Hoy es 18 de Julio. No hace falta explicar lo que significa esa fecha. Por ello quisiera recordar no a los que siempre se recuerda. No a los felones. No a los sublevados. Si no a aquellos que defendieron, lucharon y murieron por defender la legitimidad de la II República y la DEMOCRACIA (con mayúsculas y sin apellidos que la disfracen). Sirva este fragmento del discurso de D. Manuel Azaña, quizás el mejor orador de la Europa de su tiempo, pronunciado en Barcelona el 18 de Julio de 1938 (casualmente en el II aniversario de la Guerra civil), para recordar y homenajear a todos aquellos que este día son los grandes olvidados.
¡Hablo incluso para los que no quieren oír lo que se les dice! Cada vez que los gobiernos de la República han estimado conveniente que me dirigiera al país, lo he hecho desde un punto de vista impersonal, dejando a un lado las ocupaciones más importantes y cotidianas que me incumben para discurrir sobre actos capitales de nuestro problema, confirmando en sus manifestaciones preeminentes.
A pesar de cuanto se hace para destruirla, España subsiste. España no está dividida en dos zonas delimitadas por la línea de fuego. Donde haya un pensamiento español, que se angustia pensando en el país, allí hay una voluntad que entra en cuenta. Hablo para todos, incluso para los que no quieren escuchar lo que se les dice. Es un deber estricto hacerlo así […].
Es obligación difícil de cumplir, lo sé. Pero es tan necesaria para la vida del país como es el valor para los combatientes, para la salud de la República. En esta tarea de conseguir lo que en mi opinión conviene al país, no he regateado nunca mi concurso. Tampoco hoy. Los que están acostumbrados a escucharme, saben que nunca digo lo contrario a lo que pienso. Sentadas estas advertencias, voy a llamar vuestra atención sobre hechos que todos conocéis acerca de las fases diferentes del problema español.
De todas ellas, lo que hoy absorbe en mayor interés es la fase internacional. El programa español surgió, aparentemente, como un gigantesco problema de orden interior. Todos los gobiernos que ha tenido la República desde entonces se han esforzado en situarlo así. Ponto se descubrió el aspecto internacional del problema. Se acusaba porque otros estados europeos, principalmente Alemania e Italia, acudían con hombres y materiales de apoyo de los que atacaban a la República. Esto, ¿Por qué? ¿Por simpatía política o por una razón de cruzada ideológica?
No. En el fondo, al Estado alemán e italiano les importa poco cuál es el régimen político de España, y si en vez de mantenernos en nuestro puesto internacional clásico, nos hubiéramos prestado a servir el interés de Italia en el Mediterráneo y la política occidental que propugnó entonces en Roma y en Berlín se hubiese creído, se hubiese dicho que nuestra República era un régimen de la mejor perfección […].
Ha sido preciso que los propios agresores confiesen su agresión y la tomen como moneda de cambio. ¿Qué han hecho ante esta situación los gobiernos de la República? […].
España, lo mismo con la monarquía que en la República, se ha mantenido fiel al equilibrio del Mediterráneo, basado en la hegemonía de Inglaterra y en la seguridad de las comunicaciones de Francia con su imperio de África. Esta colaboración nuestra era obligada por nuestra situación geográfica. Retirarla, hubiera sido gravísimo, tal ha sido el crimen de la República […].
Para buscar antecedentes a la invasión que sufre nuestra patria hay que recordar las guerras del siglo XVII, en que, al socaire de una cruzada religiosa, se defendía una hegemonía política. Los españoles hacían, en efecto, cosa parecida a lo que los italianos hacen ahora en España, y entonces a los facciosos, segregados de sus antepasados, no se les ocurría decir que estaban fundando un imperio. Tan pronto como el rey Enrique dispuso de un imperio y de una fuerza militar, el ejército español que guarnecía París salió, y el rey Enrique les dijo: << ¡Españoles: os agradezco lo que habéis hecho por mí; pero no volváis más…!>>. La salida de los italianos es para los españoles una cuestión de honra, debe serlo para todos y, por tanto, una cuestión previa.
La Guerra Civil está agotada no porque se haya agotado; está agotada por la experiencia terrible de estos dos años de bagaje del movimiento. Errores infundados, explotados con fines bastardos… Uno de ellos era que nuestro país estaba en vísperas de una insurrección comunista […].
Otro error fue creer que el Estado no iba a saber defenderse. La realidad es que se pospusieron a los proyectos generales de la nación los intereses particulares y que por los agentes del exterior se explotó el tema de los intereses que se creían amenazados por una revolución bolchevique.
El enemigo de un español es siempre otro español. El español es ser al que siempre le gusta decir lo que se le antoja, pero que le molesta que haya otro español que goce de igual libertad. Este modo de ser egoísta y provocador ha dado lugar a un sistema terrible que llena de sangre nuestro suelo. Congregados estos elementos se produjo el alzamiento contra la República. ¿Qué pueden ofrecer de la violencia los que creían en el triunfo rápido de los militares? Miles y miles de muertos, ciudades y pueblos desaparecidos del mapa. La riqueza nacional comprometida en dos generaciones y aquellos que pensaban en sus intereses profundamente lesionados en su interés particular, mucho más que si la República, en vez de ser parlamentaria, hubiese sido una República revolucionaria.
Los daños alcanzan a todos; al burgués, al republicano, al proletario y al fascista. Durante cincuenta años los españoles estarán condenados a una pobreza estrecha y a trabajos forzados si no quieren alimentarse con las cortezas de los árboles. El obrero que cobre veintisiete pesetas tendrá medios adquisitivos mucho menores que cuando cobraba cinco o seis. Ya no tiene remedio. Donde se notará más la daga clavada en lo más profundo del ser español será en el orden económico. Si se realizaran planes de los agresores, durante dos o tres generaciones lo más florido del trabajo se perderá y para el país será una horrible tragedia. Hace dos años empezó este drama, incubado por no querer respetar la voluntad del sufragio universal, y hubiera podido ocurrir, si en vez de ocasionar esta locura se hubiese desarrollado todo normalmente, que tal vez estaríamos de nuevo en vísperas de otra consulta electoral, en que todos hubiesen expresado su opinión. ¿Qué negocio ha sido este de desencadenar la Guerra Civil en España? […].
El triunfo no será, no podrá ser, de un partido, será el triunfo de la nación entera. En una guerra civil no se triunfa contra un contrario aun que éste sea un delincuente. El exterminio del adversario es imposible: por muchos miles de uno y otro lado que se maten, siempre quedarán los suficientes de las dos tendencias para que se les plantee el problema de si es no es posible seguir viviendo juntos. He de recordar que ya en Madrid, al dirigirme a los soldados les dije que luchaban por la libertad de los que no quieren la libertad. Esta es la grandeza del pueblo español, donde el burgués y el proletariado han aprendido a conocerse y a conocer la emoción de ser españoles. Lo que a todos como calidad racial más satisface.
Ese ejército que creó ese tesón, con un terrible aprendizaje, está formando con sus pechos el escudo, para que entretanto la Verdad y la justicia se abran paso en el mundo. Tejedle con vuestros aplausos la corona que merece su ejemplar ciudadanía. Ellos forjan el porvenir, y yo del porvenir no sé nada. El papel de profeta no me incumbe. Ha hablado ya el gobierno y ello está en sus funciones. El gobierno ha hecho una declaración política que ha producido bastante ruido. Es la pura doctrina republicana. Al prestarle mi aprobación, me bastó recordar mis pensamientos de estos dos años. Para llevarla a la práctica no debe imponerse a este o a otro gobierno que la aplique. En esta declaración, el gobierno alude a la colaboración de todos los españoles, el día de mañana, en la obra de reconstrucción nacional. Ha hecho bien en decirlo así. Será una obra gigantesca, enorme. No será, no puede ser, una cosa personal. Será la obra de la colmena en su conjunto. Cuando renazca la paz, la reconstrucción nacional por el esfuerzo de todos creará una nación de hombres libres y para hombres civiles. Cuando todo el pueblo español pueda emplear en esa obra su caudal de energías que, por lo visto, son inagotables: nosotros tenemos que defender todo el patrimonio moral acumulado por los españoles en veinte siglos. La reconstrucción será completa, alcanzará, en fin, a cuanto ataña al cuerpo físico de la nación […].
Será el posterior a la guerra un juicio como el que nos presentan a ocurrir en el Valle de Josafat. Todos sabremos ya quienes se han engrandecido; por el contrario se han envilecido otros. ¡Dichoso aquel que muere sin esclarecer el límite de su grandeza! Otros no han muerto, por desgracia para ellos…
Esa situación creará un porvenir difícil de prever. Para muchos una posición incómoda. No cabrán después excusas; se preguntará: << ¿Qué has hecho durante la guerra?>>-
Aún queda la consideración más importante. Nunca ha habido nadie ni ha podido predecir nadie lo que puede dar de sí una guerra, que comenzará siempre con estos o aquellos fines o con tales o cuales propósitos; pero ninguna guerra consiguió vaticinar, desde el primer día, cuál había de ser su repercusión social y política. Las guerras no son las batallas. […] Muchas guerras que se hicieron con un fin religiosos o imperialista dieron luego un resultado completamente contrario. Es la moral de un país que nadie puede constreñir […].
De esta colección de males saldrá algo bueno. No tengo el optimismo de un Panglosa. No es verdad eso de que no hay mal que por bien no venga, pero del dolor sufrido procuraremos sacar, como es lógico, el mejor bien posible. Pero cuando los años pasen, las generaciones vengan y la antorcha pase a otras manos y se vuelvan a enfrentar las pasiones de unos y otros, pensad en los muertos que reposan en la madre tierra ya sin ideal, y que nos envían destellos de su luz, de la que la Patria daba a todos sus hijos: Paz, Piedad y Perdón.
Conocido como “el Discurso de las 3 Pes” en alusión a sus tres últimas palabras: Paz, Piedad y Perdón. Sobran las palabras.
Aquí dejo el discurso original entero pronunciado por el mismo Azaña.
Salud y República.
¡Hablo incluso para los que no quieren oír lo que se les dice! Cada vez que los gobiernos de la República han estimado conveniente que me dirigiera al país, lo he hecho desde un punto de vista impersonal, dejando a un lado las ocupaciones más importantes y cotidianas que me incumben para discurrir sobre actos capitales de nuestro problema, confirmando en sus manifestaciones preeminentes.
A pesar de cuanto se hace para destruirla, España subsiste. España no está dividida en dos zonas delimitadas por la línea de fuego. Donde haya un pensamiento español, que se angustia pensando en el país, allí hay una voluntad que entra en cuenta. Hablo para todos, incluso para los que no quieren escuchar lo que se les dice. Es un deber estricto hacerlo así […].
Es obligación difícil de cumplir, lo sé. Pero es tan necesaria para la vida del país como es el valor para los combatientes, para la salud de la República. En esta tarea de conseguir lo que en mi opinión conviene al país, no he regateado nunca mi concurso. Tampoco hoy. Los que están acostumbrados a escucharme, saben que nunca digo lo contrario a lo que pienso. Sentadas estas advertencias, voy a llamar vuestra atención sobre hechos que todos conocéis acerca de las fases diferentes del problema español.
De todas ellas, lo que hoy absorbe en mayor interés es la fase internacional. El programa español surgió, aparentemente, como un gigantesco problema de orden interior. Todos los gobiernos que ha tenido la República desde entonces se han esforzado en situarlo así. Ponto se descubrió el aspecto internacional del problema. Se acusaba porque otros estados europeos, principalmente Alemania e Italia, acudían con hombres y materiales de apoyo de los que atacaban a la República. Esto, ¿Por qué? ¿Por simpatía política o por una razón de cruzada ideológica?
No. En el fondo, al Estado alemán e italiano les importa poco cuál es el régimen político de España, y si en vez de mantenernos en nuestro puesto internacional clásico, nos hubiéramos prestado a servir el interés de Italia en el Mediterráneo y la política occidental que propugnó entonces en Roma y en Berlín se hubiese creído, se hubiese dicho que nuestra República era un régimen de la mejor perfección […].
Ha sido preciso que los propios agresores confiesen su agresión y la tomen como moneda de cambio. ¿Qué han hecho ante esta situación los gobiernos de la República? […].
España, lo mismo con la monarquía que en la República, se ha mantenido fiel al equilibrio del Mediterráneo, basado en la hegemonía de Inglaterra y en la seguridad de las comunicaciones de Francia con su imperio de África. Esta colaboración nuestra era obligada por nuestra situación geográfica. Retirarla, hubiera sido gravísimo, tal ha sido el crimen de la República […].
Para buscar antecedentes a la invasión que sufre nuestra patria hay que recordar las guerras del siglo XVII, en que, al socaire de una cruzada religiosa, se defendía una hegemonía política. Los españoles hacían, en efecto, cosa parecida a lo que los italianos hacen ahora en España, y entonces a los facciosos, segregados de sus antepasados, no se les ocurría decir que estaban fundando un imperio. Tan pronto como el rey Enrique dispuso de un imperio y de una fuerza militar, el ejército español que guarnecía París salió, y el rey Enrique les dijo: << ¡Españoles: os agradezco lo que habéis hecho por mí; pero no volváis más…!>>. La salida de los italianos es para los españoles una cuestión de honra, debe serlo para todos y, por tanto, una cuestión previa.
La Guerra Civil está agotada no porque se haya agotado; está agotada por la experiencia terrible de estos dos años de bagaje del movimiento. Errores infundados, explotados con fines bastardos… Uno de ellos era que nuestro país estaba en vísperas de una insurrección comunista […].
Otro error fue creer que el Estado no iba a saber defenderse. La realidad es que se pospusieron a los proyectos generales de la nación los intereses particulares y que por los agentes del exterior se explotó el tema de los intereses que se creían amenazados por una revolución bolchevique.
El enemigo de un español es siempre otro español. El español es ser al que siempre le gusta decir lo que se le antoja, pero que le molesta que haya otro español que goce de igual libertad. Este modo de ser egoísta y provocador ha dado lugar a un sistema terrible que llena de sangre nuestro suelo. Congregados estos elementos se produjo el alzamiento contra la República. ¿Qué pueden ofrecer de la violencia los que creían en el triunfo rápido de los militares? Miles y miles de muertos, ciudades y pueblos desaparecidos del mapa. La riqueza nacional comprometida en dos generaciones y aquellos que pensaban en sus intereses profundamente lesionados en su interés particular, mucho más que si la República, en vez de ser parlamentaria, hubiese sido una República revolucionaria.
Los daños alcanzan a todos; al burgués, al republicano, al proletario y al fascista. Durante cincuenta años los españoles estarán condenados a una pobreza estrecha y a trabajos forzados si no quieren alimentarse con las cortezas de los árboles. El obrero que cobre veintisiete pesetas tendrá medios adquisitivos mucho menores que cuando cobraba cinco o seis. Ya no tiene remedio. Donde se notará más la daga clavada en lo más profundo del ser español será en el orden económico. Si se realizaran planes de los agresores, durante dos o tres generaciones lo más florido del trabajo se perderá y para el país será una horrible tragedia. Hace dos años empezó este drama, incubado por no querer respetar la voluntad del sufragio universal, y hubiera podido ocurrir, si en vez de ocasionar esta locura se hubiese desarrollado todo normalmente, que tal vez estaríamos de nuevo en vísperas de otra consulta electoral, en que todos hubiesen expresado su opinión. ¿Qué negocio ha sido este de desencadenar la Guerra Civil en España? […].
El triunfo no será, no podrá ser, de un partido, será el triunfo de la nación entera. En una guerra civil no se triunfa contra un contrario aun que éste sea un delincuente. El exterminio del adversario es imposible: por muchos miles de uno y otro lado que se maten, siempre quedarán los suficientes de las dos tendencias para que se les plantee el problema de si es no es posible seguir viviendo juntos. He de recordar que ya en Madrid, al dirigirme a los soldados les dije que luchaban por la libertad de los que no quieren la libertad. Esta es la grandeza del pueblo español, donde el burgués y el proletariado han aprendido a conocerse y a conocer la emoción de ser españoles. Lo que a todos como calidad racial más satisface.
Ese ejército que creó ese tesón, con un terrible aprendizaje, está formando con sus pechos el escudo, para que entretanto la Verdad y la justicia se abran paso en el mundo. Tejedle con vuestros aplausos la corona que merece su ejemplar ciudadanía. Ellos forjan el porvenir, y yo del porvenir no sé nada. El papel de profeta no me incumbe. Ha hablado ya el gobierno y ello está en sus funciones. El gobierno ha hecho una declaración política que ha producido bastante ruido. Es la pura doctrina republicana. Al prestarle mi aprobación, me bastó recordar mis pensamientos de estos dos años. Para llevarla a la práctica no debe imponerse a este o a otro gobierno que la aplique. En esta declaración, el gobierno alude a la colaboración de todos los españoles, el día de mañana, en la obra de reconstrucción nacional. Ha hecho bien en decirlo así. Será una obra gigantesca, enorme. No será, no puede ser, una cosa personal. Será la obra de la colmena en su conjunto. Cuando renazca la paz, la reconstrucción nacional por el esfuerzo de todos creará una nación de hombres libres y para hombres civiles. Cuando todo el pueblo español pueda emplear en esa obra su caudal de energías que, por lo visto, son inagotables: nosotros tenemos que defender todo el patrimonio moral acumulado por los españoles en veinte siglos. La reconstrucción será completa, alcanzará, en fin, a cuanto ataña al cuerpo físico de la nación […].
Será el posterior a la guerra un juicio como el que nos presentan a ocurrir en el Valle de Josafat. Todos sabremos ya quienes se han engrandecido; por el contrario se han envilecido otros. ¡Dichoso aquel que muere sin esclarecer el límite de su grandeza! Otros no han muerto, por desgracia para ellos…
Esa situación creará un porvenir difícil de prever. Para muchos una posición incómoda. No cabrán después excusas; se preguntará: << ¿Qué has hecho durante la guerra?>>-
Aún queda la consideración más importante. Nunca ha habido nadie ni ha podido predecir nadie lo que puede dar de sí una guerra, que comenzará siempre con estos o aquellos fines o con tales o cuales propósitos; pero ninguna guerra consiguió vaticinar, desde el primer día, cuál había de ser su repercusión social y política. Las guerras no son las batallas. […] Muchas guerras que se hicieron con un fin religiosos o imperialista dieron luego un resultado completamente contrario. Es la moral de un país que nadie puede constreñir […].
De esta colección de males saldrá algo bueno. No tengo el optimismo de un Panglosa. No es verdad eso de que no hay mal que por bien no venga, pero del dolor sufrido procuraremos sacar, como es lógico, el mejor bien posible. Pero cuando los años pasen, las generaciones vengan y la antorcha pase a otras manos y se vuelvan a enfrentar las pasiones de unos y otros, pensad en los muertos que reposan en la madre tierra ya sin ideal, y que nos envían destellos de su luz, de la que la Patria daba a todos sus hijos: Paz, Piedad y Perdón.
Conocido como “el Discurso de las 3 Pes” en alusión a sus tres últimas palabras: Paz, Piedad y Perdón. Sobran las palabras.
Aquí dejo el discurso original entero pronunciado por el mismo Azaña.
Salud y República.
2 comentarios:
Estimado sñor. Marino Baler, de verdad cree, que esto llegará a ser posible otra vez en España.
Hola anónimo.
Si no lo creyera no escribiría sobre ello. Quizás sea algo que cueste mucho tiempo por ello si pienso que es un imposible y me olvido, supongo que al final de mis días siempre me quedará la duda si no podría haber hecho algo más.
Un saludo.
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