martes, 3 de septiembre de 2019

A José María Palacio


A JOSÉ MARÍA PALACIO

Palacio, buen amigo,
¿está la primavera
vistiendo ya las ramas de los chopos
del río y los caminos? En la estepa
del alto Duero, primavera tarda,
¡pero es tan bella y dulce cuando llega!...

¿Tienen los viejos olmos
algunas hojas nuevas?

Aún las acacias estarán desnudas
y nevados los montes de las sierras.

¡Oh mole del Moncayo blanca y rosa,
allá, en el cielo de Aragón, tan bella!

¿Hay zarzas florecidas
entré las grises peñas,
y blancas margaritas
entre la fina hierba?

Por esos campanarios
ya habrán ido llegando las cigüeñas.

Habrá trigales verdes,
y mulas pardas en las sementeras,
y labriegos que siembran los tardíos
con las lluvias de abril. Ya las abejas
libarán del tomillo y el romero.

¿Hay ciruelos en flor? ¿Quedan violetas?

Furtivos cazadores, los reclamos
de la perdiz bajo las capas luengas,
no faltarán. Palacio, buen amigo,

¿tienen ya ruiseñores las riberas?
Con los primeros lirios
y las primeras rosas de las huertas,
en una tarde azul, sube al Espino,
al alto Espino donde está su tierra...


Baeza, 29 de abril de 1913


Siempre me ha parecido uno de los poemas más vibrantes y emotivos de la poesía machadiana, aunque se presente en forma de carta.
Comienza con un saludo “Palacio, buen amigo” y, a continuación, pregunta por la llegada de la primavera, aunque solamente se trata de un pretexto que le sirve al poeta para describir desde la distancia a Soria y sus campos, hasta el imponente Moncayo vigilando desde la lejanía y, finalmente, un emotivo recuerdo a su amada.
Está datado un 29 de abril de 1913, en la lejana Baeza, no hace ni un año de la muerte de Leonor y en la primera primavera sin ella le asalta sin contemplaciones un recuerdo dolorido.
Comienza nombrando al amigo, señal inequívoca de íntima amistad y continúa enunciando mediante preguntas retóricas todo el paisaje de sus felices años sorianos.
La última estrofa es radicalmente distinta. De forma imperativa le pide a su amigo que, con los primeros lirios y rosas, se acerque a El Espino, donde está su tierra. Eso nos pone sobre la pista que es el cementerio en el que reposa Leonor, fallecida pocos meses antes. Cambia totalmente el poema. No es una descripción del paisaje soriano, es una súplica a Palacio para que coloque unas flores en la tumba de su joven esposa. Toda la evocación de la naturaleza soriana se vuelve dolorosa a su recuerdo. Aunque Machado evita nombrarla, sólo la alusión al cementerio soriano nos permite comprender que ella late en su corazón y se hace perenne en su memoria.
Toda la descripción de Soria hace que Machado pueda mitigar el dolor del verdadero fin de esta carta.
Los puntos suspensivos finales aumentan el dramatismo. Todo queda abierto, como si el poeta se resistiera a poner punto y final a esa vida soriana en la que llevó una vida plena y feliz.
Machado le pide a su buen amigo que coloque unas flores. Sólo reclama un recuerdo para ella y un detalle de condolencia para su alma desgarrada por la pérdida de su amada.
Sin lugar a dudas, estamos ante uno de los poemas más intensos, perfectos y hermosos de la lengua castellana.

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