sábado, 17 de abril de 2010

Tierra de gigantes



Hace pocos días que he estado en Campo de Criptana. Algunos la denominan Tierra de gigantes, para otros es el lugar donde nació Sara Montiel. Para mí un lugar nuevo, de sensaciones, de imaginación, de gentes anónimas mundialmente conocidas.

Yo, que ya puedo morir tranquilo por haber leído y releído la obra cumbre de la literatura universal, siempre he considerado que viajar a la Mancha y hacer la denominada ruta de don Quijote, era una especie de sacrilegio a todo lo que representa el Quijote. La razón es bien sencilla. Posiblemente sea el comienzo de novela más conocido:

“En un lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme…”

Partiendo de la base, que el mismo autor no dice cual es el lugar del hidalgo, no creo que nadie tenga el derecho a autoproclamárselo. Por ello, como toda ruta tiene un comienzo, y yo no sé donde está, siempre me he negado a participar de ese mercantilismo. Prefiero visitar zonas aleatorias, o del libro, que las marcadas por oficinas de turismo.

Estando allí, delante de esas enormes moles de piedra y cal, uno se siente tan pequeño, tan minúsculo… Hacía años que no estaba delante de un molino, posiblemente porque nunca, hasta este momento, había vuelto a tener la necesidad de sentirlo.

Al bajar del coche no puede evitar hincharme el pecho y respirar esa esencia. Caminé hacia los molinos y me detuve en medio. Cerré los ojos y, como no podía ser de otra forma, allí estaban ellos, parados, contemplando. Entonces, el viento empezó a soplar, y oí una voz, a lo lejos, que decía:

“Mire vuestra merced, que aquellos que allí se parecen no son gigantes, sino molinos de viento, y lo que en ellos parecen brazos son las aspas, que volteadas del viento hacen andar la piedra del molino”.

Abrí los ojos y no estaban.




Son los molinos unos edificios muy peculiares. De dos alturas, y en su interior una escalera de caracol que hace de unión entre los pisos. En la parte superior está la rueda para moler el trigo y todo el mecanismo. Su funcionamiento, es por medio de ruedas dentadas, que al girar las aspas estas hacen que todo vaya girando hasta moler el trigo, que va cayendo por un orificio hasta el primer piso donde se recoge.

Hubo una cosa que me sorprendió mucho, y es que la cubierta, o caperuza, de los molinos gira para orientar las aspas en dirección al viento. Con un bastidor de madera, al que se aparejaba un burro para poder moverlo.

Actualmente los molinos no dejan de ser algo turístico y recuerdos de otras épocas. Pregunté en turismo y me dijeron que solían ser de terratenientes, y cada agricultor llevaba el trigo al molino que quisiera o que tuviera acordado.

No podía despedirme sin leer un poco. Sin hacer mi homenaje particular a aquellos gigantes que desafían el viento. Así que cogí el libro que llevaba para tal ritual, es evidente cual, y me senté, apoyando mi espalda en un molino, para leer un capítulo. En ese momento lo tenía todo.

Hay cosas en la vida a las que, en su momento, no se le dan importancia, pero con el paso del tiempo son cosas que no tienen precio, por ejemplo, hay quien ha visto a Maradona en la Bombonera, a Lenin dando un discurso en la Plaza Roja, a Pavarotti en la Scala de Milán, a Yul Bryner en Broadway… yo he leído un trozo del Quijote apoyado en un molino.

Continué mi camino. Me hubiera gustado ir al Toboso, pero no. No hubiera sido ético. Don Quijote no fue en su primera salida, y yo, aunque lejos de compararme con el hidalgo, preferí dejar esta visita para una próxima ocasión. Así que seguí hacia Ciudad Real. Seguro que no solamente en el Toboso hay Dulcineas.

5 comentarios:

Mariluz Arregui dijo...

Me ha gustado mucho tu entrada de hoy, la he disfrutado.Gracias.

Y por cierto, seguro que tu Dulcinea está donde menos lo imagines, suele ser así :).

Besos

Marino Baler dijo...

Mariluz; Muchas gracias ¿sabes? Haciendo fotos me acordé de ti. No suelo hacerlas y por eso no soy experto, pensaba lo que tu harías, como te podrías para capturar las mejores imágenes. Tú si que le sacarías lo mejor del lugar, incluso habrían aparecido don Quijote y Sancho para que los retratases.

Un besset.

Palmira Oliván dijo...

La primera vez que se visitan los molinos surge esa sensación de pequeñez que describes, de quedarse impávida y minúscula ante ellos y hacerse mil preguntas. Entonces, basta con girarse y mirar esa inmensa llanura donde el horizonte impera y la perspectiva se torna así, eterna, donde espacio-tiempo se funden y confunden. Impresionante.

Después de haberlos visitado, la próxima lectura del Quijote será diferente...

Un beso.

Ciberculturalia dijo...

Espero que encontraras alguna Dulcinea por Ciudad real porque estuvo bien que hicieras lo que EL en su primera salida hizo.
Me ha encantado tu entrada
Besos ya de final de domingo

Marino Baler dijo...

Palmira; Realmente los molinos son algo impresionante. Dan ganas de coger uno y llevárselo.
El Quijote es distinto cada vez, cuando lo he leído no ha sido siempre lo mismo es... como hacer el amor, siempre igual pero distinto, distintas emociones, sensaciones caricias... el Quijote no se lee se siente, se vive, te atrapa, forma parte de ti. Mi ser ya no tiene remedio, bendita penitencia.

A sus pies fermosa señora.

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Ciberculturalia; Como el caballero, tengo que tener una dama de mis pensamientos. En mi tercera salida a La Mancha iré abuscarla y a declararle mi amor... espero que no se interponga un regio campanario...

Un besset.