domingo, 22 de febrero de 2009

La muerte del poeta



Hoy hace 70 años las letras españolas quedaron huérfanas. Uno de los más grandes puso fin a su camino. El 22 de febrero de 1939, Miércoles de Ceniza, a las tres y media de la tarde.

Poco se sabe de las últimas reflexiones del poeta. Unos días después de su muerte, José encontró, en un bolsillo de su viejo gabán, un pequeño y arrugado trozo de papel. Allí, escritos a lápiz, había tres apuntes. El primero las palabras iniciales del monólogo de Hamlet, “Ser o no ser…”, tantas veces repetido por el poeta en sus borradores. El segundo un verso alejandrino: “Estos días azules y este sol de la infancia”. El último, con una pequeña variante en la primera línea, cuatro versos de “Otras canciones a Guiomar (a la manera de Abel Martín y Juan de Mairena)”:


Y te daré mi canción:
Se canta lo que se pierde
con un papagayo verde
que la diga en tu balcón.


Gracias a esto sabemos que, poco antes de morir, don Antonio, abatido de dolor por el derrumbamiento de la República, pensaba en la mujer amada que no pudo ser suya. Y que, intuyendo que llegaba el final, se sintió transportado a la Sevilla de su infancia que fue eterno presente en el corazón del poeta caminante.

Quien jamás había poseído casi nada que no fueran sus letras, como al lado del mar de Colliure en aquellos postreros momentos de su vida, fracasada la gran aventura de la República que tanto amaba y por la cual tanto había luchado.

Cuando murió Machado, según recuerda Matea, “tuvieron que sacar el cadáver alzándolo sobre la cama donde mamá Ana estaba inconsciente”. El poeta estuvo de cuerpo presente en la habitación de al lado. “Luego fue amortajado en una sábana y encima de esta una bandera republicana, porque así lo quiso José al interpretar aquella frase que un día dijera Antonio a propósito de las pompas innecesarias de algunos enterramientos:Para enterrar a una persona, con envolverla en una sábana es suficiente”.

“Apenas habían sacado el cuerpo sin vida de Antonio – continua Matea –, y por causalidad, mamá Ana tuvo unos momento de lucidez. Nada más volver en sí miró hacia la cama de Antonio y preguntó, como si alguien le hubiera avisado de lo trágico que había sucedido, con voz débil y angustiada: “¿Dónde está Antonio? ¿Qué ha pasado?”. Y José, conteniéndose como pudo, le mintió diciendo que ya sabía que Antonio estaba enfermo y que se lo habían llevado a un sanatorio. “Allí se va a curar”, le dijo. Recuerdo que mamá Ana le dirigió una mirada en la que se veía que no aceptaba aquellas palabras. Luego cerró los ojos y tres días después moriría. Estoy segura que en aquellos minutos de lucidez se dio cuenta que Antonio había muerto”.

José Machado no pierde el tiempo y comunica enseguida a las autoridades republicanas la muerte de su hermano. Muy pronto comienzan a llegar telegramas de pésame, entre ellos uno muy afectuoso de D. Manuel Azaña. Otro de Luis Álvarez Satullano. Marceau Banyuls, el alcalde de Colliure, promete su apoyo para la organización del entierro. Durante la noche velan el cadáver, con José y Matea, los Figuères, Pauline Quintana, un catalán exiliado, un profesor de español en Perpiñán y alguna persona más.

En las primeras horas del día 23 José recibe una carta del hispanista Jean Cassou, solicitando en nombre de los escritores franceses y del suyo propio que el entierro se haga, con la debida solemnidad en Paris. José, sin embargo, decide declinar tan honrosa oferta, “mirando más que nada a la sencilla y austera manera de ser del poeta”, y ruega a las autoridades municipales de Collioure que permitan que los restos de su hermano descansen en el cementerio del pueblo hasta el momento de ser trasladados un día a Madrid. El acuerdo se salda cuando una amiga de Pauline Quintana, Marie Deboher, ofrece un nicho a su familia.

Durante la mañana del 23 la animación es inusitada en Colliure. La muerte se ha dado a conocer en los medios de comunicación y va llegando mucha gente, entre ellos el ex ministro socialista de Gobernación, Julián Zugazagoitia, compañero de Machado en la redacción de La Vanguardia (y que será fusilado por Franco en 1940). Las autoridades galas dan permiso para que soldados españoles porten el féretro, a hombros, hasta el cementerio.

El entierro es estrictamente civil, por expresa disposición de Machado comunicada a su hermano unos días antes, y de una sobriedad acorde con el pensamiento y la manera de ser del poeta.
La comitiva se pone en marcha a las cinco de la tarde. Cuando el ataud sale del hotel Bougnol – Quintana va envuelto en la bandera republicana que ha cosido durante toda la noche ¡qué gran detalle!, Juliette Figuères.

La cabeza del féretro lleva en grandes letras las iniciales A. M.

Presiden el cortejo fúnebre José Machado, Zugazagoitia, Santaló, el alcalde de Banyuls y dos representantes de la Embajada de la República en París, Sánchez Ventura y Nolla. También se han personado el cónsul de España en Perpiñán, representantes del Centro Español de la misma ciudad, el presidente del Centro Español de Cèrbere y dos corresponsales británicos.

Según la prensa local, también estuvo presente el general Vicente Rojo, sobre cuya persona escribiera Machado su último artículo. Rojo había cruzado la frontera días antes, al entender que todo estaba perdido y que además algo se tramaba contra él.

Antes de proceder a la inhumación, Julián Zugazagoitia pronuncia un discurso fúnebre en medio de un dolorido silencio.

Cuando sale el gentío del camposanto, el alcalde de Banyuls, accediendo a la petición de José Machado, demasiado afectado para hablar, agradece a todos los allí reunidos su presencia en el acto. “Con Machado – dice – desaparece, a la caída de la República, una de las más altas personalidades literarias de Europa y un sincero amigo de Francia”.

Al día siguiente, 24 de febrero, José Machado contesta la cariñosa carta que acaba de llegar para Antonio del hispanista John Brande Trend, gran admirador suyo. A Trend, enterado del exilio del poeta, le ha faltado tiempo para ofrecerle el puesto de lector en su Departamento de Español en Cambridge, puesto tan bien remunerado como prestigioso. La verdad es que le habría venido bien a Machado y a su familia. José, profundamente dolido, contesta por el poeta:


Muy distinguido y admirado señor:

Cuando llegó el ofrecimiento de esa célebre Universidad de Cambridge para mi hermano Antonio, en aquel mismo momento acababa de morir. Yo, que he sido siempre el hermano inseparable de todas las horas, sé muy bien cuán alta estima sentía por Vd., y cuánto se hubiera honrado aceptando este nombramiento, que además suponía el salvamiento de nuestra madre (85 años) con los dos restantes que constituían el pequeño grupo familiar con que siempre había vivido, del naufragio económico. Dada la profunda y devota admiración que sintió siempre por Inglaterra, hubiera visto colmado uno de sus más fervientes anhelos de toda la vida que era: visitar esa nación. Precisamente en estos últimos meses leía y releía las obras maestras de esa formidable literatura inglesa. ¡Pero los sueños no se cumplen! Lo hemos enterrado ayer en este sencillo pueblecito de pescadores en un sencillo cementerio cerca del mar. Allí esperará hasta que una humanidad menos bárbara y cruel le permita volver a sus tierras castellanas que tanto amó. Usted, señor Trend, que tan alta cumbre representa en la intelectualidad en ese país, reciba la profunda gratitud por sus bondades para con mi hermano, de este antiguo alumno de “La Institución Libre de Enseñanza”.

Collioure. Hotel Bougnol – Quintana 24 de febrero de 1939.


Si la carta de Trend llega en el momento mismo de la muerte de Antonio Machado, se anticipa en tres días a la de la madre que fallece el 25 de febrero a las ocho de la tarde. Dos horas antes había alcanzado, en coma, la edad de 85 años.

Ana Ruiz cumplía así una promesa hecha en Rocafort: “Estoy dispuesta a vivir tanto como mi hijo Antonio”.

Recibe sepultura en tierra, en un rincón del cementerio reservado para los pobres.

En el registro municipal de defunciones figura la inscripción de la muerte de la madre inmediatamente debajo de la de Antonio. No constan las causas del fallecimiento.

Poco después se colocó una placa en el nicho del poeta. Decía con una brevedad digna suya:

ICE REPOSE
ANTONIO MACHADO
MORT EN EXIL
LE 22 FÉVRIER 1939

7 comentarios:

myself dijo...

Hola Marino, triste día para un machadiano como tú, espero que no te moleste que haya recomendado tu blog en el mio creo que quien quiera saber algo de Machado, el tuyo es de visita obligada.
Un beso.

Marino Baler dijo...

Myself; Muchas gracias por la recomendación.
La verdad que si que es un día, cuanto menos, extraño. Estoy todo el día pensando lo que estarían haciendo hace 70 años en esa habitación del hotel, la hora de su muerte, como lo levantarían por encima de su madre, como lo arreglarían ¿qué pensarían? ¿qué sentirían? Estaban ante una de las mejores plumas de la literatura española y eso es algo que tiene que doler y al mismo orgullecer, porque considero que si Machado ya había escrito su nombre con letras de oro entre los grandes de la literatura española, su muerte y las circunstancias en que ocurrió esta, no hicieron sino que engrandecer al hombre a la par que al poeta.

Un beso.

Luis López dijo...

Hola amigo. Enhorabuena por la entrada. Me parece muy didáctica. Sin haberla leído escribí otra, más humilde, sobre el mismo tema. Estamos en sincronía. Saludos.

Marino Baler dijo...

Luis; Muchas gracias. Cualquier homenaje en forma de palabras hacia el poeta es digno de toda mención.

Un saludo.

Anónimo dijo...

Gracias por este homenaje; ha sido muy enriquecedor.

besos
Marta

Marino Baler dijo...

Marta; ¡Cuanto tiempo! Me alegra que te haya gustado.

Un beso.

Anónimo dijo...

sabes que siempre estoy aquí, aunque no comente lo que escribes.

un beso
Marta