martes, 29 de agosto de 2017

Bulbuente, a la falda del Moncayo


Si tuviese siete vidas como los gatos, no tengo duda que la actual está desperdiciada. Las otras seis quiero vivirlas en un pueblo. Pero, cuando digo pueblo me refiero a núcleos de ciudad de, como mucho, 500 habitantes. Si hay gente que se siente atrapada en un cuerpo que no es el suyo, a mí me ocurre lo mismo: soy un pueblerino atrapado en el cuerpo de un ciudadano. Soy alguien que ha nacido y vivido en ciudades medianamente grandes, pero que siente que pertenece a otro tipo de vida, a otro hábitat.
El pasado fin de semana quedé con un amigo y su familia para ir de barbacoa a su pueblo: Bulbuente, un pequeño pueblo, de poco más de 200 habitantes, a la falda del Moncayo. Me gustaría matizar que no es exactamente su pueblo, es el pueblo de sus padres. Él ya nació en Zaragoza, sus hermanas, con las que se lleva varios años, todavía nacieron en el pueblo. En Bulbuente pasaba los veranos cuando era un crío.
Allí, desde la terraza de su casa, se ve el “Moncayo azul y blanco”, como lo denominó Antonio Machado y se siente el aire fresco. El mismo aire que iba buscando Bécquer como tratamiento para la tuberculosis durante su estancia en el monasterio de Veruela (a 10 km de Bulbuente) y desde donde escribió ‘Desde mi celda’. O el que 75 años más tarde le recomendarían al mismo Machado para la misma enfermedad que también acabaría con su mujer Leonor. Aire, aire del Moncayo. Dicen que quien no ha visto toros en el Puerto no sabe lo que es un día de toros. Quien no ha respirado aire del Moncayo no sabe lo que es aire puro. Pero lo mejor de todo es que apenas tenía cobertura en el móvil y cualquier WhatsApp me llegaba con quince minutos de retraso, o bien recibía tarde mensajes de que me habían llamado. Me daba igual. Absolutamente igual.
Antes de comenzar a comer fuimos a la plaza del pueblo. Es fácilmente reconocible porque tiene el único bar y está el ayuntamiento. Pero lo más destacable es que en el centro hay una fuente, llamada la de los dos caños, porque de ella salen dos caños (¿para qué complicarse la vida con nombres rimbombantes?) y en la parte superior hay una pequeña figura de San Bartolomé, patrón de Bulbuente, dentro de una urna de cristal.


Me resultó curioso ver a un hombre con una furgoneta vendiendo melones y sandías. ¿Alguien se imagina al lado del Ayuntamiento de una ciudad algo así? Que si permiso de esto, de lo otro, que si estacionamiento, que si la imagen… Me acerqué y pedí un melón.



¿Quies llevarte dos gordicos? – me preguntó el hombre con un acento que lo delataba.

Así que me llevé un par por cinco euros.
Estando en la terraza, con este amigo y su mujer, hablábamos de cosas sin importancia mientras yo ojeaba el Heraldo de Aragón. Tres o cuatro niños jugaban alrededor de la fuente, en una mesa había un par de abuelos con boina hablando del tiempo y en otra mesa un par de matrimonios jóvenes. Me sentía feliz, tranquilo. Por un momento pensé, ¿cómo deben estar ahora las playas? Hagamos un ejercicio mental y comparemos cualquier playa que conozcamos, a las 12:30 horas, con la escena que he comentado. Sobran las palabras. Tomamos un par de tercios cada uno (Ambar, por supuesto), una Coca–Cola para la hija de ellos y un paquete de patatas; todo eso por 9’30 €. Continuemos con el ejercicio mental, ¿en qué chiringuito de playa se podría tomar lo mismo al mismo precio?
Después de comer salimos a dar una vuelta por el pueblo. Además de la tradición a la suelta de becerras que tienen por esa zona, me llamó la atención el ‘concurso de tractores’. ¿Concurso de tractores? En las discotecas, en verano, suelen hacer concurso de camisetas mojadas, ¿pero de tractores? El concurso consiste en que los participantes, con el mismo tractor, tienen que hacer un recorrido al que se han puesto unos obstáculos y otra prueba es hacer otro recorrido con un remoque y marcha atrás, todo ello en el menor tiempo posible.

A Bulbuente, por lo visto, no ha llegado la Ley de Memoria Histórica.


Un pueblo en el que a pesar de haber sido fiestas los adornos en las calles son banderines de plástico o de papel. No son necesarias grandes luminarias.


En el que parece que el tiempo se ha parado. Ha decidido no seguir y tampoco es necesario que lo haga.


En el que se pueden ver vallas que cortan las calles.


O estructuras en los que se colocan maderos para que el toro no se meta en alguna casa (esta casa de la esquina, que hace 90º, es la de mi amigo).


Lugares en los que el Ayuntamiento no te manda cartitas a casa, emite bandos.


O si alguien no se entera siempre queda el recurso de la megafonía.


A mi amigo lo conocía la gente mayor.

¿Quién es pues? – preguntó una mujer a otra cuando pasamos por delante de su casa.
E lhijo la Sagrario – respondió la otra.

Cuando nos íbamos, mi amigo se encontró con un amigo del pueblo, de los que viven allí seguido. Se iba al corral, a descargar almendras de un camión que habían llevado y así no iba el domingo.

Esto ya no es lo que era – decía. Antes en fiestas se llenaba y ahora ya no viene ni la mitad. ¿Te acuerdas de pequeños cuando nos tirábamos con las bicis o el monopatín? Ahora los críos, en la plaza, con los móviles.

Estos días he pensado sobre él sábado. ¿Cómo tiene que ser la vida cualquier día del año? Por ejemplo, un martes de noviembre, a las 19:00 horas… sólo unos pocos pueden saberlo. Se puede ser feliz con tan poco… pero, la felicidad, cuesta tanto de alcanzar...

3 comentarios:

Casteee dijo...

Hola...

Sabes hace unos años me hubiese parecido una idea horrorosa viví en un pueblo tan "pequeño", siempre he sido urbanita y eso que hasta los 12 años me crié en el "campo".
Pero ahora no me parecería mala idea. Cada vez valoro más la tranquilidad, disfrutar de las pequeñas cosas sin parafernalias.

Pueblos así tiene un gran valor ya no solo por la belleza estética sino también por la riqueza que te puede proporcionar a nivel espiritual si sabes apreciarla y por lo que veo tú si que sabes.

Me alegro que hayas pasado buen fin de semana y eso te haya dado un chute de energía. De vez en cuando no viene mal ;-)

Un Abrazo

Marino Baler dijo...

Hola Castee. Hace años que tomé la determinación que mi fin es un pueblecito de esos. Mucha gente me pregunta porqué no me voy ya... como si fuera tan fácil o mi cuenta corriente fuera tan abultada que pudiera vivir el resto de mi vida de rentas.
Pero sí que tengo claro que acabaré en un pueblecito de la provincia de Teruel, en la comarca del Jiloca. Tengo miradas algunas casas y en un tiempo a ver cuál se pone a tiro y comprarla para, poco a poco, ir adecuándola a mi gusto.
Lo dicho, soy un aldeano atrapado en cuerpo de ciudadano.

Besitos.

Anónimo dijo...

Siempre me he considerado un urbanita, me he recorrido en plan mochilero todo el territorio valenciano y parte de España, y que he visto lugares increíbles, nunca desee vivir lejos de mi ciudad…hasta ahora.
Yo viví en una alquería de la época de los árabes en medio de la huerta valenciana, y fueron los años en donde más a gusto y feliz he vivido. Os imagináis abrir la puerta del balcón de mi habitación y lo primero que veía era la higuera gigante que había en el patio y luego miles de naranjeros y otros árboles frutales que lo cubrían todo. Sin los gritos y peleas de los vecinos, sin tener que aguantar a los indeseables que escuchan música a todas horas y a todo volumen etc. Valencia es un caos en todos los sentidos y la vida aquí es insoportable,gracias a la gentuza que cree que puede hacer lo que le de la gana y no tiene respeto por nada y por nadie.
Aunque yo quiero mucho a mi tierra, en Valencia provincia es difícil encontrar un sitio que me de la tranquilidad que yo busco. Pero he estado algunas veces por Montanejos y visité un pueblo lindando con Castellón que se llama Olba en la provincia de Teruel, no llega a 300 habitantes, tiene río y creo que un pantano cerca “a mí me gusta la pesca” está a 1 h. 30 min.de valencia y es una muy buena opción, aunque de momento no podría vivir siempre en este precioso pueblo.