sábado, 1 de octubre de 2016

Greystoke, la leyenda de Tarzán


Hace unos días acabé de ver una de las películas que, para mí, es un canto a la libertad individual del ser humano. Me estoy refiriendo a ‘Greystoke, la leyenda de Tarzán’, protagonizada por Christopher Lambert en 1984. Hacía años que la había visto, pero me apetecía recordarla.
La escena que más me ha impresionado es en la que el protagonista grita ante un mono abatido: “¡C’est mon père! ¡Era mi padre!”. Para mí, esa escena resume claramente lo que es el personaje y su fracaso por tratar de convertirlo en lo que no es: un hombre de la decadente Inglaterra victoriana.
Las personas que le rodean, incluida su prometida, se percatan de que jamás será capaz de adaptarse a su nueva vida ni a las normas que suponen vivir en sociedad; por ello deciden acompañarle a la jungla africana, donde desaparece entre los árboles, volviendo a lo que siempre había conocido.
Se podría decir que John (nombre de Lambert en la película) hace un esfuerzo por intentar adaptarse a un entorno, a unas circunstancias y a unas normas que no son las suyas; pero siempre había algo que le hacía recordar de donde venía y lo que era y es ese sentimiento el que acaba imponiéndose por encima de cualquier otro. 


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