Iba de viaje volviendo a Zaragoza después del último largo puente, cuando decidí parar en un área de servicio para tomar un cortadito e ir al servicio. ¡A qué mala hora! Estaba lleno de gente que iba de viaje y autobuses, tanto de jubilados como de estudiantes (imagino que aprovecharían el puente para hacer el viaje de fin de curso). Como me dí cuenta que era imposible que me atendieran fui directamente al servicio. Estando allí, como le sucedió a Sancho en la aventura de los batanes “haciendo lo que otro no pudiera hacer por él”, aunque en mi caso eran ‘aguas menores’, escuché a unos niños que decían: “Oh, son condones” y otro “siiii, condones” y varias voces decían: “mirad… condones”.
Cuando acabé fui a lavarme las manos y vi que al lado del lavabo había una máquina de condones con sus variantes de colores y sabores. Allí estaba yo, lavándome las manos lentamente, aguantándome la risa (por lo gracioso e inocente que me parecía la situación) y escuchando a los niños, que no tendrían más de once años, todos vestidos iguales, con el mismo chándal, mirando la máquina de condones sorprendidos. Y seguían… “Mira, los hay de colores”, “Y de sabores, como los chicles”, “Yo nunca he visto ninguno”, “¿No dolerá? Eso tiene que apretar mucho”, “No, es como un calcetín”, “Y como funcionan”… Ese tipo de cosas decían los niños en el minuto aproximado que yo estuve allí haciendo como si me lavara las manos sólo por el gusto de escucharlos.
Cuando me sequé las manos, les pedí que, por favor, me dejasen pasar, ya que de los 4 ó 5 niños que había al principio, en el tiempo que estuve allí llegaron a ser más de una docena; todos mirando la máquina, aunque había algún atrevido que se atrevía a pulsar una palanca por si saliese alguno. Todo ello acompañados por un “ooooh” al valiente que se atrevía.
No cabía duda... estaba ante los marcianitos verdes de Toy Story en su versión humana.
Cuando acabé fui a lavarme las manos y vi que al lado del lavabo había una máquina de condones con sus variantes de colores y sabores. Allí estaba yo, lavándome las manos lentamente, aguantándome la risa (por lo gracioso e inocente que me parecía la situación) y escuchando a los niños, que no tendrían más de once años, todos vestidos iguales, con el mismo chándal, mirando la máquina de condones sorprendidos. Y seguían… “Mira, los hay de colores”, “Y de sabores, como los chicles”, “Yo nunca he visto ninguno”, “¿No dolerá? Eso tiene que apretar mucho”, “No, es como un calcetín”, “Y como funcionan”… Ese tipo de cosas decían los niños en el minuto aproximado que yo estuve allí haciendo como si me lavara las manos sólo por el gusto de escucharlos.
Cuando me sequé las manos, les pedí que, por favor, me dejasen pasar, ya que de los 4 ó 5 niños que había al principio, en el tiempo que estuve allí llegaron a ser más de una docena; todos mirando la máquina, aunque había algún atrevido que se atrevía a pulsar una palanca por si saliese alguno. Todo ello acompañados por un “ooooh” al valiente que se atrevía.
No cabía duda... estaba ante los marcianitos verdes de Toy Story en su versión humana.
Aquí está la escena completa y su veneración por el gancho.
3 comentarios:
Es curioso lo que cuentas, cuando hoy día ya están las maquinitas fuera de las farmacias y cualquiera puede verlas y comprar.
Pues así, tal cual. Parecía que hubieran visto a la Virgen María.
Hola
Como a Benja también me sorprende mucho que hoy en día se sorprendan si es que algunos saben más un@s.
En este caso me parece muy tierno esa inocencia que no se debería perder tan pronto.
Un Beso
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