martes, 6 de junio de 2017

Exámenes... ¡ni en sueños!



Digo yo si serán las fechas estas en las que nos encontramos, pero la otra noche soñé que todavía estaba estudiando, en plenos exámenes y me faltaban tres o cuatro asignaturas para acabar la carrera.
Un sueño bastante angustioso por dos motivos. El primero porque creo que recordar que entre las asignaturas que me quedaban estaban hormigón, proyectos y ampliación de matemáticas… tres verdaderos huesos. El segundo porque yo había firmado proyectos sin tener la potestad para poder hacerlo y, por ello, no tardarían en venir a buscarme acusándome de no sé qué delito.
Y nada, allí estaba yo, con mis otros compañeros, todos revueltos, preparando los exámenes. Como es normal, desde meses antes ya llevábamos metiéndonos caña, pero, lógicamente, no al mismo ritmo ni intensidad que cuando faltaban tres o cuatro semanas para nuestro particular ‘juicio final’.
¡Qué duro que era aquello! Yo nunca dormía la noche anterior a un examen. Al principio sí que me acostaba y pretendía dormir, por eso que dicen que hay que ir despejado a un examen, pero cerraba los ojos y veía números, letras, fórmulas, definiciones y siempre me tenía que levantar para buscar eso en lo que estaba pensando. Así que desde casi el principio decidí que la noche anterior a un examen era una tontería tratar de dormir. Cuando el examen era por la mañana, el día anterior había intentado hacer una buena siesta, aunque no siempre lo conseguía, y al despertarme me ponía a estudiar 3 ó 4 horas hasta la hora de cenar. Al acabar era lo peor. Sobre las 22:00 horas entraba el bajón al pensar lo que tenía por delante y, además, en televisión siempre por esas fechas proyectaban las mejores películas, parecía que lo hacían a propósito para joder. Pero no había más remedio. Iba a la habitación y me sentaba delante de una mesa que era un tablero de aglomerado con dos patas plegables. Toda lleno de folios. En el suelo dejaba montoncitos agrupados por temas de la parte de ejercicios y en la cama lo mismo, pero con la parte teórica. Eso parecía un campo minado, pero con folios. Y comenzaba la noche…
El reloj pasaba muy lento hasta llegar a las 4 de la madrugada, después parecía que se estabilizaba y a partir de las 5:30 ya empezaba a correr. El cenicero cada vez estaba más lleno y siempre quedaba en algún folio la marca del vaso caliente lleno de café.
A eso de las 7:45 una ducha y a esperar. Revisaba la bolsa veinte veces para no dejarme bolígrafos, lápices, etc. El DNI era muy importante, ya que lo solían pedir junto con la famosa ‘papeleta’ que daban días antes en secretaría y era una especie de justificante que había que presentar en el examen e indicaba que estabas matriculado (no fuera a ser que alguien se presentase por ti. Aunque este tipo de cosas darían para varios posts…).
Por la mañana eran los exámenes más largos. Comenzaban a las 9:00 y acababan a las 14:00 horas… eso era inhumano, ¡cinco cosas escribiendo, haciendo números o dibujando! Por la tarde solían ser los de las asignaturas cuatrimestrales. Estos eran más asequibles. Comenzaban a las 15:00 horas y acababan a las 18:00 horas… tampoco está mal tres horas, ¿eh?
Lo dicho… un suplicio cada vez que llegaban las fechas de exámenes, tanto en enero / febrero como en junio / julio. ¿Volver a pasar por aquello? ¡Ni en sueños!

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Yo sigo estudiando y aunque lo hago por gusto también se pasa muy mal, por fin se ha acabado el curso y a septiembre más. Yo en junio no me he presentado porque no me sentía del todo preparado, pero puede que lo haga en noviembre, que hay una segunda convocatoria.

Marino Baler dijo...

Es horrible. A mí no me gusta por los exámenes. Creo que se debería valorar una trayectoria y uno jugártelo a unas preguntas o ejercicios durante unas horas. Para septiembre, ¡buf!, el verano de por medio es mortal. Yo tenía que aislarme e irme a mitad de julio si quería hacer algo en septiembre.
Mucha suerte.

Anónimo dijo...

Gracias.