sábado, 20 de diciembre de 2014

Los sábados a las 12:00



No puedo asegurar qué podré hacer cualquier hora de cualquier día de la semana, dónde estaré o dónde no estaré; pero hay algo que sé seguro que haré.
Tengo la costumbre de ir a tomar el café (suele ser un par de cortados o bombones, eso sí, siempre con hielo independientemente de la estación del año) y a leer el periódico los sábados a las 12:00 horas. Siempre, ese día y esa hora.
Desde hace muchos años es algo que voy haciendo, salvo causa de fuerza mayor. ¿Cuál es su origen? Creo que como todas las cosas en la vida que acaban convirtiéndose en tradición surgen por algo inesperado, casual.
En mis tiempos de estudiante compartía piso con otros tres compañeros de instituto, juntos lo acabamos juntos empezamos la universidad. Una vez allí, como es normal, nuestros caminos se separaron, aunque continuemos manteniendo el contacto telefónico; pero antes de todo eso pasaron muchas cosas.
Vivir en un piso de estudiantes es una experiencia inolvidable, tiempos irrepetibles que darían para escribir un libro… quien haya pasado por ello me entenderá perfectamente. Pero claro, no todo es de color de rosa y también hay algunas obligaciones que hay que asumir y que nosotros no sabíamos por aquel entonces.
Lo único en lo que habíamos pensado desde el primer día era que había que fregar y cada día se encargaba de hacerlo uno. A veces, dependiendo de la ‘mala leche’ que tuviéramos, hacíamos una comida más elaborada usando más cacharros para que el otro tuviera que fregar más y no faltaban las protestas del ‘fregador del día’ en plan “¿Es preciso usar dos sartenes? ¿No puedes usar una?... ¿Es necesario que utilices tantos platos?…” La excusa era que, por ejemplo, en la misma sartén en la que se habían freído un par de huevos no podían freírse dos longanizas, porque no sabían igual, o que había que hacerlo al mismo tiempo para que lo que se había freído antes no se enfriara… pero la cosa no pasaba de juramentos, burlas y risas.
Pero había algo que no habíamos tenido en cuenta, ¿quién limpiaba el piso? El primer mes de nuestra nueva vida si hubiese ido un inspector de Sanidad nos hubiese precintado la vivienda, así que decidimos que aquello no podía seguir así y establecimos turnos de limpieza: cada semana uno de nosotros limpiaría todo el piso a excepción de las habitaciones (que cada cual se limpiaría la suya).
No hace falta que sea muy explícito cómo lo hacíamos. No se puede decir que se pudieran comer sopas en el suelo, pero como las bacterias no se ven… A veces nos quedábamos sin lejía y fregábamos el suelo con detergente de ropa… tampoco explicaré más. Básicamente era pasar una bayeta con lejía por el váter, bidé, lavabo y bañera, luego barrer y pasar la fregona. En una hora u hora y media estaba limpio el baño, la cocina, el pasillo y el comedor y, como he dicho antes, visualmente estaba bien.
El caso es que al que le tocase limpiar siempre se solía poner entre las 10:30 y las 11:00 del sábado y lo último que se hacía era fregar el piso. Metíamos la fregona en el cubo, la removíamos bien, la sacábamos y, sin escurrirla, nos poníamos a darle pasadas al suelo; si hubiésemos usado una manguera o tirado cubos de agua hubiésemos acabado antes. La cuestión es que al terminar estaba todo encharcado y no se podía salir de las habitaciones hasta que estuviese todo seco, así que para no estar esperando tumbados en la cama, cuando el ‘limpiador’ de turno había acabado, abríamos las ventanas y bajábamos a un bar que había al lado de casa, tomábamos café o cualquier otra cosa, charlábamos y ojeábamos el periódico. Cuando volvíamos nos parecía que todo estaba como los chorros del oro.
Han pasado muchos años de aquello y aunque ni las circunstancias ni los motivos son los mismos es algo que me ha quedado como costumbre: café y periódico los sábados a las 12:00.

2 comentarios:

Leo dijo...

Es alucinante, he tenido amigos compartiendo piso con compañer@s, eso daba igual, allí la mierda era para alucinar; sí molaba mucho la movida de la fiesta, pero yo no podía cocinar ni tomar una copa hasta no ver todo aquello con una higiene normal, claro, que lo de la normalidad... es variopinto, para variar, se partían la caja conmigo, pero bien seguian mis instrucciones de mala leche; un día tuve que echar tanto amoniaco y productos de limpieza que casí las palmo, pero claro, yo era la ¡Don Limpio! o algo así, les metía unas chapas sin ser mi piso de alquiler de alucinar, y unas sobas guapas si querías reir en aquel lugar, en fin, sí, viejos tiempos, pero las costumbres tienen que tener un mínimo sentido...
Lo de los cafés, a mí largo de café e hirviendo.
De ahí a: felices fiestas.

Marino Baler dijo...

Leo: eso forma parte de la 'vida' del estudiante. Nosotros, cuatro chicos en un piso aquello era el no va más. Pero o te adaptas o te amargas y yo me adapté a aquel hábitat :). Habría para escribir un libro de aquellos años, sin duda alguna los mejores de mi vida.

Feliz Navidad.