miércoles, 26 de noviembre de 2008

Gotas de lluvia en la ventana




Hacía tiempo que no veía a Plácido. Lo llamé por teléfono y me contestó que iba a estar en casa y no le apetecía salir, que si quería que me pasase por allí.
Está bien – le contesté – a las cuatro pasaré por tu casa.

El día había salido lluvioso y no daba opciones para hacer muchas cosas. Cogí un paraguas y me fui a su casa. Llegando empezó a llover con fuerza, el paraguas no me cubría demasiado y empezaba a mojarme los pantalones. Llamé al timbre y sin contestar me abrió, supongo que sabía que era yo. Cuando salí del ascensor vi que la puerta de su casa estaba abierta y llamando al timbre para advertir de mi presencia entré. Por el pasillo llamaba pero como nadie contestaba me dirigí al salón directamente.

Allí estaba Placido sentado en un sillón, solamente sobresalía su cabeza del asiento. Había empezado a llover con más fuerza y el agua golpeaba la ventana con furia. Me acerqué a él. Estaba mirando por la ventana viendo cómo caía la lluvia. Llevaba zapatillas de andar por casa, un pijama azul y un batín del mismo color pero un poco más oscuro.

¿Qué haces ahí? – le pregunté.

Nada, solamente veo llover. Siéntate y ahora hablamos. – Me contestó.

Estaba raro, su miraba demostraba tristeza. Me quedé parado, de pie, a su lado unos segundos mirándolo y me retiré para sentarme en un sofá que hay en el comedor. Cogí una revista de historia que había en una mesa de cristal y me puse a ojearla.
Leía un artículo sobre la construcción de la Gran Muralla China cuando algo me hizo perder la atención. Plácido, desde la misma posición en la que estaba cuando llegué, habló. Sus palabras me desconcentraron por completo y levanté la vista para mirarlo. Pero él seguía sin moverse.

“¿Te das cuenta que nuestras vidas son como gotas de lluvia en un cristal? Algunas caen en la parte más alta de la ventana y tardan más en llegar hasta el marco. Otras caen en la parte baja y desaparecen antes”.

Sus palabras me dejaron helado porque no entendía lo que me quería decir. Yo ya no prestaba atención a la revista y miraba por la ventana tratando de encontrar sentido a su comentario. Así estuve durante casi un minuto hasta que se levantó.

Empezó a pasear por el salón y yo lo miraba. Cuando lo había recorrido un par de veces de lado a lado, se paró mirándome.


– ¿Has visto Love Story? – Me preguntó.

– Sí. La vi hace mucho tiempo. – Le contesté sin saber lo que me quería decir.

– ¿Recuerdas como empieza? – Siguió preguntando.

– Pues sí, más o menos sí. – Contesté con sorpresa.


Después de ese pequeño diálogo calló y continuó paseando por la habitación con las manos cruzadas a la espalda hasta que se paró y mirando por la mojada ventana dijo:


¿Qué se puede decir de una chica de 18 años que ha muerto? ¿Qué era bonita, inteligente? ¿Qué le gustaba Sergio Dalma y Eros Ramazzotti? ¿Los Héroes del Silencio… y yo?


En ese momento cerré los ojos. Ahora lo entendía todo. Sabía a quién se refería porque pasó por estas fechas. Plácido estaba recordándola ¿Cuánto tiempo hacía? Demasiado, no lo recuerdo. Pero él sí. Ella, cuando todo ocurrió, no hacía un mes que había cumplido los 18 y a él le faltaban unos cuantos para llegar a los 20. Pero aún así sabían lo que querían, y lo que querían era estar juntos. Eran felices y no se entendían el uno sin el otro. La inocencia del primer amor. Aunque llevaban dos años de noviazgo parecía que hubieran llevado toda la vida juntos. La recuerdo. La recuerdo como si la estuviera viendo ahora mismo. Su figura delgada, su pelo largo, castaño, por mitad de la espalda, su piel blanca y esos ojos marrones de corte rasgado, la forma que tenía de caminar y de sonreír. Sus gestos al hablar y el recuerdo de su voz suave y de tono bajo. Era preciosa, realmente lo era pero… ¡Dios mío! ¿Qué hizo mal? ¿Qué falta cometió para llevártela tan joven? Fuiste injusto y si algún día todos tenemos que pagar por nuestros pecados espero que tú lo hagas también por los tuyos. El pecado de arrancar una vida que empezaba vivir y a disfrutar. Pero ¿Qué estoy diciendo? Tampoco tienes tú la culpa porque no es posible que exista un ser tan cruel ¡Maldita enfermedad! Plácido sé lo que sientes y lo que pasaste por ello. Noches y días en el hospital durante tres meses con la esperanza de que se curase. Llorando a escondidas para no transmitir tu dolor a nadie y sonriéndole a ella para que no te viese triste.
Él nunca hablaba de ella. No le gustaba hacerlo. Estoy seguro que hay poca gente que conoce esa parte de su vida, ni siquiera muchos buenos amigos que conoció después. No lo contaba porque al igual que entonces no le servían las palabras de aliento, tampoco le podrían servir después. Supongo que no es algo que se pueda contar alegremente pero quizás hoy necesitase expresar su dolor y compartirlo. También es una forma de recordarla.
Yo había empezado a llorar en silencio y Plácido estaba de pie mirando por la ventana, de espaldas a mí, cuando empezó a hablar.


– Hoy hace 15 años que murió – Dijo él.

– Si, ahora me acuerdo – Contesté yo.

– Aunque ha pasado tanto tiempo, la recuerdo con cariño por como sucedió todo y lo significó aquello. Estoy seguro que ella haría lo mismo – Siguió diciendo.

– Si quizás sí. Siento que así fuera – dije sin saber que más poder decir.

– A veces así es la vida. No todas las gotas de lluvia caen en la parte alta de la ventana –
contestó con tono resignado.

Yo no sabía qué hacer ni qué decir y me mantuve callado, mirando por la misma ventana, desde mi sitio, por la que él estaba mirando. Tengo la suerte de conocer a Plácido desde hace muchos años y sé que en esta ocasión prefería estar solo pues quizás no podía expresarse como hubiera querido.

Plácido, me tengo que ir. – Fue lo primer que se me ocurrió.

Como quieras. Ahora parece que llueve menos. – Dijo él sin insistir en que me quedase.


Me levanté, me puse el abrigo y cogí mi paraguas.


Esta semana te llamaré. – Le dije.

Muy bien, gracias por haber venido. – Contestó con la voz entrecortada.

No hay de qué. Hasta la vista. – respondí saliendo.

Al cerrar la puerta de su casa una terrible tristeza y pena me invadió al volver a recordar aquello. Esa fue la primera herida de gravedad que sufriría Plácido en su vida, pero no la última. La siguiente llegaría un par de meses más tarde y esa le marcaría para siempre. Aunque entonces no lo sabíamos nadie.
Cuando salí del edificio me giré y miré la ventana por la que él se asomaba. Allí seguía de pie. Entonces vi como la mano izquierda se la pasaba por debajo de los ojos y se daba la vuelta, retirándose de mi vista. Seguía lloviendo con intensidad.

7 comentarios:

Anónimo dijo...

una historia muy triste, pero creo que la has plasmado muy sutilmente y demostrando el cariño y respeto que tienes hacia esa persona. me ha conmovido, de verdad.

un abrazo
Marta

Anónimo dijo...

Muy triste, por lo inevitable de la muerte y por ocurrir tan joven.
Muy bonita y delicada la metáfora de las gotas en la ventana y un relato bien escrito y cerrado. Espero ver más.

Luis López dijo...

Todos somos gotas de lluvia. Pequeñas gotas que nos deslizamos de distinta manera por la vida. Enhorabuena por tu relato, magistral. Se nota que está escrito con el corazón. Hay veces que lo triste, lo irremediable nos vuelve más vulnerables. Es entonces cuando el sentido de la amistad adquiere el carácter más potente.
Saludos, amigo.

Anónimo dijo...

Esta es una de esas veces en las que las palabras no son suficientes.

Quizá el poder de un abrazo, que si bien no curaría, al menos calmaría...

Soy de las que piensan que la muerte es una parte más de vida. Estamos de paso y no sabemos por cuanto tiempo así que... a mis 30 cumplidos en mi casa saben qué hacer si "me voy" sin avisar. No voy a dar detalles (ni es el momento ni el lugar) pero a mi madre siempre le digo que mi última voluntad es que rehaga su vida más bien pronto que tarde, que no me olvide pero que tampoco se olvide de reir.

¿Cómo crees que querría esta chica ver a Plácido?

"La vida no es la alegre fiesta que esperábamos encontrar, pero ya que estamos
aquí, será mejor que bailemos"

Un abrazo,

Luna.

Marino Baler dijo...

Marta, las personas se van pero el cariño por ellas siempre queda.

Un abrazo.

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Gracias Parsimonia, si mi amigo no tiene inconveniente seguiré contando cosas suyas a gotitas pequeñas.

Un saludo.

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Luis, gracias por tus palabras. Cuando se sabe que una cosa no tiene solución, no por esperada deja de ser triste y las palabras de amistad posiblemente no se tengan en cuenta en esos momentos, pero a la larga son valiosas, te lo aseguro.

Un saludo, compañero.

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Luna, cuando no se sabe que decir un abrazo es lo mejor que se puede ofrecer, sin duda. Espero que no me hagas la faena de "irte" me da igual avisando que sin avisar, todavía quedan muchas cosas por hacer ¿Acaso te gustaría verme como a Plácido?

Un abrazo.

Anónimo dijo...

Marino, muchísimas felicidades por esta entrada.
Primero quiero decirte que la has escrito maravillosamente bien ; la he leído más de una vez, y me encanta.
Y también decirte que lo que cuentas es precioso, aunque sea duro y triste, pero de eso también está construída la vida.
Y estoy segura de que si tu amigo te lee, se sentirá tan reconfortado como con tu visita. La amistad es el mejor valor. Enhorabuena.

Un abrazo

Marino Baler dijo...

Gracias Only, por tus palabras. Creo que las cosas tristes hay que contarlas de forma que no causen dolor al leerlas. Supongo que así es como le gusta a Plácido que hable de él.

Un abrazo.