martes, 8 de agosto de 2017

El hábito hace al monje


Definitivamente, el hábito hace al monje… ahora entenderéis la justificación.
Acudí a una vivienda en una zona que es conocida en Zaragoza por el alto nivel económico de la gente que vive en ese barrio: Montecanal. El problema es que en la vivienda se escuchan ruidos en la habitación de matrimonio cuando desde la vivienda de arriba usan el cuarto de baño y en el comedor cuando están usando las duchas de la propia vivienda. Básicamente es un problema de ruidos en las tuberías de AF y ACS debido a un exceso de presión, por lo que la solución sería una válvula reductora.
A lo que iba. Acudí a la vivienda (digna del nivel de la zona en la que estaba) y al llamar me abrió la dueña. Una mujer de unos 40 años que vestía una camiseta larga que le llegaba por encima de las rodillas, con un bronceado playero y una melena por debajo de los hombros. Una vez allí se puso a explicarme el problema y, sin venir a cuento, a contar que habían estado de vacaciones… que tienen un apartamento en Santoña… que habían estado un mes, etc., etc., etc.
Pues bien… yo allí aguantando las ínfulas de la buena señora y comprobando las llaves de los aparatos sanitarios. Estando en el comedor le pregunto si había tenido problemas de humedades y me dijo que no lo había visto. El sofá lo tiene a pocos centímetros de la pared, entonces se va hacia él y se pone de rodillas en el mismo y apoyándose en el respaldo, dándome la espalda, para ver si había humedades. Yo, allí plantado, detrás de ella… se me puso la misma cara que a Paco Martínez Soria (por eso de estar en Zaragoza) cuando veía los muslos de una mujer. Me faltaba la boina y hacer “eeeeeeeehhhhh” (con su característica voz).


Pues nada, no había humedades. Fuimos a la habitación de matrimonio y se sentó en la cama cruzando las piernas… ahora me faltaba sacar un pañuelo del bolsillo y secarme la frente. “Voy a llamar al vecino para que encienda los aparatos de su baño”, dijo. Sacó su móvil. Yo allí plantado sin saber si mirar o no mirar.


En ese momento dice: “Alfredo, ve encendiendo los grifos que está aquí el albañil para escuchar los ruidos”. Desperté. Yo iba vestido con zapatillas deportivas, pantalón vaquero, un polo rojo Adidas y con una mochila que llevo siempre en la que guardo un metro, nivel, un lápiz de obra, libreta, bolígrafos y pocas cosas más... no sé... a lo mejor es que tengo que llevar escrito un cartel en la frente para que sepan lo que soy.
Cuando acabaron las pruebas le dije que iba a escribir un informe del problema y una vez aprobado por la constructora la avisaría el día en el que el albañil tuviera que acudir. “¡Ah!, ¿qué tú no eres el albañil?” “No, yo soy arquitecto” y continuamos hablando de los problemas de la vivienda, pero con otro tono por su parte.
Definitivamente… o necesito un estilista o vestir todos los días con traje y corbata.

2 comentarios:

Casteee dijo...

Jajajaja..., las apariencias y los prejuicios hacen equivocarnos y juzgar más de lo que deberíamos.

Una duda: la Sra una vez que supo que eras arquitecto y no albañil ya no estuvo tan "sugerente"?

Marino Baler dijo...

No, la verdad es que no. Después estuvo 'formalita'.