto de su vida la ausencia irreversible de aquél, debiendo además cargar con la desagradable inmortalidad de su historia.
Reconvertido en oscuro campesino por la fatal circunstancia de la muerte de don Quijote, tal vez fuera objeto de una curiosidad malsana no sólo por sus paisanos, sino por extraños, quienes viajarían incluso desde los lugares más remotos a la aldea manchega (al fin se habría hecho público su nombre, del que no quiso acordarse el cronista) para conocer en persona a aquel hombrecillo gracioso, cándido y astuto, ingenioso conversador y amigo leal que esperará plácidamente la muerte en su tierra recordando todos los días a su señor.
Hay que suponer que, para quitarse de encima a los curiosos y eludir las inevitables preguntas –las mismas de siempre-, quizá los despachara con su habitual llaneza, remitiéndolos a la historia escrita que, por su condición de analfabeto, era el único que no podía leer:

No hagáis caso del Sancho Panza que veis. Mirad a aquél del libro. En él me reconoceréis mejor que en este otro que tenéis delante de los ojos. Además, ése es el que perdurará en el tiempo, como mi amo don Quijote. Yo soy carne mortal. Que mi nombre sea el mismo que el del escudero del libro es pura coincidencia. Él es el verdadero Sancho Panza. Yo soy el fingido, que algún día morirá y será enterrado en sepultura de tierra, pasto de los gusanos”.

8 comentarios:

Benja dijo...

Cuando leí hace tiempo Don Quijote, me di cuenta de la sabiduría de sus personajes en cuanto a comportamientos y formas de pensar.
Dale Wasserman, autor de una comedia americana "Man of Mancha" reconoce, después de haber leído la obra y queriendo indagar más sobre su autor, que: funciona a modo de espejo en el que los lectores nos contemplamos bajo los diversos prismas que ofrecen sus personajes. Esta contemplación permite comprender que actuamos conforme a patrones o modelos que integran nuestra cultura y se nos proponen a modo de ideales absolutos y perfectos que debemos asumir.
La primera vez que lo leí fue cuando estudiaba a Madrid. Y con esto del confinamiento, he comenzado a leerlo...otra vez. Creo que es importante leerlo más de una vez.

Benja dijo...

Cuando elimino algún comentario, es porque después de enviarlo me doy cuenta que he cometido algún error ortográfico o gramatical. Este es el problema de moverme entre dos lenguas. Y los valencianos tenemos ‘En Quixot de la Mancha’, la primera traducción en valenciano. Será muy curioso ver con han traducido la obra.

Marino Baler dijo...

El Quijote es una novela que hay que leer al menos una vez antes de morir yo lo he leído varias y siempre lo tengo a mano para leer algún capítulo, incluso lo tengo en CD y lo escucho constantemente en el coche.
No en vano cuando eligieron la mejor novela de la historia, el Quijote estaba fuera de esa elección por motivos obvios.
Yo en valenciano no me la imagino leyéndola... no sé, me resultaría muy extraño; puede que por haberlo escuchado muchas veces y leído otras tantas no puedo imaginarme otra voz en sus protagonistas.
Celebro que lo releas... es uno de los mayores placeres literarios que existen.

Benja dijo...

Yo tampoco lo veo en valenciano. Entiendo que se haya traduciendo a multitud de idiomas. Pero traducirlo a cualquiera de las lenguas minoritarias que hay en España, sería una aberración, porque perdería su esencia y todos hablamos la lengua de Cervantes.
Tú tienes pasión por Antonio Machado, yo por Vicente Blasco Ibáñez. Creo que tengo todas las novelas y varias biografías de uno de los grandes personajes y más universal de nuestra literatura. Y su Vida es para hacer no una, sino muchas películas. Además, tengo la Barraca en castellano y en valenciano y la verdad es que al tener que adaptarla a otra lengua…cambia y te lo dice alguien que ha leído las dos.

Marino Baler dijo...

Reconozco mi culpa y es una gran falta no haber leído nada de Blasco Ibáñez. Únicamente he visto en series de TV, que por cierto me las compré en DVD, La barraca, Cañas y barro y Entre naranjos (inspirada en Alzira).

Alba dijo...

Como no enamorarse de don Quijote si tu Marino lo vendes literariamente muy bien, creo que es un libro que se debe leer y disfrutar. Espero tener el gusto de leerlo muy pronto. Un saludo Benja y Marino.

Benja dijo...

El novelista, científico y dramaturgo alemán Goethe, aprendió el castellano para poder leer a Cervantes en todo su esplendor. Y estoy convencido que muchas palabras del castellano de Cervantes son imposibles de traducirlas a otros idiomas sea inglés, alemán etc. Al menos es lo que yo creo. Saludos y cuidaos mucho allí donde os encontréis.

Marino Baler dijo...

Dulcinea... espero que tengas el placer de leerlo muy pronto. Tu nombre hace pensar que sí.
Saludos

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Benja, eso de Goethe había leído algo hace tiempo, pero no recordaba quien era. Yo tenía un profesor que decía que las grandes obras literarias deberían leerse en su idioma original.

Saludos